Conferencia General Octubre 1979
Los gobernantes del reino de Dios
por el élder William R. Bradford
Del Primer Quórum de los Setenta
Mis queridos hermanos, en estos momentos me siento hondamente conmovido. Una congregación como esta, integrada por los hijos escogidos de Dios, no tiene precedente. Si no fuera porque me sostiene el poder del Espíritu, no podría soportar la conmoción que la trascendencia de esta ocasión me produce.
Deseo expresaros el profundo afecto que os profeso, mis hermanos, y deciros que la confianza que he depositado en vosotros solo se puede comparar a la que tengo en el Maestro, a quien seguimos. El conocimiento de que sois mis hermanos me hace experimentar un gozo muy grande.
Quiero que sepáis que no es mi intención criticaros; sin embargo, precisamente porque sois mis hermanos, considero que puedo hablaros clara y directamente.
El hecho de que poseáis el sacerdocio, no es asunto fortuito; es prueba de que habéis pasado por las aguas del bautismo, como asimismo, de que habéis sido entrevistados por jueces de Israel, habiendo sido hallados dignos de ser gobernantes en los asuntos de Dios; y el que mantengáis ese estado depende, como lo ha sido y sigue siéndolo, de vuestro cumplimiento de las condiciones expuestas por el Padre y su Hijo Jesucristo, en nuestra vida preexistente. En esa etapa, vosotros aceptasteis dichas condiciones, y en virtud de vuestra ordenación y de vuestra rectitud actual, las habéis aceptado en este mundo. Nada de esto ha sucedido por casualidad; es algo absolutamente serio, y lo es en tal forma, que los asuntos de Dios sobre la tierra y la salvación de todo el género humano, descansan sobre ello.
A fin de que podáis comprender más clara y cabalmente lo que significa ser gobernantes en las cosas de Dios, permitidme señalaros la parte que os toca en el gobierno de la Iglesia en tres niveles diferentes a saber, el individual, el familiar, y el regular e institucional de la Iglesia.
Vosotros, en forma individual sois la Iglesia. El Señor hizo convenio con sus hijos fieles de que estos habían de llegar a ser «la iglesia y el reino, y los elegidos de Dios» (D. y C. 84:34). Vosotros, entonces, mediante vuestra fidelidad como poseedores del sacerdocio, llegáis a ser la Iglesia Y la Iglesia será gobernada únicamente en la forma en que os gobernéis a vosotros mismos.
El principio fundamental de la verdad, aquel sobre el cual se basa todo el plan de Dios, es el del libre albedrío; cada uno de vosotros tiene derecho a gobernarse a sí mismo, y el hecho de que penséis y actuéis independientemente, es un don recibido de una fuente divina. La decisión es vuestra. No obstante, es preciso señalar que, si bien contáis con la libertad de escoger según vuestra propia elección, no contáis con la facultad de escoger los resultados de vuestras decisiones, ya que las consecuencias de lo que pensáis y hacéis son regidas por leyes: de lo bueno, resulta lo bueno; de lo malo lo malo. Como veis, os gobernáis a vosotros mismos sujetándoos a la disciplina de la ley: si sois obedientes a la ley de Dios, seguís siendo libres, progresáis y os perfeccionáis; si sois desobedientes a esa ley, os amarráis a todo lo que limita vuestro progreso, entráis en las vías del error y os volvéis indignos de asociaros con aquellos que son más limpios y puros que vosotros.
Permitidme proyectar en vuestra vida, en pequeña escala, este principio de gobernarse uno mismo. Creo que no os sorprendería oír que un gran número de poseedores del Sacerdocio Aarónico v del Sacerdocio de Melquisedec, así como muchas de nuestras hermanas, han ejercido su libre albedrío de tal modo que han llegado al punto de enviciarse con la televisión; son muchísimos los que dedican a ello veinte o más horas a la semana.
El plan de Dios impone la condición de que pasemos nuestro tiempo en esta tierra dedicados al trabajo, a ese trabajo que supone el ponerse física e intelectualmente en acción. Y cuando se pasan muchas horas a la semana imbuyéndose de las imágenes y los conceptos que presenta la televisión, gran parte de lo cual es satánico, es difícil cumplir con dicha condición.
Aun cuando la televisión no abundara en necedades, violencia, inmoralidad y obscenidades, su valor recreativo no justificaría el desperdicio del tiempo. Os encontráis aquí para trabajar y gobernar los asuntos del Señor, y no para que se os divierta. E l apóstol Pablo hablo con toda franqueza cuando escribió a Tito y le dijo:
«Todas las cosas son puras para los puros, más para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas.
Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda cosa buena.» (Tito 1:15-16.)
Poseer el sacerdocio significa ser comisionado del Señor para actuar como Él lo haría si estuviera personalmente sobre la tierra. ¿Es vuestra afición por la televisión compatible con esa santa comisión? Dado el caso de que dedicarais veinte horas a la semana a ver televisión, y de que os arrepintierais de ello, reemplazando ese habito por el del estudio del evangelio, en un año podríais leer el Libro de Mormón, Doctrinas y Convenios, La Perla de Gran Precio y toda la Biblia. Además, podríais leer Jesús el Cristo, Los Artículos de Fe, Principios del Evangelio, el manual básico para los niños, los tres tomos de Doctrinas de Salvación, El Milagro del Perdón, y Elementos de la Historia de la Iglesia; a continuación, podríais releer la Biblia, el Libro de Mormón, Doctrinas y Convenios y La Perla de Gran Precio. Y todavía os quedaría tiempo para leer la revista Liahona todos los meses, aparte de otros boletines y folletos de la Iglesia. Este cálculo se basa en el supuesto caso de que podáis leer solo diez páginas por hora. Por término medio, en una hora, una persona puede leer veinte paginas o más; dado que os clasifiquéis en tal categoría, os quedarían diez horas a la semana para gobernaros de tal manera, que pudierais embarcaros en otras actividades relacionadas con la edificación del reino, tales como las obras genealógica y del templo, un programa de mejoramiento de la orientación familiar, los Servicios de Bienestar, y otras de carácter cívico y patriótico. Repito:
«Todas las cosas son puras para los puros, más para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas.
Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra.» (Tito 1:15-16.)
Todos vosotros sois miembros de la unidad básica y primordial de la Iglesia, esto es, la familia. Algunos no sois padres todavía, pero os estáis preparando para llegar a serlo algún día. Como padres, tenéis el divino derecho y la divina responsabilidad de gobernar vuestras respectivas familias conforme al modelo establecido por el Señor. Puesto que la familia es la unidad básica de la Iglesia, así como se gobierne la familia, de esa manera se gobernara la Iglesia.
El Señor espera que gobernéis el hogar y la familia bajo un sistema basado en la aplicación del evangelio. El cometido de gobernar la familia se fundamenta en amar, enseñar y motivar a sus miembros de tal manera, que las decisiones personales de ellos tiendan a estrechar sus mutuos lazos de unión en el propósito común de seguir el plan de Dios. Para lograrlo, es de fundamental importancia adquirir y hacer crecer la fe en el Señor Jesucristo, dado que sin fe, no es posible que individuo alguno responda positivamente al modelo de vida que Cristo enseñó.
La fe en Cristo se desarrolla por medio de la oración y el ayuno -lo cual da paso a la comunicación espiritual- y por el estudio de Sus enseñanzas, que se encuentran en las Sagradas Escrituras.
A medida que la fe empieza a crecer y que el modelo de vida que nos dio El empieza a adquirir relieve en la comprensión del individuo, también se le ira haciendo más evidente la necesidad de entender y de observar los pasos que llevan al arrepentimiento.
En vista de que algunas de las decisiones que los miembros de la familia tomaran serán erróneas, y, que, por lo tanto, constituirán un obstáculo en su progreso, desviándolos hacia el sendero del error, es preciso que haya una manera según la cual puedan purificarse y volver al camino recto. Entonces, viene a ser indispensable que aprendan a reconocer tanto los pecados de comisión como los de omisión, así como a alcanzar tal grado de armonía espiritual con Dios, mediante su fe y confianza en Cristo, que sientan remordimiento por ese pecado; deben conocer el proceso de la confesión, y es necesario que sean motivados a hacer una restitución por el mal cometido, así como a tomar la resolución de abandonar el pecado.
El resultado natural que obtendrá la persona que vaya haciendo crecer su fe en Cristo y que siga los pasos del arrepentimiento, se traducirá en sus mayores esfuerzos por guardar los mandamientos. Los actos de su vida se asemejarán más a los de Cristo. La persona que observe las enseñanzas de Jesucristo, se unirá más a sus familiares y les prestará servicio.
Entonces, ¿cómo habéis de gobernar la familia? En virtud del sacerdocio. . .
«…por persuasión, longanimidad, benignidad y mansedumbre, y por amor sincero; por bondad y conocimiento puro, lo que ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia:
Reprendiendo a veces con severidad, cuando lo induzca el Espíritu Santo…» (D. y C. 121:41-43.)
Enseñad a vuestros familiares en cuanto al ayuno y la oración; enseñadles la doctrina que se encuentra en las Sagradas Escrituras, e instadlos a embarcarse en el estudio individual, privado y regular de ellas; tomad parte vosotros mismos, y enseñad los pasos del arrepentimiento; obedeced primero vosotros los mandamientos y entonces enseñad a vuestros seres queridos a hacer lo mismo; serbios los unos a los otros. Al hacer esto, instituiréis el sistema de la aplicación de la práctica del evangelio basado en el hogar y la familia: fe en Cristo, arrepentimiento, observancia de los mandamientos, y servicio mutuo. Este sistema satisface todas las necesidades temporales y espirituales de todos los miembros de la familia.
La organización esencial de la Iglesia estriba en un sistema divino y ordenado, por medio del cual nosotros, en forma individual y como familias, podemos reunirnos de un modo organizado para aprender el plan de Dios referente a nuestra salvación, hacer convenios y administrarnos las ordenanzas de salvación los unos a los otros, empleando el poder y la autoridad del sacerdocio.
Esta es la Iglesia institucional: organiza el servicio voluntario de sus miembros en programas y organizaciones auxiliares, cuya finalidad es apuntalar a las personas en particular y a la unidad de la familia. Dichos programas y organizaciones auxiliares han de ser gobernados por el sacerdocio y, como su nombre lo indica, servirle de auxilio; los miembros que son llamados a servir en ellos habrán de someterse a ese gobierno. Esos programas nunca deben llegar a constituir el núcleo más importante, ya que de ser así, crearíamos un sistema de aplicación del evangelio centralizado en la capilla, más bien que en el hogar y la familia; y eso no estaría de acuerdo con la manera del Señor. Él nos ha señalado el modo de proceder, encomendándonos la tarea de «enseñar, exponer, exhortar, bautizar y cuidar a la iglesia. Visitar las casas de todos los miembros, exhortándolos a orar vocalmente y en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares. Estar con ellos, y fortalecerlos; y ver que no haya iniquidad en la Iglesia, ni dureza entre unos y otros, ni mentiras, ni calumnias, ni mal decir» (D. y C. 20:42, 51, 53-55).
En nuestra calidad de gobernantes de los asuntos de Dios sobre la tierra, no nos quepa la menor duda de que ese mandato ha sido dirigido al sacerdocio. Grande es nuestro reconocimiento y aprecio para con las organizaciones auxiliares, las cuales están compuestas de personas fieles y magníficas. Pero el nombre mismo con el cual las denominamos, auxiliares, lo cual significa «prestar ayuda», debiera hacernos ver claramente que el peso total del gobierno de la Iglesia descansa plena y firmemente sobre el sacerdocio.
Cuando una persona o una familia necesita ayuda para encauzarse de tal forma que pueda llevar a cabo su salvación temporal y espiritual, el brindar esa asistencia es responsabilidad del sacerdocio. Entonces, cuando el sacerdocio necesite ayuda para llevar a cabo esta obra, y ciertamente así será, recurrirá a los medios de las organizaciones auxiliares.
Debe llegar, a la mayor brevedad posible, el momento en que nosotros, como gobernantes de las cosas de Dios sobre la tierra, asumamos plenamente nuestras responsabilidades como pastores de Israel. Nuestro trabajo no debe realizarse en base a las restricciones que imponga el calendario ni a la conveniencia de nuestras aficiones y pasatiempos, sino en base a las necesidades existentes.
Hermanos, en algunas cosas existe una distancia considerable entre lo que somos y lo que debemos llegar a ser.
Ruego que podamos comprender nuestro deber como los gobernantes de los asuntos del Señor sobre la tierra, y que podamos cumplirlo, siguiendo el ejemplo de nuestro Profeta viviente, que es el portavoz de Dios, y lo hago en el nombre de Jesucristo, el Maestro. Amén.
























