Mediante la Iglesia se recibe la salvación

Conferencia General Abril 1973

Mediante la Iglesia se recibe la salvación

por el élder Mark E. Petersen
del Consejo de los Doce


Cuando el Salvador estableció su Iglesia durante su ministerio terrenal y al ir desarrollándose ésta más adelante, mediante los Doce apóstoles de esa época, un hecho importante llegó a ser visiblemente claro: que únicamente mediante la Iglesia se recibe la salvación.

No se recibe mediante ninguna organización o grupos separados ni ningún individuo en particular, sino solamente por medio de la Iglesia misma, como lo estableció el Señor. La Iglesia fue organizada para la perfección de los santos.

La Iglesia fue dada para la obra del ministerio. La Iglesia se instituyó para edificar el cuerpo de Cristo, como lo explicó Pablo a los efesios.

Por lo tanto, se manifestó claramente que la salvación está en la Iglesia, es de la Iglesia, y se obtiene sólo mediante la Iglesia.

El Señor estableció un camino angosto, y observó que «pocos serían los que lo hallasen.»

No sólo estipuló que la salvación había de recibirse mediante su Iglesia regularmente constituida, sino que estableció salvaguardias a fin de proteger a sus miembros y evitar que fuesen llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagemas de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error. (Véase Efesios 4:14.)

Esas salvaguardias, de acuerdo con la epístola de Pablo a los efesios, descansaban principalmente en las personas de los apóstoles y los profetas, a quienes Dios colocó a la cabeza de la Iglesia para ese propósito específico. Ellos eran los líderes inspirados de la Iglesia, los portavoces del Señor, y sus inspirados mensajes a la gente eran la voluntad del Señor, la intención del Señor, la voz del Señor y el poder de Dios para la salvación. (Véase D. y C. 68:4).

Con tal guía celestial nadie debería errar el camino.

Pero hubo hombres, en los tiempos mismos del Señor, que enseñaban doctrinas falsas y conducían a la gente hacia senderos errados. El Salvador criticó severamente a éstos acusándolos de apostatar de la misma ley de Moisés que ellos pretendían predicar.

A éstos dijo: «¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley?» (Juan 7:19).

Y dijo otra vez: «Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él» (Juan 5:46).

¡Qué triste comentario! Si la gente hubiese creído a Moisés en vez de creer a los artificiosos y falsos maestros de sus días, habría aceptado a Cristo, porque Moisés escribió sobre Cristo. Y si hubieran aceptado a Jesús, habrían recibido salvación por medio de su Iglesia. Pero enceguecidos por los falsos maestros, rechazaron tanto a Moisés como a Cristo, y de este modo nunca se unieron a la Iglesia del Señor, y por lo tanto no recibieron la salvación.

Evidentemente, no se encuentran en nuestras Biblias actuales todos los escritos de Moisés; pero deben de haber estado en los tiempos del Salvador, pues Jesús criticó a los ancianos y a los escribas por no creer en lo que decía Moisés al testificar de Cristo.

¿No es interesante que este profeta testificara sobre el Salvador y que por no creer en él, la gente, tampoco estuviese preparada para recibir a Cristo? (Véase Gálatas 3:24-25.)

Moisés no fué el único que escribió sobre el Señor. Refiriéndose a Jesús, Pedro dijo: «De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre » (Hechos 10:43).

En el capítulo 28 de Hechos, leemos que cuando Pablo estaba en Roma, recibió muchos visitantes «a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndolos acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas» (Hechos 28:23).

Es evidente que en esa época había escrituras que hablaban repetidamente del Salvador porque todos los profetas dieron testimonio de Él.

Por consiguiente, no había excusa para aquellos que guiaban a los individuos por senderos errados, persuadiéndolos a crucificar al Señor, sabiendo a ciencia cierta que las escrituras hablaban claramente de Él.

Estos falsos maestros de los tiempos del Nuevo Testamento establecieron cultos propios, separados y aparte de la verdadera obra de Dios, y con sus tradiciones de hechura de hombres constituyeron la principal oposición a Jesús, cuando comenzó su ministerio.

Vosotros conocéis los nombres de algunos de estos cultos. Los fariseos y los saduceos eran los más conocidos; ambos eran apostatas en sus enseñanzas y ambos eran condenados por el Señor, al paso que los dos desarrollaron la intolerancia religiosa que finalmente llevó a cabo la crucifixión.

Otros de estos cultos eran:

Los saduceos que intentaban imponer una observancia más estricta de las leyes mosaicas.

Los esenios, que se cree, escribieron los papiros del Mar Muerto. Estos rechazaban la adoración en el templo.

Los celadores, que integraban un culto religioso anti romano.

Entre los más fuertes se contaban los helenistas, que trataban de imponer a la gente la filosofía griega intentando fusionarla con la ley mosaica, y que también rechazaban la adoración en el templo.

Los acontecimientos de la separación se verificaron muy temprano como se registran en el capítulo sexto de Juan. Si habéis leído ese capítulo del Nuevo Testamento, recordaréis que muchos de sus discípulos no aceptaban totalmente su doctrina y por lo tanto se alejaban y no lo seguían más.

Con evidente congoja, Jesús se volvió a los Doce preguntándoles: «¿Queréis acaso iros también vosotros?» Entonces Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.»

Fijaos en que las palabras de vida eterna no estaban con aquellos que se alejaron sino con aquellos que permanecieron fieles y leales.

Posteriormente, durante la administración de los Doce, se desarrolló nuevamente una seria apostasía. Como resultado, casi todas las epístolas del Nuevo Testamento fueron escritas para combatirla.

Los historiadores dicen que dentro de los primeros cien años después de Cristo surgieron como treinta grupos y denominaciones separadas de cristianos.

Mayores evidencias de la temprana apostasía en la Iglesia, caen enérgica y particularmente dentro del círculo de nuestra atención, por la forma en que Pablo escribió su primera epístola a los corintios. En ella, testificaba que no podía haber divisiones en Cristo. Decía: » Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer» (1 Corintios 1:10).

Algunas de las denominaciones que se desarrollaron durante los primeros años del cristianismo fueron las siguientes:

Los judeo-cristianos, que intentaron judaizar el cristianismo y forzarlo a incluir los ritos mosaicos.

Los milenarios.

Los ebionitas, que preservaron la costumbre de usar agua en vez de vino en la Santa Cena.

Los gnósticos, que rechazaban a Jehová y la ley mosaica.

Algunas sectas bautistas.

Los arcónticos, que enseñaban la existencia de una madre suprema en los cielos.

Los coptos, que todavía existen en Egipto.

Los cristianos sirios.

Los maniqueos, y otras sectas.

Después de la caída de Jerusalén, alrededor del año 70 D.C., los helenistas adquirieron ventaja en la religión cristiana aprovechándose de la influencia griega, que cobró superioridad en la cultura existente en la región. Las ideas filosóficas griegas se introdujeron firmemente en la imagen cristiana, cambiando las doctrinas y las prácticas del evangelio. Esto se comprenderá más fácilmente al recordarse que Arrío y Anastasio, de la controversia del credo niceno, eran filósofos griegos. Esta es también la razón de que los primeros manuscritos del Nuevo Testamento estuviesen escritos en griego.

Estos hechos de la historia revelan claramente la importancia de evitar los grupos apóstatas, pues como lo expresó Pablo, algunos dicen «Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas» (1 Corintios 1:12), pero Cristo no puede ser dividido. No hay otro Salvador sino Jesús, y El salva sólo en su camino angosto y no de acuerdo con credos y ritos hechos por el hombre.

Es sumamente importante, entonces, que los miembros no se separen de la Iglesia verdadera ni apostaten de ella, ni sean culpables de comportamiento alguno que justifique su excomunión.

Cuando los individuos se separan de la Iglesia del Señor, se separan de este modo del medio de salvación.

En la actualidad, algunas personas han creado sus cultos propios, y entre ellos hay quienes intentan refugiarse en la sección 85 de Doctrinas y Convenios. Pretenden decir que la Iglesia ha errado el camino, que sus líderes ya no son inspirados y que se necesita a alguien «poderoso y fuerte» para que se haga cargo de los asuntos del Señor; y sin muestra alguna de modestia en lo que respecta a sus partes, ellos mismos se ofrecen como voluntarios para el cargo.

En esa sección de Doctrinas y Convenios hay un versículo en particular que ellos no consideran y que es especialmente pertinente; dice que los apóstatas y los otros que hayan sido desarraigados de la Iglesia, no se encontrarán entre los santos del Altísimo en el último día. ¿Por qué? Porque la salvación está en la Iglesia, y no en otra parte.

Escuchad las palabras del Señor:

«Y los del sumo sacerdocio, así como los del sacerdocio menor, o los miembros, cuyos nombres no se hallen escritos en el libro de la ley, o se descubra que han apostatado, o han sido excomulgados de la Iglesia, no tendrán herencia entre los santos del Altísimo en aquel día» (D. y C. 85:11).

Pero los que forman cultos aparte no son los únicos que son excomulgados de la Iglesia; están aquellos que son desarraigados por transgresiones morales y otras infracciones de los reglamentos de comportamiento del Señor. Estos también deben meditar más cuidadosamente en esta escritura.

Si los hombres creyeren en Dios siquiera un poco, si tuviesen alguna consideración en lo que respecta a su propia salvación, ¿no se darían cuenta, como lo dice la escritura, de que la salvación viene mediante la Iglesia, y que si los individuos son desarraigados de ella por alguna razón, pierden así su herencia en el reino de Dios?

El presidente Brigham Young fue muy enérgico al describir lo que aguarda a los apóstatas cuando dijo:

«¿Por qué apostata la gente? Sabéis que nos hallamos embarcados en el ‘viejo barco de Sión.’ Nos encontramos en medio del océano; viene una tormenta, y como dicen los marineros, ardua será la lucha del buque en contra del viento y el mar. ‘Yo no me quedaré aquí,’ dice uno; ‘no creo que este sea el barco de Sión.’ ‘Pero estamos en medio del mar.’ ‘No me importa, yo no me voy a quedar aquí.’ Se quita la chaqueta y salta al agua. ¿Se ahogará? Sí. Y así sucede con aquellos que dejan esta Iglesia. Ella es el ‘viejo barco de Sión’, permanezcamos en él.»

Y entonces agregó: «Si la luz del Altísimo no brilla desde este lugar, no necesitáis buscarla en ninguna otra parte.»

Más adelante, este importante hombre en Israel, declaró:

«Cuando en cualquiera de los miembros de la Iglesia se manifieste una disposición a poner en duda los derechos del Presidente de toda la Iglesia para dirigir en todas las cosas, veréis manifestadas las evidencias de la apostasía . . . de un espíritu que si se anima, conducirá a una separación de la Iglesia y a la destrucción final; cuando surja una disposición a especular en contra de cualquier oficial legalmente asignado de este Reino, no importa qué cargo ocupe, si ésta persiste, conducirá a los mismos resultados.» Así habló el presidente Brigham Young. (Discourses of Brigham Young—Deseret Book C., 1943—, páginas 82-83, 85.)

El idioma del Señor es sencillo y se comprende fácilmente. Si algunos han apostatado de la Iglesia o han sido excomulgados de ella por tribunales debidamente asignados y dispuestos por el Señor, no hallarán herencia entre los santos del Altísimo a menos que se arrepientan.

La salvación no se encuentra en los grupos separados de la Iglesia hoy en día más de lo que se halló en las diversas denominaciones de la antigüedad que corrompieron las enseñanzas de Moisés, o en las que en los primeros tiempos del cristianismo transgredieron las leyes, cambiaron las ordenanzas y rompieron el convenio sempiterno.

El Señor dice además en esta misma sección de Doctrinas y Convenios: «Y todos aquellos cuyos nombres no se hallen asentados en el libro de memorias, no hallarán heredad en aquel día, sino que serán desarraigados, y se les señalarán sus porciones entre los incrédulos donde es el lloro y el crujir de dientes» (D. y C. 85:9).

Hay algunos que aun habiendo sido excomulgados de la Iglesia, afirman que no les han sido quitado su sacerdocio y sus bendiciones del templo. Recordemos que las personas que tienen poder para sellar también tienen poder para desatar, pues el Señor ha dicho a sus siervos fieles: «y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos» (Mateo 16:19; D. y C. 132:146). La excomunión quita todos los derechos, privilegios y bendiciones de la Iglesia,

¿Qué otra cosa hay que sea tan valiosa como la salvación? ¿Y cómo ha de obtenerse? Solamente mediante la Iglesia y «participando activamente» en sus programas.

No hay otro camino; si no somos valientes en el testimonio de Jesús y si no nos arrepentimos, perdemos la corona en el reino y somos asignados a otra parte. (Véase D. y C. 76:79.)

Mas, cuan maravilloso es el arrepentimiento. El Señor ha dicho que si nos arrepentimos de nuestros pecados y desde ese momento en adelante guardamos todos sus estatutos, sobrevendrá sobre nosotros el perdón y la corrección será posible.

¿Qué mayor promesa puede esperar el descarriado?

El Señor vino a salvar pecadores; enseñó que el enfermo es el que necesita del médico. Por lo tanto, invita al «enfermo» como asimismo a todos los demás, a venir a Él, a arrepentirse y ser limpiados, santificados y salvados en su reino.

«¿Quiero yo la muerte ‘ del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?» (Ezequiel 18:23).

Y así, en su bondad y misericordia, Él se pone de manifiesto y dice:

«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11:28-30.)

Pero recordemos que su yugo no puede separarse de su Iglesia, y su carga requiere que todos nosotros vivamos por toda palabra que sale de la boca de Dios. Y de esto testifico humildemente en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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