Permaneced en los lugares santos

Conferencia General Abril 1973

Permaneced en los lugares santos

harold b. leepor el Presidente Harold B. Lee


Estamos agradecidos hacia aquellos que han contribuido al éxito y la inspiración de esta conferencia, especialmente con nuestras Autoridades Generales, quienes nos han dejado sus oportunos e inspirados mensajes. En nuestra capacidad dé Primera Presidencia, nos hemos percatado en los últimos seis meses, de que existía la necesidad de responder algunas preguntas, de decir desde este púlpito y en esta conferencia, cosas que son de interés general en este mundo convulso, a fin de establecer pautas para nuestras propias vidas.

No recuerdo otra ocasión en que las Autoridades Generales hayan tocado tan ampliamente las diferentes áreas que nos preocupan e interesan. Si deseáis saber lo que el Señor tiene para su pueblo en este tiempo, yo os aconsejaría obtener y leer los discursos de esta conferencia; porque lo que han dicho mediante el poder del Espíritu Santo tal es el pensamiento del Señor, la voluntad del Señor, la voz del Señor, y el poder de Dios para la salvación. Estoy seguro de que todos aquellos que han escuchado, si han estado en armonía con el espíritu de esta conferencia, han sentido la sinceridad y la profunda convicción de quienes han tomado la palabra tan apropiada y eficazmente.

Mi alma se llena de regocijo cuando pienso en los grandes hombres a quienes el Señor a llamado a su servicio en la Iglesia como Autoridad General y en otras responsabilidades, los Representantes Regionales de los Doce, los Representantes Misionales de los Doce y el Primer Consejo de los Setenta, así como todos aquellos que prestan sus servicios en las varias organizaciones de la Iglesia. Hemos tenido la oportunidad de observar con asombro el hecho de que cada vez que hemos necesitado a una persona para llenar un determinado cargo de vital importancia parece que la persona adecuada hubiera llegado a ocupar el puesto en forma casi milagrosa.

Al escuchar los discursos pronunciados en esta conferencia he recordado las instrucciones del profeta Alma, expresadas mientras un grupo de conversos esperaban en la ribera del río, para ser bautizados y al explicarles la naturaleza del convenio en el que estaban a punto de entrar, dijo: «y ya que deseáis entrar en el rebaño de Dios y ser llamados su pueblo y sobrellevar mutuamente el peso de vuestras cargas para que sean ligeras:

Sí, y si estáis dispuestos a llorar con los que lloran; sí y consolar a los que necesitan consuelo, y ser testigos de Dios a todo tiempo, y en todas las cosas y todo lugar en que estuvieseis aun hasta la muerte para que seáis redimidos por Dios y seáis contados con los de la primera resurrección, para que tengáis vida eterna — Digoos ahora que si éste es el deseo de vuestros corazones, ¿qué os impide ser bautizados en el nombre del Señor, como testimonio ante él de que habéis hecho convenio con él para servirle y obedecer sus mandamientos, para que pueda derramar su Espíritu más abundantemente sobre vosotros?» (Mosíah 18:8-10).

Quisiera llamaros la atención con respecto a uno de estos requisitos, particularmente lo que ha recalcado directa e indirectamente en esta conferencia: …si estáis dispuestos a sobrellevar mutuamente el peso de vuestras cargas para que sean ligeras. Si yo os preguntara cuál es la carga más pesada que podríamos soportar en esta vida, ¿qué responderíais? La carga más pesada que podemos soportar en esta vida es la carga del pecado ¿Cómo podemos ayudarle a alguien a soportar la pesada carga del pecado para que la misma llegue a ser ligera?

Hace algunos años, el presidente Romney y yo nos encontrábamos en nuestra oficina donde recibimos a un joven de preocupada expresión quien luego de presentarse nos dijo: «Hermanos, mañana voy a entrar al Templo por primera vez. En el pasado cometí algunos errores que me han tenido preocupado; hablé con mi obispo y con el presidente de estaca y a ambos (es hice una completa confesión de todos mis pecados; después de un periodo de arrepentimiento y habiéndome asegurado que no existe el peligro de reincidir, ellos me consideraron preparado para ir al Templo y recibir mis investiduras. Pero hermanos, eso no es suficiente. Yo quisiera tener la seguridad de que el Señor también me ha perdonado.»

¿Cómo responderíais vosotros a una pregunta como ésa? Después de pensarlo por un momento, recordamos las palabras del rey Benjamín, expresadas en su discurso del libro de Mosíah. Se encontraba allí un grupo de personas que querían recibir el bautismo, y dijeron ser conscientes de su condición carnal: Y todos a un grito, diciendo: ¡Oh, ten misericordia, y aplica la sangre expiatoria de Cristo para que recibamos el perdón de nuestros pecados y sean purificados nuestros corazones;. . .

“Y aconteció que después de haber hablado estas palabras, el Espíritu del Señor descendió sobre ellos, y se llenaron de gozo, habiendo recibido la remisión de sus pecados, y teniendo la conciencia tranquila. . .» (Mosíah 4:2-3).

Ahí se encuentra la respuesta.

Si hiciereis todo lo posible para arrepentiros sinceramente de vuestros pecados, quienquiera que seáis, dondequiera que os encontréis, y si hubiereis hecho las debidas correcciones y restituciones; si habiendo sido algo que afectara vuestra condición de miembros de la Iglesia hubiereis recurrido a las autoridades correspondientes, entonces, con seguridad, desearéis recibir la respuesta confirmatoria del Señor, para saber si El os ha perdonado o no. Si en la profunda investigación de vuestra alma encontráis la paz de conciencia que buscáis, así podréis llegar a saber que el Señor os ha perdonado. Satanás, por lo contrario, desearía que pensarais y sintierais en forma diferente, y muy a menudo os convence que después de haber cometido un error, debéis seguir adelante en la senda del pecado, sin retroceder. Esa es una gran falsedad. El milagro del perdón se encuentra a disposición de todos aquellos que abandonen el pecado y no reincidan en él, porque el Señor nos ha dicho en una de sus revelaciones modernas: «. . .id y no pequéis más; pero los pecados anteriores del que pecare volverán a él, dice el Señor vuestro Dios.» (D. y C. 82:7). Tened esto en cuenta, todos vosotros, los que estéis afligidos por la carga del pecado.

Y vosotros los maestros, que podáis ayudar a sobrellevar esa gran aflicción a aquellos que deben soportarla y que tienen la conciencia tan cargada que se mantienen inactivos y no saben a dónde dirigirse para encontrar las respuestas que alivien su alma. Ayudadles a alcanzar ese día de arrepentimiento y restitución en que puedan lograr paz de conciencia, la confirmación del Espíritu del ` Señor de que El ha aceptado su arrepentimiento.

En esta conferencia, las Autoridades Generales han hecho el llamamiento de ayudar aquellos que necesitan ayuda, no sólo temporal. Los milagros más maravillosos que he tenido la oportunidad de presenciar en la actualidad, no son precisamente la cura de cuerpos enfermos sino la cura de espíritus enfermos, de aquellos que están enfermos tanto en el espíritu como en el alma de los abatidos y descreídos, de los que se encuentran al borde del colapso, tanto nervioso como espiritual. Tratamos de llegar a todos los que están en ese estado y darles la ayuda que necesiten, porque son preciosas criaturas a la vista del Señor, y no queremos que nadie sienta o crea que ha sido olvidado.

He leído una y otra vez la experiencia de Pedro y Juan cuando pasaban por la puerta del templo llamado La Hermosa. Ahí estaba un hombre que nunca en su vida había caminado, inválido desde su nacimiento, pidiendo caridad a todo el que pasaba por la puerta. Cuando Pedro y Juan se aproximaron a él, levantó su mano expectante, pidiendo caridad. «Pedro dijo: «Míranos.» Y, claro está, eso hizo que su expectación aumentara. «Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda» (Hechos 3:4-6).

Ahora, con los ojos de mi mente puedo ver a este hombre, puedo captar su pensamiento: «¿Acaso no sabe este hombre que nunca he caminado? ¿Cómo es que me manda caminar?» Pero el registro bíblico no termina ahí. Pedro no se contentó con mandarle que caminara, sino que «tomándole por la mano derecha le levantó» (Hechos 3:7). ¿Podéis ver ahora esta noble alma? AL presidente de los apóstoles abrazando quizá a este hombre frente a una multitud diciendo: «Ahora amigo, sé valiente. Daré unos pasos contigo. Vamos a caminar para que veas que puedes hacerlo, porque has recibido una bendición mediante el poder y la autoridad que Dios nos ha dado como sus siervos.» Entonces el hombre saltó de júbilo.

No podréis ayudar a nadie a subir si vosotros mismos no estáis en un lugar más elevado que él. Debéis estar seguro, si queréis rescatar a este hombre, de que vosotros mismos estáis dando el ejemplo de lo que él debe ser y hacer. No podréis encender el fuego en el alma de nadie a menos que vuestra propia alma esté ardiendo. Maestros, el testimonio que poseéis, el espíritu con que enseñáis y dirigís, es una de vuestras posesiones más valiosas al ayudar a fortalecer a aquellos que tanto necesitan, y a los cuales podéis dar tanto. ¿Quién de nosotros, independientemente de la situación en que se encuentre, no necesita fortaleza?

Quisiera que aprendierais algo que me sucedió hace algunos años. Sufría yo en aquel entonces de una úlcera que empeoraba poco a poco. Mi esposa Joan y yo nos encontrábamos de visita en una de las misiones de la Iglesia, y en determinado momento sentimos la imperiosa necesidad de regresar a nuestro hogar, tan pronto como fuera posible, aun cuando habíamos hecho planes de asistir a algunas reuniones más.

Durante nuestro viaje de regreso, nos encontramos sentados en la parte delantera del avión; otros miembros de la Iglesia que nos acompañaban en el viaje, se encontraban en la otra sección. En determinado momento sentí que alguien me ponía las manos sobre la cabeza. AL mirar hacia arriba para ver de quién se trataba comprobé que no había nadie a mi lado que pudiera haberlo hecho. Lo mismo volvió a suceder antes de llegar a nuestra casa, repitiéndose en forma similar a la primera. Quién lo hizo, porqué medio, nunca lo sabré, pero lo que sí supe Fue que recibí una bendición, que según más tarde pude comprender, necesitaba desesperadamente.

Tan pronto como llegamos a casa, mi esposa llamó al doctor. Eran más o menos, las 11:  00 de la noche. Por teléfono el médico me preguntó cómo me encontraba, a lo cual le contesté que estaba muy cansado pero que creía que no era nada de importancia. Pero poco después experimente una hemorragia masiva que si hubiera tenido lugar durante el viaje de regreso muy probablemente no me encontraría hoy aquí, hablando con vosotros.

Yo sé que hay poderes divinos que nos socorren cuando es imposible conseguir otro tipo de ayuda.

Los vemos manifestarse en los países que consideramos subdesarrollados, donde hay poca asistencia médica y pocos hospitales. Si queréis escuchar de grandes milagros entre este humilde pueblo de fe sencilla, los veréis entre ellos cuando son dejados a sus propios recursos. Si, yo sé que tales poderes son reales.

AL percibir la abrumadora magnitud de la responsabilidad que he recibido ahora si me hubiera dedicado a meditar sobre la carga que eso significa; esta sola idea me habría devastado y habría sido incapaz de llevarla a cabo. Pero al haber sido guardado por el espíritu para elegir a dos nobles hombres, cuyas poderosas palabras de enseñanza y testimonio habéis oído hoy, el presidente N. Eldon Tanner y el presidente Marion G. Romney, comprendí entonces que no tendría que cargar solo con tan tremendas responsabilidades. Más aún, cuando semanalmente nos reunimos en el Templo y tenemos la oportunidad de ver a los doce hombres que nos acompañan, comprendo perfectamente que se trata de los mejores hombres que existen.

Una vez al mes, el primer jueves (apenas fue la semana pasada debido a la conferencia general nos reunimos con todas las Autoridades Generales, excepto algunas que no pueden acompañarnos.

Nos ha dado mucho gusto poder contar con la presencia del presidente Hugh B. Brown en esta conferencia. Desearíamos que el hermano Alvin R. Dyer hubiera estado con nosotros. ***El hermano Alma Sonne pudo acompañarnos.

Hemos hablado con la hermana Dyer, y estamos orando para que el hermano Dyer pueda recobrar rápidamente su fortaleza habitual. Estos hombres y sus familias están soportando grandes cargas y responsabilidades.

El otro día nos reunimos en el seminario para Representantes Regionales de los Doce. Estos hombres están cubriendo toda la tierra actualmente, aun ‘.. hasta cada rincón de ella. Los miembros ‘.recién bautizados que saben poco acerca del evangelio y aún menos acerca de sus disciplinas, deben ser enseñados, si es que queremos que la Iglesia sea conducida con seguridad, Estos hombres, que han sido escogidos de entre los más fuertes que tenemos en la Iglesia, están bajo la dirección del Consejo de los Doce. También están los Representantes de Misión de los Doce y el Primer Consejo de los Setenta, asociados con ellos. Ellos están llegando hasta los más humildes, para enseñarles estos principios básicos, enseñándoles de la manera en que el profeta José Smith sugirió cuando se le preguntó: «¿Cómo gobierna usted a su pueblo?» Su respuesta fue: «Yo les enseño principios correctos, y ellos se gobiernan solos.»

Ellos no deben hacer todo e1 trabajo solos. Como les hemos dicho, ellos deben actuar como «entrenadores», más que como «capitanes» de un equipo de fútbol; enseñándoles a los capitanes cómo dirigir el equipo, por medio de principios correctos. Ellos son hombres de fe. Y cuán agradecidos estamos por tener a todos estos colaboradores, que con gran esfuerzo, gasto de tiempo, distancia, y sacrificando sus negocios y familias, cumplen con su trabajo.

Vosotros grandes líderes, presidencias de estacas obispados, presidencias de misiones, líderes de los quórumes del Sacerdocio todos vosotros fieles santos, los que oráis por nosotros, donde quiera que os encontréis, quiero que sepáis que nosotros oramos vehementemente en los altares del Templo, por todos los fieles que oran por nosotros. ¡Que agradecidos estamos por teneros!

AL hablaros en los momentos finales de esta conferencia, me gustaría hacer referencia a un incidente, del cual lamento poder contaros parte solamente como consecuencia de las limitaciones que imponen algunas de sus partes componentes.

Fue poco antes de la dedicación del Templo de los Angeles. Todos estábamos preparándonos para la gran ocasión. Se trataba de algo nuevo en mi vida, cuando más o menos a eso de las 3 ó 4 de la mañana tuve una experiencia que no creo que fuera un sueño sino que tiene que haber sido una visión. Me encontré presenciando una gran congregación espiritual donde tanto los hombres como las mujeres se paraban de a dos o tres al mismo tiempo, y hablaban en lenguas». El espíritu era tan extraordinario que me pareció oír la voz del presidente David O. Mckay diciendo:

«Si deseáis amar a Dios, debéis aprender a amar y servir al prójimo. Esa es la forma en que podéis demostrar vuestro amor por Dios.»

Y hubo otras cosas más que vi y oí en esa oportunidad.

Por este motivo hoy me presento ante vosotros sin la más mínima duda sobre la realidad de la persona que preside esta Iglesia, nuestro Señor y Maestro Jesucristo.

Yo sé que es El quien preside sobre la Iglesia, y sé que, se encuentra más cerca de nosotros de lo que pensamos. No se trata de un Padre y Señor ausente. Tanto el padre como el Hijo se preocupan por nosotros, ayudándonos a prepararnos para el advenimiento del Salvador lo que podemos deducir por las señales que se hacen cada vez más evidentes.

Todo lo que tenemos que hacer es leer las Escrituras, especialmente la inspirada traducción de Mateo, capítulo 24, que se encuentra en los escritos de José Smith, en la Perla de Gran Precio, donde el Señor les aconseja a sus discípulos que permanezcan en los lugares santos, sin apartarse de los mismos, porque se aproxima la hora de su venida, aun cuando nadie sabe el día ni la hora. Así es como hay que prepararse.

Enseñad a vuestras familias en las noches de hogar, enseñadles a guardar los mandamientos de Dios, porque en ellos radica la única seguridad. Si así lo hicieren, los poderes del Todopoderoso descenderán sobre ellos como rocío del cielo y poseerán el Espíritu Santo. Eso puede ser nuestra guía, y ese tipo de Espíritu nos guiará y dirigirá hacia su sagrada mansión.

Y en el uso de mi privilegio para hacerlo, doy a vosotros, miembros fieles de la Iglesia, dondequiera que estéis, mi bendición. Dios os bendiga, que cuide de vosotros, que os preserve en vuestro camino de regreso a casa, que no haya accidente ni experiencia penosa en vuestro camino. Llevad a vuestros hermanos, en vuestros lugares de origen, el amor que sentimos por ellos; y en verdad, cuando salen los misioneros, nuestro amor se extiende no solamente a los miembros de la Iglesia, sino también a todos aquellos hijos de nuestro Padre que desean recibir la verdad del evangelio; hacedles gozar de todas las bendiciones que ahora tenemos.

Que el Señor nos ayude a entenderlo de ese modo y a hacerlo así, cumpliendo con nuestras obligaciones, para no encontrarnos en la desesperación en el día del juicio al reconocer que no hemos hecho todo lo que sabíamos debíamos hacer para que su obra progresara en justicia. Humildemente lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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