Agosto de 1983
Espíritu Santo un extraño, un visitante, o un compañero constante
Por Coleen Baird
Aun cuando el Señor nos ha instruido usar nuestra sabiduría y buscar la solución a nuestros problemas, no nos ha dejado a solas.
Estaba sentada en la oficina del obispado participando de una de esas ocasiones especiales en que recibimos fortaleza y bendiciones por intermedio del sacerdocio. Me estaban apartando como asesora de las Laureles de mi barrio y muchas de las cosas que se me dijeron en esa oportunidad ya las he olvidado, pero una cosa en particular me impresionó profundamente. El consejero del obispo que en ese momento me estaba apartando me amonestó a que luchara para recibir la compañía constante del Espíritu Santo. Al decir esas palabras, sentí un ardor dentro de mi pecho, y la sabiduría de su consejo se quedó grabado en mí.
Muchas veces había escuchado a los líderes hablar de la necesidad de tener la guía del Espíritu Santo y yo había tratado en diferentes ocasiones hacer que su influencia fuera parte de mi vida. Pero me desilusionaba fácilmente y siempre sentía que no tenía éxito. Frustrada, trataba de justificar mi falla con la idea de que la compañía del Espíritu Santo debía ser para las Autoridades Generales y sus familias. Pensaba que mientras yo viviera una “buena vida”, algún día en un futuro distante podría hacerme acreedora de esa bendición.
¡Qué fácil es engañarnos a nosotros mismos con excusas cuando una tarea no es sencilla! Pero aquel día en la oficina del obispo, no pensé en ninguna excusa. Mientras un siervo del Señor me aconsejaba que buscara la guía del Espíritu Santo, supe que el Señor me estaba recordando algo con lo que me había amonestado hacía algunos años, al ser bautizada. A todos nosotros, una vez que se nos confirma después del bautismo, se nos han puesto las manos sobre nuestra cabeza por un representante del Señor y se nos ha dicho “recibe el Espíritu Santo». Ningún tipo de razonamiento del mundo puede eliminar esa invitación y mandamiento.
Se nos ha dicho en esta dispensación, como también en épocas pasadas, lo importante que es recibir el Espíritu Santo. El presidente Wilford Woodruff lo expresó claramente en una conferencia de estaca en el año 1896;
«Ahora, siempre lo he dicho, y quiero decírselo a ustedes, que el Espíritu Santo es lo que cada santo de Dios necesita. . . Todo hombre y mujer en esta Iglesia debe trabajar para lograr ese Espíritu . . . Este es el Espíritu que debemos tener para llevar a cabo los propósitos de Dios en la tierra. Lo necesitamos más que ningún otro don. . . Debemos orar al Señor hasta que obtengamos el Consolador. Esto es lo que se nos promete cuando somos bautizados. Es el espíritu de luz, de verdad y de revelación, y puede estar con todos nosotros al mismo tiempo.» (Deseref Weekly, 7 de noviembre de 1896, pág. 641-43.)
El don del Espíritu Santo no se restringe a hombres ni a mujeres, ni tampoco a las Autoridades Generales. Está a disposición de todos nosotros mientras obedezcamos los mandamientos de Dios. Con él podemos experimentar cada día dirección, inspiración, consuelo, sabiduría, fortaleza y testimonio. En otras palabras, podemos recibir revelación. El profeta José Smith nos dijo que “Ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones. El Espíritu Santo es un revelador” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 405).
¿Cuáles son algunas formas en que nos pueden ayudar las revelaciones del Espíritu Santo?
Progreso individual
Parley P. Praft, miembro del Quorum de los Doce original en esta dispensación, escribió: “Un ser inteligente, a imagen de Dios, posee cada órgano, atributo, sentido, simpatía, afecto que El mismo posee.
Pero estos atributos. . . están en embrión, y se deben desarrollar en forma gradual…
El don del Espíritu Santo se adapta a todos estos órganos o atributos. Vivifica todas las facultades Intelectuales, expande y purifica todas las pasiones y afectos naturales, y las adapta, por el don de la sabiduría, a su uso legítimo… Inspira virtud, bondad, benevolencia, ternura, gentileza y caridad; desarrolla la belleza de una persona, su forma y sus rasgos; cuida la salud, el vigor, el ánimo y el sentimiento social; vigoriza todas las facultades del hombre físico e intelectual; fortalece y entona los nervios. En una palabra, es, por así decirlo, médula a los huesos, gozo al corazón, luz a los ojos, música a los oídos y vida a todo el ser (Key to the Science of Theology, Deseret Book Co., 1965, pág. 100-101).
Todos nos enfrentamos con la lucha diaria por tratar de mejorar y de ser más como Dios. Aunque tenemos el deseo de ser perfectos, a veces parece algo terrible e Imposible. Y es entonces cuando en nuestra lucha por perfeccionar nuestra vida, nos dirigimos a los dones que nos fortalecerán y nos guiarán en la búsqueda de la perfección.
Una forma, por ejemplo, en que el Espíritu Santo ha sido de gran ayuda en mi progreso personal es hacerme ver mis imperfecciones. Cuando oro por la guía del Espíritu antes de empezar a leer las Escrituras, los pasajes que tienen que ver con aspectos particulares donde necesito mejorar parecen resaltar. A medida que los leo me Invade el deseo de ser mejor. El Espíritu Santo, además de añadir esa información a nuestro conocimiento, puede concedernos otros dones que nos ayudarán a lograr nuestras metas.
Crianza de nuestros hijos
Cuando los padres están tratando de criar una familia, se encuentran cada día con la necesidad de tomar decisiones, grandes o pequeñas, algunas de las cuales son muy importantes en la formación de las vidas de sus hijos y lógicamente les Interesan más. Aun cuando el Señor nos ha instruido usar nuestra sabiduría y buscar la solución a nuestros problemas, no nos ha dejado a solas.
Nos ha proporcionado el medio por el cual podemos saber si las decisiones a las que hemos llegado son las apropiadas. Gracias a la guía del Espíritu Santo los padres pueden recibir la Inspiración para dirigir en forma más eficaz et trabajo con sus hijos.
Podemos recibir inspiración no solamente en momentos de crisis, sino también diariamente. Podemos recibir ayuda inmediata en asuntos pequeños, como el caso de asistir a un niño de tres años cuando lucha ante la frustración de amarrarse los cordones de los zapatos, o quizás al resolver conflictos entre hermanos. Las ideas que recibimos a menudo parecen ser tan naturales que no pensamos que sean Inspiración, pero si respondemos, podremos ver que se produce un cambio en nuestro hogar. “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”
(Gálatas 5:22-23). ¿Qué mejores valores podemos traer a nuestro hogar y a nuestra familia? ¡Imagínense los efectos positivos que se podrían lograr!
Llamamientos en la Iglesia
Sabemos que todos tenemos el derecho de recibir revelación con respecto a nuestros llamamientos en la Iglesia, ya sea que tengamos el cargo de presidenta de la Primaria, maestro orientador o Autoridad General. Y no solamente tenemos el derecho a esta revelación, sino que tenemos la responsabilidad de buscarla activamente y ser guiados por ella en nuestros llamamientos.
Muchas veces, mientras he servido en diferentes llamamientos, he tenido ideas que he podido reconocer como inspiración. Algunas vienen después de mucha meditación y oración, y otras parecen «caídas del cielo”. Hay otras oportunidades, sin embargo, cuando la respuesta no es clara; pero a medida que nos esforzamos por hacer lo mejor, nuestra habilidad para reconocer esa inspiración aumenta. Imagínense las cosas que podríamos lograr en nuestros llamamientos en la Iglesia si refináramos la habilidad de recibir esa guía, de recibir el conocimiento de lo que el Señor desea que hagamos y de tener la valentía para hacerlo.
Cómo obtener su compañía
Parece aparente, después de escudriñar las Escrituras, que para tener la compañía del Espíritu Santo nuestras vidas deben estar en armonía con las normas del evangelio, porque “el Espíritu del Señor no habita en templos inmundos» (Helamán 4:24). El presidente Harold B. Lee ha dicho: “La clave para el éxito a este respecto es la humildad de espíritu mediante la cual uno trata de vivir de acuerdo con la perspectiva de una vida eterna y el esfuerzo fervoroso por conocer la voluntad del Señor” (Conferencia General de octubre de 1946.)
Un «esfuerzo fervoroso por conocer la voluntad del Señor” nos recuerda la exhortación de Nefi de buscar diligentemente el Espíritu Santo (véase 1 Nefi 10:17). Tenemos que desear la compañía del Espíritu Santo y hacer que ese deseo se manifieste por medio de oración y súplica fiel. “Y acontecerá que si pides al Padre en mi nombre, creyendo con fe, recibirás el Espíritu Santo” (D. y C. 14:8; cursiva agregada).
Una vez que hayamos hecho estas cosas —vivido de acuerdo con las normas del evangelio, orado con diligencia, ejercitado la fe y recibido la guía del Espíritu Santo— las Escrituras hacen hincapié en que nuestra obra no está aún terminada. Debemos escuchar el susurro del Espíritu Santo, “la voz quieta y apacible” que puede llegar naturalmente como un pensamiento o como una impresión. El profeta José Smlth dijo: «Una persona podrá beneficiarse si percibe la primera impresión del espíritu de la revelación. Por ejemplo, cuando sentís que la inteligencia pura fluye en vosotros, podrá repentinamente despertar en vosotros una corriente de ideas, de manera que por atenderlo, veréis que se cumplen el mismo día o poco después . . .; y así, por conocer y entender el Espíritu de Dios, podréis crecer en el principio de la revelación» (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 179),
Tuve una experiencia que puede ilustrar este concepto. Cuando servía como presidenta de la Sociedad de Socorro en mi barrio, mi esposo fue llamado para servir como líder de grupo del quorum de élderes mientras el presidente del quorum estaba ausente durante el verano. Cuando supimos que el presidente del quorum no regresaría, analizamos la posibilidad de que mi esposo pudiera llenar esa vacante. Descartamos la idea, sin embargo, presintiendo que si ambos trabajábamos en esos llamamientos que demandaban tanto tiempo, sería muy difícil para nuestros tres hijos pequeños.
No obstante, sentí la inclinación de orar al respecto. Una noche, mientras oraba, vino claramente el pensamiento de que si el Señor llamaba a mi esposo a ese cargo, habríamos de reconocerlo como una indicación de que El consideraba que era posible que pudiésemos con esas asignaciones. Si éramos prudentes en nuestros planes, los niños no estarían descuidados. Cuando el presidente de la estaca lo llamó y fue sostenido en ese llamamiento a la semana siguiente, vi el cumplimiento de la inspiración que yo había recibido. Antes de ser llamado, mi esposo también había recibido el testimonio del Espíritu Santo de que ese era el cargo que debía desempeñar en ese momento.
Debemos ser dóciles de enseñar y estar prontos a recibir el susurro del Espíritu, algo que se puede mejorar con la práctica. Debemos llegar a acostumbrarnos a escuchar al Espíritu en los pequeños asuntos diarios como en los importantes. Tal instrucción acerca de las cosas pequeñas puede llegarnos línea por línea, precepto por precepto, porque el Espíritu Santo nos revela solamente aquello que somos capaces de aceptar.
Una noche mi esposo tuvo que salir de viaje en auto, fuera del estado por asuntos de negocios. No era un viaje muy largo y esperaba llegar a su destino a las 7:00 horas. Se fue después de asegurarme de que me llamaría por teléfono una vez que llegara. Para las 8:00 horas ya me estaba empezando a preocupar y a las 10:00 ya me iba preocupando más. Traté infructuosamente de dormir, pero a eso de las dos de la madrugada sabía que necesitaba el consuelo del Espíritu Santo, por lo que me arrodillé, casi enferma de miedo, y oré solicitando que el Espíritu Santo me reconfortara y me diera un sentimiento de paz si todo andaba bien. Dos veces durante esa noche sentí esa calma por algunos minutos, pero la rechacé porque no estaba acostumbrada a escuchar esa clase de susurros espirituales. No acepté los sentimientos que experimenté porque pensé en forma lógica que si todo estuviera bien mi esposo habría encontrado la forma de ponerse en contacto conmigo. A la mañana siguiente logré comunicarme con él y descubrí que estaba en perfectas condiciones; mi esposo, que generalmente es muy considerado, simplemente se había olvidado de llamar. Cuánto menos dolorosa habría sido esa noche si hubiera aceptado los susurros del Espíritu en vez de rechazarlos.
Una vez que hemos aprendido a escuchar y a reconocer los susurros del Espíritu Santo, hay algo más que debemos hacer: Debemos actuar de acuerdo con esos susurros. Una vez que sepamos la voluntad del Señor, es importante que no seamos negligentes ni temerosos. A veces requerirá valentía seguir esos susurros, y a veces requerirá diligencia el no abandonarlos. Si el Señor nos indica que debemos incluir a la hermana Aliaga en alguna actividad, o que visitemos al hermano González para saber si algo le preocupa, debemos seguir esa indicación. Puede que nunca más sea tan ideal el momento para que nos pongamos a su servicio.
Si ponemos nuestras vidas en orden, oramos con fe, recapacitamos sobre nuestras propias necesidades, escuchamos los susurros del Espíritu y actuamos de acuerdo con ellos, podemos estar seguros de recibir la guía diaria que se nos ha prometido, tan rápido como seamos capaces de aceptarla y aprovecharla.
Doctrina y Convenios habla de un estado de carácter y de progreso espiritual donde uno puede tener el Espíritu Santo como un “compañero constante” (D. y C. 121:46).
Al observar nuestra propia relación con el Espíritu Santo, ¿qué encontramos? ¿Un extraño, un visitante o un compañero constante?
























