Cómo preparase para la Misión

Conferencia General de Octubre 1960

Cómo preparase para la Misión

élder Bruce R. McConkie

por el Élder Bruce R. McConkie
del primer concilio de los setenta


Nosotros, como miembros de esta Iglesia, tenemos la solemne obligación de llevar el mensaje de salvación a los demás hijos de nuestro Padre Celestial en el mundo. A nosotros, el Señor nos ha dado este mandato: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura” (DyC 68:8).

Este llamado al servicio misional no nos deja opción ni elección en cuanto al curso que debemos seguir. No es simplemente una invitación permisiva que nos permita compartir el mensaje del evangelio de manera voluntaria o si encontramos conveniente hacerlo. Este mandato es obligatorio. No tenemos elección al respecto si queremos mantener el favor de Dios. El Señor ha puesto sobre nuestros hombros la obligación de esparcir el evangelio, levantar la voz de advertencia y reunir a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Si descuidamos hacerlo, violamos nuestra confianza y fallamos en cumplir con una directiva divina.

Cuando ingresamos a la Iglesia, hacemos convenio en las aguas del bautismo de que realizaremos obra misional. Entramos en un contrato solemne con la Deidad de que daremos testimonio de la restauración del evangelio en toda ocasión apropiada. Acordamos “permanecer como testigos de Dios en todo tiempo y en todas las cosas, y en todo lugar en que estemos, aun hasta la muerte” (Mosíah 18:9). También estamos obligados por el mandamiento dado por revelación en esta dispensación: “a todo hombre que ha sido avisado le es necesario avisar a su prójimo” (DyC 88:81). Por lo tanto, tenemos una obligación afirmativa, positiva y definitiva de realizar obra misional.

Llevar el mensaje del evangelio al mundo no es algo que podamos elegir hacer o no, según nos convenga. Estamos bajo convenio de hacerlo “en todo tiempo… y en todo lugar… aun hasta la muerte” (Mosíah 18:9).

Cada uno de nosotros tiene una deuda con los misioneros que trajeron el evangelio a nosotros o a nuestros antepasados. Muchos debemos a esos misioneros más de lo que debemos a cualquier otra persona. De ellos recibimos la perla de gran precio. Tenemos la obligación de saldar esa deuda, y una de las mejores formas de hacerlo es salir nosotros mismos como misioneros o usar nuestros talentos y medios para asegurar que otros hijos de nuestro Padre tengan la oportunidad de recibir lo que se ha restaurado en esta dispensación.

El Señor ha decretado que este evangelio, que vino a través de la instrumentalidad de José Smith y otros, será predicado en todas las naciones de la tierra como testimonio antes de la Segunda Venida del Hijo del Hombre (DyC 133:36-40). Como nosotros somos los que tenemos este evangelio verdadero, solo nosotros podemos llevarlo al mundo. Para cumplir con este mandato de predicar el evangelio restaurado en todo el mundo, cada uno de nosotros debe ser misionero todos los días y horas de nuestras vidas, en todo momento, en todo lugar y bajo todas las circunstancias.

No necesitamos un llamado particular ni una apartación especial; ya asumimos la obligación en las aguas del bautismo de aprovechar toda oportunidad honorable para contar a otros acerca de las glorias y bellezas del evangelio. No hay nada en este mundo que se compare en importancia con el evangelio.

Dos sugerencias específicas para la preparación misional

Permítanme hacer dos sugerencias específicas que, si se siguen, entrenarán y prepararán a los jóvenes de esta Iglesia para salir y cumplir con sus obligaciones misionales:

  1. Involucrarse en el esfuerzo personal y colectivo: Realizamos la obra misional, cada uno como individuos, al hablar con otros acerca de la Iglesia y las verdades salvadoras reveladas a ella. Además, tenemos los grandes esfuerzos misionales organizados de la Iglesia, como las misiones de estaca y las misiones extranjeras. Deseamos que cada joven digno y calificado de la Iglesia participe en el servicio misional extranjero.
  2. Reconocer la singularidad del esfuerzo misional: Actualmente, tenemos alrededor de ocho mil misioneros sirviendo, lo cual es una de las grandes evidencias de la divinidad de esta obra. No hay otra organización en el mundo que haga o pueda hacer lo que hacemos en la causa misional: llamar a miles y decenas de miles de personas a dejar sus empleos, estudios, familias, seres queridos y amigos, y salir por su cuenta para llevar el mensaje del evangelio al mundo.

La obra misional es una parte esencial de nuestro convenio con el Señor y una responsabilidad que nos eleva espiritualmente al servir a los hijos de Dios en todo el mundo.

Dadas las circunstancias en las que vivimos, no se trata simplemente de invitar a un joven, cuando alcanza la edad adecuada, a servir en el campo misional. Nuestros jóvenes enfrentan desafíos relacionados con la educación, el servicio militar, el empleo y otros asuntos. Tienen la responsabilidad de planificar, prepararse, organizar sus asuntos personales y estar listos, incluyendo tener los requisitos financieros para sostenerse cuando llegue el momento de su llamamiento misional.

Primera sugerencia: Crear una cuenta de ahorros para la misión

Sugiero que en cada familia de la Iglesia haya una cuenta de ahorros para la misión. Esta cuenta podría comenzar para cada joven varón desde su nacimiento. Apoyar a un misionero cuesta aproximadamente $2,000 (alrededor de $75 al mes). Para las familias de modestos recursos, puede ser difícil asumir repentinamente esa cantidad. Pero si se establece una cuenta de ahorros para la misión desde el nacimiento de cada niño, los fondos necesarios estarán disponibles cuando alcance la edad misional.

Por ejemplo, si se depositan cuatro dólares y algunos centavos mensualmente en una cuenta de ahorros desde el nacimiento de un niño, para el momento en que alcance la edad misional, sin contar los intereses, habría acumulado aproximadamente $1,000. Además, los jóvenes pueden contribuir al fondo mientras trabajan en su adolescencia. Si nuestros jóvenes adoptaran el hábito de destinar la mitad de sus ingresos a esta cuenta de ahorros para la misión, tendrían más de $2,000 disponibles al llegar a la edad misional. Esto eliminaría la preocupación financiera y permitiría que los fondos se acumulen sin un esfuerzo excesivo.

Más allá del aspecto financiero, este hábito fomentaría beneficios aún mayores. Ahorrar consistentemente durante los años de adolescencia inculca en el joven el deseo y la disposición de servir. Planificar para una misión se convierte en una parte natural de su vida, y asumen automáticamente que cumplirán su obligación misional pasando dos o tres años en el campo. Además, este compromiso los impulsa a vivir rectamente, estudiar el evangelio, mantenerse moralmente limpios y estar preparados espiritualmente para recibir la recomendación de su obispo.

Segunda sugerencia: Orar regularmente por el servicio misional y el matrimonio en el templo

En cada hogar de los Santos de los Últimos Días, deberíamos realizar oraciones familiares regularmente, idealmente dos veces al día, antes de las comidas de la mañana y la noche. Los padres deben dar el ejemplo en estas oraciones, y a menudo pasamos por alto el valor de estas oraciones para enseñar las doctrinas de salvación a nuestros hijos.

Sugiero que, con frecuencia (sin caer en un ritualismo mecánico), los padres pidan en sus oraciones familiares que todos los jóvenes varones sirvan misiones al llegar a la edad adecuada y que todos los hijos, hombres y mujeres, se casen en el templo. Si hacemos esto con regularidad, pronto veremos a nuestros hijos pequeños, apenas capaces de hablar, orando con el mismo lenguaje, pidiendo al Señor que les permita servir misiones y casarse en el templo. Este hábito inculcará en ellos un deseo, una disposición y una determinación para cumplir ambas metas: llevar el mensaje del evangelio y participar en el sistema de convenios que trae las mayores bendiciones posibles.

Nuestra obligación misional: Preparación espiritual y financiera

Esta obligación no es opcional. El Señor nos ha mandado llevar su mensaje al mundo y ser testigos de su nombre. Si se requiere preparación, enseñanza y acondicionamiento para cumplir con esta responsabilidad de manera efectiva, entonces, con sabiduría y juicio, debemos asumir esta preparación. Esto incluye asegurarnos de estar financieramente capacitados y espiritualmente listos para salir en la obra del Señor.

Si tuviera que elegir entre enviar a mis hijos a una misión o brindarles una educación universitaria, preferiría que fueran a una misión. Una misión les brindará más beneficios temporales y educativos, sin mencionar los profundos beneficios espirituales.

El Señor dijo en los primeros días de la Iglesia algo que creo que se aplica a nosotros:

“Lo que más os vale es declarar el arrepentimiento a este pueblo, para que traigáis almas a mí, a fin de que descanséis con ellas en el reino de mi Padre” (DyC 15:6).

Digo esto en el nombre de Jesucristo. Amén.

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