Fe en el Señor Jesucristo

Conferencia General Octubre 1979
Fe en el Señor Jesucristo
Por el élder Marion G. Romney
Consejero en la Primera Presidencia

Marion G. RomneyEl profeta José Smith denominó la «Fe en el Señor Jesucristo» como el primer principio del evangelio. (4° Artículo de Fe.)

Las Escrituras no dejan duda alguna sobre la importancia de dicha fe. En el comienzo, el Señor envió a un ángel para que le enseñara a Adán que el sacrificio que él estaba ofreciendo era ‘a semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre. . . »

«Por consiguiente», agregó, harás cuanto hicieres en el nombre del Hijo; y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás.» (Moisés 5:7-8.)

Nefi instruyo a su gente de la siguiente manera:

«… he aquí os digo que así… como el Señor Dios vive, no hay otro nombre dado bajo el cielo, mediante el cual puede salvarse el hombre, sino el de este Jesucristo…» (2 Ne. 6:20.)

Unos cuatrocientos años más tarde, el rey Benjamín declaro:

«. . . te digo que no se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual los hijos de los hombres podrán alcanzar la salvación, sino en v por medio del nombre de Cristo, el Señor Omnipotente. » (Mosíah 3:17)

Cuando los saduceos preguntaron a Pedro y a Juan «¿Con que potestad, o en que nombre» habían ellos curado al hombre cojo…

«… Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo, v ancianos de Israel:

Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera este haya sido sanado, sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucito de los muertos, por El este hombre está en vuestra presencia sano.

Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.» (Hechos 4:7-10, 12.)

Jesucristo mismo declaró a los fariseos:

«… porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis». (Juan 8:24.)

Y en estos últimos días el Señor declaró a José Smith, el Profeta, a Oliverio Cowdery y a David Whitmer lo siguiente:

«Tomad sobre vosotros el nombre de Cristo, y exponed la verdad con circunspección.

Y todos los que se arrepintieren bautizándose en mi nombre -el cual es Jesucristo- y perseveraren hasta el fin, serán salvos.

He aquí, Jesucristo es el nombre dado por el Padre, y no hay otro nombre dado, en el cual el hombre pueda ser salvo.

Así que, todos los hombres tienen que tomar sobre si el nombre dado, por el Padre, porque en ese nombre serán llamados en el postrer día.

Por lo tanto, si no saben el nombre por el cual se les llamará, no podrán tener lugar en el reino de mi Padre.» (D. y C. 18:21-25.)

Presumo que las declaraciones que he citado son suficientes para confirmar que las Escrituras enseñan que la fe en el Señor Jesucristo es indispensable para lograr la salvación, y esto se debe a que, por’ medio de su sacrificio expiatorio y su victoria sobre la muerte respectivamente, Jesús hizo posible que al hombre le fueran perdonados sus pecados y que resucitara de los muertos.

Con respecto a esto, el Señor resucitado dijo a los nefitas:

«He aquí, os he dado mi evangelio, y este es el evangelio que os he dado: que vine al mundo a cumplir la voluntad de mi Padre, porque Él me envió.

Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz… para que así como fui levantado por’ los hombres, así también sean ellos levantados por el Padre, para comparecer ante mí y ser juzgados según sus obras, ya fueren buenas o malas

Y por esta razón yo he sido levantado; por consiguiente, de acuerdo con el poder del Padre, atraeré a mí a todos los hombres, para que sean juzgados según sus obras.

Y sucederá que quien se arrepintiere y se bautizare en mi nombre, será satisfecho; y si perseverare hasta el fin, he aquí, yo lo tendré por inocente ante mi Padre el día en que yo me presente para juzgar al mundo.

Y aquel que no perseverare hasta el fin es el que será cortado y echado en el fuego, de donde nunca más puede volver, por motivo de la justicia del Padre.

  1. nada impuro puede entrar en su reino; por tanto, nadie entra en su reposo, sino aquel que ha lavado sus vestidos en mi sangre, mediante su fe, el arrepentimiento de todos sus pecados y su fidelidad hasta el fin.

Y este es el mandamiento: Arrepentíos, todos vosotros, extremos de la tierra, y venid a mí y bautizaos en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que en el postrer día os halléis en mi presencia, limpios de toda mancha.

En verdad, en verdad os digo que este es mi evangelio…» (3Nefi 27:13-17, 19-21)

Esta es, por supuesto, la definición perfecta del evangelio. Sin embargo, fue expresada en forma de resumen y conclusión después que el Jesús resucitado estuvo días -quizás semanas- explicando los principios y ordenanzas del evangelio a los nefitas. Ellos, por lo tanto, pudieron entender su resumen.

El evangelio es el plan y el programa adaptado por Dios, nuestro Padre Eterno, para poder lograr su «obra y. . . gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39).

El Señor presento este programa a sus hijos espirituales en el gran concilio de los cielos, antes de esta etapa mortal sobre esto leemos en el libro de Abraham:

«Y el Señor me había mostrado a mí, Abraham, las inteligencias que fueron organizadas antes que el mundo fuese; y entre todas estas había muchas de las nobles y grandes;

Y Dios vio estas almas, y eran buenas, y estaba en medio de ellas, y dijo: A estos haré mis gobernantes -pues estaba entre aquellos que eran espíritus….

Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los que se hallaban con el: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos estos materiales, y haremos una tierra en donde estos puedan morar;

Y así los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare.

Y a los que guardaren su primer estado les será añadido; y aquellos que no guardaren su primer estado no recibirán gloria en el mismo reino con los que lo hayan guardado; y quienes guardaren su segundo estado, recibirán aumento de gloria sobre sus cabezas para siempre jamás.

Y el Señor dijo: ¿A quién enviare? Y respondió uno semejante al Hijo del Hombre: Heme aquí; envíame. Y otro contestó y dijo: Heme aquí; envíame a mí. Y el Señor dijo: Enviaré al primero.

Y el segundo se enojó, y no guardó su primer estado; y muchos lo siguieron ese día.» (Abraham 3:22-28.)

Mediante el plan o programa del evangelio presentado a los hijos espirituales de Dios, reunidos en asamblea, y aceptado por las dos terceras partes de ellos, hubo un conocimiento de todo lo que ha sucedido y sucederá en los cielos y en la tierra concerniente a esos espíritus.

Este plan les proporcionó la oportunidad de recibir un cuerpo físico en una experiencia mortal donde, haciendo uso del libre albedrío al decidir entre el bien y el mal, pudieran probar si serian dignos o no de regresar a la presencia de Dios y continuar con el progreso eterno hacia la perfección.

También se sabía que Satanás y sus seguidores iban a ser expulsados de los cielos; el plan incluía la creación de esta tierra, y el hecho de que Adán y Eva serían enviados a ella, participarían del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, serían desterrados del Jardín del Edén y su posteridad poblaría el mundo.

Se sabía de la diabólica influencia que Satanás tendría sobre los hombres, las debilidades de éstos y su muerte tanto temporal como espiritual.

Se conocía la necesidad de que un Salvador ganara la victoria sobre la muerte, expiara por el pecado de Adán y proveyera la manera para que, por medio del arrepentimiento, el hombre pudiera recibir el perdón de sus pecados y fuera readmitido en la presencia de Dios.

Todos estos conceptos y muchos más estaban previstos en el plan del evangelio.

Entre nosotros, este plan se conoce como Evangelio de Jesucristo debido a que Él se hizo responsable por dicho plan en el concilio de los cielos y lo implantó por medio del sacrificio expiatorio que aceptó allí voluntariamente, y por el cual vino a la tierra.

El plan del Padre estaba basado en el principio del libre albedrío. Lucifer respondió con la propuesta de substituir el libre albedrío por la imposición y la fuerza, buscando el honor para Sí.

Jesús fue escogido para ser el Redentor y dirigió la lucha que defendió el plan del Padre en la guerra de los cielos. El creó la tierra, y desde entonces ha estado en vela y su objeto en el programa de Dios de «llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39), ha sido revelado a este en todas las dispensaciones. Le fue revelado a Adán en el comienzo de esta etapa terrenal, también a Enoc, a Noé, a Abraham, a Isaac y a Jacob.

Como unos 2200 años antes de Cristo, Jesús se apareció al hermano de Jared y le dijo:

«He aquí, yo soy el que fui preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo. . . En mi tendrá luz eternamente todo el género humano, si, cuantos creyeren en mi nombre, y llegarán a ser mis hijos y mis hijas.» (Eter 3:14.)

En el meridiano de los tiempos Jesús, el Hijo Unigénito de Dios nuestro Padre Eterno, vino a la tierra como el «Niño de Belén», el hijo de María.

Al nacer en la carne, estaba sujeto a las tentaciones y debilidades del ser humano; más por ser el Hijo Unigénito del Padre, heredó el poder de vivir indefinidamente.

El hecho de poder resistir la tentación lo capacitó para expiar con su vida la transgresión de Adán, por la cual había entrado la muerte en el mundo. Con esto El ganó la victoria sobre la muerte y logró la resurrección para sí y para toda la humanidad. Y no solamente conquistó la muerte, sino que siendo sin pecado e Hijo de Dios en la carne, y habiendo sido preordenado en los cielos para ser el Redentor, El, en una manera en que nosotros no podemos entender completamente, «tomó sobre si la pesada carga de los pecados del género humano… el Salvador nos ha dicho algo acerca de su agonía mientras gemía bajo esta carga de pecados». . . (Artículos de Fe, por James E. Talmage, pág. 85).

«Porque, he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por’ todos, para que no padezcan, si se arrepienten.

Más si no se arrepienten, tendrán que padecer aun como yo he padecido;

Padecimiento que hizo que yo, aun Dios, el más grande do todos, temblara a causa del dolor y echara sangre Por’ cada poro, y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar- Sin embargo, gloria sea al Padre participé, y acabé mis preparaciones para con los hijos de los hombres.» (D. y C. 19:16-19.)

Jacob, el hermano de Nefi, nos describe de esta manera lo que padeceríamos sin los beneficios del sacrificio expiatorio de Cristo.

¡Oh la sabiduría de Dios! ¡Su misericordia y gracia! Porque he aquí, si la carne no se levantara más, nuestros espíritus quedarían sujetos a aquel ángel que cayó de la presencia del Dios Eterno, y se convirtió en diablo, para no levantarse más.

¡Oh cuán grande es la bondad de nuestro Dios, que nos prepara el camino para que escapemos de las garras de ese terrible monstruo! . . .

Y a causa del plan de redención de nuestro Dios, el Santo de Israel, está muerte de que he hablado, que es la temporal, entregará sus muertos; y esta muerte es la tumba.

Y la muerte de que he hablado, que es la muerte espiritual, entregará sus muertos; y esta muerte espiritual es el infierno. De modo que la muerte y el infierno han de entregar sus muertos: el infierno ha de entregar sus espíritus cautivos y la tumba sus cuerpos cautivos, y los cuerpos y los espíritus de los hombres serán restaurados el uno al otro; y se hará por el poder de la resurrección del Santo de Israel.» (2 Nefi, 9:8, 10-12.)

Sin el sacrificio de Jesucristo, el cual El mismo propuso en el gran concilio de los cielos y luego lo llevó a cabo, no tendríamos esperanza alguna de recibir las bendiciones del evangelio; y tampoco las recibiremos a menos que tengamos fe en El. Confirmando este concepto Jesús dijo a los fariseos:

«…porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.» (Juan 8:24.)

De acuerdo con las enseñanzas de Pablo sabemos que El «es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Romanos 1:16).

Esta es una de las razones por las que la fe en el Señor Jesucristo es el primer principio del evangelio.

Testifico solemnemente la veracidad de estas enseñanzas y hago mías las palabras del rey Benjamín cuando dijo que «no se dará otro nombre,» refiriéndose al de Jesucristo «ni otro medio, por el cual los hijos de los hombres podrán alcanzar la salvación, sino en y por medio del nombre de Cristo, el Señor Omnipotente» (Mosíah 3:17).

Este es mi testimonio y os lo dejo en el nombre de Jesucristo. Amén.

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