C. G. Octubre 1974
Una obra impostergable
Por el élder Eldred G. Smith
Patriarca de la Iglesia
Un joven menor de 18 años de edad recibió la visita de un mensajero celestial que le declaró era enviado de la presencia de Dios. Este mensajero, Moroni, fue el último Profeta que escribió en el Libro de Mormón. El joven era José Smith.
Moroni citó diversos pasajes de las escrituras, la mayoría de los cuales declaraban que había llegado el tiempo de preparar la vía para la venida de Jesucristo en su gloria. Citó a Malaquías, donde dice: «He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos» (Malaquías 3:1).
Esto recalca el hecho de que cuando el Señor venga nuevamente, vendrá «a su templo», lo que significa que deberá haber un templo en la tierra al cual El venga.
Moroni citó además los versículos quinto y sexto del capítulo, diferenciándose sus palabras ligeramente de lo que se encuentra en la Biblia:
«He aquí, yo os revelaré el sacerdocio por la mano de Elías el profeta, antes de la venida del grande y terrible día del Señor.
“. . . Y él plantará en los corazones de los hijos las promesas hechas a los padres, y los corazones de los hijos se volverán a sus padres. De no ser así, toda la tierra sería destruida totalmente a su venida» (José Smith 2:38-39).
Considero muy significativo el hecho de que entre las primeras instrucciones que se le dieron al Profeta en el proceso de la restauración del evangelio, se mencionase esta obra, la cual tiene que ver con los templos y las ordenanzas que en ellos se efectúan, e indica que es muy importante en los elementos esenciales del evangelio de Jesucristo.
Para cumplir con los requerimientos de este mensaje, debe haber un templo. Elías el profeta debe venir con la autoridad del sacerdocio, al mismo tiempo que debe haber miembros de la Iglesia que reúnan los registros de sus antepasados muertos y lleven a cabo la obra correspondiente, a fin de cumplir la promesa que se les hizo a aquellos, de que sus sellamientos también se llevarían a efecto.
Dios mismo estableció la primera familia con Adán y Eva. La familia no es una institución fundada por el hombre para que pierda su entidad con el tiempo y sea desechada en el curso del progreso humano. Todo lo que llevamos más profundamente asentado en el corazón y lo que para nosotros es más querido en nuestra vida, está asociado con nuestras familias; el amor gira en torno a ellas, y donde existe el amor se encuentra también la felicidad. Ciertamente no es bueno que el hombre esté solo. En su sabiduría, el Señor ha proporcionado la vía para que el hombre sea feliz en esta tierra y continúe llevando consigo ese gozo a través de toda la eternidad. El mayor gozo y felicidad se experimentan mediante la unidad familiar. Habiendo sido así durante toda la vida terrena, ¿por qué no ha de ser del mismo modo en la existencia venidera?
Esta unidad familiar es de tanta importancia que el Señor nos ha dado a conocer el hecho de que cuando el Milenio llegue a su fin, todos los individuos de la posteridad de Adán que hubieren aceptado el evangelio serán sellados como una familia por el poder del sacerdocio, que es el poder para sellar en la tierra, y que lo que se selle en la tierra será sellado en el cielo, y lo que se atare en la tierra será atado en los cielos. (Mateo 16:19.)
Toda persona que viene a esta tierra ha de tener la oportunidad de recibir todas las bendiciones de estos sellamientos, si los acepta antes del fin del Milenio. No sería posible que hubiese un Dios justo si fuese de otro modo.
Estas bendiciones con relación a los sellamientos se obtienen primero mediante la ordenanza del bautismo en la Iglesia de Jesucristo. Además la mujer es sellada a su marido por el tiempo de esta vida y por toda la eternidad; y los hijos que no hubieran nacido bajo el convenio de este matrimonio eterno deberán ser sellados a sus padres a fin de que puedan recibir todas las bendiciones como si hubiesen nacido bajo el «nuevo y sempiterno convenio» (D. y C. 132:4).
Aquellos que han muerto sin esta ley pueden tener el privilegio de recibir estas bendiciones por poder. Es ahí donde comienza nuestra responsabilidad. Debemos enseñar el evangelio primeramente a los vivos; después, hemos de buscar los registros de nuestros familiares que murieron sin esta ley y llevar a cabo por ellos esta grande e importante obra.
A nuestros antepasados les fue dada la promesa de que cuando se restaurase el evangelio en los últimos días, «los corazones de los hijos se volverán a sus padres» (D. y C. 2:2). Esto significa que debemos cumplir esa promesa efectuando la obra de las ordenanzas por ellos. Si no lo hacemos, puede peligrar nuestra propia salvación.
En esta tierra debe llevarse a cabo no sólo la ordenanza del bautismo sino también el sellamiento de las familias como unidad eterna. Por tanto, debemos primero, efectuar estas ordenanzas nosotros mismos para proceder en seguida a efectuarlas vicariamente por nuestros antepasados que se encuentran en el mundo de los espíritus. Estas ordenanzas sumamente sagradas han de llevarse a efecto en un santo templo erigido y dedicado al Señor para este mismo propósito.
En la revelación moderna el Señor mandó al profeta José Smith, diciéndole: «Edificad una casa a mi nombre, para que en ella more el Altísimo.
«Porque no existe lugar sobre la tierra a donde él pueda venir a restaurar otra vez lo que se os perdió, o lo que él ha quitado, aun la plenitud del sacerdocio» (D. y C. 124:27-28).
Estos templos son edificados con un propósito especial e importantísimo, donde los vivos puedan recibir sus más sagradas ordenanzas, donde las familias puedan ser selladas por toda la eternidad. La unidad familiar es la única organización eterna. Los templos son hermosos edificios, y en justicia han de serlo; mas no son sólo monumentos para recrear la vista, pues constituyen el único modo por el cual todos los justos, vivos y muertos, pueden recibir las bendiciones de la exaltación. Los vivos vienen primero, y entonces, después que ellos han efectuado estos santos sellamientos, deberán volverse a sus padres y abrir vicariamente el camino a sus antepasados, a fin de que éstos reciban estas mismas bendiciones.
Por este propósito debe efectuarse la búsqueda de los datos familiares. Muchos espíritus selectos se han reservado para venir a la tierra en este tiempo a fin de que puedan aceptar el evangelio y realizar la obra del templo por sus antepasados. Repetidas veces encuentro entre los convertidos a la Iglesia un hombre casado solo o una mujer casada sola o una pareja de marido y mujer, que son los únicos miembros de la Iglesia en su familia. En la mayoría de los casos ellos mismos, o algunos de sus parientes, poseen un buen registro de la genealogía familiar. Hay quienes se apresuran a enviar estos registros al templo a fin de que se efectúe la obra correspondiente por los muertos; sin embargo, son muchos los que tienen en sus manos innumerables nombres con los datos necesarios de sus antepasados pero que no los envían al templo. ¡No debemos demorar en enviarlos! El tiempo se acorta cada vez más. A medida que se van edificando más templos más obra puede efectuarse. Con cada nuevo templo que se construye, se puede efectuar la obra por los muertos por tres mil individuos más cada día. No retengáis estos registros; llenad los formularios correspondientes y enviadlos al templo.
Aun cuando el Señor ha inspirado gente a través de los siglos para preservar estos registros, si el demonio puede lograr persuadirnos a postergar la obra en el templo, tendrá éxito en su trabajo de frustrar la obra del Señor. Se cuenta la historia de que Satanás llamó a sus agentes a un concilio, preguntándoles qué habrían de hacer para combatir las fuerzas de la justicia. Uno de ellos dijo: «Iré y les diré que todo eso no es cierto». Satanás le respondió que eso no resultaría. El segundo propuso: «Les diré que sólo la mitad es verdad». Satanás repuso: «No, eso no sería suficiente». El tercero, dijo: «Les diré que todo es verdad, pero que no es necesario apresurarse». Satanás aprobó a este último diciéndole: «Ve tú, y hazlos demorar». Lucifer no puede ganar. Debemos realizar la obra del Señor por nuestros antepasados o la tierra podría ser «destruida totalmente a su venida» (José Smith 2:39). Parece que el destino de esta tierra depende del hecho de que efectuemos o no esta obra del templo.
El evangelio ha sido restaurado en éstos, los últimos días, para no ser nunca más quitado de la tierra, para brindar las bendiciones de la salvación y la exaltación a todos los hijos de Dios que prueben ser dignos mediante su fidelidad. El propósito de esta tierra y de nuestra vida aquí es otorgar a todos los descendientes de Adán la oportunidad de finalizar esta vida como miembros de una unidad familiar de existencia eterna.
Testifico que este es el evangelio de Jesucristo, restaurado en estos últimos días con toda la autoridad y el poder de su Sacerdocio para llevar a cabo la eternidad de la unidad familiar de todo el género humano, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























