Conferencia General Octubre de 1972
Cuán gran su protección

Por el élder Boyd K. Packer
Del Consejo de los Doce
Después de estar ayer y hoy con el presidente Lee, creo que podréis imaginaros la experiencia que tenemos cuando nosotros como Autoridades Generales vamos al Templo a recibir dulces consejos junto con él.
Fue en una de estas reuniones, hace algún tiempo, que me vino la inspiración en cuanto al tema que desarrollaré hoy. En dicha reunión cantamos como primer himno, «Cuán gran la ley de Dios». Más tarde, en una oración el presidente Lee incluyó esta frase del himno: «¡Cuán gran su protección! que todos gozarán» (Himnos de Sión, 150). Luego reverentemente le dio gracias al Todopoderoso por la seguridad y protección de sus santos, y en dicha oración imploró por la continuación de esa protección sobre ellos.
Me sentí profundamente lleno de gratitud ya que en un mundo caracterizado por la inquietud, y aun la violencia, hay personas que se preocupan los unos por los otros.
Pablo le dijo a los santos en Efeso: «Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios» (Efesios 2:19.)
Ser conciudadanos de los santos tiene un gran significado; todos pueden recibir esa ciudadanía a través de la ordenanza del bautismo, si se
arrepienten y se preparan. Entonces, como miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días nunca tienen porqué estar solos.
El individuo es considerado como hijo de Dios. A los miembros de la familia se les enseña a sostenerse el uno al otro; y en dichas familias se cumple en parte esta declaración: cuán gran su protección. Entonces la estructura familiar queda maravillosamente acoplada en el modelo de la organización de la Iglesia.
Cuando los jóvenes y señoritas se encuentran lejos del círculo familiar, no son abandonados, ya que se les continúa cuidando. Cuando contraen matrimonio, el cielo empieza de nuevo.
Algunos no se casan, pero no son dejados solos.
Cuando los hijos dejan el hogar para empezar familias propias, los padres —llamados ahora abuelos— afrontan la vida juntos como lo hicieron de recién casados. Esto es lo normal, esperado y deseable, ya que la vida del Señor es un giro eterno. Nunca se les deja solos.
A los hijos se les enseña a honrar a sus padres, pero algunas veces viven a grandes distancias; en cualquier caso la Iglesia está a su alcance para velar por ellos.
Entonces, cuando uno de ellos se ha ido, la viuda anciana no queda sola; ya que de nuevo la organización de la Iglesia está alerta para velar por sus necesidades —espirituales y temporales, si esto llega a ser necesario— a fin que ella pueda gozar de protección.
El procedimiento es sencillo. Dos poseedores del sacerdocio son llamados por su presidente de quórum y asignados por el obispo a visitar regularmente el hogar de cada miembro, con el título de Maestros orientadores del sacerdocio; ellos son los guardianes del individuo y de la familia.
Al haber decidido hablar acerca de la orientación familiar del sacerdocio, me doy plena cuenta de que existen algunas actividades en la Iglesia que son más emocionantes y otras más interesantes. Quizás la mayoría sean más atractivas.
Hace algún tiempo me encontraba en una casa después de una reunión sacramental. La madre le preguntó a su hijo adolescente cómo le había ido durante el día; el joven,
intrépido en la verdad y sin vacilar, tal como son los jóvenes por lo general, dijo: —Bien, excepto por la reunión sacramental.
La madre inquirió acerca de dicha reunión. y él respondió:
—¡Qué dichosos seríamos si pudiéramos dejar de oír a los miembros del sumo consejo hablar de la orientación familiar del sacerdocio y del plan de bienestar!
La madre mortificada dijo:
—Pero, David, el élder Packer está encargado de uno de esos programas en toda la Iglesia.
—Lo sé —contesto él— ¿por qué no hace algo al respecto?
Hijo, en este mismo momento estoy haciendo todo lo que sé al respecto. Permíteme explicarte algo. Quizás encuentres que estos dos programas, que están íntimamente relacionados, pueden ser muy interesantes; pero, sean interesantes o no, son vitales para tu seguridad.
Y de paso, joven, puedes incluirme con ese miembro del sumo consejo que habla de los programas básicos del sacerdocio; e incluye también con nosotros a tu entrenador que habla de disciplina y ejercicio, y a tu maestro de música que insiste en horas de práctica para unos pocos minutos de ejecución; incluye a tus padres, que insisten en que aprendas a trabajar y a poner atención a las cosas fundamentales de la vida.
Repito, algunas actividades podrán ser mucho más atractivas, pero no hay ninguna que sea más importante.
Es interesante notar que las cosas que son tan básicas son tomadas tan a la ligera; por ejemplo, tenemos en nuestro interior un abastecimiento de sangre que nos nutre para sostener el cuerpo, quitando los materiales de desperdicio y armado con una protección en contra de las enfermedades e infecciones. El abastecimiento de sangre es mantenido en movimiento por la agitación incesante y segura del corazón. Es vital para la vida.
No obstante, por lo general una astilla en el dedo recibe más atención y es de más preocupación. Nadie le pone demasiado interés a la palpitación del corazón hasta que existe la amenaza de que pueda interrumpirse o detenerse; es entonces que le prestamos atención.
Es sorprendente que la orientación familiar sea tomada tan a la ligera, que la mayoría de los miembros le presten tan poca atención, participando rutinariamente, y algunas veces casi con fastidio. No obstante, a través de ella llegan a los miembros de la Iglesia una protección y un cuidado no conocidos en ninguna otra parte.
Imaginaos a un hombre llamando a su compañero, generalmente a un adolescente, a pasar una noche visitando los hogares de cinco o seis familias. Ellos llegan para llevarles aliento, saber acerca de sus necesidades espirituales y preocuparse por su bienestar a fin de que todos sepan que hay alguien a quien pueden llamar en caso de necesidad.
Si azota la enfermedad, pronto llegará ayuda. Se puede cuidar a los niños; se pueden arreglar visitas. En esta fase unimos a los maestros orientadores del sacerdocio con las maestras visitantes de la Sociedad de Socorro. Muchas veces la aflicción radica en una enfermedad; es un adolescente con problemas o un pequeñito que no está yendo por el camino que debería seguir.
A través de este canal de la orientación familiar del sacerdocio puede fluir el poder que sostiene hasta el límite de las fuentes de la Iglesia sobre esta tierra. Esto no es todo, a través de este canal puede fluir un poder redentor espiritual hasta los límites del cielo mismo.
A través de la orientación familiar se han evitado almas hundidas en la desesperación; se ha provisto material necesario, se ha mitigado la aflicción; los enfermos han sido sanados a través de la unción. Mientras que la obra continúa sin ser publicada, es inspirada del Dios Todopoderoso y es básica para el sustento espiritual de esta gente.
Los líderes de la Iglesia ponen un gran esfuerzo para ver que la orientación familiar del sacerdocio dé resultado. A pesar de que se toma muy a la ligera, siempre se le ha prestado atención y siempre será así. Sus principios nunca han cambiado, ni con la sociedad variante, ni por las diversas adiciones a los programas de la Iglesia. Sin ellas la Iglesia muy rápidamente podría cesar de ser lo que es, Y repito nuevamente, a pesar de que algunas actividades puedan ser más halagadoras, ninguna es más importante.
Estoy agradecido por los muchos programas de actividad que tenemos; son un condimento, un aderezo o un postre y hacen la vida interesante, particularmente para nuestros jóvenes. Estoy en favor de ellos y no los descuidaría, ni tampoco se me podría persuadir a renunciar a ellos.
Puedo ver que una Iglesia sin orientación familiar podría ser para un joven tan insípida como una comida sin condimento o postre. No obstante, siento preocupación cuando nuestros líderes locales se concentran totalmente en un programa de actividad y descuidan la orientación familiar del sacerdocio.
Os digo, obispos, que sería lo mismo tratar de formar a un atleta con una dieta de dulces de chocolates y refrescos gaseosos que tratar de sostener a nuestros jóvenes con solamente programas de actividades. Quizás se sientan atraídos a ellos pero no sacarán demasiado provecho de los mismos. Ningún esfuerzo para redimir vuestra juventud puede ser más productivo que el tiempo y la atención prestados a la orientación familiar del sacerdocio, ya que el objetivo de ésta es fortalecer el hogar, y como dirían los adolescentes «ahí es donde está toda la acción». ¿No os dais cuenta de que cuando mantenéis abierto este canal al hogar, no solamente lo fortalecéis, sino que gozáis de actividades mejores y mucho más animadas?
Existen muchas maneras para edificar a nuestros jóvenes. Tenemos bastante inventiva y parecemos ser capaces de diseñar muchos métodos emocionantes; tarde o temprano lo haremos en la manera del Señor.
Acude a mi mente el recuerdo de un trampero que había ganado una modesta fortuna atrapando zorras; durante el invierno decidió viajar hacia el sur y dejó sus trampas al cuidado de un joven asistente cuidadosamente entrenado, al que había enseñado exactamente cómo poner las trampas y dónde colocar el cebo.
Al regresar durante la primavera, encontró, para su sorpresa, muy pocas pieles de zorra.
—¿Hiciste exactamente lo que te enseñé? preguntó el hombre mayor.
—Oh, no —fue la respuesta, —encontré un método mejor.
Vosotros, los obispos y directores de quórum, os exhorto a darles la debida atención a la orientación familiar del sacerdocio; no relevéis a los maestros orientadores, tratando de lograr lo que ellos debieran hacer en otra manera. Quizás inventéis mil métodos en un esfuerzo por fortalecer a vuestra juventud, pero tarde o temprano debéis volver a hacerlo a su manera.
Acude a mi mente esta declaración de las Escrituras:
«¿Quién soy yo —dice el Señor— para prometer y no cumplir?
«Mando, y los hombres no obedecen; revoco, y no reciben la bendición.
«Entonces dicen en sus corazones: Esta no es la obra del Señor, sus promesas no se cumplen. Pero ¡ay de tales! porque su recompensa viene de abajo y no de arriba» (D. y C. 58:31-33).
A vosotros que sois maestros orientadores —vosotros que hacéis la visita rutinaria, considerada no muy pocas veces como una molestia— no toméis esta asignación a la ligera ni la consideréis como una rutina. Cada hora que le dediquéis, cada paso que déis, cada puerta que toquéis, cada hogar que visitéis, cada aliento que brindéis, es una doble bendición.
En una verdad interesante el que los maestros orientadores frecuentemente aprenden en el curso de sus visitas a las familias. De hecho, aun en un momento de sacrificio y servicio del maestro orientador del sacerdocio existe frecuentemente la duda sobre quién se beneficia más: la familia a la que sirve o él mismo.
En mi experiencia, recuerdo una lección muy significativa; la aprendí cuando era maestro orientador.
Poco antes de casarme, fui asignado con un compañero mayor a trabajar como maestro orientador para una anciana que vivía la mayor parte del tiempo encerrada; era algo inválida y frecuentemente, cuando llamábamos a la puerta, nos indicaba que pasáramos. La encontrábamos incapaz de moverse y le trasmitíamos nuestro mensaje al lado de su lecho.
De alguna manera nos enteramos de que le gustaba mucho el helado de limón, y frecuentemente nos deteníamos en la tienda para comprarle helado antes de hacer nuestra visita. A causa de que sabíamos cuál era su sabor favorito, había dos razones por las que éramos bienvenidos en ese hogar.
En una ocasión el compañero mayor no pudo acompañarme por razones que ya no recuerdo; fui solo y seguí la costumbre de comprar una caja de helado de limón antes de visitarla.
La encontré en su cama; me expresó gran preocupación por un nieto que sería sometido a una delicada operación al día siguiente, pidiéndome que me arrodillara al lado de su cama y ofreciera una oración por el bienestar del joven. Después de la oración, pensando quizás en mi cercano casamiento, dijo:
—Esta noche yo te enseñaré.
Dijo que deseaba decirme algo y que siempre debía recordarlo. Luego empezó la lección que nunca he olvidado; empezó a contar algo de su propia vida.
Después de algunos años de haber contraído matrimonio en el templo con un buen joven, cuando se les estaba enfrentando con las actividades de la vida de casados y criando una familia, llegó un día una carta del «Apartado B» (En aquellos días una carta del «Apartado B», en Salt Lake City, era invariablemente un llamamiento misional.)
Para su sorpresa, fueron llamados como familia a ir a uno de los lejanos continentes del mundo para ayudar a inaugurar el país para la obra misionera. Sirvieron fielmente y bien, y después de varios años volvieron a su hogar, para empezar de nuevo las responsabilidades de criar a su familia.
Entonces esta mujer me habló de un lunes por la mañana; había habido cierta irritación y desacuerdo, luego algunas palabras ásperas entre marido y mujer. Es interesante notar que ella no pudo recordar cómo había empezado la discusión ni sobre qué asunto había sido.
—Pero nada dio resultado. Cuando se iba le seguí hasta la puerta, y a medida que se dirigía hacia la calle en su camino al trabajo, tuve que gritarle esa última frase mordaz y amarga.
Luego, a medida que las lágrimas le empezaban a brotar libremente, me habló del accidente que había ocurrido ese día por causa del cual él ya no había regresado.
—Por cincuenta años —sollozó— he vivido en un infierno sabiendo que las últimas palabras que el oyó de mis labios fueron esa frase mordaz y maligna.
Ese fue el mensaje para su joven maestro orientador; lo dejó grabado en mí con la responsabilidad de que nunca lo olvidara. Me he beneficiado grandemente con él; he llegado a saber desde ese entonces que una pareja puede vivir junta sin que jamás tenga que decirse una palabra hiriente.
Muchas veces he pensado en las visitas a este hogar, en el tiempo que pasé en los pocos centavos que gastamos en el helado. Esa pequeña hermana pasó al otro lado del velo hace mucho tiempo, lo mismo sucedió con mi compañero mayor, pero la poderosa experiencia de esa orientación familiar en donde el maestro orientador fue enseñado, todavía permanece en mi memoria, y he tenido la oportunidad de dejar su mensaje con las jóvenes parejas que se encuentran en el altar y al aconsejar a la gente por todo el mundo.
Hay un género espiritual en la orientación familiar del sacerdocio. Cada poseedor del sacerdocio que sigue adelante con su asignación puede salir beneficiado mil veces.
He oído a algunos hombres decir, en su respuesta a una pregunta acerca de su asignación en la Iglesia: «Solamente soy maestro orientador.»
Únicamente un maestro orientador: únicamente el guardián de un rebaño; únicamente el guardia de un rebaño únicamente el ministerio importa más; ¡solamente un siervo del Señor!
Es a causa de vosotros, los maestros orientadores del sacerdocio, que esta estrofa es verdadera.
¡Cuán gran su protección!
Que todos gozarán
Sus manos que la vida dan también nos
cuidarán.»
Testifico que Jesús es el Cristo, esta es su Iglesia y su Reino. Poseemos el sacerdocio y la autoridad delegada de El. Preside sobre nosotros un Profeta, que como hombre no puede extenderse hasta las lejanías de la tierra, a cada rama, misión, o estaca; sin embargo, por la delegación de la autoridad y las llaves que él posee, puede alcanzar, no solamente las estacas, los barrios y las ramas, sino que puede alcanzar los hogares, los individuos y bendecir y sostenerlos, a fin de que los santos gocen de protección. En el nombre de Jesucristo. Amén.























