El idioma: un medio divino de comunicación

Conferencia General Octubre 1979
El idioma: un medio divino de comunicación
Por el élder Charles A. Didier

Charles A. DidierPadre nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre.» (3 Nefi 13:9.)

En la introducción de este ejemplo de oración dada por el Salvador mismo, se evoca un saludo de reverencia, amor y obediencia. Cada palabra ha sido elegida por su significado en particular, para inspirar nobles sentimientos, elevando nuestra alma a un nuevo nivel de comprensión. En verdad tenemos en este ejemplo una expresión y un modelo del idioma divino.

¿Qué son las palabras, las frases, los idiomas? ¿En qué manera nos afectan, a nosotros mismos, a nuestra familia, a nuestro Padre Celestial?

Una palabra, tan sólo una simple y única palabra puede causar una variedad de pensamientos e influencias; y una combinación de ellas puede expresar tanto una gran sabiduría como una gran tontería.

Con una palabra se puede expresar aprobación o negación, bendición o insulto, duda o conocimiento, amistad o enemistad. La manera en que la decimos, la entonación que le damos, pueden despertar el amor o el odio. Las palabras pueden ser ásperas, melodiosas, suavemente pronunciadas, comunes o violentas. Pueden rodar como una ola, provocar entusiasmo y brindar victoria y orgullo, tal como lo escribió Shakespeare:

«¿Quién de la muchedumbre me ha llamado? Oigo una voz más vibrante que toda la música gritar: ¡César!» (Julio César. Acto 1, escena 2). Las palabras pueden destilarse gota agota como un veneno o causar una rápida destrucción como el cáncer. Pueden ser bien articuladas o balbuceadas, pero ¡cuidado!, porque una vez que han salido de nuestros labios, no las podemos recoger. El viento se las lleva.

Usualmente seleccionamos nuestras palabras, utilizando a veces un vocabulario particular; y lo hacemos, porque su significado y connotación reflejan lo que deseamos comunicar. El uso de las palabras varía según si pedimos, queremos, oramos, persuadimos, forzamos, influenciamos o amenazamos. Son una manera personal de expresarnos y nos diferencian del mismo modo que nuestras huellas digitales; ellas reflejan que clase de personas somos, ponen de manifiesto nuestra crianza y representan nuestro medio de vida; describen nuestros pensamientos, así como nuestros íntimos sentimientos.

Ahora bien, ¿de dónde vienen las palabras y por qué es el lenguaje algo tan particular? Tiene su principio en el comienzo de todas las cosas, tal como leemos en Moisés 6:5-6: «Y se llevaba un libro de memorias, en el cual se inscribía en el lenguaje de Adán, porque a cuantos invocaban a Dios les era concedido escribir por el espíritu de inspiración;

Y poseyendo un lenguaje puro y sin mezcla, enseñaban a sus hijos a leer y a escribir.»

El lenguaje es de origen divino. Solamente el hombre tiene el don de la palabra (y la mujer lo tiene aún mejor), y esto se debe al propósito por el cual fueron creados. Pablo nos dice:

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalos que retiñe.» (1 Corintios 13:1.)

Cuando a Esopo se le pregunto qué era lo mejor del mundo, el contesto: «La lengua». Y cuando se le pregunto qué era lo peor, su respuesta fue la misma: «La lengua».

«Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios.

De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.

¿Acaso emana de la misma fuente agua dulce y amarga?

Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.» (Santiago 3:9-12.)

En el Libro de Mormón leemos que «es preciso que haya una oposición en todas las cosas» (2 Nefi 2:11). Sabemos por experiencia propia lo que la oposición por medio de las palabras puede provocar en los individuos, si estas no están controladas. De modo que cuando se nos aconseja que seamos un pueblo digno, ¿se refiere esto solamente a nuestras actitudes? ¿Y el vocabulario corrupto, vulgar, obsceno, que evoca la maldad, lo sucio y la destrucción del cuerpo y del espíritu? El nombre de Dios se pronuncia para llegar a los corazones de la gente y para comunicar la luz de Su verdad y no para utilizarlo en vano o con burla. Parece que muy a menudo este vocabulario gusta a los jóvenes y a los hombres porque, ante sus ojos, es una manera de ser aceptado, de ser varonil y de poseer una gran hombría. ¿Significa acaso que la buena educación y los modales, el encanto y la reverencia son características exclusivas de la mujer? ¿Que podemos decir del misionero que utiliza para describir a su compañero, a sus investigadores o a sus líderes, un vocabulario y expresiones desagradables que no solo denotan una tremenda falta de respeto, sino también una gran falta de reverencia y amor?

Por medio de las palabras pueden llevarse a cabo los hechos, cumplir responsabilidades y realizarse milagros. Las palabras tanto pueden hacernos llorar como reír, hacernos sentir bien o desdichados, exaltados o condenados.

«. . . no solo de pan vive el hombre, más de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre.» (Deut. 8:3.)

Las palabras son sagradas en una oración cuando se dice: Nuestro Padre Celestial. Lo son al compartir un testimonio y testificar de la verdad al declarar:

«Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de Él, este testimonio, el último de todos es el que nosotros damos de El: ¡Que vive!

Porque lo vimos, aun a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que Él es el Unigénito del Padre.» (D. y C. 76:22-23.)

Las palabras son sagradas para definir una identidad: Soy un hijo de Dios; para resumir una misión: La caridad nunca falla; para demostrar amor a los miembros de nuestra familia: Te quiero.

Cuando las palabras son expresadas por un Profeta, un Profeta viviente como el presidente Spencer W. Kimball, nos revelan la voluntad y el deseo del Señor y son un ejemplo del lenguaje y la perfección divinos.

«Porque mi alma se deleita en la claridad; porque así es como el Señor Dios obra entre los hijos de los hombres. Porque el Señor Dios ilumina el entendimiento; pues El habla a los hombres de acuerdo con su idioma, para que entiendan.» (2Nefi 31:3.)

Por ejemplo, en una de sus recientes disertaciones, el presidente Kimball hizo hincapié en la necesidad de aprender y saber otros idiomas aparte del natal. Él dijo: «Necesitamos más personas que hablen correctamente idiomas como el mandarín y el cantonés» (Seminario para Representantes Regionales marzo 30 de 1979). Podemos incluso mejorar la manera en que damos al mundo el mensaje de la restauración del evangelio. El pueblo del Señor debe distinguirse en medio de las naciones, no solamente debido a sus llamamientos y comportamiento, sino también debido a la pureza de su vocabulario.

«Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra.» (Deut. 7:6.)

El don del habla es un don divino. Quizás muchos lo sepan, pero no se dan cuenta de la importancia que este tiene en su diaria vida familiar. El amor en el hogar comienza con un vocabulario de amor. Es de tan vital importancia, que sin ello, muchos pueden llegar a estar mental o emocionalmente perturbados, y algunos hasta morir. No hay sociedad que pueda sobrevivir después de haberse deteriorado su vida familiar; y este deterioro ha comenzado siempre con una palabra, solo una simple y única palabra.

Es mi oración que, como hijos de nuestro Padre Celestial, podamos glorificarlo, así como a su Hijo Jesucristo, utilizando un vocabulario de amor y aprecio por nuestros seres queridos y por nuestros semejantes en general; un vocabulario puro e inmaculado, con el deseo de establecer una comunicación celestial.

Nuestro Padre Celestial vive; su Hijo Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor; el presidente Spencer W. Kimball es actualmente su Profeta en la tierra, el portavoz del Señor.

Oro para que por medio de nuestro vocabulario santifiquemos Su santo nombre para siempre jamás, en el nombre de Jesucristo. Amen.

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