Conferencia General Octubre 1978
Mi respuesta al llamamiento
Elder James E. Faust
del Consejo de los Doce
Presidente Kimball y mis amados hermanos y hermanas, nadie ha llegado jamás a este llamamiento con un mayor sentimiento de insuficiencia de lo que yo lo hago en este momento. En la dulce agonía de la meditación, en las largas horas de los días y noches transcurridas desde el jueves, he tenido el sentimiento de ser completamente indigno y falto de preparación.
Considero que un requisito fundamental para el sagrado apostolado es el de ser testigo personal de que Jesús es el Cristo y el Divino Redentor. Tal vez solamente en base a ese concepto pueda yo llenar los requisitos necesarios. He llegado a conocer esta verdad por medio de la indecible paz y el poder de Espíritu de Dios.
Deseo reconocer el consuelo y el apoyo que ha significado el amor de mi amada Ruth, quien es tanto parte de mí mismo como lo son mi corazón y mi alma. Deseo también expresar mi profundo amor y afecto por cada miembro de nuestra familia.
En la Primaria fue donde primero aprendí los nombres de los apóstoles tanto los antiguos como los de nuestra época. Mi madre fue una de mis maestras y estoy seguro de que jamás, ni en los más atrevidos de sus pensamientos, ella imaginó que alguno de aquellos a quienes ella enseñaba, llegaría un día a sentarse en el consejo de los testigos especiales del Señor Jesucristo.
He nacido con cierta afección a la vista que me impide distinguir determinados colores, y he aprendido a querer a todos los pueblos de los países en los que he sido misionero, soldado o Autoridad General, sin distinción del color de su piel. Tengo la gran esperanza de llegar a ser discípulo de acuerdo con el modelo y el ejemplo del presidente Kimball, y de las demás autoridades en su amor por todos, y especialmente por los humildes, los oprimidos, los pobres y afligidos, los necesitados y los pobres de espíritu. Sé que si olvidamos a estos, de ninguna forma podemos ser discípulos de Jesucristo.
Con tristeza reconocemos el fallecimiento de nuestro amado amigo, el élder Delbert L. Stapley. Nadie podrá jamás tomar su lugar en nuestro afecto y en nuestro corazón.
Expreso mi aprecio por el apoyo y el amor del presidente Kimball, del presidente Tanner, del presidente Romney, del presidente Benson y de todos los miembros del Consejo de los Doce. Al presidente Franklin D. Richards, al igual que a nuestros hermanos del Primer Quórum de los Setenta y otras autoridades generales, expreso mi eterno amor y aprecio. Consagro mi vida, toda mi energía y la poca habilidad que pueda tener, total, completamente, y sin reservas, a Dios y a su Profeta, el presidente Kimball. Sé que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; sé que el Salvador sabe que yo sé que El vive, por lo cual acepto con toda voluntad, el llamamiento, las llaves y el mandamiento, con la promesa de llevar a cabo el mejor trabajo que me sea posible, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
























