El Casamiento y la Religión

Liahona Agosto 1962

El Casamiento y la Religión

Por Antbon S. Cannoh
(Tomado de the Instructor)

El camino más seguro hacia la felicidad eterna es el casamiento por la eternidad—la perfecta unión en matrimonio y religión.

La religión necesita del casamiento para poder realizar cabal­mente su propósito eterno y divino. Y el casamiento necesita de la religión, para poder recibir las más ricas bendiciones y la garantía más efectiva respecto de su propia estabilidad, seguridad, satisfac­ción, éxito y santidad. La familia, la Iglesia y la sociedad son grandemente beneficiadas cuando el casamiento es santificado y unido por medio del convenio eterno.

La óptima solución de los problemas sociales requiere un saludable y feliz nutrimento mutuo de los valores primordiales de la vida: el casamiento y la religión. Es esencial que los jóvenes obtengan la fuerza, compresión, motivación, valentía, visión y carácter que sólo la religión puede proveer a su matrimonio. Es éste el camino hacia el gozo, el triunfo, la satisfacción y la realización eternos. Y también el sendero—el más seguro—hacia la paz mental, la devoción y la dedicación a los más nobles y gratos objetivos, la salud más anhelada, la salvación más codiciable, las mayores realizaciones, el altruismo más elevado y el más completo desarrollo de los potenciales humanos.

Un sólido casamiento, combinado con la religión verdadera, ha de nutrir la dinámica salud y el básico bienestar que todos los hijos de Dios necesitan. Y en tal circunstancia, el divorcio es in­compatible e inconcebible.

Sólo un incontenible deseo de prestar un desinteresado y gozoso servició—al Señor y a los hijos del Señor—puede emanar cuando se reconocen tanto la satisfacción producida por el hecho de ser buenos y de hacer lo bueno, como el privilegio de la oportunidad y el deber más elevados: amar y servir a nuestra compañera y a nuestra familia, contribuyendo de esta forma al fortalecimiento del reino de Dios sobre la tierra, por tiempo y eternidad. Y ésta es la única manera por la que las más grandes bendiciones, y la paz y el gozo permanentes pueden ser obtenidos.

Las complicaciones de la vida moderna incluyen una multipli­cidad de pecados de omisión y de comisión. Un matrimonio sin una preparación adecuada podría terminar en una situación de miseria, tensión, desencanto, fracaso, frustración, pena, confusión, desorganización social, delincuencia, deserción y divorcio. La sociedad gasta anualmente enormes cantidades de dinero para tratar de reedificar las ruinas resultantes de los malos casamientos, los noviazgos impropios, la inmadurez emocional y la impudicia, la amoralidad y la carencia de sentimientos religiosos. La fantasía de los romances absurdos o los saltos a ciegas en los brazos del amor, sólo han contribuido, desde tiempos inmemoriales, al acre­centamiento de los consecuentes problemas de la vida familiar.

El casamiento por la eternidad es la mayor bendición que el evangelio provee. Es el fin y los medios para poder alcanzar todas las otras bendiciones importantes, ahora y a través de las eternidades.

Religión significa devoción—devoción a lo que consideramos divinamente inspira­do. El evangelio nos hace saber que nuestro enlace eterno con la compañera o compañero indicado, y la edificación de una vida familiar estable y feliz, son esenciales para la exaltación. El casa­miento satisface las más íntimas y signi­ficativas necesidades del hombre. Es la unión por medio de la cual nuestra capa­cidad procreativa provee de cuerpos a los hijos espirituales de Dios.

La asombrosa cifra de 16 millones de personas divorciadas en los Estados Uni­dos durante los últimos veinte años, dramatiza elocuentemente la urgente ne­cesidad de proteger nuestras familias y nuestra juventud en general, contra los estragos resultantes de los mal aconsejados y presurosos casamientos. Pero aún más lastimosos y más socialmente destructivos son aquellos otros tantos millones de matrimonios carentes de gozo, despojados de armonía y saturados de hostilidad, a causa de estar juntos legalmente pero desunidos psico­lógica y espiritualmente. Y estos innumerables hogares destruidos, son los que engendran las inútiles vidas de los delincuentes juveniles e incuban desalentados niños de mentalidad perturbada.

La mejor protección contra tales desdichas y gravámenes de nuestra vida social, depende de una firme observancia de las enseñanzas del verdadero evangelio. La gloria tía Dios es la inteligencia, y el mayor bienestar de Sus lujos requiere vivir a la luz de la más grande de sus revelaciones: el matrimonio eterno. ¡Qué desafío es para uno el tener que usar la inteligencia antes de casarnos, de vivir y llegar a saber cómo somos, cuáles son nuestras necesidades, aprender a controlarnos y a amar sinceramente a otros con nobles propósitos! Es toda una inspiración el valerse de la oración y de la meditación honesta, en la búsqueda de aquella persona que habrá de ser nuestra compañera en esta vida y por toda la eternidad. ¡Cuán gloriosa es la oportunidad que tenemos de poder escoger a alguien a quien estaremos unidos para siempre —alguien que básicamente proveerá la mitad de la potencialidad genésica y gran parte del ambiente social en que nuestros descendientes habrán de desarrollarse a través de las eternidades! ¿No es acaso este trascen­dental desafío, realmente digno de la mayoría de nuestros mejores años de estudio, búsqueda y oración?

Debemos buscar el consejo y la ayuda del Señor por medio de la oración; de nuestra familia y aun de nuestros mejores amigos, a través de su cariñosa relación y de sus enseñanzas. Los que verdaderamente nos aman, son los que habrán de contribuir benéficamente a nuestro crecimiento espiritual.

Nuestra primera tarea es evolucionista: llegar a ser la clase de persona digna de tener una compañía eterna, y desarrollar la capacidad de carácter necesaria para amar y servirle por siempre y para siempre. En verdad, ser capaz de tomar a alguien en casamiento por la eternidad, requiere una fe religiosa inquebran­table en el propósito y significado de tal convenio.

El segundo paso es igualmente importante y tan desafiante como el primero, aunque más deleitable: encontrar, a través del noviazgo—pero también mediante la oración, el consejo y el estadio—, la persona con quien estaremos dispuestos a enlazar nuestros destinos y a levantar nuestra posteridad. No podemos arries­garnos a contraer enlace con el primer ser que nos enamore. Necesitamos más estudio, investigación, ex­periencia, cultivo de relaciones sociales y de los valores espirituales. Necesitamos también tiempo para estu­diarnos a nosotros mismos y estudiar a aquellos que habrán de estar ligados a nuestra existencia—grado de sabiduría que sólo se consigue por medio de la oración y las experiencias sociales. Puesto que una sola decisión podría tener tanta importancia para la larga vida que nos espera, no debiéramos despreciar irres­ponsablemente nuestras oportunidades ni jugar con nuestra futura felicidad,

La esencia de la oración es receptiva e infinita. Cuando buscamos una solución perfecta para nuestro problema, sólo a la fuente de toda bondad, verdad, sabiduría y justicia podemos recurrir: nuestro Padre Celestial, que desea nuestro perfecto bienestar pero que nos concede la libertad de buscar y escoger por la fe. El Señor está siempre dispuesto a iluminamos con Su inspiración y conocimiento cuando, con sinceri­dad de propósitos y libres de todo prejuicio arbitrario, buscamos Su ayuda.

No existe guía o indicio mejor para un matrimonio feliz, que el que dos personas, luego de una sincera consideración y estudio de las fuentes sociales, de su relación, comprueben que son mutuamente compatibles y deseen casarse por la eternidad. Porque cuando cada uno de ellos puede, en los ámbitos divinos de la oración privada, confirmar su elección, y luego ambos están dispuestos a establecer la promesa de edificar juntos su futuro, la más alta bendición necesaria es sellar su amor y su devoción ante el altar del convenio sempi­terno, bajo las manos del Sagrado Sacerdocio, por tiempo y eternidad.

Tal unión es una fuente natural de niños bendeci­dos con educación, adiestramiento, seguridad, sólida fe religiosa y amor, como fundamentos para sus felices y sanas personalidades. Los hijos nacidos bajo tan selectas circunstancias, estarán henchidos de las diná­micas energías necesarias para el logro de las mejores cosas de la vida y el mayor bienestar de la humanidad. El mundo necesita de la influencia del casamiento en el templo para poder disminuir los efectos causantes del divorcio, la delincuencia, la infidelidad, las enfer­medades y las muertes prematuras. Todos debiéramos trabajar y orar siempre por un creciente número de casamientos y familias bendecidas por este gran recurso unificador.

El carácter de los individuos es determinado por la relación entre padres e hijos. La oración familiar es una de las mejores oportunidades para infundir en los hijos el amor a Dios, la noble aspiración del casa­miento en el templo, el propósito de vivir honestamente, y todos los elementos básicos de la vida religiosa. El ejemplo de los padres habla más elocuente y significa­tivamente que sus propias enseñanzas. No obstante, ambas cosas son necesarias para la edificación de un firme deseo de poder contraer matrimonio por la eterni­dad en el corazón de la juventud, como uno de los más grandes objetivos de la vida.

Los frutos del amor en el hogar vigorizan la significancia de la eterna asociación existente entre la religión y el casamiento—asociación tendiente a estruc­turar la vida familiar más perfecta.

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