Sed de buen valor

Sed de buen valor

Por el Apóstol John A. Widtsoe
del Concilio de los Doce

(Tomado del “Improvement Era” de Enero, 1951.)

Nuestro día de hoy es un día de mucha confusión, incertidumbre, y temor. Esta condición infeliz existe en todo el mundo. Demasiados de los adultos miran el pasado con ansia; la juventud a la entrada de la vida activa están propensos a no tener confianza en el futuro. Hay un sentimiento de desamparo que nos rodea. Los entusiasmos de la vida están desapareciendo.

Esta condición no es ni natural ni normal. Hace oscuro el día y anubla cada tarea. Produce la esclavitud a fuerzas desconocidas y terribles. Es un destructor del gozo humano.

No debe ser así. El nuevo mundo, nuestro mundo, unido por comunicación audible, visual y física, y por el libre intercambio de opinión, debe producir días más satisfactorios que jamás han existido.

El malo está en el mundo, siempre tratando de destruir a la humanidad. Ni hay que mencionar eso. El malo se ofreció al primer hombre y golpeará, a pesar de que sea inútil, a los oídos del último. Las fuerzas malignas, no le hace cómo se disfracen, tienen que ser combatidas, desesperadamente si sea necesario, hasta hacerlos arrodillar; si no la dulzura de la vida desaparecerá. Esta batalla entre la justicia y la injusticia, entre lo bueno y lo malo ha sido combatida y a veces ha llegado a ser terrible por todas las generaciones, y continuará hasta el fin.

Los hombres normales, hechos a la imagen de Dios siempre han aceptado alegremente la oposición del malo como una parte de la vida. La batalla en realidad ha dado sabor a la existencia. Además, esto da valor al hombre débil. La historia indica que en cada lucha el malo gradualmente ha sido vencido y al fin ha sido frustrado.

El malo encarnado, a pesar de sus constantes esfuerzos, ha retrocedido, y la victoria final se ha hallado al lado de la justicia.

Así han venido las conquistas maravillosas, por el hombre sobre las fuerzas que le rodean; y el mejoramiento continuo durante los últimos siglos de las condiciones de la raza humana. Siempre, hallándose al lado de la justicia, el hombre ha podido desterrar la tiranía dorada del maligno.

Pero, a pesar de las lecciones de lo pasado, temor, temor innecesario, se halla escondido en los pechos de muchos. ¿Qué de mañana? es una pregunta gritada por las fuerzas del maligno.

En este ruido constante se halla olvidada la gloriosa promesa. “Basta al día su propio mal.”. (Mateo 6:34). Olvidada también es la antigua verdad de que el temor es la primera y más importante arma del maligno.

Haga a un hombre o a una nación temer y su fuerza, como la de Sansón al perder sus cabellos, se va. Ya no es de valor en la obra del mundo. Llega a ser un instrumento de las fuerzas profanas que buscan la destrucción de la humanidad.

Gedeón, hombre fuerte del Israel antiguo, fué llamado a rescatar a su pueblo de una opresión de siete años por los Madianitas y sus confederados. Por eso levanto un ejército de treinta y dos mil hombres para combatir al enemigo. Pero en aquellos días, como en los de hoy, las batallas no se ganaron por números sino por hombres de calidad. Así él fue mandado que proclamara: “El que tema y se estremezca, regrese desde el monte Galaad. Y regresaron de los del pueblo veintidós mil…” (Jueces 7:3).

Fué un porcentaje alto. Probablemente es lo mismo en el mundo hoy día. Sin embargo el ejército de Gedeón se hizo más fuerte porque se quedaron nomas los fieles. El temor nunca falla en hacer a un hombre o a un pueblo débil y al fin un fracaso.

Los temores del hombre son muchos. Vienen de los rincones oscuros de nuestros sentidos. A menudo son los productos de nuestras imaginaciones.

Realmente, ¿Qué tenemos que temer? Tal vez primeramente la destrucción física. Todos, naturalmente tememos el dolor. Vemos con miedo, por ejemplo la bomba atómica y la teórica bomba “H”, y otras invenciones de menos horror, producidos por el mal uso de los poderes puestos en las manos del hombre. A lo peor sus efectos serán locales, y reducidos al mínimo por el desarrollo del sentido común de las naciones.

Frecuentemente se levanta el reciente temor de que venga un día cuando todo el mundo será destruido por la acción de una bomba atómica. Es un temor sin base. Todavía el hombre no tiene el poder para empezar tal cosa y probablemente nunca lo tendrá. El mundo es viejo; las estrellas en el cielo, hechas de elementos como la tierra son viejas. La tierra y las estrellas han permanecido en la extensión del espacio por mucho tiempo. El universo no se va a reventar y hacerse rayas atómicas —no en estos días— de esto podemos estar seguros. Tal temor no tiene fundamento y debe ser echado afuera junto con el miedo que lo acompaña.

El hombre civilizado necesita alimento, ropa y casa. En el tumulto del día nuevo teme que será privado de estas necesidades. Se olvida de que la tierra no se ha cambiado, con la excepción de unos pocos lugares. Mientras las estaciones entran y salen, la tierra producirá las necesidades del hombre si él hace su parte. Es fácil despertar un temor; es también fácil de desterrarlo si se usan pensamientos razonables.

Entonces hay el temor de otros hombres —personas con perversas concepciones de la vida, a la cual un prójimo es nada sino una cosa para protegerse a sí mismo, a menudo para satisfacer sus propios anhelos. A tales personas la vida no tiene ninguna significación fuera de lo carnal del día. Ellos no conocen el mundo espiritual, el cual es el mundo más grande y más poderoso. Tales viajeros en la oscuridad de la vida prometen mucho para ganar sus designios, pero no cumplen con ninguna promesa. Tales hombres son más peligrosos que cualquiera arma material a pesar de que horrible sea.

Usualmente, filósofos malos usan malos instrumentos. Pero el gran peligro de tales filosofías es que simulan la verdad. Engañan y por su engaño a menudo consiguen como adherentes personas que en otras cosas son honradas. Debemos para nuestra propia protección descubrir a estos malos enmascarados.

Aquí también el temor es inútil. Hombres rectos si están unidos son los amos de su generación y pueden y deben echar afuera tales temores, y deben trabajar diligentemente para desarraigarlos. Las enseñanzas falsas caen ante la verdad.

Sería mejor para la felicidad del hombre sustituir por tales temores un control adecuado del uso de sus poderes, sea de sus poderes naturales o de los que han sido descubiertos por los buscadores pacientes de la verdad. Por ejemplo, debe haber menos volubilidad acerca del uso de la bomba atómica y más acerca de sus posibilidades en cuanto a la paz. Más debe decirse acerca de la futilidad de la guerra, con su terrible destrucción de la vida humana y la propiedad. Más debe, decirse acerca de la nobleza del hombre y de su posibilidad de llegar a ser como Dios cuando use su tiempo, sus talentos y poder de suplir las naturales necesidades humanas. Cuando eso se hace, desaparecerá mucho temor. Más debe ser dicho tocante a la tierra buena y su voluntad de producir abundantemente por el trabajo del hombre. Una filosofía perversa de la vida puede ser cortada mejor cuando no se dé lugar en las discusiones de los hombres. Sería mejor que los clubes discutieran los principios en nuestro gobierno libre que la doctrina remota de un poeta de la antigüedad. Depende de nosotros mismos, si el temor nos engolfa o no.

Los hombres que ponen a un lado los temores llegan a ser los maestros de su día.

Es lástima que muchos que temen buscan refugio en el olvido temporario que sigue la satisfacción de apetitos no naturales. En vez de acercarse a los problemas de la vida que parecen difíciles con sabiduría e inteligencia, multitudes han usado drogas dañosas a los nervios, que frecuentemente vienen siendo compañeros diarios o a la vergüenza de inmoralidad o la manía de apostar dinero. A tales personas, el temor se pierde temporalmente en la brutalidad de indulgencias pecaminosas, pero queda cubierto para envenenar el gozo cabal de la vida. Mientras nos asociemos con el pecado, no habrá futuro feliz ni nada de eliminación de temor.

Aún terriblemente más conducente al temor es la doctrina de que el mundo en que vivimos es sin propósito.

La libertad de temor viene únicamente cuando el mundo y todo lo que en él hay son tomados como expresiones de un gran propósito divino. Los infelices de esta edad, que está llena de gozo posible, usualmente no pueden ver que hay propósito en la vida. Esta es una gran calamidad, quizás la más grande en la vida humana. El Señor puso a sus hijos aquí en la tierra a causa de su amor hacia ellos y para su bienestar. Están aquí en armonía con este gran y divino propósito.

Nuestro mundo de propósito está bajo la dirección de Dios. No es lógico pensar que el Maestro pusiera sus hijos en la tierra y luego olvidarlos. Esto no es el método de la Divinidad. La casualidad no rige ni en los cielos ni en la tierra. Hombres que abrigan temor pueden quedarse seguros de que en las providencias del Señor, la rectitud triunfará en la tierra: Los propósitos del Señor prevalecerán. Ese conocimiento echa afuera el temor. El gozo más cabal del hombre; de cualquier hombre es la certeza de que vive en un mundo de propósito hecho para su propio bien. El temor no puede morar con tal fe.

Los que no creen en un mundo de propósito merecen lástima. Echan a Dios fuera de sus vidas. Son ateos, criaturas sin casa, ni seguridad y dejados solos para confiar en sus propios poderes débiles, sin fuerzas y sin ninguna ayuda además de la del hombre, tales personas están muy solas. Temores les alcanzan y les hacen buscar estimulación no natural. Las convicciones de tales hombres descansan sobre fundaciones inseguras. No se les puede seguir con seguridad.

La confusión y contención, la incertidumbre en el mundo, vienen por faltar en tomar a Dios como compañero en los hechos de nuestras vidas diarias. Debemos luchar por la justicia si es necesario. No demos lugar a lo malo. El refugio final del hombre mortal es poner confianza en Dios después de que hayamos hecho lo mejor posible. Tenemos que dar oído a la voz del Señor como ha sido oída durante todos los siglos. Si esto es hecho, todo está bien; pero cuando se olvide del Señor, el desastre cubre la tierra.

Todos los que tienen temor en sus corazones deben acudir voluntariamente hacia el que creó la tierra y todo lo que en ella hay. Los sabios de la antigüedad nos han amonestado: “Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos: que Jehová tu Dios es el que va contigo: no te dejará ni te desamparará”. (Deut. 31:6).

Y David, rey de Israel, completó el pensamiento: “Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová”. (Salmos 27:14).

Aunque todo esto es verdad, todos los que desean vencer el temor tienen que estar activos en la batalla. La maldad, la causa del temor, será reemplazada por el bien únicamente cuando prevalece la rectitud. El Señor resolverá todos los problemas a medida que los hombres se pongan dignos de ayuda divina. Los hombres tienen que estar “an-helosamente consagrados a una causa justa”; la causa del Señor. Tenemos que dar voz en nuestra oposición a la maldad; debemos estar ansiosos de arrojar la maldad de entre nosotros. En el hogar, en la iglesia, en los lugares de trabajo, dondequiera que andemos y hablemos, como miembros de la sociedad y ciudadanos de nuestro país, tenemos que ser enemigos del mal. No podemos ceder a los susurros que vienen de las prisiones de la existencia. Entonces el Señor añadirá Su poder y Sus bendiciones, y el temor huirá.

Necesitamos hombres en todas partes de nuestra tierra bendita quienes sean bastante fuertes para combatir en rectitud a los enemigos.

Cuando Gedeón de la Antigüedad salió con más de diez mil hombres de valor, otras pruebas fueron dadas a los del ejército grande que se quedaron. Gedeón no podía tomar riesgos, la causa, la libertad de su pueblo, era demasiado grande. Por eso, observó a sus soldados. Cuando el ejército, marchando en el calor del día, cruzaron un arroyo, algunos se quedaron, tomando su tiempo y se detuvieron para beber del arroyo. Sin embargo, otros, solamente trescientos de los diez mil, esperando ansiosamente encontrar al enemigo no podían esperar, estos trescientos hicieron copa de sus manos y bebieron y se marcharon en su camino. Estos trescientos llegaron a ser el ejército de Gedeón, los demás fueron mandados a sus casas. Con estos trescientos Gedeón ganó victorias gloriosas.

Con tales hombre, en cualquier día, todo temor desaparece.

El sentimiento de depresión que agobia a mucha de la gente en la actualidad debe ser reemplazado con una canción de valor y rectitud. El Señor está al timón. Por eso, debemos de estar llenos de valor. Nuestra tarea es guardar la ley del Señor; rechazar todo ofrecimiento malo, y ayudar esmeradamente en la solución de los problemas del día de hoy. Entonces podremos confiar con seguridad en el futuro. Entonces jamás tendremos que temer. Los que entonces sufran serán los que no hacen estas cosas. En el nombre de Jesucristo, Amén.

El espíritu de perdón llena los corazones de los Santos de Dios, y no abrigan ningún deseo o sentimiento de venganza hacia sus enemigos o hacia los que les injurian o molestan o tratan de hacerles temer; pero al contrario, el Espíritu del Señor tiene posesión de sus espíritus, de sus almas, y de sus pensamientos; perdonan a todos los hombres, y no llevan malicia en sus corazones hacia ninguno, no importa lo que hayan hecho. Dicen en sus corazones, que juzgue Dios entre nosotros y nuestros enemigos, y en cuanto a nosotros, los perdonamos, no tenemos malicia hacia ninguno.—Joseph F. Smith.

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