Un misionero y su mensaje

Conferencia General Abril 1972

Un misionero y su mensaje

Hugh B. BrownPor el élder Hugh B. Brown
del Consejo dé los Doce


Mucho se ha dicho acerca de loa misioneros y la obra misional; ese ha sido el primer amor de mi vida, y han acudido a mi mente varias cosas que ocurrieron hace sesenta y ocho años cuando fui a Inglaterra. Me gustaría relataros una.

Varias veces había ido a cierta casa donde se me había rechazado y amonestado a no volver, pero me sentía inspirado a ir una y otra vez. Un día, al pasar frente a esa casa, sentí el impulso de ir a tratar una vez más de hacer contacto; usé la gran aldaba de bronce de la puerta sin ninguna respuesta. Desde afuera podía ver a una señora sentada en la sala tejiendo, de modo que hice un ruido considerable con esa aldaba. Al no responder a mi llamado, me dirigí hacia la puerta de atrás; esa puerta no tenía aldaba de manera que usé el bastón, y golpeé vigorosamente haciendo resonar los golpes por toda la casa.

A los pocos momentos salió la señora, y al verla me recordó mis tiempos en la granja cuando espantaba del nidal a la gallina clueca (veo que algunos de vosotros habéis tenido experiencia en granjas). Sabemos que cuando a una gallina clueca se la espanta del nidal sale con las plumas erizadas en dirección opuesta y el pico en constante movimiento, y esta mujer me recordó eso.

Me disculpé y le dije:

—Siento haberla interrumpido y haber insistido en una entrevista, pero, mi querida hermana, he viajado seis mil millas para traerle un mensaje que el Señor desea que reciba. El me envió aquí para traerle ese mensaje; dentro de unos días debo volver a Canadá, y debo decirle lo que el Señor quiere que sepa. Me respondió:

—¿Quiere decir que el Señor me envió un mensaje a mí?

Le dije: —Así es.

Le hablé acerca de la restauración del evangelio, la organización de la Iglesia y el mensaje de la restauración. Se sintió sumamente impresionada por lo que le dije, y al irme agregué:

—Siento mucho haberla molestado, pero no podía negarme a llevar el mensaje y la misión que me fueron encomendados cuando vine a este lugar. Cuando nos volvamos a ver, y nos volveremos a ver, usted me dirá: «Gracias por haber venido a la puerta de atrás; gracias por quererme lo suficiente para traerme el mensaje del Señor. Cuando usted se fue, casi no pude contenerme; me sentía preocupada, molesta y me preguntaba qué era todo eso. Por fin fui a la casa de misión, obtuve alguna literatura, estudié y me convertí a la Iglesia con mi familia.»

Diez años más tarde me encontraba de nuevo en Inglaterra, esta vez como soldado, y al finalizar la reunión, una señora se acercó a mí con sus dos hijas y me dijo: —Le doy gracias a Dios y a usted por haber venido a mi puerta con este mensaje hace muchos años. Mis hijas y yo nos unimos a la Iglesia y dentro de poco iremos a Utah, y le agradecemos a Dios que usted tuviera el valor, la fortaleza y la fe para venir a mí con ese divino mensaje y dejármelo en el nombre del Señor «.

Mis hermanos, quiero testificaros en cuanto a la divinidad de esta obra. Con todo mi corazón os testifico que sé que ésta es la obra de Dios; sé que el evangelio ha sido restaurado, sé que los hombres que están dirigiendo la Iglesia son inspirados y dirigidos por El, quien loa eligió. Sé que el evangelio seguirá rodando hasta que llene toda la tierra, y espero con ansia el día en que todos nosotros seamos unidos en el otro lado y llevemos a cabo la obra que tan débilmente hemos tratado de efectuar aquí en la tierra.

Dejo este testimonio y mi bendición con vosotros; rogando a Dios que bendiga a todos los presentes, así como a todos los que nos estén escuchando; de hecho a todos los hombres del mundo.  Oh Padre, bendice a estas personas para que puedan aceptar el espíritu de esta obra y se dediquen afanosamente a propagar el evangelio de Jesucristo a todo el mundo.

Dejo este testimonio, este mensaje y esta oración con vosotros, humildemente, en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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