Conferencia General, Octubre 1966
La base de nuestra esperanza
por el presidente Marion G. Romney
de la primera presidencia
Si deduzco correctamente el carácter de nuestros tiempos, la gente está angustiada, afligida por el portento de los eventos: «La creciente inflación»; el alarmante libertinaje de la «nueva moralidad»; la rivalidad industrial; el creciente crimen y la falta de respeto hacia la ley y el orden: una anarquía total; la amenazante falta de alimentos en el mundo; la negación de Dios; su ausencia en los asuntos de nuestra vida; la intensificación de las guerras. Estas y otras señales de los tiempos llenan las mentes y los corazones de las personas honestas y temerosas de Dios en todas partes con dudas y aprensión.
Los creyentes informados ven en estos eventos el cumplimiento de las palabras que Jesucristo dijo a sus discípulos cuando, en el último día de su ministerio público, contestó sus preguntas concernientes a las señales de su venida en gloria en las nubes del cielo, para cumplir las promesas hechas tocante a la redención y también a la restauración del disperso Israel. (Véase D. y C. 45: 16-17.)
Primeramente les habló cuando estuvo ante ellos en el Monte de los Olivos, tocante a la destrucción de Jerusalén y que de allí un resto de Israel «será esparcido entre todas las naciones;
«No obstante (agregó), será recogido de nuevo; pero quedará hasta después del cumplimiento de los tiempos de los gentiles.
«Y en ese día se oirá de guerra y rumores de guerras, y toda la tierra estará en conmoción, y desmayarán los corazones de los hombres, y dirán que Cristo demora su venida hasta el fin de la tierra» (D. y C. 45:24-26).
«Y cuando viniere el tiempo de los gentiles, resplandecerá una luz entre los que se encuentran en las tinieblas, y será la plenitud de mi evangelio» (ver. 28).
«Y habrá hombres en esa generación que no pasarán hasta no ver una plaga arrolladora, porque una enfermedad desoladora cubrirá la tierra.
«Pero mis discípulos estarán en lugares santos, y no serán movidos; pero entre los inicuos, los hombres levantarán sus voces y maldecirán a Dios y morirán.
«Y también habrá terremotos en diversos lugares, y muchas desolaciones; aún así, los hombres endurecerán sus corazones contra mí, y empuñarán la espada el uno contra el otro, y se matarán en uno al otro.
«Y ahora (dijo el Señor al profeta José Smith a quien reveló y declaró estas cosas de nuevo) cuando yo. . . hube hablado estas palabras a mis discípulos, ellos se turbaron.
«Y les dije: No os turbéis, porque cuando todas estas cosas acontezcan, sabréis que serán cumplidas las promesas que os han sido hechas» (v. 31-35. Las cursivas son nuestras).
El hecho de que el Señor repitiera estas predicciones al profeta José en 1831, ciertamente recalca la importancia que tienen para nosotros. Y ya que los discípulos se turbaron cuando se les dieron a conocer estas calamidades para un futuro distante, no es extraño que nosotros nos turbemos al presenciar los sucesos.
Pero procedamos con el resto de lo que el Señor dijo a sus discípulos:
«Y. . .les será semejante a una parábola que os enseñaré:
«Miráis y observáis la higuera, y la veis con vuestros ojos; y cuando empieza a retoñar, y sus hojas todavía están tiernas, decís que el verano se acerca.
«Así será en aquel día, cuando vean todas estas cosas, entonces sabrán que la hora se acerca.
«Y acontecerá que el que me teme estará esperando la venida del gran día del Señor, aun las señales de la venida del Hijo del Hombre.
Y verán señales y maravillas porque se mostrarán arriba en los cielos y abajo en la tierra» (v. 36-40).
«Y entonces me buscarán, he aquí, vendré; y me verá en las nubes del cielo, investido con poder y gran gloria, con todo los santos ángeles; y el que no me esté esperando, será desarraigado» (ver. 44).
Pero antes de ser desarraigados, el recogimiento y la redención prometidas, cuya certeza confortaría a sus discípulos tanto entonces como ahora, se cumplirán. Esta es la manera en que el Señor lo dijo:
«Pero antes que cayere el brazo del Señor, un ángel sonará su trompeta, y los santos que hubieren dormido saldrán para recibirme en la nube.
«Por lo tanto, si hubiereis dormido en paz, benditos seréis: porque como ahora me veis, y sabéis que yo soy, aun así vendréis a mí y vivirán vuestras almas, y vuestra redención será perfeccionada; y los santos vendrán de los cuatro cabos de la tierra» (vers. 45-46).
Fue a la luz de su presencia que Cristo dijo a sus discípulos: «no os turbéis.»
«Entonces», continuó (o sea, después de la redención y el recogimiento), «el brazo del Señor caerá sobre las naciones.
«Y entonces el Señor pondrá su pie sobre este monte y se partirá por la mitad, y temblará la tierra y se bamboleará, y los cielos también se estremecerán.
«Y el Señor emitirá su voz, y todos los confines de la tierra la oirán; y las naciones de la tierra se lamentarán, y los que han reído verán su insensatez.
«Y la calamidad cubrirá al burlador, y el mofador será consumido; y los que han buscado la iniquidad serán talados y echados al fuego» (ver 47-50).
«Y en aquel día, cuando venga en mi gloria, se cumplirá la parábola que hablé de las diez vírgenes.
«Porque aquellos que son sensatos y han recibido la verdad, y han tomado al Espíritu Santo por guía, y no han sido engañados —de cierto os digo, éstos no serán talados, ni echados al fuego, sino que aguantarán el día.
«Y les será dada la tierra por heredad; y se multiplicarán y se harán fuertes, y sus hijos crecerán sin pecado hasta salvarse.
«Porque el Señor estará en medio de ellos, y su gloria estará sobre ellos, y él será su rey y su legislador (vers. 56-59).
Espero que todos estemos familiarizados con estas palabras del Señor y con sus predicciones tocante a otros eventos, tales como la edificación de la nueva Jerusalén y la redención de la antigua, el regreso de la Sión de Enoc y el reinado milenario de Cristo.
No únicamente espero que nos familiaricemos con estos eventos próximos; espero también que mantengamos la visión de ellos continuamente en nuestras mentes. Y lo hago porque es sobre el conocimiento de estas cosas, y la certeza de su realidad y un testimonio de que cada uno de nosotros pueda tener parte en esto que descansa la eficacia de la admonición de Cristo, «no os turbéis».
Siempre, el tener fe en un objetivo elevado y la confianza de que se puede lograr ha ayudado a las personas a mantenerse en el camino hacia logros más altos. Fue la seguridad de que podrían obtener la tierra donde fluye leche y miel, lo que sostuvo a Moisés en la tarea de conducir a Israel a través del desierto. Fue la fe de que podrían obtener la «tierra escogida sobre todas las demás» (véase 1 Ne. 2:20), lo que condujo a Lehi y su colonia por el desierto y el mar. Fue la visión de Sión, como se espera que será, lo que sostuvo a los pioneros a través de los llanos. Pablo dice que aun Jesús mismo soportó la cruz «por el gozo puesto delante de él» (Hebreos 12:2).
Para permanecer en el camino a pesar de las dificultades de la tormenta creciente, es imperativo que mantengamos un objetivo similar que nos apoye y motive. El Señor no nos ha dado ninguna razón para creer que va a ser fácil permanecer en el sendero. De hecho, dijo que el engaño sería tan persuasivo que de ser posible, aun los escogidos serían engañados. (Mateo 24:24.) Como tampoco ha prometido que las calamidades inminentes se apartarían milagrosamente ni que por la sabiduría de los hombres podrían ser aprovechadas. Dependen sobre nosotros porque los hombres han rehusado ser conducidos por el Dios viviente. Hablando de una manera general, los hombres lo han rechazado y han preferido confiar en su propia sabiduría. En esto han cometido un terrible y trágico error. Toda la historia vindica y todos los futuros eventos vindicarán la declaración del profeta, «maldito es aquel que confía en el brazo de la carne». (Véase 2 Nefi 4:34.)
Como advertencia de las consecuencias de nuestro curso actual, e identificando la causa de nuestras tribulaciones, el Señor nos dijo desde el 1o de noviembre de 1831:
«Escuchad, oh pueblo de mi Iglesia… Escuchad, vosotros, pueblos lejanos; y vosotros, los que estáis sobre las islas del mar, escuchad juntamente.
«Porque, de cierto, la voz del Señor se dirige a todo hombre. . .» (D. y C. 1:1-2).
«. . .que oigan todos los que quieran oír.
«Preparaos para lo que viene, porque el Señor está cerca;
«Y está encendida la ira del Señor, y su espada se embriaga en el cielo, y caerá sobre los habitantes de la tierra» (vers. 11-13).
¿Y qué fue lo que ocasionó que los habitantes de la tierra se encontrarán en tal predicamento?
«. . .Se han desviado de mis ordenanzas (dice el Señor), y han violado mi convenio sempiterno.
«No buscan al Señor para establecer su justicia sino que todo nombre anda por su propio camino, y conforme a la imagen de su propio Dios, cuya imagen es a semejanza del mundo. . .» (D. y C. 1: 15-16).
Ya que el fracaso del hombre en «buscar al Señor para establecer su justicia», le ha acarreado consecuentemente sus problemas, ¿no es obvio que el remedio estriba en que él invierta su curso? O sea, «buscar al Señor para establecer su justicia». Tal vez es lo que significa claramente la siguiente declaración del Señor en su revelación:
«Por tanto, yo, el Señor, sabiendo de las calamidades que vendrían sobre los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, le hablé desde los cielos y le di mandamientos;
«Y también les di mandamientos a otros para que proclamasen estas cosas al mundo; y todo esto para que se cumpliese lo que escribieron los profetas…» (D. y C. 1: 17-18).
Los mandamientos dados, que serían y que siempre han sido proclamados al mundo, fueron dados a la par con la restauración del evangelio de Jesucristo, la luz que el Señor dijo a sus discípulos que se desplegaría en los tiempos de los gentiles. Él dijo que sería restaurada a la tierra, «a fin de que sea una luz para el mundo y un estandarte a mi pueblo y para que lo busquen los gentiles, y para que sea un mensajero delante de mi faz, preparando la vía delante de mí» (D. y C. 45:9).
En ella se encuentran reveladas las ordenanzas de las cuales se ha apartado el hombre, así como el convenio sempiterno que han quebrantado. También instruye al hombre en cuanto a la manera en que deben buscar al Señor para establecer su justicia. . .» (véase D. y C. 1:16).
El fundamento de la esperanza y el valor que nos impedirán turbarnos no estriba en la esperanza de que suficientes personas aceptarán y obedecerán el evangelio restaurado para desviar las calamidades inminentes. Ni tampoco depende de ninguna de estas casualidades. Como ya se ha indicado, descansa en la certeza de que todo aquel que acepte y obedezca el evangelio restaurado de Jesucristo cosechará las recompensas y esto será a pesar de lo que otros hagan. Y es seguro que aquellos que reciban las bendiciones tendrán que prevalecer contra grandes oposiciones, ya que el mundo en general no está mejorando, sino que está madurando en iniquidad
























