A los hambrientos colmó de bienes

Conferencia General Octubre 1997
«A los hambrientos colmó de bienes»
Élder Jeffrey R. Holland
Del Quorum de los Doce Apóstoles

Jeffrey R. Holland

«Todo en el Evangelio nos enseña que podemos cambiar si es necesario que lo hagamos, que podemos recibir ayuda si en verdad la deseamos, que podemos ser sanados cualesquiera que hayan sido los problemas del pasado.»

Hace un tiempo, leí una composición que hablaba del «hambre metafísico»1 que hay en el mundo. El autor insinuaba que el alma del hombre y de la mujer se estaba muriendo, por así decirlo, debido a la carencia de alimento espiritual en la actualidad. Esa frase, «hambre metafísico», acudió otra vez a mi mente el mes pasado al leer los numerosos y bien merecidos tributos otorgados a la Madre Teresa, de Calcuta. Un corresponsal aludió a la ocasión en que ella dijo que no obstante lo severo y doloroso que era el hambre física en nuestros días —habiendo dedicado casi toda su vida a mitigarlo— aun así, ella creía que la falta de fortaleza espiritual, la escasez de alimento espiritual, era incluso un hambre más horrenda en el mundo de hoy.

Esas observaciones me hicieron recordar la temible profecía del profeta Amos, quien dijo hace tiempo: «He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová»(2).

A medida que el mundo avanza perezosamente hacia el siglo veintiuno, muchos añoran algo y a veces lo piden a gritos, pero con demasiada frecuencia no saben con certeza lo que quieren. La situación económica del mundo, hablando en sentido general y no específico, probablemente sea mejor que en cualquier otra época de la historia, pero el corazón humano aún está intranquilo y muchas veces agobiado con demasiado estrés. Vivimos en la «era de la información», en la cual tenemos, literalmente al alcance de la mano, un mundo lleno de datos; no obstante, para muchas personas, el significado de esa información y la satisfacción que viene de utilizar el conocimiento en algún contexto moral parecen estar cada vez más alejados que nunca.

El precio de edificar en cimientos tan inciertos es demasiado alto: muchas vidas se están derrumbando cuando llegan las tormentas y rugen los vientos (3). Casi por todos lados vemos a aquellos que no están satisfechos con las comodidades que tienen debido al temor constante de que otros, en alguna parte, tengan más que ellos. En un mundo que tan desesperadamente necesita un liderazgo moral, con demasiada frecuencia vemos a lo que Pablo se refirió como la maldad espiritual en lugares elevados (4). De manera absolutamente aterradora, vemos a muchos que dicen que están aburridos de sus cónyuges, de sus hijos y de cualquier sentido de responsabilidad matrimonial o paternal que tengan hacia ellos. Y hay otros que, yendo a toda velocidad por el camino sin salida de los placeres físicos, exclaman que ellos de verdad vivirán sólo de pan, y que cuanto más tengan, mejor. Lo sabemos por una fuente fidedigna, de hecho, del Verbo mismo, que el pan solo —aunque sea mucho— no es suficiente (5).

Durante el ministerio del Salvador en Galilea, Él reprendió a aquellos que se habían enterado de que Él había dado de comer a los cinco mil con sólo cinco hogazas de pan y dos pescados, y que ahora acudían a Él para que también les diera de comer gratis. Ese alimento, no obstante que era esencial, era secundario en comparación con la verdadera nutrición que Él trataba de darles.

«Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron», les exhortó. «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre».

Pero ésa no era la comida por la que habían venido, y el registro dice: «Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él»(6).

Ese breve relato expresa hasta cierto grado el peligro de nuestros días. Y es que con nuestro actual éxito y conocimiento avanzado, nosotros, también, quizás nos alejemos del vitalmente crucial pan de vida eterna; tal vez en realidad elijamos estar espiritualmente mal nutridos, entregándonos intencionalmente a cierta clase de anorexia espiritual. Quizás, al igual que los pueriles galileos de antaño, le hagamos el desaire al sustento divino que pongan frente a nosotros. Naturalmente, la tragedia de aquel entonces, como la de ahora, es que un día, tal como el Señor mismo lo ha dicho, «a la hora en que menos lo penséis, el verano habrá pasado y la siega habrá terminado», sólo para descubrir que «[nuestras] almas [están] sin salvar»(7).

Me he preguntado esta mañana si entre los que me escuchan hay alguno que piense que él o ella o sus seres queridos están demasiado ocupados en las cosas triviales, están en busca de algo más substancial y preguntan, junto con el joven próspero de las Escrituras: «¿Qué más me falta?»(8). Me he preguntado si esta mañana alguien ha estado «errante de mar a mar», corriendo «desde el norte hasta el oriente»(9) como dijo el profeta Amos, fatigado por el acelerado ritmo de la vida o por tratar de igualar el nivel de vida que llevan los vecinos antes de que éstos tengan que sacar otro préstamo para pagar sus deudas. Me pregunto si personas como éstas están escuchando la conferencia con la esperanza de encontrar la respuesta a un problema sumamente personal o para recibir esclarecimiento con respecto a las dudas más serias de su corazón. Tales problemas o preguntas tal vez tengan que ver con el matrimonio, la familia, los amigos, la salud, la paz o la obvia carencia de esas preciadas posesiones.

Es a esas personas que buscan soluciones a sus problemas a quienes deseo dirigirme esta mañana. Sin importar dónde vivan, la edad que tengan o la situación en que se encuentren, les declaro que mediante Su Hijo Unigénito, Dios ha quitado el hambre al que Amos hizo referencia. Testifico que el Señor Jesucristo es el Pan de Vida y la Fuente de Agua Viva que salta para vida eterna. Declaro a aquellos que son miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y especialmente a aquellos que no lo son, que nuestro Padre Celestial y Su amado Hijo Primogénito sí aparecieron al joven profeta José Smith y restauraron la luz y la vida, la esperanza y la dirección a un mundo extraviado, un mundo lleno de personas que se preguntan: «¿Dónde está la esperanza? ¿Dónde está la paz? ¿Cuál sendero debo seguir? ¿Qué camino he de seguir?».

A pesar de los caminos que se hayan tomado o no se hayan tomado, esta mañana deseamos ofrecerles «el camino, y la verdad, y la vida»(10). Los invitamos a experimentar la aventura de los primeros discípulos de Cristo, quienes también añoraban el pan de vida, de aquellos que no se alejaron de Él, sino que permanecieron con Él, y quienes reconocieron que, para tener seguridad y salvación, no había ningún otro a quien pudieran ir jamás (11).

Recordarán que cuando Andrés y otro discípulo, probablemente Juan, oyeron por primera vez a Cristo, se sintieron tan conmovidos y atraídos hacia Jesús que lo siguieron cuando Él se alejó de la multitud. Al darse cuenta de que le seguían, Cristo se volvió y les preguntó: «¿Qué buscáis?»(12). Otras traducciones lo han interpretado simplemente como «¿Qué deseáis?» Ellos respondieron: «¿Dónde moras?» o «¿Dónde vives?». Cristo sólo dijo: «Venid y ved»(13). En breve, Él formalmente llamó a Pedro y a otros Apóstoles nuevos extendiéndoles la misma invitación y diciéndoles: «Venid en pos de mí»(14).

Parecería que la esencia de nuestra jornada terrenal y que las respuestas a las preguntas más importantes de la vida quedan comprendidas en estos dos breves elementos de los primeros acontecimientos del ministerio terrenal del Salvador. Uno de ellos es la pregunta que se hace a cada uno de los que vivimos en esta tierra: «¿Qué buscáis? ¿Qué deseáis?». El segundo elemento es la forma en que Cristo responde a nuestra respuesta, no importa cómo hayamos respondido. Quienquiera que seamos y cualquiera sea nuestra contestación, la respuesta de Él es siempre la misma: «Venia», dice con amor. «Venid en pos de mí». A dondequiera que vayas, primeramente ven y ve lo que yo hago, en dónde y cómo paso mi tiempo; aprende de Mí, camina conmigo, habla conmigo y cree. Escúchame orar, y encontrarás respuesta a tus propias oraciones. Dios dará descanso a tu alma. Ven, sígueme.

Al unísono y de común acuerdo, nosotros testificamos que el Evangelio de Jesucristo es el único medio para satisfacer el monumental hambre espiritual y saciar la enorme sed espiritual. Únicamente Aquel que fue mortalmente herido sabe cómo sanar nuestras heridas de hoy; sólo Aquel que estaba con Dios, y que era Dios (15), puede dar respuesta a las preguntas más serias y urgentes de nuestra alma. Sólo Sus brazos todopoderosos habrían podido abrir las puertas de la prisión de la muerte, que de otro modo nos habrían tenido cautivos para siempre. Únicamente sobre Sus hombros triunfantes podremos entrar en la gloria celestial, si tan sólo elegimos hacerlo a través de nuestra fidelidad.

A aquellos que tal vez piensen que de alguna forma hayan perdido su lugar a la mesa del Señor, les decimos otra vez, junto con el profeta José Smith, que Dios tiene «una disposición para perdonar»(16), que Cristo es «misericordioso y piadoso, lento para la ira, lleno de longanimidad y comprensión» (17).

Siempre me ha gustado que cuando Mateo registra el gran mandato de Jesús: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto»(18), Lucas añade el comentario adicional del Salvador: «Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso»(19), como para insinuar que la misericordia es por lo menos un sinónimo de la perfección que Dios tiene y la cual debemos esforzarnos por lograr. La misericordia, con la virtud hermana del perdón, es el núcleo mismo de la expiación de Jesucristo y del eterno plan de salvación. Todo en el Evangelio nos enseña que podemos cambiar si es necesario que lo hagamos, que podemos recibir ayuda si en verdad la deseamos, que podemos ser sanados cualesquiera que hayan sido los problemas del pasado.

Ahora bien, si se sienten demasiado débiles espiritualmente para participar del manjar del Señor, por favor recuerden que la Iglesia no es un monasterio para personas perfectas, aunque todos deberíamos esforzarnos por ir por el camino de la rectitud. No, por lo menos un aspecto de la Iglesia se parece más a un hospital o a una estación de auxilio, provisto para aquellos que están enfermos y quieren recuperarse, donde uno puede recibir una infusión de alimento espiritual y un abastecimiento de agua viva a fin de seguir adelante.

A pesar de las tribulaciones de la vida y de cuan alarmante nos parezca el futuro, testifico que contamos con ayuda para el trayecto: tenemos el Pan de Vida Eterna y la Fuente de Agua Viva. Cristo ha vencido al mundo —nuestro mundo— y Su don para nosotros es la paz ahora y la exaltación en el mundo venidero (20). El requisito fundamental es tener fe en El y seguirle… para siempre. Cuando nos exhorta a andar en Sus caminos y en Su luz, es porque Él ha andado por ellos antes, haciendo que sean seguros para nosotros. Él sabe dónde están las piedras afiladas y de tropiezo, donde están los peores cardos y espinos. Él sabe dónde es peligroso el camino y qué rumbo debemos seguir cuando haya una bifurcación y caiga la noche. Él sabe todo eso, como dice Alma en el Libro de Mormón, porque ha sufrido «dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases… para que… sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos»(21). «Socorrer» significa literalmente «correr hacia». Testifico que en mis temores y debilidades, el Salvador por cierto ha corrido hacia mí. Nunca podré agradecerle lo suficiente Su misericordia y cuidado.

El presidente George Q. Cannon dijo en una ocasión: «No importa cuán duras sean las pruebas, cuan profunda la congoja, cuán grande la aflicción, [Dios] jamás nos desamparará; nunca lo ha hecho y nunca lo hará. No puede hacerlo, ya que va en contra de Su naturaleza. Es un Ser inmutable… Él nos sostendrá. Tal vez pasemos por el fuego purificador, por aguas profundas, pero no seremos consumidos ni vencidos. De todas estas pruebas y dificultades saldremos mejores y más puros, si tan sólo confiamos en nuestro Dios y guardamos Sus mandamientos»(22).

Aquellos que reciban al Señor Jesucristo como la fuente de su salvación siempre descansarán en delicados pastos no importa cuán árido y desolado haya sido el invierno. Y las aguas que los refresquen siempre serán aguas de reposo no importa cuán turbulentas sean las tormentas de la vida. Al andar por Sus senderos de justicia, confortará para siempre nuestras almas, y aunque ese sendero nos lleve, tal como a Él, por el valle mismo de la sombra de muerte, aun así no temeremos mal alguno. La vara de Su sacerdocio y el cayado de Su espíritu siempre nos consolarán. Y cuando, durante nuestros esfuerzos, nos dé hambre y sed, Él nos preparará un verdadero manjar, aun en presencia de nuestros enemigos —enemigos contemporáneos entre los cuales podrían contarse el temor o los problemas familiares, enfermedad o penas personales de cientos de clases diferentes. En un acto culminante de compasión, en esa cena El unge nuestra cabeza con aceite y pronuncia una bendición de fortaleza para nuestra alma. Nuestra copa rebosa con Su bondad y nuestras lágrimas rebosan de gozo. Lloramos al saber que tal bondad y misericordia nos seguirán todos los días de nuestra vida, y que, si así lo deseamos, moraremos en la casa del Señor para siempre (23).

Esta mañana ruego que todos los que tengan esta clase de hambre y sed, y que a veces anden errantes, oigan esta invitación de Aquel que es el Pan de Vida, la Fuente de Agua Viva, el Buen Pastor de todos nosotros, el Hijo de Dios: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados… y hallaréis descanso para vuestras almas»(24). En verdad a «los hambrientos colm[a] de bienes», tal como lo testificó María, su propia madre (25). Vengan a saciarse a la mesa del Señor en lo que testifico es Su Iglesia verdadera y viviente, dirigida por un Profeta verdadero y viviente, el presidente Gordon B. Hinckley, a quien tendremos ahora el placer de escuchar. Ruego por estas bendiciones y doy testimonio de estas verdades en el sagrado y santo nombre del Señor Jesucristo. Amen.

NOTAS

  1. Arthur Hertzberg, citado por Harold B. Lee en Stand Ye in Holy Places, 1975, pág. 349.
  2. Amos 8:11.
  3. Véase Mateo 7:24-29.
  4. Efesios 6:12.
  5. Véase Mateo 4:4; Juan 1:1.
  6. Véase Juan 6:26, 49, 51,66.
  7. D. y C. 45:2. Véase también Jeremías 8:20.
  8. Mateo 19:20.
  9. Amos 8:12.
  10. Juan 14:6.
  11. Véase Juan 6:68.
  12. Juan 1:38.
  13. Juan 1:39.
  14. Mateo 4:19.
  15. Véase Juan 1:1.
  16. Lectures on Faith, pág. 42.
  17. Ibíd., pág. 42.
  18. Mateo 5:48.
  19. Lucas 6:36.
  20. Véase D. y C. 59:23.
  21. Alma 7:11-12.
  22. «Freedom of the Saints», en Brian H. Stuy, compilación, Collected Discourses, 5 tomos. (1987-92), tomo 2, pág. 185.
  23. Véase Salmos 23.
  24. Mateo 11:28-29.
  25. Véase Lucas 1:53.
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