Conferencia General Abril 1981
Seis meses de progreso
Por el presidente Spencer W. Kimball
Una vez más me regocijo, mis hermanos y hermanas, ante la oportunidad de estar con vosotros en una conferencia general de la Iglesia. En cierta forma, la de octubre de hace seis meses parece que hubiera sido ayer; pero hemos estado tan ocupados y han sucedido tantas cosas, que parece que hubieran pasado seis años.
Desde la última vez que nos reunimos en este histórico Tabernáculo, se han dedicado dos templos y se ha dado la palada inicial de cuatro más. El número de conversos que se unieron a la Iglesia en 1980 llegó a 210.777, y será mucho mayor en 1981. Un incremento milagroso de la obra del Señor ha ocurrido entre la maravillosa gente de la zona del Caribe. ¡Ciertamente, el Señor nos ha bendecido en abundancia!
Mis hermanos y hermanas, al meditar y al orar los miembros de la Primera Presidencia y del Consejo de los Doce sobre la gran obra de los últimos días que el Señor nos ha dado para realizar, sentimos que la misión de la Iglesia tiene tres objetivos:
- Proclamar el Evangelio del Señor Jesucristo a toda nación, tribu, lengua y pueblo;
- Perfeccionar a los santos preparándolos para recibir las ordenanzas del evangelio para que por medio de la instrucción y la disciplina puedan tener la exaltación;
- Redimir a los muertos realizando vicariamente ordenanzas del evangelio por todos los que han vivido en la tierra.
Los tres son parte de una obra: la de ayudar a nuestro Padre Celestial y su Hijo Jesucristo en su grande y gloriosa misión de «llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39).
Teniendo presentes estos sagrados principios: proclamar el evangelio, perfeccionar a los santos y redimir a los muertos, nos hemos dedicado en estos seis meses a cumplir nuestras responsabilidades entre los santos aquí y en el extranjero. Por lo tanto, quisiera daros un breve informe de mí mayordomía desde que nos reunimos en octubre de 1980.
Diez días después de la conferencia de octubre, el presidente Marion G. Romney y yo, en compañía de otros hermanos, partimos para realizar conferencias de área en el Oriente. Las primeras reuniones fueron en Manila, Filipinas, los días 18 y 19 de octubre, donde 20.000 santos asistieron a las sesiones en el Coliseo Araneta. También fuimos a ver algunos posibles sitios para el nuevo templo que acaba de anunciarse y que se construirá allá. Tuvimos una visita muy agradable con el Presidente de Filipinas, Ferdinand E. Marcos, que renunció a pasar el sábado de mañana con su familia a fin de reunirse con nosotros.
Desde Manila viajamos a Hong Kong, que quizás sea la ciudad más populosa del mundo, con aproximadamente 154.000 habitantes por kilómetro cuadrado. Allí tuvimos reuniones en nuestro excelente centro de estaca el 20 y 21 de octubre. Al día siguiente volamos a Taipei, Taiwan, donde el 22 y 23 tuvimos reuniones en el hermoso salón conmemorativo Sun Yat-sen. Desayunamos en el hotel con dos de los dirigentes principales de China nacionalista, el Primer Ministro y el presidente Chang, hijo del fallecido Chang Kai-Chek. Más tarde almorzamos como invitados del Gobernador de la provincia. Al partir de allí nos dirigimos a Seúl, Corea del Sur, la «tierra de la calma matutina». El 25 y 26 de octubre tuvimos dos días de reuniones al aire libre en los alrededores de la sede de la misión, con más de 6.000 asistentes y en medio de un intenso frío debido a un repentino cambio de temperatura. En el hotel fuimos invitados a almorzar por otro ex dignatario de Corea.
El domingo 26 de octubre, al atardecer, llegamos a Tokio. Al día siguiente, el presidente Romney y yo colocamos la piedra angular del Templo de Tokio, y a las tres de la tarde se llevó a cabo la primera sesión dedicatoria en el cuarto celestial; en los otros cuartos se habían colocado televisores. En los dos días siguientes se realizaron seis sesiones más. El 30 y 31 de octubre, después de la dedicación del templo, se llevó a cabo la Conferencia de Área de Tokio en un gran salón de reuniones. En todos los lugares que visitamos tuvimos reuniones con los misioneros: En la reunión de Tokio hubo 1.500 misioneros presentes, que ofrecían un cuadro conmovedor e inspirador. El sábado 10 de noviembre tuvimos por la mañana y por la tarde las sesiones de la Conferencia de Área de Osaka, Japón. Aquella noche partimos de regreso, deteniéndonos en Hawai por tres horas a fin de apartar a varios obreros para el Templo de Hawai.
El 14 de noviembre instalamos al Dr. Jeffrey R. Holland como noveno Rector de la Universidad Brigham Young; el rector anterior, Dallin Oaks, fue nombrado a integrar la Suprema Corte de Utah.
Tres días después, la Primera Presidencia viajó a Seattle, Estado de Washington, donde dedicamos el nuevo Templo de Seattle en Bellevue. Desde el lunes 17 hasta el viernes 21, realizamos trece sesiones dedicatorias. Hubo más de 43.000 miembros del distrito del templo que asistieron a las sesiones
A continuación tuvimos un período sumamente ocupado durante las fiestas de Acción de Gracias y Navidad.
El miércoles 11 de febrero de 1981, mi esposa y yo viajamos hacia el Pacífico Sur. En Tahití dimos la palada inicial para el Templo de Papeete y nos reunimos con los misioneros. También visitamos a un alto dignatario del gobierno tahitiano en la residencia gubernamental.
El sábado 14 de febrero, en camino a Nueva Zelanda, nos detuvimos en Rarotonga, donde tuvimos una reunión con los santos en un hangar del aeropuerto. Me dicen que es la primera vez que un Presidente de la Iglesia ha visitado esa isla.
En Nueva Zelanda nos reunimos con varios cientos de miembros en terrenos del aeropuerto en Auckland. Tuvimos reuniones en el templo y en el Colegio de la Iglesia en Nueva Zelanda, y con los misioneros. El miércoles 18, fuimos en avión a Tonga, donde dimos la palada inicial para el nuevo templo en un hermoso bosque de palmeras en Nuku’alofa. Los reyes de Tonga y muchos de los nobles del reino estaban presentes y se quedaron a todas las actividades del día. De los 247 misioneros que sirven en Tonga, 235 son nativos del país y sólo hay 12 estadounidenses.
El jueves 19, partimos para la isla de Samoa donde dimos la palada inicial en Apia, para el templo que se construirá allí. Varios miles de santos asistieron a la reunión al aire libre, bajo una torrencial lluvia tropical. También se encontraban presentes el Jefe de Estado de Samoa Occidental, el Primer Ministro y varios miembros del Parlamento.
A primeras horas de la mañana siguiente, tuvimos una de las experiencias más hermosas de nuestra vida al visitar el Colegio de la Iglesia en Samoa. Al entrar al gimnasio, el edificio más grande del colegio, vimos a 1.700 niños sentados en el suelo, con las piernas cruzadas, apretados como pequeñas sardinas en una lata. Sus edades variaban desde los chiquitos de cuatro y cinco años que estaban en el frente, hasta los adolescentes de secundaria que había más atrás. ¡Qué hermoso y conmovedor espectáculo mientras cantaban «Soy un hijo de Dios»! Todos vestían sus uniformes escolares, de colores azul y oro. Con su precioso cabello y sus grandes ojos obscuros, presentaban un cuadro de juventud y belleza que hacía contener el aliento. Los ojos se nos llenaron de lágrimas y no lo ocultamos. Al finalizar mi discurso, anuncié a los alumnos que, en honor a la ocasión, les declaraba feriado el resto de aquel día. A juzgar por el resonante aplauso y las sonrisas con que recibieron mis palabras, creo que me convertí en su héroe… al menos por aquel día. Luego de la breve reunión, salimos del colegio con las notas de una hermosa canción de despedida samoana resonando en nuestros oídos y entibiando nuestro corazón.
Esa noche nos dirigimos a Hawai, donde llegamos el sábado 21 por la mañana. Durante el día visitamos la Universidad Brigham Young en Hawai y el Centro Cultural Polinesio. El domingo por la mañana asistimos a la conferencia de la Estaca Oahu, y luego, en compañía de los élderes Gordon B. Hinckley, Thomas S. Monson y Boyd K. Packer, tuvimos una reunión en el templo. Después visitamos el recién reformado Centro de Visitantes y nos reunimos con los misioneros.
El lunes 23 de febrero del corriente año, volvimos a Salt Lake City.
Después de cuatro días en casa y en la oficina, mi esposa y yo salimos para Florida el sábado 28 de febrero, para tener una semana de reuniones con los santos y con algunas otras personas. El sábado 7 de marzo, dimos la palada inicial para el nuevo Templo de Atlanta, Georgia. Hubo 10.000 personas presentes en este acto, incluyendo el Gobernador con su esposa, varios legisladores, y dos senadores de los Estados Unidos que son mormones. Inmediatamente después del servicio, volamos a San Juan, Puerto Rico; y al día siguiente, 8 de marzo por la mañana, tuvimos una reunión con más de 2.600 miembros de la estaca y la misión en ese país. Luego visitamos la República Dominicana y el lunes asistimos a una reunión en Santo Domingo. Hace dos años había sólo dos familias de la Iglesia en esa isla, pero en nuestra reunión hubo más de 1.500 miembros presentes. Salimos de Santo Domingo el martes 10 y esa noche dedicamos un nuevo centro de visitantes en el establecimiento Deseret, cerca de Orlando, Florida.
El jueves, visitamos el Centro de Visitantes de Washington, D.C., y luego nos reunimos con la presidencia del Templo de Washington y apartamos varios obreros. Al día siguiente, viernes 13 de marzo, en compañía del élder Gordon B. Hinckley visitamos al presidente Ronald Reagan en la Casa Blanca, y le presentamos la genealogía de su línea materna. También estuvimos con la Sra. de Reagan. Ambos fueron muy amables y demostraron su aprecio por el registro genealógico.
Mi esposa y yo nos dirigimos desde allí a Arizona, donde el sábado asistimos al funeral de una de mis hermanas, Alice Nelson, quien había fallecido en nuestra ausencia. El domingo 15, regresamos a nuestro hogar y empezamos a prepararnos para esta conferencia general.
Estos han sido seis ocupados pero gozosos y fructíferos meses, durante los cuales hemos viajado más de 80.000 kilómetros en avión. Estamos agradecidos al Señor por haber podido observar la vitalidad y el progreso de la Iglesia en muchas partes del mundo. En todo lugar donde hemos ido, nos han conmovido y emocionado el amor y la devoción de los miembros de la Iglesia.
Al comenzar esta conferencia, os transmito los saludos y el amor de los santos y los misioneros en el Oriente, el Pacífico Sur y el Caribe. Agrego mi propio amor y saludos y os dejo mis bendiciones.
Sé que Dios vive y que su Hijo Jesucristo también vive. Él es nuestro Salvador, nuestro Redentor y nuestro Mediador con el Padre. Que Él nos bendiga a todos durante esta conferencia, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.
























