Una fe firme

C. G. Abril 1970
Una fe firme
por el élder Delbert L. Stapley
del Consejo de los Doce

Delbert L. Stapley.Mis queridos hermanos y amigos: Estoy agradecido por la presentación que dio a mi terna nuestro querido hermano Dunn, quien acaba de hablar.

El siguiente pasaje, tomado del apóstol Santiago, servirá de tema para mi discurso.  El declaró: «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.  Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.  No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.  El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos. (Santiago 1:5-8.)

José Smith, un Profeta moderno, probó desde jovencito su fe al ver cómo los miembros de su familia eran influidos por las varias doctrinas en conflicto que los predicadores de esos días estaban predicando.

La promesa de este pasaje lo impulsó a «preguntar a Dios».  Su fervorosa oración lo llevó a la restauración de la Iglesia de Jesucristo en esta última dispensación.  La aplicación de esta cita no está restringida, pues Dios no hace acepción de personas. (Hechos 10:34.) Esta promesa está abierta para todo aquel que empeñosamente busque la luz y la verdad.

El presidente David O. McKay ha dicho: «La fe se manifiesta en obras; y la sabiduría es la aplicación de nuestro conocimientos a la vida diaria y la realización de buenas obras… la sabiduría nunca viene por casualidad, requiere esfuerzo y su fuente es Dios.  Si yo les pidiera nombrar el logro más grande del alma, quisiera que me contestaran: «sabiduría», no conocimiento.  Usted puede obtener todo el conocimiento del mundo, pero si le falta sabiduría, podría ser como una máquina muy poderosa sin estabilidad.»

Sabiduría, entonces, es dar al conocimiento un uso apropiado.

En estos últimos días, Dios ha amonestado a su pueblo a buscar sabiduría: «Y por cuanto no todos tienen fe, buscad diligentemente y enseñaos del uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe» (D. y C. 88:118).

¿Cómo puede adquiriese una sabiduría significativa a no ser por la oración y por una fe firme?  Si encontramos que es necesario analizar, evaluar o investigar nuestra fe sin fin, ¿realmente tendremos fe? ¿Será firme y sin vacilaciones? ¿Observamos las leyes de Dios sin medir sus pros y sus contras?  Tener una fe sin vacilaciones es aplicar un principio especifico a nuestra vida diaria.  Permítanme ilustrarlo:

Cada persona que se compromete, estará de acuerdo en dejar el hábito del tabaco, si lo tiene.  El ve que otros a su alrededor lo usan y tiene que ser fuerte en su deseo de dominar ese hábito, así que se aplica a dominarlo con una firme determinación de su voluntad.

Después él piensa en la tentación, pero puede vivir cerca de ella sin rendirse.  Obtiene satisfacción de mantener su promesa y esto ya no es un problema.  El principio está ahí: él lo reconoce y puede vivirlo.

Finalmente, con toda seguridad, dirá: «¿Cuál principio?», pues no tiene ya que reevaluar.  Esta es la manera de vivir.

En las Escrituras hay muchas referencias de aquellos que tuvieron una fe firme sin vacilaciones.  Uno de ellos es Abraham, a quien Dios le mandó ofrecer a su único hijo, Isaac, como sacrificio al Señor.  Abraham hizo los preparativos, llevó a Isaac a la tierra de Moríah, construyó un altar sobre una montaña, y se dispuso a sacrificar a su hijo, pero un ángel se lo prohibió, diciendo: «No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único» (Génesis 22:12).

Otro ejemplo es el profeta Noé, que vivió en los días en que la maldad de los hombres hizo que el Señor se «arrepintiera» de haber creado al hombre.  Las Escrituras registran: «Pero Noé halló gracia ante los ojos de Dios» (Génesis 6:8).

A través de su fiel y firme adherencia a los consejos de Dios, y a pesar de que el pueblo se burlaba de él y ridiculizaba su advertencias sobre su próxima destrucción, Noé y su familia ganaron el poder protector de Dios, y fueron los únicos que se salvaron del diluvio.

El apóstol Pedro vaciló en su fe cuando a invitación del Señor caminó hacia El sobre las aguas.

«Pedro al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces diciendo: ¡Señor, sálvame!

«Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?» (Mateo 14:30-31).

La obscuridad no puede surgir en un cuarto iluminado, como tampoco se puede crear la duda en un corazón donde existe una fe verdadera.

La comparación que el Señor hace entre un alma vacilante y la ola de mar llevada por el viento y sacudida, ha tocado a muchos.

Gran parte de nosotros hemos contemplado el mar en plena calma, pero otras veces hemos visto el daño causado cuando los vientos se intensifican y las olas se elevan, convirtiéndose en una fuerza poderosa y destructiva.  Puede establecerse un paralelo con los bofetones de Satanás.  Cuando estamos serenos y al lado del Señor, no sentimos la influencia de Satanás, pero cuando cruzamos la línea y somos engañados por los vientos de falsas doctrinas, por las olas de las filosofías y sofisterías forjadas por el hombre, podemos empaparnos, sumergirnos y hasta ahogarnos en las profundidades de la incredulidad, y el Espíritu del Señor se habrá alejado completamente de nuestra vida. Esta almas vacilantes y engañadas, no pueden, por su incontinencia, esperar recibir algo del Señor.

Aquellos que a sabiendas han pecado contra los mandamientos de Dios, se ven atormentados por los bofetones de Satanás, hasta que, mediante un arrepentimiento sincero, un alejamiento del pecado y una reordenación de su vida en armonía con la voluntad de Dios, llega a infundiese en ellos una limpieza de alma y un sentimiento de perdón por sus transgresiones.  Aquellos que han renovado su fe, testifican sin duda que el período de su vida pecadora fue el tiempo más infeliz de su existencia.  Pagar la pena por sus errores, los ha fortalecido resolviéndose, con una fe invariable a seguir un camino sin desviación es hacia la justicia.

Las tendencias actuales están alejadas de las enseñanzas del evangelio.  Si estas tendencias continúan, resultará la destrucción, porque Dios no puede ser burlado.  Sus juicios seguramente caerán sobre los malvados, porque así ha sido decretado a través de los profetas antiguos y modernos.

En medio de la inquietud, la frustración y los poderes del mal, cada vez mayores para violar los principios y normas del evangelio, los padres, maestros y líderes necesitan de la sabiduría y buen juicio para acabar con los problemas perturbadores que ‘afronta la juventud actual.

En nuestros primeros años, una fe firme deber ser desarrollada.  Salomón aconsejó: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6).

Esta fe fue edificada en el profeta José Smith en su juventud.  Con todo su corazón él creyó que el Señor cumpliría sus promesas si él poseía una fe inalterable, y fue honesto y sincero en su deseo de conocer la verdad y encontrar el camino recto hacia Dios.

Demasiados jóvenes están aprendiendo, en la escuela y otras partes, conceptos que no armonizan con las enseñanzas del evangelio de Cristo.  Se ven animados a encontrar por sí mismos, a probar esto y aquello, estas desviaciones dan lugar a falta de control y a apetitos desmedidos.

El Señor ha dicho: «Buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedid, y recibiréis; tocad, y se os abrirá» (D. y C. 88:63).

Esto es diferente a seguir los caprichos inducidos por Satanás, y experimentar con substancias dañinas o a participar en prácticas inmorales.

Aquellas almas que dudan de su fe son fácilmente desviadas de su curso al dar oído a cada doctrina dictada por los agentes del mal.  Ellos pierden el Espíritu y se deslizan a la obscuridad mental y muchas veces terminan como apóstatas de la verdad y de la justicia.

Todos nosotros debemos empeñarnos en seguir el consejo de Pablo: «Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió» (Hebreos 10:23).

Nuestro deber es preparar nuestro corazón en justicia, echando fuera la iniquidad, limpiando nuestras almas del mal, sin llegar a ser seducidos por la adulación o los vanos engaños de hombres astutos que nos llevan hacia abajo, a los caminos de la miseria y la destrucción.

¿Es el hombre tan sabio, tan vano y tan autosuficiente que no requiere la ayuda divina?  La sabiduría del mundo es insignificante para Dios. (Corintos 3:19.)

Aun el hombre, con toda la importancia que se concede a sí mismo, con su autosuficiencia, piensa que puede arreglárselas con éxito sin la ayuda de Dios.  Debemos recordar que el hombre no puede hacer nada por sí mismo a menos que Dios lo dirija en el camino correcto, y el sacerdocio es para este fin.

La autosuficiencia que viene del desarrollo personal del hombre, sus progresos y sus logros en todos los campos del conocimiento, frecuentemente causa que olvide la fuente de donde todo el conocimiento ha llegado a él.  La humanidad no puede olvidar a Dios y sobrevivir.  Olvidar a Dios es renegar de El, y renegar de El traerá su juicio sobre el pueblo injusto.

Para cualquier persona, joven o vieja, la única manera de aprender qué es lo correcto y determinar el propio camino a seguir, es «pedir a Dios que da a todos abundantemente y sin reproche».

Dios no reprocha a nadie que humilde y fervorosamente lo busque con fe y oración, pidiéndole su guía y sabiduría.  El le da la bienvenida: El es nuestro Padre Celestial; El desea ayudarnos si nosotros solamente se lo pedimos y escuchamos; pero al pedir, el espíritu y la actitud de uno, debe ser recta para obtener una respuesta.

La fe en Dios trae paz al alma y una seguridad de que El es nuestro Padre Eterno, a cuya presencia, mediante la oración, podemos acudir por guía y consuelo.

La frase final de la cita de Santiago, nos da la descripción de la persona que está propensa a vacilar: «El hombre de doble ánimo, es inconstante en todos sus caminos» (Santiago 1:8).  Para evitar ser una persona inconstante y de doble ánimo, el Señor ha señalado el camino a seguir:

«Ninguno, —dijo él—, puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará a uno y menospreciará al otro.  No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mateo 6:24).

Si nos falta sabiduría y la pedimos con una fe firme y con la vista fija en la gloria de Dios, tendremos un cuerpo lleno de luz que comprende todas las cosas. (D. y C. 88:67.) Algo menos que esto resulta insignificante.

Dios no nos ha dejado solos para enfrentarnos a las fuerzas del mal. El ha prescrito el modo de librarnos, de las estratagemas de Satanás.

¿No es cierto que todos nosotros, a través del sacrificio del Salvador, requerimos su intervención con nuestro Padre Celestial y su ayuda para lograr la salvación, la exaltación y la gloria?

El dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6).

Yo testifico que no hay otro camino al reino de Dios, pues el Salvador dijo: «. . . buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33).

El apóstol Pedro sabiamente amonestó: «Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo. . . »

«Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar;»

“al cual resistid firmes en la fe. . . » (1 Pedro 5:6,8-9).

Vivir el evangelio de Cristo es el único camino seguro para el hombre en este mundo turbulento y pecador.  Tenemos una multitud dudosa y discordante a quien nada le parece correcto.  Hay demasiadas voces intentando sostener el arca del convenio.

El profeta José Smith y su hermano Hyrum sellaron con su sangre y con su vida su testimonio de la verdad de la obra de Dios en los últimos días, acto que cumplimenta una declaración del apóstol Pablo a los santos hebreos:

«Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador.»

«Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive» (Hebreos 9:16-17).

Yo humildemente exhorto a todos los que me escuchan, quienes empeñosamente y con sinceridad desean conocer la voluntad de Dios, a estudiar el plan del evangelio de su Hijo Jesucristo.  Orad acerca de ello y poned a prueba esta promesa de Santiago.  Yo os aseguro que Dios no dejará de daros una respuesta.  El calor del Espíritu entrará en vuestra alma, y dará paz y contento a vuestro corazón.

Repito una vez más la declaración del apóstol Santiago: «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.  Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.  No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.  El hombre de doble ánimo es inconstante en todos los caminos.»

Oro humildemente, mis hermanos y hermanas, pidiendo que seamos fieles y veraces a nuestra fe, caminando siempre en obediencia a los mandamientos.  Yo sé que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de Últimos Días es verdadera.  Yo sé que el evangelio es verdadero.  Yo sé que el evangelio es el poder de Dios para salvación.  Yo sé que somos guiados divinamente hoy y que la Iglesia invita a los sinceros y fieles hijos de Dios de todas las edades y naciones a venir a Cristo y prepararse para ser dignos de entrar en su reino.  Que todos podamos tener ese deseo, lo pido humildemente en el nombre de Jesucristo.  Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario