“Acuérdate del Día de Reposo…»

Liahona Agosto 1962

“Acuérdate del Día de Reposo…»

Por Boyd K. Packer
(Tomado de the Instructor)

Uno de los principios del evangelio que resultan más difíciles de enseñar a la juventud, es el del Día de Reposo. Muy frecuentemente comprobamos que nuestros jóvenes están asociando este día santo con numerosas restricciones. Cuando un muchacho o una chica miembro de la Iglesia, habla por teléfono con algún amigo o amiga, es común oírle decir a cierta altura de su conversación: “No puedo ir”; y luego, como respuesta a un evidente “¿Por qué?” de su interlocutor, agregar: “Pues, porque hoy es domingo.” Y es fácil imaginar la siguiente pregunta del amigo: “¿Y qué hay con eso?” En verdad, esta última pregunta no siempre es contestada apropiadamente, porque su respuesta suele no estar al alcance de la gente joven. La mayoría de las veces ellos contestan que sus padres “prefieren que hagan otras cosas durante el día domingo.” Y aun, cuando de mala gana obedecen, una pregunta permanece—inquieta—en sus mentes: “¿Por qué?”

Los jóvenes siempre tienen un “¿Por qué?” en sus pensamientos, no importa lo que hagan o deban hacer. Por eso, ¡cuán benéfico sería que nuestra juventud pudiera cultivar una seria actitud hacia el Día del Señor, a fin de aprender al menos parte de ese “por qué”.

A veces resulta ser realmente problemático enseñar una lección en cuanto al Día de Reposo a un grupo de jóvenes. Cierta vez, los alumnos de una clase de la Escuela Dominical preguntaron al maestro: “Continua­mente se nos está indicando lo que no debemos hacer durante el Día de Reposo. ¿Por qué no nos hace una lista de las cosas que podemos hacer ese día?” En reali­dad, la preparación de una lista semejante sería de considerable ayuda, pero indudablemente no soluciona el problema.

Los hijos de Israel vivieron en base a una serie de regulaciones. Las Escrituras nos relatan que:

“. . . Les fué dada una ley; sí, una ley de cere­monias y ordenanzas, una ley que tenían que observar rígidamente de día en día, para conservar vivo en ellos el recuerdo de Dios y sus deberes hacia él.” (Mosíah 13:30.)

Pero fué evidente que ni aun esta “lista” de limi­taciones, por sí misma, les mantuvo firmemente leales.

Como maestros del evangelio, debemos tratar cons­tantemente de edificar en nuestros jóvenes una ade­cuada actitud y una profunda apreciación respecto del día domingo. Y cuando nos dispongamos específica­mente a ello, nuestra será la responsabilidad de ayudar­les a descubrir un “por qué”. Tres son los factores prin­cipales, que habrán de contribuir a nuestro éxito:

Primero, nuestras enseñanzas deben ser consisten­tes y ampliamente respaldadas por nuestro conocimien­to de las Escrituras. Debemos lograr que los mismos jóvenes recurran a las Escrituras para obtener respues­tas a todo interrogante que se relacione con el Día del Señor.

Segundo, nuestras enseñanzas deben demostrar que es sabio seguir los consejos de los padres y las admoniciones de las Autoridades de la Iglesia.

Y finalmente, nuestras enseñanzas concernientes al Día de Reposo deben estar conformadas a los al­cances de nuestros alumnos, y presentadas de tal ma­nera que puedan identificar en ellas una íntima rela­ción con sus propias vidas. De esta forma, evitaremos “hablar al aire”, como advirtiera Pablo en su epístola a los Corintios:

“Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire.” (1 Corintios 14:9.)

En Sus enseñanzas, el Señor frecuentemente utilizó parábolas y analogías. Su manera de instruir fué simple y generalmente relacionaba Sus preceptos con algo que los oyentes pudieran comprender con prontitud. Nos­otros podemos usar también este método.

Supongamos que estamos viajando hacia una tierra que nunca hemos visitado antes. Imaginemos que este viaje encierra promesas de grandes experiencias y re­compensas, tanto durante el trayecto como, y más es­pecialmente, al llegar a destino. Asimismo, presumamos que tenemos conocimiento de que grandes peligros y dificultades amenazan nuestro camino; que las huellas estarán, en parte, oscurecidas o disimuladas, y que hallaremos muchos senderos y atajos que conducen a sufrimientos y tribulaciones insospechables—aun a la muerte —; sabemos también que durante el viaje — y máxime un viaje de esta naturaleza—es posible per­derse.

¿Qué precauciones adoptaríamos antes de empren­der dicho viaje? Indudablemente, trataríamos de proveernos de un mapa. ¿Por qué? ¿Qué clase de mapa nos agradaría conseguir?

Pensemos en lo útil que nos resultaría una buena guía, y cuán importante no sería tener un mapa perfectamente delineado y con ano­taciones específicas, de manera que aun cuan­do encontremos los sectores oscurecidos del camino, podamos identificar las señales desta­cadas en el plano, y por medio de ellas determinar nuestra posición y rumbo. ¿No sería asimismo interesante que nuestro mapa contuviera, además de las advertencias de pe­ligros, indicaciones de parajes y característi­cas que podrían contribuir a que nuestro viaje sea más placentero? Y también, ¿qué haría­mos si supiéramos de alguna persona que ya ha hecho parte del trayecto, y que podría asesorarnos en cuanto al mismo? Considere­mos cuánto nos ayudaría poder lograr que esta persona nos indique, sobre nuestro propio mapa, algunos detalles y condiciones suple­mentarios, y aun nos señale otros “desvíos” recientemente practicados y algunos proble­mas nuevos.

Pienso que seríamos muy inconscientes si iniciáramos el trayecto sin llevar con nos­otros un buen mapa ni aceptar el consejo y las instrucciones de viajeros experimentados, especialmente si sabemos que nuestra vida misma depende de dicho viaje.

Muchas veces nuestros jóvenes tienen dificultades en entender el propósito del Día de Reposo, y lamentablemente algunos lo consideran como un período de restricciones. En general, sólo piensan que el domingo es un día durante el cual “no debemos hacer las- cosas que son divertidas.” Pero en realidad debieran conocer y comprender que el verda­dero significado del Día del Señor no es ése. Nuestra vida terrenal es un viaje similar al que liemos hecho mención. Existen muchos obstáculos y peligros. Asimismo, la vida abun­da en recompensas y en experiencias gozosas, y durante todo el transcurso de la misma en­contraremos muchos “puntos de interés.”

El Señor, conociéndonos y sabiendo de todas las dificultades y problemas que debe­mos enfrentar en nuestra existencia, ha pre­parado un plan o mapa, a fin de que podamos contar con la guía necesaria para que nuestro “viaje” sea seguro y benéfico. Este mapa es el evangelio de Jesucristo, y ha sido dado a conocer a través de las muchas revelaciones de nuestro Padre Celestial. También conta­mos con la orientación e instrucciones de las Autoridades de la Iglesia y de los padres de familia, quienes han hecho ya parte del ca­mino, utilizando precisamente el evangelio como “mapa”. Ellos han comprobado median­te la vida de otros, o aun a través de alguna experiencia personal, qué pasaría si llegára­mos a perder la huella.

El Señor nos ha explicado que “el día de reposo fué hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo.” (Marcos 2:27-28.);

Podemos ver cuán importante es que regulemos nuestro tiempo, a medida que avanzamos en nuestro viaje, para poder detenernos periódicamente y consul­tar nuestro “mapa”. De esta manera podremos planear mejor nuestras jornadas futuras. Esto es, en esencia, lo que el Día del Señor requiere de nosotros. Por con­siguiente, las restricciones relativas al mismo, redundan en nuestro propio beneficio. Estas “restricciones” sólo intentan concentrarnos más en nuestro mapa, y tomar con más seriedad nuestro viaje, posibilitándonos el evi­tar o eliminar los riesgos de desviarnos por atajos equi­vocados.

Todos tenemos edad suficiente para entender que algunas cosas que parecen ser meras restricciones o limitaciones, nos son dadas sólo para que podamos precisar más claramente nuestro punto de destino, con­forme lo señala el mapa de nuestra vida. Cuando com­prendemos esto, reconocemos con gratitud que el Día de Reposo es un don del Señor, y llegamos al conven­cimiento de que esas “restricciones”, tales como no concurrir a eventos o programas recreativos en ese día, no son sino elementos de protección para nosotros. Y una vez que adoptamos esta actitud, estaremos en con­diciones de compartir el gozo de la sana asociación con nuestros amigos en la Escuela Dominical y en las re­uniones del Sacerdocio y Sacramental. Y más aún, en­contraremos que hay otras muchas cosas en armonía con el día santo, que podremos realizar para nuestro solaz. Cuando comprobemos algunos de los beneficios que derivan de la apropiada observancia del domingo, no necesitaremos “lista” alguna que nos indique qué es lo que debemos o qué es lo que no podemos hacer.

Evidentemente, el Señor reconoció la importancia de nuestro viaje terrenal, pues cuando nos concedió esta vida, reservó para Sí uno de cada siete días de la misma, a fin de que, en la comunión de Su espíritu y en la tranquilidad del alto en la jornada, pudiéramos consultar el “mapa” que nos indica el camino hacia la exaltación.

Si el “mapa” resulta por momentos algo difícil de leer, recurramos a aquellos que ya han empezado el trayecto—nuestros padres y las Autoridades de la Igle­sia. Mediante sus consejos, instrucciones y enseñanzas, podríamos esclarecer mucho nuestra “ruta”.

Repasemos lo que el Señor ha revelado concernien­te al Día de Reposo:

“Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos.

Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo.

Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, por­que en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación.” (Génesis 2:1-3.)

“Acuérdate del día de reposo para santificarlo.

Seis días trabajarás, y harás toda tu obra;

Más el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas.

Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de re­poso y lo santificó.” (Éxodo 20:8-11.)

“Y para que te conserves más limpio de las man­chas del mundo, iréis a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo;

Porque, en verdad, éste es un día que se te ha señalado para descansar de todas tus obras y rendir tus devociones al Altísimo.

Sin embargo, tus votos se rendirán en justicia todos los días y a todo tiempo;

Pero recuerda que en éste, el día del Señor, ofre­cerás tus ofrendas y tus sacramentos al Altísimo, con­fesando tus pecados a tus hermanos, y ante el Señor.

Y en este día no harás ninguna otra cosa, sino preparar tus alimentos con sencillez de corazón, a fin de que tus ayunos sean perfectos, o, en otras palabras, que tu gozo sea cabal.” (Doc. y Con. 59:9-13.)

“. . . El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo.

Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo.” (Marcos 2:27-28.)

No es de asombrarse, entonces, que nuestros ma­yores y las Autoridades de la Iglesia, estén, constante­mente, amonestándonos: “Acuérdate del Día de Reposo…”

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