Los principios de bienestar personal y familiar

Febrero 1987
LOS PRINCIPIOS DE BIENESTAR PERSONAL Y FAMILIAR
Por el presidente Thomas S. Monson
Segundo Consejero en la Primera Presidencia

Thomas S. MonsonEl progreso de nuestro pueblo depende de que comprendamos bien los principios inspirados de bien­estar y vivamos de    acuerdo con ellos.

El domingo 5 de abril de 1936, los que entonces eran profetas, videntes y reveladores de la Iglesia de Dios en la tierra se juntaron en una reunión muy importante. Presidía el presidente Heber J. Grant, y estaban presentes sus consejeros, los presidentes J. Reuben Clark, hijo, y David O.

McKay. En esa ocasión se organizó lo que después se ha conocido como el plan de bienestar de la Iglesia y que viene a ser la aplicación moderna de principios eternos.

En esa reunión el presidente McKay declaró:

“Esta organización es establecida por revelación divina y no hay nada más en todo el mundo que sirva para atender mejor las necesidades de sus miembros.”

Y el presidente Clark agregó que “el Señor nos ha dado la espiritualidad; nos ha dado el mandato. . .

Los ojos del mundo están puestos sobre nosotros. . . Que el Señor nos bendiga, nos dé valor, nos dé sabiduría y visión para llevar adelante esta gran obra”. (En Henry D. Taylor, The Church Welfare Pian, [Salt Lake City: Derechos reservados por el autor, 1984, págs. 26-27.) Véase también “Un plan providente-Una promesa preciosa”, Liahona, julio de 1986, pág. 56.)

Me impresionó mucho examinar esas declaracio­nes tan fundamentales y el consejo divino que se recibió aquel año de la creación del plan de bienestar de la Iglesia. Al prepararnos para avanzar, haciendo hincapié con renovado ímpetu en los principios eter­nos de este plan, pienso que para empezar sería con­veniente hacer una revisión de aquellas enseñanzas de los primeros tiempos que pueden darnos la fortale­za y la resolución para seguir adelante.

En la Conferencia General de octubre de ese mis­mo año, el presidente Heber J. Grant leyó una decla­ración de la Primera Presidencia que explicaba los principios en los que se basa la obra de bienestar de la Iglesia. En ella estaban las siguientes palabras que casi todos conocemos muy bien:

“Nuestro propósito principal fue establecer, hasta donde fuera posible, un sistema bajo el cual la maldi­ción del ocio fuera suprimida, se abolieran las limos­nas y se establecieran nuevamente entre nuestro pueblo la industria, el ahorro y el autor respeto. El propósito de la Iglesia es ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas.” (Manual de los Servicios de Bienestar, parte 1, pág. 1.)

Principios básicos que no cambian

Desde aquel comienzo, la Iglesia ha continuado recibiendo dirección divina según lo que exigieran las circunstancias. Los programas y procedimientos para poner en práctica los principios de bienestar se han modificado, y es posible que se sigan haciendo cambios de acuerdo con las necesidades que surjan; pero los principios básicos no cambian ni cambiarán nunca, porque son verdades reveladas. Se nos han dado direcciones en cuanto a la aplicación de estas verdades.

He ordenado esos principios directivos por temas en la siguiente forma: trabajo, autosuficiencia, bue­na administración económica, almacenamiento para un año, cuidado de los parientes (de todos, no sólo de los padres o hijos que vivan con nosotros) y el empleo prudente de los recursos de la Iglesia.

EL TRABAJO es fundamental en todo lo que hacemos. La primera instrucción que dio Dios ‘a Adán en el Jardín de Edén y que se encuen­tra registrada en las Escrituras fue “que lo labrara y lo guardase’’ (Génesis 2:15). Después de la Caída, Dios maldijo la tierra por causa del hombre (Génesis 3:17), diciendo: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra…” (Génesis 3:19).

En nuestra época, hay muchos que han olvidado el valor del trabajo, y hay quienes tienen la falsa idea de que la meta más alta en la vida es llegar a una situación en la que se pueda vivir sin trabajar. Escuchemos el consejo que dio el presidente Stephen L. Richards en 1939:

“Siempre hemos considerado digno el trabajo y reprobado el ocio. En nuestros libros y discursos se ha ensalzado el trabajo vigoroso, y nuestros líderes también lo han hecho, particularmente nuestro pre­sidente actual. Nuestro emblema ha sido una colme­na de abejas laboriosas. El trabajar con fe es un pun­to destacado de nuestra doctrina teológica, y contemplamos la meta de nuestro estado futuro – el cielo- como una cadena de progreso eterno por me­dio de una labor constante.” (Conferencia General de octubre de 1939.)

LA AUTOSUFICIENCIA es el producto de nuestro trabajo y es el fundamento de todas las demás formas de poner en práctica esta obra; es un elemento esencial para nuestro bienestar espi­ritual tanto como para el temporal. El presidente Marión G. Romney dijo lo siguiente con respecto a ese principio:

“Trabajemos por aquello que necesitamos. Debe­mos ser autosuficientes e independientes, porque no se obtiene la salvación por otro principio. Nuestra salvación es un asunto individual, y debemos tratar de lograrla tanto en lo temporal como en lo espiri­tual.” (Reunión de los Servicios de Bienestar, oct. 2 de 1976.)

El presidente Spencer W. Kimball enseñó acerca de la autosuficiencia, diciendo:

“La responsabilidad por el bienestar social, emo­cional, espiritual, físico o económico de cada perso­na descansa primeramente sobre sí misma; segundo, sobre su familia; y tercero, sobre la Iglesia si es un fiel miembro de la misma.

“Ningún fiel Santo de los Últimos Días que esté física o emocionalmente capacitado cederá voluntariamente la carga de su propio bienestar o del de su familia a otra persona…” (“Los Servicios de Bie­nestar: El evangelio en acción”, Liahona, feb. de 1978, pág. 111)

UNA ADMINISTRACIÓN EFICAZ

Tal vez no haya ningún otro consejo que se haya repetido con tanta frecuencia como el de que administremos con prudencia nuestros ingresos. En algunos países del mundo, las deudas personales alcanzan cifras astronómicas. Entre los miembros de la iglesia son demasiadas las personas que han caído innecesariamente en deuda y que tienen (si es que tienen) muy poco dinero ahorrado. La solución para este problema es estar dispuestos a vivir dentro de lo que sus medios económicos les permitan y, si es posi­ble, ahorrar algo para el futuro. No hay palabras que describan mejor la opresiva carga de las deudas que éstas, tan gráficas, del presidente J. Reuben Clark:

“En todo el mundo, la norma que rige nuestra vida económica es que debemos pagar interés por el dine­ro que pedimos en préstamo. Quisiera decir algo so­bre el interés:

“El interés nunca duerme, ni enferma ni muere; nunca va al hospital; trabaja domingos y festivos; nunca sale de vacaciones; nunca visita ni viaja; no se complace en nada; nunca queda cesante ni le despi­den del empleo; nunca le reducen el número de las horas que puede trabajar Una vez que contraemos una deuda, el interés es nuestro compañero cada minuto del día y de la noche; no podemos huir de él ni escabullimos de él; no podemos despedirlo; no cede ante súplicas, ni demandas, ni órdenes; y si nos inmiscuimos en su vía o atravesamos su camino o no cumplimos con sus exigencias, nos aplasta.” (Véase James E. Faust, “La responsabilidad del bienestar descansa sobre mí y mi familia”, Liahona, julio de 1986, pág. 17.)

Hay otro aspecto de la administración económica prudente: lo que concierne a la ofrenda de ayuno que ofrecemos al Señor para bendecir a los necesitados.

Si deseamos perfeccionarnos, debemos aplicar este principio con buena disposición y con gratitud.

Recuerdo que cuando era obispo siendo todavía muy joven, ya tarde una noche recibí una llamada telefónica del hospital para informarme que había muerto una hermana viuda de mi barrio. Fui al hos­pital, donde me entregaron una llave para que fuera a su apartamento (así se especificaba en una nota).

Al entrar en la humilde morada, encendí la luz y me dirigí hacia la mesita que había en la pequeña sala; sobre ella encontré dos frascos chicos llenos de monedas, y debajo de ellos una esquela. Aquella buena hermana, de nombre Kathleen McKee, no tenía ningún pariente. En la nota había escrito lo siguiente: “Obispo: Aquí está mi ofrenda de ayuno; he sido justa con el Sentir”. Creo que deberíamos preguntar­nos unos a los otros: “¿Somos justos con el Señor?» Recordemos el principio del verdadero ayuno: ¿No es que partamos nuestro pan con el hambriento, que alberguemos en nuestra casa a los pobres errantes, que vistamos al desnudo, y que no nos escondamos de nuestro hermano? [Véase Isaías 58:7.] Una ofren­da de ayuno honesta y generosa será para nuestro Padre Celestial una indicación de que conocemos a fondo la ley del ayuno y de que la obedecemos.

AL MACEN AMIENTO PARA UN AÑO

Los estudios que se han hecho recientemente entre los miembros de la iglesia nos indican que ha habido una gran disminución de la cantidad de familias que tienen almacenamiento para un año de artículos de primera necesidad. La mayoría de las personas piensan tenerlo algún día, pero muy pocas lo han comenzado. Debemos volver a prestar atención al insistente consejo del presidente Harold B. Lee cuando habló a los miembros en 1943:

“Y volvimos a recibir el consejo en 1942. . . ‘Reo teramos nuestro consejo, dijeron los líderes de la iglesia, y repetimos nuestras instrucciones: Que todo Santo de los Últimos Días que tenga un terreno produzca en él algunos alimentos esenciales y los preser­ve’. . . Quiero preguntar a los líderes que están aquí hoy: En 1937 ¿almacenasteis en vuestras casas, des­pensas y graneros suficientes provisiones para un año? Y vosotros, los moradores de ciudad, ¿obedecisteis en 1942 lo que se os dijo desde este pulpito?” (Conferencia General de abril de 1943.)

Como apoyo a este llamado directo está el de nuestro profeta actual, el presidente Ezra Taft Ben­son, en el cual nos ha dado indicaciones específicas para poner en práctica estas enseñanzas:

“Teniendo en cuenta la producción de alimentos, el almacenamiento, la distribución y el consejo del Señor, se debe dar prioridad al trigo… El agua, desde luego, es esencial; otros elementos básicos po­drían incluir miel de abeja o azúcar, verduras, pro­ductos lácteos o substitutos, y sal o su equivalente.

La revelación de que produzcamos y almacenemos alimentos puede ser hoy tan esencial para nuestro bienestar temporal, como lo fue el arca para el pueblo de Noé.” (“Preparaos para los días de tribula­ción”, Liahona, feb. de 1981, págs. 64-65.)

CUIDAMOS DE NUESTRA FAMILIA Y DE NUESTROS FAMILIARES CERCANOS

Como muchas veces se ha dicho, el mejor sistema de almacenamiento que la iglesia podría inventar con­siste en que toda familia tenga almacenado lo necesario para un año de comida, ropa y, si es posible, otros artículos de primera necesidad.

En la Iglesia que Jesucristo organizó durante su ministerio, Pablo le escribió a Timoteo: “Porque si alguno no provee para tos suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo”. (1 Timoteo 5:8.) Tenemos el sagrado deber de cuidar de nuestra familia, de todos nuestros parientes cercanos. A veces vemos que los hijos des­cuidan a sus padres y que no se atiende a las necesi­dades emocionales, sociales, y en algunos casos, aun a las materiales de los ancianos. Esto es algo muy desagradable para el Señor. Es difícil comprender cómo una madre puede cuidar de siete hijos más fácilmente de lo que siete hijos pueden cuidar de una madre.

El presidente J. Reuben Clark, hijo, dio instrucciones muy precisas al respecto: “La principal responsabilidad por el cuidado de los padres ancianos recae en la familia, no en la sociedad…, La familia que rehúsa cuidar de los suyos no cumple con su deber”. (Conferencia General de abril de 1938.)

El presidente Stephen L Richards hizo una súplica inspirada a los miembros al animarlos con estas palabras:

“Cuando los padres han trabajado, se han sacrificado, han orado, han llorado y han luchado por sus hijos hasta el punto de consumir sus energías, cómo pueden éstos, que les deben todo lo que tienen – educación e instruc­ción, ideales, capacidad para adquirir su independencia económica, e incluso su carácter -, estar de acuerdo con un sistema que hará de esos padres objeto del cuidado de organizaciones públicas que ayudan a los pobres; cómo pueden echar la carga de su mantenimiento sobre la comunidad y colocar sobre ellos el estigma de la pérdi­da de su independencia y su autor respeto. . .

“Creo que se me atragantaría la comida si supiera que mientras yo tengo pan, mis padres o parientes ancianos viven de la asistencia pública.” (Conferen­cia General de octubre de 1944.)

EL EMPLEO PRUDENTE DE LOS RECURSOS DE LA IGLESIA

‘El último principio que deseo destacar es el empleo apropiado de los recursos de la Iglesia. En los almacenes del Señor se encuentran tiempo, talento, habilidades, compasión, material consagrado y medios económicos de los miembros fieles de la Iglesia-. Estos recursos están a disposición del obispo para que ayude con ellos a los necesitados. Nuestros obispos tienen la responsabilidad de aprender a utilizarlos en la forma apropiada.

Quisiera sugerir cinco pautas básicas para hacerlo: Primero, el obispo debe buscar a los pobres como el Señor se lo ha mandado, y atender a sus necesidades.- No debemos suponer que otro lo hará. El obispo tiene la obligación sacerdotal de hacerlo y, aunque pida ayuda a los miembros, él es el responsable.

Segundo, el obispo debe analizar minuciosamente las circunstancias de cada uno de los casos que nece­sitan ayuda de bienestar; prudentemente, pide a la presidenta de la Sociedad de Socorro que lo ayude a evaluar la situación, y ejerce discernimiento, sentido común, equilibrio y compasión. Los recursos de la Iglesia representan una sagrada responsabilidad que se magnifica al aplicarlos el obispo para bendecir a los miembros de su barrio.

Tercero, los que reciben ayuda de bienestar deben trabajar por lo que reciben hasta donde su capacidad se lo permita. Hay muchas formas en las que los líderes pueden proveerles oportunidades de trabajo. Con la ayuda del comité de los Servicios de Bienes­tar, el obispo proporciona la clase de trabajo que aumentará los esfuerzos del recipiente para llegar a ser autosuficiente.

Cuarto, la asistencia que suministra el obispo es temporaria y parcial. Debemos recordar que el auxi­lio de la Iglesia tiene el propósito de ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas. La rehabilitación económica de los miembros es una responsabilidad personal y de la familia del afectado, con la colabora­ción del correspondiente quorum del sacerdocio y de la Sociedad de Socorro. Lo que tratamos de fomentar es la independencia, no la dependencia. El obispo debe procurar edificar la integridad, el autor respeto, la dignidad y el carácter justo en toda persona a la que ayude, conduciéndola a la autosuficiencia.

Quinto, nuestra ayuda tiene que consistir en los artículos y servicios de primera necesidad, no en el mantenimiento de un nivel de vida elevado. Quizás las personas tengan que cambiar su estilo de vida a fin de abastecer en todo lo que puedan sus propias necesidades. Una limosna de parte de la Iglesia ten­dría peores efectos que una del gobierno, porque a pesar del mayor conocimiento que se implica en este caso, no cumpliría su propósito. El sistema de la Iglesia supone metas más honorables y posibilidades más gloriosas.

Ayuda en situaciones críticas

La fiel obediencia a estos principios y prácticas de bienestar que se han recibido por revelación ha sal­vado vidas en tiempos de crisis. Por ejemplo, la for­ma en que respondieron los miembros de la Iglesia en 1985, cuando un terremoto devastó parte de la ciu­dad de México: El esfuerzo de los líderes y miembros de la Iglesia estuvo a la altura de las circunstancias al valerse de los recursos que ellos mismos habían pre­parado, para ayudarse y asistir a otros damnificados.

Podemos referirnos también al gran desastre ocu­rrido en 1976, en el estado de Idaho, con la ruptura de una represa que causó inundaciones en dos ciuda­des; miles de Santos de los Últimos Días dieron parte de sus reservas para ayudar a aquellos cuyos bienes habían sido completamente arrastrados por las aguas. Y recordemos el esfuerzo unido de los miembros de la Iglesia después de la Segunda Guerra Mundial, gra­cias al cual nuestro líder y Profeta, el presidente Ezra Taft Benson, que era entonces miembro del Consejo de los Doce, dirigió la distribución de más de setenta y cinco vagones cargados de artículos para los miem­bros necesitados de la Europa devastada de posgue­rra. Estos extraordinarios actos de servicio humani­tario se llevaron a cabo precisamente por la obediencia fiel de los santos a los mismos principios que hemos analizado aquí.

La Primera Presidencia y el Consejo de los Doce han bosquejado la enseñanza de estos principios y doctrina para la reunión que se realice el sábado por la noche en las conferencias de estaca, durante la segunda mitad de este año. Nuestro progreso en esta gran obra depende de que obtengamos una compren­sión más profunda de los principios de bienestar que se nos han revelado, y los apliquemos concienzuda­mente. Confiamos que, con la guía del Espíritu San­to, podamos todos llegar “a la unidad de la fe” y a “la estatura de la plenitud de Cristo” (véase Efesios 4:13) en estos eternos y vitales principios.

Queremos ser discípulos del Señor Jesucristo. Que podamos estar preparados tanto en la familia como en forma individual; que podamos enseñar, elevar, edificar, motivar; que podamos ser inspirados al tra­tar de apegar nuestra vida a estos principios del evan­gelio. Doy mi testimonio de que Dios vive, que Jesús es el Cristo, y que el programa al que llamamos plan de bienestar de la Iglesia nos llegó de Dios y tiene como fin la bendición y exaltación de Su pueblo. □

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