Instrumento de justicia

Marzo de 1984
Instrumento de justicia
Por el élder Carlos E. Asay
De la Presidencia del Primer Quórum de los Setenta

Carlos E. AsaySiendo pequeño y alumno de la escuela primaria, tuve una maestra que nos contó del legendario rey Arturo y de sus caballeros de la Mesa Redonda. Me obsesioné con los cuentos de los caballeros a tal punto que imaginaba y hasta soñaba ser uno de ellos.

Una noche soñé que yo era un caballero vestido de blanco, que montaba un corcel igualmente blanco, y que recorría las verdes praderas de Inglaterra. Repentinamente, sin advertencia, un caballero cubierto por una armadura negra y montado en un caballo también negro surgió a la orilla del bosque. Nos estudiamos mutuamente, con mucha atención; bajamos las lanzas y cargamos a todo galope. Las lanzas golpearon en el blanco y ambos caímos de nuestras cabalgaduras.

Me puse de pie sabiendo que las espadas serían desenvainadas en un combate que era inminente y mano a mano. El temor sobrecogió mi corazón al ver a mi oponente dirigirse apresuradamente hacia mí blandiendo una espada larga y brillante. Instintivamente extendí la mano y saqué mi espada de la vaina. Fue en ese momento cuando el sueño se convirtió en una pesadilla, ya que en mi mano apareció una pequeña e insignificante daga en lugar de la espada grande y brillante. Desperté sudando de miedo y pidiendo ayuda a voz en cuello.

Muchas veces desde aquella experiencia, me he preguntado en cuanto a la preparación de los Santos para poder rendir servicio, particularmente los jóvenes Santos de los Últimos Días. ¿Estáis en la vaina, en el lugar que corresponde estar y listos para ser desenvainados cuando Dios os llama a servir? ¿Qué es lo que aparece en las manos de Dios cuando Él os saca como su instrumento de combate en la lucha contra las fuerzas del mal —una espada larga y brillante o una daga insignificante?

Oportunidades compartidas
Hubo una época en la que me preguntaba por qué Dios no tomaba en sus manos todas las cosas para dar por segura la salvación del género humano, pues yo sabía que Dios es omnipotente y podría, si así quisiera, hacer resonar su palabra por toda la tierra y esparcir su mensaje a lo ancho de los cielos con tal poder de convicción que todos (os hombres se unirían a la Iglesia. También sabía que Él podía levantar todos los templos necesarios, efectuar toda la Investigación genealógica requerida, y hacer todo lo demás por sí solo, a la perfección y sin ningún esfuerzo inútil. Sí, yo sabía que Dios podía hacerlo todo por el simple mandato de su palabra, sin la ayuda o intrusión de débiles mortales.

A medida que aumentó mi comprensión del evangelio de Jesucristo, vi la inutilidad de que el Señor hiciera todo por sí mismo. Comprendí que si mi Padre Celestial tomaba las cosas en sus manos y efectuaba toda la obra misional, la obra del templo y otros servicios del sacerdocio, El estaría (1) violando mi libre albedrío anterior, en una forma semejante a la que propuso Lucifer antes que el mundo fuese formado (véase Moisés 4:1-3), y (2) despojándome de experiencias santificadoras, tal como un padre impaciente y perfeccionista priva a un hijo de su crecimiento cuando lo empuja a un lado y hace toda la obra por sí mismo. Estas y otras perspectivas aportadas por el evangelio me llevaron a la conclusión de que un padre sabio y cariñoso da participación a sus hijos en sus propias tareas para que ellos tengan oportunidad de crecer, aprender y llegar a ser como él es.

Fuerzas opuestas
Desde el principio mismo, nuestro Padre Celestial ha obrado mediante sus hijos en el cumplimiento de sus santos propósitos. Fue a través de su Hijo Unigénito que se efectuó la Expiación. Otro hijo, Adán, llegó a ser el padre de toda la familia humana. Moisés sacó de la esclavitud a los hijos de Israel. Un José moderno llegó a ser el profeta de la Restauración. Todos estos hombres sirvieron como agentes e instrumentos en las manos de Dios para ayudar a cumplir su declarado propósito de “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39). Cada uno de ellos fue santificado y alcanzó los atributos del Padre a medida que realizó su obra.

Otros hijos de Dios prestaron atención a otra voz, a una voz opuesta, y se tornaron en instrumentos de aquel que fue expulsado, Satanás, .esto en cumplimiento del compromiso de Lucifer de “engañar y cegar a los hombres y llevarlos cautivos según la voluntad de él” (Moisés 4:4). Él había advertido que lucharía sus batallas y extendería su reinado a través de quienes amaran las tinieblas más que a la luz.

Satanás usó las manos de Caín para cometer el asesinato (véase Moisés 5:17-35); usó a Korihor como su voz para predicar doctrina de anti-Cristo (véase Alma 30:6-21); y abusó de la naturaleza entendida y del perfecto conocimiento que Sherem poseía de la lengua, haciéndolo sembrar semillas de duda entre los nefitas (véase Jacob 7:1-20). En cada uno de estos casos, Caín, Korihor o Sherem se sometió a Satanás y se convirtió en un instrumento de injusticia. Al final cada uno se vio abandonado por su tentador y cayó en amarga derrota (véase Alma 30:60).

Sometámonos a Dios
El apóstol Pablo entendía claramente la lucha de vida o muerte por la conquista de las almas de los hombres. Era consciente de los programas proselitistas de ambas partes: el Salvador y sus santos, y Lucifer y sus legiones. Por lo tanto, emitió esta advertencia a los romanos:

“Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia» (Romanos 6:13; cursiva agregada).

Además añadió:

«¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:16).

Someterse significa darse o entregarse. De manera que el primer punto es el siguiente: ¿Estáis colocados en la vaina de la justicia y listos para ser desenvainados por la mano de Dios? Alma y los hijos de Mosíah, mediante la desobediencia, se cayeron en la vaina que no correspondía. Una mano malvada los desenvainó y los hizo convertirse en obstáculo para la iglesia de Dios. Este período de sujeción a Satanás lo describió Alma posteriormente como «la hiel de la amargura», «los lazos de iniquidad», “el más tenebroso abismo» (Mosíah 27:29).

Después de una conversión milagrosa, Alma y sus amigos cambiaron de vaina. Confesaron sus pecados, trataron de reparar los daños que habían causado y anunciaron la paz. Y, según el relato del Libro de Mormón, «fueron instrumentos en las manos de Dios para llevar a muchos al conocimiento de la verdad, sí, al conocimiento de su Redentor” (Mosíah 27:36).

La caída en la vaina de Satanás comienza por trasgresiones pequeñas y aparentemente inocuas. Puede ser con un cigarrillo, con un pensamiento sugestivo, con un relato ligeramente inmoral, una bebida alcohólica o con lo que insistimos en llamar una “mentira blanca”, o tal vez con un filme pornográfico. Sin embargo, gradualmente los pecados crecen en cantidad y gravedad hasta que uno se encuentra al servicio de Satanás. Cada mala acción moldea la empuñadura de la espada del transgresor para que encaje en la mano de Lucifer.

En contraste, la fe dirigida en forma debida, el arrepentimiento y las buenas obras guían a la persona haciéndola entrar en la vaina sujeta al costado de Dios. El joven que cultiva el amor por las Escrituras, que asiste a la Iglesia, que participa en proyectos de servicio, que ora diaria y honradamente y que honra a sus padres se coloca en posición de servir en justicia. La capacitación espiritual para poder servir se logra virtud por virtud, a medida que la empuñadura de la espada se moldea, llegando a ser una sola cosa con la mano de Dios.

¿Espadas brillantes o pequeñas dagas?
Y bien, el segundo punto: Cuando el Señor os desenvaina para librar sus batallas, ¿tiene en la mano una espada brillante? Si yo fuera un caballero antiguo y me estuviera preparando para el combate, seleccionaría con mucho cuidado las herramientas de mí oficio. Encabezando la lista de lo que me resultaría necesario aparecería una espada fuerte, afilada y brillante. Querría una que fuera perfectamente equilibrada y afilada; sería del mejor acero y una que se adaptara a mi mano de tal manera que diera la sensación de ser como una prolongación de mi brazo. No querría verme entorpecido por un arma pequeña e inútil, al punto de no poder depender de ella. Por otro lado, una espada larga y brillante reflejaría la luz y daría la sensación de poder; infundiría confianza en el corazón de su dueño y temor en el corazón del oponente.

Fuerte, Afilada, Limpia.
Para los observadores en Jerusalén en la época antigua, Pedro posiblemente parecería una arma pequeña e inútil, ya que negó tres veces a Cristo en las proximidades del palacio del sumo sacerdote (véase Mateo 26:69-75). Pero cuando Pedro, convertido, se puso de pie delante de los judíos el día de Pentecostés, testificó con convicción y con el poder de una espada brillante, poniéndose en las manos de Dios y ganando las almas de tres mil personas (véase Hechos 2).

La osadía de Pedro no se produjo automáticamente y sin esfuerzo. Pedro estaba sujeto a las pruebas y tentaciones y a todo aquello a lo que llamamos “fuego purificador». El calor de la oposición no lo consumió; sólo sirvió para quemar las impurezas y debilidades y dejar en él el metal refinado y puro. Emergió del horno de la aflicción como una espada de justicia fuerte y pulida.

Después del día de Pentecostés, su fuerza de carácter, semejante al acero, lo llevó hasta el fin de su misión. Pedro era un hombre que tuvo un filo bien agudo. Demostró agudeza mental que le permitió dar testimonio del Cristo resucitado. Está escrito que en una ocasión sus palabras enfurecieron a los líderes de los judíos, y ellos procuraron quitarle la vida (véase Hechos 5:33). Sin duda, tal agudeza mental fue el resultado de mucho estudio, ayuno y oración.

Se nos enseña que los milagros se efectúan, y la revelación se recibe, a través de vasos limpios del Señor (véase 3 Nefi 8:2). La pureza de su alma le sirvió a Pedro para ser librado de la prisión mediante la intervención de ángeles. Le acarreó poder para sanar a los enfermos y levantar a Dorcas de los lazos de la muerte (véase Hechos 9:36-43). Y su pureza hizo posible que tuviera una visión que resultó en alcanzar el evangelio a los gentiles.

El poder salvador de una espada radica en su fuerza, filo, limpieza y en la mano que la dirige. ¿No es lo mismo con la gente?

Una oración
Me conmuevo al oír acerca de jóvenes que se mantienen limpios, puros y encaminados hacia misiones regulares y casamientos en el templo. Su obediencia a la justicia es una inspiración para todos. Ciertamente estos valientes recibirán la paga de aquel a quien quieren obedecer, la cual consiste en todo lo que el Padre tiene (véase D. y C. 29:45, 84:38).

Ruego que los jóvenes de la Iglesia puedan entender la necesidad de volverse activos participantes y no simples espectadores en la causa de la verdad. Ruego que os mantengáis bajo la tutela de Dios, ubicados en su vaina y listos para ser desenvainados y entrar en acción. Además, ruego que busquéis fortaleza de carácter, agudeza mental y limpieza del alma como para llegar a ser brillantes espadas de justicia. Haciéndolo no habrá turbación, desilusión ni pesadillas cuando Él os desenvaine para pelear contra los poderes de las tinieblas.

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