Guardad los mandamientos

Guardad los mandamientos

por el presidente Joseph Fielding Smith
Liahona Enero 1971

“Si me amáis, guardad mis man­damientos” (Juan 14:15).


Estas palabras las dirigió el Maestro a sus discípulos va­rias horas antes de su muerte, cuando se reunió con ellos para par­ticipar de la pascua.

El Señor continuó: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.

Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor,- ¿cómo es que te manifes­tarás a nosotros, y no al mundo?

Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.

El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que ha­béis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (Juan 14:21-24).

Somos miembros de la Iglesia a fin de que podamos ser establecidos en la verdad que hace libre al hom­bre. Se ha propagado la declara­ción de que en la Iglesia se puede encontrar la palabra del Señor, y por eso todos fuimos bautizados con la esperanza y deseo de guar­dar sus mandamientos, de hacer convenios, tomando sobre nosotros obligaciones que nos darán la vida eterna. Sería trágico que, después de haber sido rescatados de aque­llos que son “del mundo” (Juan 17:14) — de acuerdo a las predic­ciones de los profetas de la antigüedad—ahora, por cualquier cau­sa, permitiéramos que el adversario encontrara un lugar en nuestros corazones para destruir la verdad y nuestro amor del uno por el otro. Si amamos a Cristo, guardaremos sus mandamientos.

Si hubiere alguno que viola o no guarda los mandamientos del Se­ñor, es evidencia de que no lo ama. Debemos obedecerlos. Mediante nuestras obras mostramos que amamos al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, mente y fuerza; y en el nombre de Jesucristo le servi­mos, y amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. (Véase Doc.y Con. 59:5-6.)

Esta es la palabra del Señor co­mo ha sido revelada en estos tiem­pos modernos para la guía de Israel, En nuestros corazones debemos tener un sentimiento de amor para todos nuestros semejantes. Si nos regimos por los mandamientos del Señor, no podemos sentir odio ha­cia nuestro prójimo, ya sea que pertenezca o no a la Iglesia. ¿Qué de­recho tenemos de quejarnos o en­contrar faltas, o proponernos a destruir la utilidad de nuestro her­mano, quienquiera que sea? No somos simplemente amigos o con­ciudadanos de una ciudad, estado o nación; somos hermanos.

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros, como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). “Un mandamiento nuevo”—y sin embargo, como muchos otros, están antiguo como la eternidad. Nunca hubo un tiempo en que ese mandamiento no existiera y no fuera esencial para la salvación, y no obstante es siempre nuevo; nun­ca pasa de moda, porque es verda­dero.

Poco después de la organización de la Iglesia, el Señor dijo que le habla dado a la Iglesia “un conve­nio nuevo y sempiterno, aun el que desde el principio fue” (Doc. y Con. 22:1). Tales palabras son de mucho significado; fue un conve­nio nuevo y siempre había existido, porque fue desde el principio. De manera que este nuevo manda­miento de que debemos amamos los unos a los otros, siempre ha existido. La verdad nunca enve­jece. El principio del amor es igual hoy como lo fue ayer, y continuará siendo el mismo. Si no estoy en armonía con ese principio de ver­dad eterna, entonces estoy bajo condenación ante el Señor y no tengo asociación con El.

Jesús ha dicho: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y hare­mos morada con él” (Juan 14:23). ¿Entendemos plenamente lo que esto significa? La gran promesa que se hace a los miembros de esta Iglesia que están dispuestos a cum­plir la ley y guardar los manda­mientos del Señor, es que no sólo recibirán un lugar en el reino de Dios, sino que gozarán de la pre­sencia del Padre y el Hijo; y eso no es todo, porque el Señor ha prome­tido que todo lo que Él tiene les será dado. En la sección 84 de Doctrinas y Convenios se establece claramente esta verdad:

“Porque los que son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios de los que he hablado, y magnifican sus llamamientos, son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos.

Llegan a ser los hijos de Moisés y de Aarón y la simiente de Abrahán, la iglesia y el reino, y los ele­gidos de Dios.

Y también todos los que reciben este sacerdocio, a mí me reciben, dice el Señor;

Porque el que recibe a mis sier­vos, me recibe a mí;

Y el que me recibe a mí, recibe a mi Padre;

Y el que recibe a mi Padre, re­cibe el reino de mi Padre; por tan­to, todo lo que mi Padre tiene le será dado.

Y esto va de acuerdo con el jura­mento y el convenio que corres­ponde a este sacerdocio” (Doc. y Con. 84:33-39).

Si guardamos los mandamientos del Señor, gozaremos de la presen­cia de ambos, el Padre y el Hijo, y recibiremos el reino del Padre y seremos herederos de Dios—cohe­rederos con nuestro Hermano ma­yor. (Véase Romanos 8:17). ¡Oh, qué maravillosas, cuán grandiosas las bendiciones del Señor para to­dos los Santos de los Últimos Días, y para todos aquellos que están dispuestos a entrar a las aguas del bautismo y regirse por la ley y guardar los mandamientos del Señor!

Amemos al Señor, porque es la base de todas las cosas; es el pri­mer mandamiento. El segundo, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, es semejante (véase Mateo 22:37-39); y cuando lo hayamos hecho, habremos cum­plido la ley, porque nada quedará sin llevarse a cabo. El Señor os bendiga, mis hermanos y herma­nas. Permanezcamos juntos, unidos en el servicio del Señor.

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