Conferencia General, Octubre 1944
América, un país escogido
Por Élder Ezra T. Benson
del Concilio de los Doce
Discurso difundido por la KSL y otras estaciones de la Columbia Broadcasting System el día 8 de octubre de 1944 durante la 115a. Conferencia Semestral de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
A los pueblos que habían de morar sobre el bendito país de las Américas, o sea el Hemisferio Occidental, un profeta antiguo dirigió esta promesa significativa y advertencia solemne:
“Porque, he aquí, que éste es un país escogido; y cualquier pueblo que lo posea, se verá libre de la esclavitud y de la cautividad, y también de cuantas naciones haya debajo del cielo, siempre que el pueblo sirva únicamente al Dios del país, que es Jesucristo… porque, he aquí, que ésta es una tierra escogida sobre todas las demás; por tanto, el que la posea tiene que servir a Dios, o, de otro modo, será barrido; porque éste es el decreto eterno de Dios”. (Libro de Mormón, Éter 2:10 y 12).
Fundada sobre la verdad de principios cristianos, esta nación norteamericana ha llegado a ser la potencia más grande del mundo. ¿De dónde han venido sus bendiciones de influencia y éxito? ¿Y qué seguridad tenemos de que estas bendiciones continuarán? ¿No han venido por motivo de haber reconocido humilde y devotamente el poder dominante de Dios Todopoderoso durante el establecimiento de la nación, y por la voluntad que tuvieron los padres fundadores de sujetar sus hechos a la ley divina?
Los primeros colonos de los Estados Unidos llegaron allí impulsados por un mismo fin: la libertad de adorar como quisieran y la libertad de conciencia. Los peregrinos y los puritanos en Nueva Inglaterra, los cuáqueros en Pennsylvania, los católicos en Maryland, los luteranos en Georgia, los hugonotes en Virginia —todos vinieron buscando a Dios y el ejercicio de sus derechos dados de Dios y evidentes en sí mismos; derechos basados sobre principios eternos.
Como estaban familiarizados con las Sagradas Escrituras, creían que la libertad es un don del cielo. Para ellos el hombre, siendo hijo de Dios, hacía resaltar el carácter sagrado del individuo y el interés que la Providencia misericordiosa manifestaba en los asuntos de los hombres y las naciones. Reconocieron que dependían enteramente de Dios, y mostraron su fe humilde y su devoción hacia los principios cristianos.
Aquellos que más tarde fueron los directores y fundadores, humildemente reconocieron la necesidad que había de recibir ayuda divina. Claramente vieron la importancia de religión y moralidad vitales en los asuntos de los hombres y las naciones. En seguida citó unas palabras de sus sinceras declaraciones. Jorge Washington dijo:
“No puede hallarse un pueblo que reconozca y adore esa Mano Invisible que dirige los asuntos de los hombres más que el pueblo de los Estados Unidos. Parece que una seña de esa agencia providencial ha marcado cada uno de los pasos mediante los cuales han llegado al estado de una nación independiente”.
Entonces, refiriéndose al lugar que deben ocupar la religión y la moralidad, el’ padre de esa nación sigue diciendo:
“De todas las disposiciones y hábitos que son la causa de la prosperidad política, la religión y la moralidad son apoyos indispensables… Tanto la razón como la experiencia nos prohíben pensar que la moralidad puede prevalecer en la nación si se excluye el principio religioso”.
Daniel Webster, con visión profética, declaró:
“Si nosotros y nuestra posteridad somos fieles a la religión cristiana, y si nosotros y ellos vivimos siempre en el temor de Dios y respetamos sus mandamientos… podremos abrigar las esperanzas más halagadoras en cuanto al futuro destino de este país”.
No obstante, indicó que si lo hacíamos, entonces…
“Ningún hombre podrá decir qué tan repentinamente nos sobrevendrá una catástrofe que hundirá toda nuestra gloria en una obscuridad profunda”.
Estas son palabras solemnes, pero igualmente graves fueron las que Abraham Lincoln pronunció muchos años después; y éstas fueron:
“Dios gobierna este mundo… Creo firmemente que Dios sabe lo que quiere que el hombre haga —aquello que le agradará. Nunca le va bien al individuo que no hace caso de ese hecho… Sin la ayuda de ese Ser Divino, yo no puedo lograr el éxito; si tengo esa ayuda, no puedo fracasar”.
Entonces, hablando de nuestra obligación para con Dios, Lincoln continúa:
“Es el deber de las naciones así como el de los hombres reconocer que dependen de la potencia reinante de Dios, confesar sus pecados y transgresiones en humilde contrición… y admitir la sublime verdad que son bendecidas solamente aquellas naciones cuyo Dios es el Señor”.
Sí, los primeros caudillos y el pueblo en general de esta grande nación reconocieron la necesidad que había de tener un apoyo espiritual, si es que la nación iba a durar. Expresaron humildemente esta convicción por medio de la inscripción “En Dios Confiamos” que se lee en las monedas del país. El domingo era un día santo que se dejaba para reposar y adorar. La devoción religiosa en el hogar era práctica común. La oración familiar, lectura bíblica, el cantar himnos eran cosas que se hacían del diario. Hay amplia evidencia de que nuestros padres confiaban en que Dios dirigiría sus pasos.
En la formulación de ese gran documento, del cual manifestó Gladstone que era “la obra más prodigiosa jamás efectuada en un tiempo determinado por el cerebro y propósito del hombre”, nuestros primeros caudillos invocaron a la providencia misericordiosa. Más tarde se habló de la convención constitucional como la “Constitución Inspirada de Dios”. Habíanse incorporado dentro de sus párrafos sagrados principios eternos, apoyados por las Sagradas Escrituras con las cuales estaban familiarizados. Se estableció “en bien de los derechos y protección de toda carne de acuerdo con justos y santos principios”. Más tarde, el Señor mismo declaró: “Establecí la constitución de este país por las manos de hombres sabios que levanté para este propósito expreso”.
Fundados como una grande nación cristiana, nuestros antepasados nos han legado una herencia incomparable como un encargo sagrado. ¿Somos dignos de tan grandes bendiciones? ¿Son tales nuestras vidas que podemos garantizar la seguridad futura de esta grande nación? Bien podemos recordar que la continuación de estas promesas gloriosas es condicional.
¿Y qué podemos decir de nuestro progreso material? Viajemos por este país y observemos sus extensas y fértiles haciendas, sus fábricas activas y resplandecientes ciudades; sus escuelas, iglesias, terrenos y ricos recursos naturales. Se ha logrado un progreso notable en la facilitación cada vez mayor de conveniencias, comodidades y cosas bellas para el hombre. Hoy día la norma común de vida de nuestros ciudadanos excede a todo lo conocido antes.
Verdaderamente este es un país escogido —la nación más rica debajo del cielo. El Señor ha cumplido su promesa. Nos hemos visto libres “de la esclavitud y de la cautividad, y también de cuantas naciones haya debajo del cielo”. Materialmente hemos progresado grandemente. Hemos llegado a ser una gran potencia. Pero, ¿qué de nuestro desarrollo espiritual? ¿Aceptamos a Jesucristo como “el Dios del país”, el Redentor del mundo? ¿Lo adoramos en espíritu y en verdad? ¿Somos adherentes del Príncipe de Paz y creyentes en sus admoniciones? Él ha indicado claramente el camino y desea que todos lo sigan.
En la actualidad el mundo se ve envuelto en un conflicto sangriento, una lucha de vida o muerte. Empezó entre las naciones cristianas que tenían la Biblia, y ha resultado en una destrucción de vida y propiedad jamás igualada en la historia del mundo.
Uno fácilmente podría imaginarse que se están repitiendo las mismas palabras que el Maestro pronunció sobre la Jerusalén desobediente, al ver desde los cielos las condiciones tan lamentables en que se encuentra el mundo:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a tí! ¡Cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina junta sus pollos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta”. (Mateo 23:37 y 38).
¿Acaso no parece que están quedando desiertas nuestras casas? Parece que los hombres andan palpando a ciegas, sin rumbo ni dirección, sin poder hallar el camino. A pesar de todo nuestro progreso material, no hemos logrado ningún desarrollo apreciable en las relaciones humanas. Tal parece que el hombre todavía se deja guiar principalmente por fines egoístas, y carece del poder de dominarse a sí mismo, su avaricia y sus pasiones. ¿No es cierto que nosotros como nación nos hemos olvidado de Dios? Sí, es patente que como pueblo nos hemos puesto a buscar indiferente e irreverentemente placeres pasajeros que no tienen ningún valor permanente. Nos hemos desviado de los principios eternos de justicia.
Las palabras del inmortal Lincoln resuenan a través de los años, y llegan a nuestros oídos hoy como una acusación solemne:
“Hemos sido los recipientes de las bendiciones más escogidas del cielo. Se nos ha preservado estos muchos años en paz y prosperidad. Han aumentado nuestros números, riqueza y poder como ninguna otra nación lo ha logrado; pero nos hemos olvidado de Dios. Nos hemos olvidado de la divina mano que nos guardó en paz, y nos multiplicó, enriqueció y fortaleció; y vanamente nos hemos imaginado, en el engreimiento de nuestros corazones, que todas estas bendiciones fueron el resultado de cierta prudencia y virtud superiores que poseíamos. Ebrios de un éxito sin interrupción, nos hemos vuelto demasiado jactanciosos para sentir la necesidad que tenemos de esa gracia redentora y protectora, demasiado soberbios para orar al Dios que nos creó. Conviene, pues, que nos humillemos ante ese poder que hemos ofendido, confesemos nuestros pecados nacionales y roguemos por clemencia y perdón”.
En nuestra carrera tras las cosas materiales nos hemos olvidado del “Dios de este país”. Reclamamos ser una nación cristiana, pero menospreciamos las enseñanzas de Cristo. Tal parece que la religión es una influencia que va disminuyendo en las vidas de los de nuestro pueblo. Las estadísticas nos revelan que más de la mitad de los habitantes de la nación no pertenecen a ninguna iglesia, y muchos de los que son miembros de las iglesias no toman parte activa. Se ha calculado que menos de la mitad de los niños de la nación está recibiendo instrucción religiosa. Un estudio que hace poco fue publicado muestra que solamente el cuarenta por ciento de los niños de los Estados Unidos, entre las edades de cinco a diecisiete años, están matriculados en las diferentes escuelas dominicales. En años recientes ha causado alarma esta indiferencia hacia la iglesia, así como el gran número de iglesias que han tenido que cerrar sus puertas. Parece que estamos viviendo en una nación irreverente.
El Ancla Que Ya Desapareciendo.
La devoción en el hogar, que en lo pasado ha sido tan fuerte ancla para la juventud, ya casi ha dejado de existir. Contadas son las familias que día tras día se reúnen para tener sus oraciones y leer la Biblia. No obstante, todos admitirán que en años pasados esta costumbre o práctica contribuyó mucho al vigor de esta gran nación. Nos hacen falta las bendiciones que vienen de la comunicación diaria con Dios.
Isaías, el antiguo profeta, dijo:
“Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos”. (Isaías 55:6, 7).
Uno de los pecados cardinales de la nación es la profanación — el tomar el nombre del Señor en vano. Las Sagradas Escrituras nos mandan que se debe reverenciar el nombre de Dios. Jesús aclaró este hecho mientras enseñaba a sus discípulos la manera de orar, diciendo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre”. El que blasfema el nombre de Dios se va retirando de su Creador.
Y qué del día de reposo. En el Monte Sinaí se oyó el decreto que aún está en vigor: “Acordarte has del día de reposo para santificarlo”. ¿No es cierto que este día es dedicado más bien a los gustos y los placeres sin pensar muy poco en su carácter sagrado? ¿Acaso no tendría razón un extranjero en nuestro país de decir que esta sagrada ley había pasado de moda? Los primeros ciudadanos de este país respetaron la voluntad del Señor y observaron este día santo como un día de reposo y adoración. Fueron bendecidos por haberlo hecho. También nosotros necesitamos las bendiciones que vienen de la observancia del día de reposo.
¿Y qué decimos del parecer de nuestra nación hacia las obligaciones sagradas de la paternidad? “Multiplicad y henchid la tierra”, fue uno de los primeros mandamientos que dio el Señor. No ha habido obligación más sagrada que se le ha impuesto al hombre y a la mujer que el de engendrar hijos honorablemente. No podemos esquivar esa grave responsabilidad. La tragedia de la separación de los padres — la abrogación de los sagrados vínculos del matrimonio por el más pequeño pretexto es un estigma nacional y mancha toda la nación. La ley divina: “No cometerás adulterio” no ha sido cambiada. En la vista de Dios, el pecado sexual es el más grave, después del asesinato. No podemos seguir violando estas sagradas leyes sin recibir los trágicos resultados de la desobediencia.
Aumentan los Vicios
Como nación necesitamos las influencias refinadoras y alentadoras que acompañan la obediencia a la ley divina. Sin estas bendiciones el destino futuro de la nación corre grave peligro. Pero no podemos esperar recibir aprobación divina cuando como nación estamos ebrios a consecuencia del uso exageradamente en aumento de bebidas embriagantes, narcóticos y tabaco. El cuerpo humano es el tabernáculo del espíritu, y Dios desea que se conserve limpio y sin daño. El aumento de estos vicios debilita la fibra moral de la nación, y causa desengaños y tristezas que son los precursores de pecados más grandes.
Uno de los terribles resultados de la violación de los mandamientos de Dios está alarmando grandemente a la mayor parte de los que se detienen para reflexionar. ¿Qué pensamos cuando personas como el Sr. J. Edgar Hoover, director del F. B. I. (Departamento Federal de Investigación) nos informa que en 1943 hubo un aumento de cuarenta y tres por ciento en el número de jovencitos menores de dieciocho años que fueron aprehendidos, y en las jóvenes menores de veintiún años hubo un aumento de cuarenta y ocho por ciento? Los detalles aclaran que el número de mujeres menores de veintiún años aprehendidas por ofensas como ebriedad, vagancia, conducta desordenada, prostitución y otros crímenes sexuales aumentó cincuenta y siete por ciento en 1943. En un período de dos años, de 1942 a 1943, el aumento fue de más de cien por ciento. Con razón el Sr. Hoover exclama ante estos hechos:
“Este país corre un peligro mortal. Podemos ganar la guerra, y a la vez perder la libertad de todos en América. Porque una carcoma verdadera de desintegración moral está royendo nuestra nación… La juventud de América, acusada por la opinión pública de ser libertina y desenfrenada, es declarada culpable de estas maldades, pero la culpa verdadera se halla por otro lado. Antes que cualquier joven viole una ley,-* algún adulto ha cometido un crimen más serio. Impulsados por la sed del oro, o cegados por el placer, la generación de los adultos se olvida de que la obligación más solemne que una persona puede asumir en la vista de Dios y el hombre es la de guiar y orientar a una criatura por caminos propios. El anteponer cualquier cosa a esa responsabilidad es igual que la negligencia criminal”.
El juez Harry S. McDevitt de Filadelfia declaró hace poco que “se va a hacer necesario construir una penitenciaría nueva cada quince días para dar cabida al número creciente de criminales en los Estados Unidos. El aumento por año de los reclusos llega a 25,000. El setenta y tres por ciento de los criminales que son encerrados en las prisiones tienen de quince a veinticuatro años de edad”. Los archivos del F. B. I- muestran que más de 700,000 madres en los Estados Unidos lamentan el hecho de que sus hijos o hijas, todas menores de edad, están o han estado en la cárcel, escuelas reformatorias, prisiones, o han sido ejecutados en la silla eléctrica. Cada año, más de 13,000 familias sienten directamente los resultados de homicidios criminales, muchos de los cuales son asesinatos premeditados”.
Todas estas evidencias no son sino los frutos de la desobediencia a los mandatos divinos. Menos distinguibles y más difíciles de apreciar con exactitud, existen otras evidencias. Nos ha sobrevenido la apatía en cuanto a nuestros deberes como ciudadanos. El sorprendente número tan pequeño de los de nuestro pueblo que hacen uso de su derecho de votar por los oficiales públicos es muestra de este hecho. También se pueden palpar, en este país bendito, otras tendencias que están atacando todo lo que atesoramos. Si permitimos que sigan adelante, y parece que no hay indicaciones de que serán corregidas, fácilmente podremos perder mucho de lo que hemos aventajado en nuestros 150 años de existencia nacional.
Se Necesitan Visión y Valor
Ojalá una Providencia misericordiosa nos conceda la visión y el valor necesario para hacer cesar estas tendencias peligrosas. Más que cualquier otra cosa, hace falta un arrepentimiento nacional de nuestros pecados. En ningún tiempo hemos necesitado las bendiciones de Dios Omnipotente más que hoy. Necesitamos su favor divino en las salas de nuestro gobierno, en nuestros hogares, en las fábricas y talleres, en los campos y en el frente de batalla.
Los estudios científicos han confirmado la historia sagrada de grandes naciones que han habitado esta tierra. Cada una de estas naciones prosperó en tanto que rindió obediencia a Dios. Estas naciones también llegaron a ser poderosas. Recibieron grandes bendiciones materiales. Pero se olvidaron de Dios. Las ruinas antiguas de Centro, Sur y Norteamérica testifican en silencio su destrucción ¿Qué del destino futuro de nuestra grande nación? La historia de los hombres y las naciones claramente nos enseña que sólo aquella nación “cuyo Dios es el Señor” es bendecida.
Dios Maneja el Timón
Dios todavía tiene el timón en sus manos. El gobierna los asuntos de los hombres y de las naciones. Pero no “puede consentir el pecado con el más mínimo grado de tolerancia”. Ninguno puede negar que la maldad ha aumentado y la bondad ha disminuido en la bendita América- Aceptemos pues la ferviente apelación de Lincoln, ‘‘que nos humillemos ante ese poder que hemos ofendido. Confesemos nuestros pecados nacionales y roguemos por clemencia y perdón”. Como nación, Dios nos ha guardado en el hueco de su mano Pero, ¿qué del futuro?
A través de las edades han llegado a nosotros las solemnes palabras de los antiguos profetas americanos:
“He aquí, éste es un país escogido: y cualquier pueblo que lo posea, se verá libre de la esclavitud y de la cautividad, y también de cuantas naciones haya debajo del cielo, siempre que el pueblo sirva únicamente al Dios del país, que es Jesucristo… porque, he aquí, que ésta es una tierra escogida sobre todas las demás; por tanto, el que la posea tiene que servir a Dios, o, de otro modo, será barrido; porque éste es el decreto eterno de Dios”.
Oh Dios, nuestro Padre, permite que nosotros, tus hijos, sirvamos al Dios de este país, quien es Jesucristo, a fin de que sea preservada nuestra querida patria. Amén.

























Muy buen articulo, es lo que esta pasando en la actualidad en su grado más grave. Nos hemos olvidado de Dios y decimos a lo malo bueno ya lo bueno malo. Sin pedir la guía de Dios todas las riquezas serán vanas…
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