La salvación del hombre

C. G. Octubre 1974
La salvación del hombre
Por el Presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia

Marion G. RomneyMis queridos hermanos y amigos, os invito a uniros conmigo en oración, para que pueda tener el Espíritu del Señor mientras os hablo y vosotros también lo tengáis mientras escucháis. Voy a hablar hoy de algunos aspectos fundamentales del evangelio de Jesucristo, y voy a utilizar una cantidad considerable de escrituras; a fin de comprenderlas será necesaria la ayuda del Espíritu del Señor.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días afirma, como lo dice su tercer Artículo de Fe:

«Creemos que por la Expiación de Cristo todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia de las leyes y ordenanzas del evangelio.»

Voy a presentar algunos puntos de vista de la Iglesia de Jesucristo con respecto a este tema.

Salvarse, tal como se utiliza aquí, significa resucitar y regresar como alma mortal, santificada y celestializada, a la presencia y sociedad de Dios, para seguir ahí el inmortal curso del progreso eterno.

Para tener una idea de lo que esto significa, es necesario conocer la naturaleza de Dios así como la del hombre, y la mutua relación que hay entre ellos.

El hombre es un alma, o sea un ser de doble naturaleza, una persona espiritual revestida con un cuerpo tangible de carne y hueso.

Dios a su vez, es un alma perfeccionada, salva y que disfruta de la vida eterna. El es inmortal, así como exaltado al más alto grado de gloria, y se encuentra ya disfrutando esa bendita condición que también el hombre puede alcanzar mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio.

El Todopoderoso no está solo en su gloria eterna. Millares de almas que ya se han salvado, se encuentran con El, disfrutando de su compañía. Allí prevalece la relación familiar y nacen hijos espirituales; nuestros propios espíritus nacieron allí. La revelación moderna afirma el hecho de que todos los habitantes de los mundos son «engendrados hijos e hijas para Dios» (D. y C. 76:24). Dios, el Padre Espiritual, es en realidad el Padre de nuestros espíritus. Nosotros somos «su progenie», tal como lo declaró Pablo en su gran sermón ante el Areópago.

Dios el Padre es un alma inmortal. El hombre en cambio todavía no lo es. El hombre es un alma humana sujeta a la muerte.

Su cuerpo regresará después de la muerte a la tierra de donde salió; pero, ¿qué sucede entonces con su espíritu? Mucha gente ha meditado y continúa meditando en estas importantes preguntas. Shakespeare tuvo a su cargo el comentario, cuando puso en boca de Hamlet su famoso discurso de «Ser o no ser».

«Ser o no ser:
he aquí el problema! . . .
¡Morir. . .dormir; no más!
¡Y pensar que con un sueño
damos fin al pesar del corazón
y a los mil naturales conflictos
que constituyen la herencia de la carne!
¡He aquí un término devotamente apetecible
¡Morir. . .dormir!
¡Dormir! . . . ¡Tal vez soñar!
¡Sí, ahí está el obstáculo!
¡Porque es forzoso
que nos detenga el considerar
qué sueños pueden sobrevenir
en aquel sueño de la muerte,
cuando nos hayamos librado
del torbellino de la vida!
¡He aquí la reflexión
que da existencia tan larga al infortunio!
Porque, ¿quién aguantaría los
ultrajes y desdenes del mundo,
la injuria del opresor,
la afrenta del soberbio,
las congojas del amor desairado
las tardanzas de la justicia,
las insolencias del poder
y las vejaciones que al paciente mérito recibe
del hombre indigno,
cuando uno mismo podría
procurar su reposo con un simple estilete?
¿Quién querría llevar tan duras cargas,
gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa,
si no fuera por el temor de un algo,
después de la muerte,
esa ignorada región cuyos confines
no vuelve a traspasar viajero alguno,
temor que confunde nuestra voluntad
y nos impulsa a soportar
aquellos males que nos afligen,
antes que lanzarnos
a otros que desconocemos?
—Hamlet Acto tercero

En estas líneas, Shakespeare presenta en forma dramática la pregunta de lo que le sucede al espíritu del hombre después de la muerte, pero la deja sin contestar. El no sabía que el Señor dio una respuesta directa a esa pregunta.

Unos 75 años antes de Jesucristo, vivió en América un profeta de Dios llamado Alma, quien estaba sumamente preocupado por lo que le pasará al alma del hombre después de la muerte; este hombre buscó al Señor en oración con una fe tan poderosa, que El envió un ángel para revelarle lo siguiente:

. . .los espíritus de todos los hombres, luego que se separan de este cuerpo mortal, sí, los espíritus de todos los hombres, sean buenos o malos, son llevados ante aquel Dios que les dio la existencia.

«Y sucederá que los espíritus de los que son justos serán recibidos en un estado de felicidad que se llama paraíso: un estado de descanso, un estado de paz, donde descansarán de todas sus aflicciones, y de todo cuidado y pena.

«Y entonces acontecerá que los espíritus de los malvados. . .éstos serán echados a las tinieblas de afuera. . .

«Así que éste es el estado de las almas de los malvados; sí, en tinieblas y en un estado de terrible y espantosa espera de que la ardiente indignación de la ira de Dios caiga sobre ellos, y así permanecen en este estado, como los justos en el paraíso, hasta el tiempo de su resurrección.» (Alma 40:11-14).

La Iglesia acepta esta escritura como un hecho.

Estas palabras de Alma indican el hecho de una resurrección literal, tal como lo declaró Pablo cuando les escribió a los corintios:

«Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados» (1 Corintios 15:22).

La Iglesia cree en la doctrina basada en las escrituras, de que Jesucristo, mediante su victoria sobre la muerte, abrió la tumba tanto para sí mismo como para toda la humanidad; también cree que la resurrección es un paso indispensable en el camino hacia la salvación.

La Iglesia acepta la doctrina de que a continuación de la resurrección, cada persona —para entonces ya un alma inmortal— será citada al tribunal de la justicia de Dios donde recibirá un juicio final basado en su actuación durante su probación mortal, y que el veredicto estará fundado en su obediencia o desobediencia de las leyes y ordenanzas del evangelio. Si estas leyes y ordenanzas fueron observadas durante la vida mortal, el candidato será limpiado de las manchas del pecado por el efecto de la sangre expiatoria de Jesucristo, y recibirá la salvación en el reino celestial de Dios, para gozar allí de la vida eterna. Aquellos que no hayan obedecido las leyes y ordenanzas del evangelio, recibirán una recompensa inferior.

Alma dice lo siguiente de ese juicio final:

«Y entonces los justos resplandecerán en el reino de Dios.
«Mas he aquí, una terrible muerte sobrevendrá a los malos. . .y beberán las heces de una amarga copa» (Alma 40:25-26).

Unos 550 años antes de Jesucristo un profeta americano habló de cómo «por la expiación de Cristo todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio» de un modo tan magistral, que decidí concluir mis palabras de hoy con una cita bastante larga de ese registro. Llevará unos seis minutos escuchar esta escritura, pero bien valdrá la pena el tiempo que le dediquemos.

La recompensa por la comprensión y cumplimiento de lo que os voy a leer, es la vida eterna, el más grande de todos los dones de Dios: dirigiéndose a sus hermanos dijo:

«Porque sé que infinidad de vosotros habéis escudriñado mucho para saber acerca de las cosas futuras; por tanto, sé que vosotros no ignoráis que nuestra carne tendrá que perecer y morir; no obstante, en nuestros cuerpos veremos a Dios.

«Si, yo sé que él se manifestará en la carne a los de Jerusalén, de donde hemos salido, porque es propio que sea entre ellos; pues conviene que el Gran Creador se deje sujetar del hombre en la carne y muera por todos los hombres, a fin de que todos los hombres queden sujetos a él.

«Porque como la muerte ha pasado a todo hombre para cumplir el misericordioso designio del Gran Creador, también es necesario que haya un poder de resurrección, y la resurrección debe venir al hombre por motivo de la caída; y la caída vino a causa de la transgresión; y por haber caído el hombre, fue desterrado de la presencia del Señor.

«Por lo tanto [refiriéndose a la expiación que iba a hacer Cristo por las transgresiones humanas], deberá ser una expiación infinita, porque si no fuera infinita, esta corrupción no podría revestirse de incorrupción. De modo que el primer juicio que cayó sobre el hombre habría durado eternamente. Y siendo así, esta carne tendría que pudrirse y desmenuzarse en su madre tierra, para no levantarse jamás,

«¡Oh la sabiduría de Dios! ¡Su misericordia y gracia! porque he aquí, si la carne no se levanta más, nuestros espíritus quedarían sujetos a aquel ángel que cayó de la presencia del Dios Eterno, y se convirtió en diablo, para no levantarse más.

«Y nuestros espíritus habrían llegado a ser como él, y nosotros seríamos diablos, ángeles de un diablo, separados de la presencia de nuestro Dios para quedar con el padre de las mentiras, en miseria como él. . .

«Y a causa del plan de redención de nuestro Dios, el Santo de Israel, esta muerte de que he hablado, que es la muerte temporal, entregará sus muertos; y esta muerte es la tumba.

«Y la muerte de que he hablado, que es la muerte espiritual, entregará sus muertos; y esta muerte espiritual es el infierno. [Esa es una interesante definición: el estar privado de la presencia de Dios es el mismo infierno.] De modo que la muerte y el infierno han de entregar sus muertos; el infierno ha de entregar sus espíritus cautivos, y los cuerpos y los espíritus de los hombres serán restaurados el uno al otro; y se hará por el poder de la resurrección del Santo de Israel.

«¡Oh cuán grande es el plan de nuestro Dios! Porque por otro lado, el Paraíso de Dios ha de entregar (os espíritus de los justos, y la tumba los cuerpos de los justos; y los espíritus y los cuerpos serán restaurados de nuevo unos a otros, y todos los hombres se tomarán incorruptibles e inmortales y serán almas vivientes, con un conocimiento perfecto parecido al que tenemos en la carne; salvo que nuestro conocimiento será perfecto.

«Por lo que tendremos un conocimiento de toda nuestra culpa, y nuestra impureza, y nuestra desnudez; y los justos, hallándose vestidos de pureza, sí, con el manto de rectitud, tendrán un conocimiento perfecto de su gozo y de su justicia.

«Y cuando todos los hombres hayan pasado de esta primera muerte a vida, y hayan así llegado a ser inmortales, acontecerá que se presentarán ante el tribunal del Santo de Israel. Entonces seguirá el juicio, y serán juzgados según el santo juicio de Dios.

«Y tan cierto como el Señor vive. . .que aquellos que son justos permanecerán justos, y los que son sucios permanecerán sucios; por lo tanto los impuros son el diablo y sus ángeles. . .y su tormento es como un lago de fuego y azufre, cuyas llamas ascienden para siempre jamás, y no tienen fin.

«Pero he aquí, los justos, los fieles del Santo de Israel, aquellos que han creído en él, que han soportado la cruz del mundo y despreciado la vergüenza, éstos heredarán el reino de Dios que sido preparado para ellos desde la fundación del mundo, y su gozo será completo para siempre.

«¡Oh, la grandeza de la misericordia de nuestro Dios, el Santo de Israel! Pues él libra a sus santos de ese terrible monstruo el diablo, y la muerte, e infierno, y ese lago de fuego y azufre, que es tormento sin fin.
«¡Oh, cuán grande es la santidad de nuestro Dios! . . .
«Y viene al mundo para salvar a todos los hombres, si quieren oír su voz; porque he aquí, él sufre las penas de todos los hombres, sí, las penas de toda criatura viviente, tanto hombres como mujeres y niños, que pertenecen a la familia de Adán.
«Y sufre esto a fin de que todos los hombres resuciten, para que todos comparezcan ante él en el gran día del juicio.
«Y manda a todos los hombres que se arrepientan y se bauticen en su nombre con perfecta fe en el Santo de Israel, o no podrán salvarse en el reino de Dios» (2 Nefi 9:4-5, 16-23).

Del mismo modo, aquellos que «se arrepienten», y «creen en su nombre» y «se bautizan en su nombre», y «perseveran hasta el fin, se salvarán». (2 Nefi 9:24)

Tal es, mis queridos hermanos y amigos, la forma prescrita por el Señor, en la que todos pueden obedecer las leyes y ordenanzas del evangelio y ser por lo tanto salvos, mediante el sacrifico expiatorio de Jesucristo.

Os dejo mi testimonio personal de la verdad de estas enseñanzas y del hecho concreto de que la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, fue establecida, investida por el Salvador para enseñar y administrar los principios salvadores y las ordenanzas de su evangelio a toda la humanidad.

Con toda humildad, bondad, amor y sinceridad, os invitamos a escuchar cuidadosamente e investigar con oración nuestro mensaje. Si así lo hiciereis, vosotros también recibiréis un testimonio de la verdad y os encontraréis en el camino de la salvación, para lograr la meta del reino de Dios.

Que así suceda con todos nosotros, oro humildemente en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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