C. G. Abril 1970
Se busca: padres con valor
por el obispo Victor L. Brown
Segundo Consejero del Obispado Presidente
En Proverbios leemos: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6). Josh Billings (humorista norteamericano, 1818- 1885), parafrasea esta verdad: «Para criar a un hijo en el camino que debe seguir, viaja tú mismo por ese camino.» Viaja tú mismo por ese camino. ¿Cuántos de nosotros lo estamos haciendo?
El otro día apareció en televisión una reconocida educadora; su tema fue sobre la mariguana. Dijo que el uso de ésta no era mucho peor que algunos otros hábitos sociales, queriendo decir que realmente no había nada malo en que los jóvenes fumaran mariguana. Recientemente, un personaje que ocupa un puesto de responsabilidad en el gobierno de los Estados Unidos, un puesto de gran influencia sobre lo que se introduce a nuestros hogares a través de la radio y la televisión, dijo: «El vocabulario que uso cuando estoy en un cóctel es diferente del que uso en casa o en la iglesia, y con esto no considero que sea un hipócrita.» Hace unos días, en una de nuestras propias comunidades, unos padres de familia, aparentemente incitados por algún asunto, sacaron el aire de los neumáticos de unos autos de la policía a fin de interferir con la ley, y luego estos mismos padres se divirtieron bastante contando el incidente en frente de sus propios hijos.
Cuando se suscita una crítica en cuanto al tipo de películas que se exhiben actualmente, los productores de las mismas responden que ellos únicamente producen lo que el público está dispuesto a comprar. De 21 películas que se estaban exhibiendo recientemente, solamente pude encontrar tres que no indicaban ninguna. restricción para el público a causa de material que podría ser ofensivo o de dudosa moral, y tales clasificaciones fueron hechas por la industria fílmica misma. Una de las escenas de una película de este tipo que admitía personas de cualquier edad, sujeta únicamente a la supervisión paterna, causó estrepitosas carcajadas del público cuando el ebrio desgarró la blusa de una mujer en una exhibición de despreciable lujuria. Si ésta es la clase de diversión que nosotros como adultos gozamos, ¿cómo suponemos que podemos enseñar la moralidad a nuestros hijos?
Cuando era adolescente, escuché un chiste de mal gusto que contó un activo miembro de la Iglesia. A pesar de que mi memoria para recordar chistes es notablemente mala, ese cuento en particular todavía lo recuerdo, así como el nombre de la persona que lo contó. ¿Qué clase de ejemplos somos, como adultos? ¿Cambia nuestro carácter con las circunstancias como el camaleón cambia sus colores? ¿Cambia el vocabulario que usamos para acomodarlo al ambiente? ¿Vemos películas que atraen nuestros viles instintos animales y que nos arrastran en la inmundicia con los autores y actores. ¿Violamos la ley porque eso es lo que la multitud quiere hacer en ese momento, a somos lo suficientemente fuertes para mantener nuestros propios principios sin prestar atención a la presión social? Estas son algunas de las preguntas que debemos hacernos si hemos de entrenar al niño en su camino y viajar por esa senda nosotros mismos.
Por toda la Iglesia escucho los comentarios de los presidentes de estaca y obispos: «Si. no tuviéramos problemas con los padres, no los tendríamos con los jóvenes.» Como gente, aceptamos actualmente normas de conducta que ayer hubieran sido totalmente inaceptables. Por ejemplo, el lenguaje inmundo y obsceno que se lee y oye bajo la apariencia de la libertad de expresión, está llegando a ser más y más aceptable en la llamada sociedad respetable. La pornografía se ha convertido en una gran industria en muchas partes del mundo. El jefe de psicoterapia de uno de los hospitales más grandes de Washington dice: Un niño o niña normal de 12 a 13 años de edad, expuesto a la literatura pornográfica, podría volverse homosexual. Exponiendo a los jovencitos a las anormalidades, sus hábitos se podrían virtualmente cristalizar en las mismas por el resto de sus vidas.»
Algunos aún dicen: «¿Qué hay de malo en volverse homosexual?» Recientemente el líder de una iglesia efectuó un casamiento entre dos varones. De hecho, algunos medios noticiosos le prestaron gran publicidad; y sin embargo, ¿quién es responsable por esta decadencia moral? ¿Los hijos? Difícilmente. Somos nosotros los adultos, aquellos de nosotros que permitimos la venta de inmundicia en los puestos de revistas y que asimismo permitimos la radiodifusión de la misma.
Hace algún tiempo, mientras esperaba que mi esposa terminara de hacer compras, eché un vistazo al puesto de revistas de un nuevo supermercado. Con una o dos excepciones, las portadas así como los títulos de artículos especiales tenían que ver con el sexo en una forma u otra. Esto sucedió en una tienda familiar ubicada en una zona residencial. ¿Cuánto tiempo piensan que estas publicaciones durarían si nosotros, los adultos, no las compráramos? ¿Qué nos está sucediendo que permitimos que nuestras normas se corroan hasta tal grado? No ha pasado de la noche a la mañana. No, ha sucedido tan gradual y sutilmente que la mayoría de nosotros ni siquiera nos hemos dado cuenta que se ha llevado a cabo.
Estoy de acuerdo con David Klein de que esta erosión moral dio principio cuando «el hombre occidental comenzó a perder su creencia en Dios como una fuerza personal, como el árbitro de nuestra suerte, como juez supremo de sus acciones. La idea de que Dios creó al hombre se consideró pasada de moda; progresamos.
. . La vida comenzó a considerarse algo más o menos accidental; el pecado se convirtió en un asunto sociológico relativo, y para muchos, una simple ficción. . . Todavía creía en lo bueno y lo malo, y todavía sabía cuándo estaba haciendo lo último . . . pero ya no creyó más que había ofendido a Dios por eso o que había merecido su castigo. . . .
La diferencia entre vivir de esta manera, y tratar de vivir rectamente porque Dios manda, es profunda.
Lo que solía ser una ofensa contra Dios se convirtió en ‘anti-social; un pecado se volvió en un crimen. . . El robar era malo porque la honradez era la mejor póliza. Una persona evitaba serle infiel a su compañero porque podría dañar sus relaciones. Si asistía a servicios religiosos, era para respetar una tradición. La virtud se convirtió en su propia recompensa inexplicable, porque no había otro» (David Raphael Klein, «Is There a Substitute for God?» Reader’s Digest, marzo de 1970).
No existe estabilidad en esta clase de filosofía; cambia con las arenas mudables del tiempo, lugar y circunstancias. Está sujeta a los hombres. No, no hay nada de que el hombre pueda aferrarse con la seguridad de que cada principio resistirá la erosión de la sociedad. El consentimiento ha llegado a ser tan aceptable en la sociedad en que vivimos, que muchos de nosotros tenemos temor de establecer guías sólidas y firmes para nosotros mismos como para la juventud. Cuán importante es que haya normas y reglamentos mediante los cuales podamos vivir y que éstos tengan cimientos firmes. Los estatutos tienen que tener significado. Como dijo el señor Klein: «Si un padre le tiene que decir a su hijo que su vida no tiene significado, ¿cómo puede decirle que no debe tomar drogas?» (Ibid.)
A menos que se tome un rumbo diferente, nada más que tragedias yacen en lo futuro. Grandes imperios han caído porque su gente se desvió. ¿Y qué hacer al respecto? Cada adulto que toca la vida de un joven afecta a este individuo en una manera u otra. No obstante, los adultos que afectan la vida de los jóvenes más profundamente, ya sea para lo bueno como para lo malo, son los padres. Si hemos de instruir al niño en su camino y viajar nosotros mismos por él, debemos volvernos hacia las verdades básicas, sencillas e inalterables del evangelio de Jesucristo e incorporarlas en nuestras vidas. Lo que necesitamos actualmente son padres que estén convertidos al evangelio de Jesucristo; que estén dispuestos a aplicarlo, creerlo y utilizarlo; que paguen un diezmo justo, que sean honrados con sus vecinos y deudores, que verdaderamente apoyen a las autoridades de la Iglesia y que enseñen el evangelio a sus hijos de tal manera que éstos amen al Señor.
Necesitamos padres con valor, que defiendan lo recto, que estén participando activamente en el gobierno de todo nivel; padres que sean modestos en el vestir, el hablar y la conducta; padres que no se avergüencen del evangelio de Jesucristo, padres que les enseñen a sus hijos que tenemos un Padre en los cielos, que somos sus hijos espirituales, que nos ha puesto aquí en la tierra para un grande y glorioso propósito, que nos ama, que nos ha dado mandamientos junto con nuestro libre albedrío, que recibiremos recompensa y juicios basados en nuestras acciones; padres que acepten todos los mandamientos como algo directo de Dios, para ser obedecidos por esa razón, si no hay otra cosa; padres que no tengan otros dioses delante del Señor, que no cometan adulterio, que no hurten, que no codicien a la esposa o esposo del prójimo, que no levanten falso testimonio contra sus vecinos; padres que amen al Señor su Dios con todo su corazón, y con toda su alma, y con toda su mente, y que amen a su prójimo como a sí mismos. (Éxodo 20:3-16).
Es mi convicción, y testifico que éste es el único sendero hacia la salvación de la humanidad, en esta vida así como en la vida venidera, en el nombre de Jesucristo. Amén.

























me encanta
Me gustaMe gusta