. . . Y si creéis todas estas cosas

Conferencia General Octubre 1980
«. . . Y si creéis todas estas cosas»
Presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballComo siempre, mis amados hermanos y hermanas, agradezco personalmente, así como en nombre de los miembros de la Iglesia, el consejo y el incentivo que hemos recibido en esta conferencia general. Los que han proveído la música han dado un matiz especial a las sesiones. Los que habéis concurrido habéis escuchado y meditado, y también habéis sido alimentados con el pan de vida. Y más que nada, el Señor nos ha bendecido con su Espíritu, ¡por lo que estamos profundamente agradecidos!

No obstante lo que hemos recibido, no debemos apartarlo de nuestros pensamientos al entonar el ultimo himno. Al prestar oídos a cada sermón, hemos asentido con un enfático «amen». Con el ultimo «amen» de esta tarde todavía resonando en nuestros oídos, volvamos a nuestras casas con la determinación de mejorar y de llevar a la práctica aquellos principios que hemos aprendido en los últimos dos días.

Hermanos y hermanas, nuestro cometido es el mismo de siempre una vez que aprendemos principios correctos. Dicho cometido lo explico elocuentemente un profeta antiguo al decir: «. . . y si creéis todas estas cosas, mirad que las hagáis» (Mosíah 4:10). No debemos permitir que las silenciosas resoluciones que hemos tomado aquí en esta conferencia queden relegadas al olvido al regresar a las pruebas y las responsabilidades de un mundo laborante, un mundo de confusión y conflictos.

Durante la conferencia general hemos estado por algunas horas separados del mundo, y el Espíritu ha susurrado paz a nuestras almas. Ahora hemos de volver a ocupar nuestros lugares en el mundo, pero estaremos mejor preparados para mejorarlo. Sigamos adelante con toda confianza, no con paso vacilante, sino seguro, y con una constante dedicación, nacida del Espíritu.

Otra palabra de consejo, mis amados hermanos y hermanas. Oímos inevitablemente los sucesos del mundo, lo cual constituye una prueba que enfrentar. No podemos vivir en tiempos turbulentos sin que experimentemos algo de esa turbulencia. Pero no es necesario que «seamos echados de una parte a otra» (Santiago 1:6), como sucede a algunos, sin un ancla. Pertenecemos a una Iglesia divina. Tenemos profetas modernos que nos guían y a Cristo como nuestro Pastor para dirigirnos.

Aun así, hermanos y hermanas, los medios modernos de comunicación llevan el mundo exterior a nuestros hogares, y no debemos perder nuestra perspectiva, aunque otros estén confusos. Si oímos informes desalentadores y nos acongojan los sucesos del mundo, no nos acobardemos.

«No os canséis de luchar.» (Himnos de Sión, 200.)

El programa del Señor triunfara aun cuando algunos de la Iglesia desfallezcan. Veremos el progreso constante de la obra del Señor, hasta en medio de los problemas del mundo. Su obra se extenderá hasta que llene toda la tierra. E1 nos ha hecho sus promesas tantas veces; nos ha dicho que si guardamos sus mandamientos El está obligado a guardar dichas promesas. ¡Él lo hace, y lo hará!

Creo que si he aprendido algo en la vida es que tenemos que seguir adelante, seguir esforzándonos ¡mientras nos quede aliento! Si lo hacemos, nos sorprenderá ver cuánto más podemos hacer aun.

Ahora, habiendo sido edificados, vayamos a bendecir y edificar a nuestros familiares, a nuestros vecinos y a nuestros amigos. Estamos unidos por el hecho de que todos somos hijos literales de nuestro Padre Celestial, y de que Él nos ama.

Dios vive, y Jesucristo es su Hijo Unigénito, nuestro Salvador y Redentor. Este es mi solemne testimonio a vosotros, mis hermanos. Os dejo mi amor y mis bendiciones, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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