Deja que la virtud engalane tus pensamientos

Conferencia General Abril 1969

Deja que la virtud
engalane tus pensamientos”

por el presidente David O. McKay
(Leído por su hijo David Lawrence McKay)


Mis estimados hermanos del sacerdocio: Os doy la bienvenida, y agradezco este privilegio de poder expresaros nuevamente mis sentimientos acerca de nuestros grandes llamamientos.

A medida que pienso en el vasto auditorio de poseedores del sacerdocio reunidos en los diferentes lugares que se nombraron al principio de la reunión, y me doy cuenta del poder de este gran número de hombres, me quedo maravillado.

Mi pecho se dilató de satisfacción al pensar en el bien que estos miles de hombres del sacerdocio que se encuentran adorando aquí esta noche harán y pueden hacer.

“Habrá quizás en algún lugar,
En viñas de mi Señor,
Do pueda yo con amor obrar,
Por Cristo mi Salvador.
Confío en ti sin vacilar,
Y siempre te amare,
Tu voluntad en verdad haré,
Y lo que me mandes seré.”
(Himno. No. 93)

Espero que todo el que haya escuchado esa estrofa esta noche, la haya aplicado para sí mismo, y que en cierta manera haya hecho una promesa sagrada de mejorarse en el futuro. Vinieron a mi mente cinco virtudes fundamentales que deberían asociarse con ese propósito. Sólo las enumeraré.

La primera es fe: fe en Dios el Padre, fe en su Hijo, fe en nuestro prójimo.

La segunda es honradez: de sinceridad pueril, la honradez es el medio de tratar con nuestros semejantes; es la fundación de todo carácter. Si ofrecéis una oración en la noche, y habéis obrado deshonestamente con vuestros semejantes durante el día, más bien pensaría que, como el rey en Hamlet, vuestras palabras volaran a lo alto, mas vuestros pensamientos quedaran en tierra; pero si habéis obrado honradamente, el Señor escuchará y contestará vuestras oraciones.

La tercera es lealtad. Esta es un principio maravilloso. Un verdadero amigo es leal; muchos conocidos no lo son, y no lo serán. Sed leales al sacerdocio, sed fieles a vuestra esposa y familias; leales a vuestros amigos.

A los poseedores del sacerdocio les hago esta advertencia: Satanás tratará de tentaros en vuestro punto más débil, y hará que lo sigáis vosotros mismos y si habéis debilitado este punto antes de que os comprometierais a servir al Señor, Satanás hará esa debilidad aún más grande. Resistidlo y obtendréis fortaleza: él os tentará en otro punto, pero resistidlo y él se irá debilitando y vosotros fortaleciendo, hasta que podáis decir, no importa donde estéis: “Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás.” (Lucas 4:8)

Ahora, menciono esto porque hay muchas personas desilusionadas en la Iglesia a causa de que los hombres, algunos de los cuales poseen el sacerdocio y puestos prominentes, son tentados en sus puntos débiles, se olvidan de que han hecho convenios con el Señor, y se alejan del sendero de la virtud y discreción, afligiendo de esta manera a sus esposas a causa de su necia indulgencia y su debilidad.

Nosotros poseemos uno de los convenios más sagrados en todo el mundo, concerniente a la felicidad en el hogar; hay hombres que me están escuchando que han olvidado cuán sagrado es el convenio. Los apóstoles, las Autoridades Generales de la Iglesia y las autoridades de la estaca están exhortando a los jóvenes de todas partes a que vayan al templo a casarse. No vayáis a ese templo a menos que estéis preparados para aceptar los convenios que hagáis.

El matrimonio en el templo es una de las cosas más hermosas en todo el mundo. El amor, el atributo más divino del alma humana, es el que induce a la pareja a ir a este sagrado lugar. Justamente, el joven considera esa novia que será la madre de sus hijos como algo tan puro como un copo de nieve, inmaculada como un rayo de sol, tan digna de la maternidad como cualquier virgen. Por eso, es una cosa gloriosa para una mujer entrar al templo y ser el orgullo de un joven élder, quien confía en ella para ser la cabeza de su casa.

Ella confía en él como alguien que es digno de la paternidad como ella lo es de la maternidad, y justamente, también, porque en sus hombros lleva las túnicas del Santo Sacerdocio, testificando a todos de su dignidad.

Juntos entran a la casa del Señor para testificar y pactar ante El que serán fieles a los convenios que hagan ese día, guardándose ambos el uno para el otro y para nadie más. Este es el ideal más sublime del matrimonio que haya sido dado al hombre. Si estos convenios se mantuvieran tan sagrados como deberían de guardarse, habría menos corazones destrozados entre los esposos. Un convenio es una cosa sagrada. Un hombre que contrae matrimonio en el templo no tiene derecho de admirar a otras mujeres, ya sea que estén en el coro o en la Sociedad de Socorro, que sean miembros de la mesa general o desempeñen cualquier tarea en la Iglesia. Habéis hecho el convenio de ser fiel a vuestra esposa.

Hermanos del sacerdocio, sed fieles, sed leales a él.

Ruego a los poseedores del sacerdocio reunidos aquí esta noche que guarden los convenios que hicieron en la Casa del Señor. No tenéis el derecho de menospreciar a vuestras esposas para ir en busca de la compañía de otras que os parecerán más atractivas y a las que veis en vuestra vida diaria, en los asuntos de negocios o en la Iglesia. Esto parecerá ser general, pero mientras os dirijo la palabra, viene hacia mí el recuerdo de una esposa llorosa para pedirme: “¿Podría por favor decir una oración, una oración para pedir que mi esposo regrese?” Bien, ella podría haber sido la culpable—ella dijo que en parte tenía la culpa—pero yo sé que su esposo fue el culpable, porque es un poseedor del sacerdocio y no tiene el derecho de romper sus convenios.

El Espíritu de Dios no morará con aquél que en cualquier manera contribuye a destruir la familia de otro hombre.

“La batalla más grande de la vida se pelea dentro de las cámaras silenciosas del alma.”

Poseedores del sacerdocio, os exhorto a que nuevamente hagáis lo que sin duda habéis hechos frecuentemente, a que os sentéis a meditar. Diariamente se levanta una batalla en vuestro interior y en el mío. Oponeos a ella, y decidid vuestro curso de acción concerniente, primero, a vuestro deber hacia vuestra familia; evitad condiciones y personas que os causarán desdicha en vuestro hogar. Segundo, decidid cuál es vuestro deber hacia vuestro quorum; decidid si es que le debéis algo, y aseguraos de que después dispondréis de la fuerza necesaria para hacerlo. Tercero, decidid en ese momento de silencio cuál es vuestro deber hacia la Iglesia. Y cuarto, decidid qué es lo que debéis a vuestros semejantes. Decidid dónde yace vuestro deber, recordando aún que “la batalla más grande de la vida se pelea dentro de las cámaras silenciosas de vuestra propia alma”.

Recordad esto como una guía en cualquier puesto a que seáis llamados a servir: “Sea cual fuere tu parte, desempéñala bien.” Esto, naturalmente, se aplica a los fines morales y legales, y no a las acciones perjudiciales o malvadas. Eso influyó en mí hace muchos años; como lo he mencionado antes a algunos de vosotros, Peter G. Johnston y yo íbamos caminando alrededor del Castillo Stirling en Escocia. Yo me sentía desanimado; acababa de empezar mi misión, no había tenido éxito durante el día y extrañaba mi casa. Caminamos alrededor del castillo, sin estar cumpliendo con nuestro deber; y cuando volvíamos al pueblo, vi un edificio a medio terminar. Para mi sorpresa, desde la acera vi una inscripción esculpida en piedra sobre el dintel de la puerta de enfrente. Le dije al hermano Johnston: “Quiero ir a ver lo que dice.”

No iba ni a mitad del camino que conducía hacia ella, cuando ese mensaje me impresionó. Decía: “Sea cual fuere tu parte, desempéñala bien.”

Cuando me reuní con mi compañero, le dije, sabes lo que recordé primeramente? El conserje de la Universidad de Utah, de la cual acaba de graduarme. Me di cuenta que sentía el mismo gran respeto por ese hombre que el que sentía por cualquier otro profesor en cuya clase hubiera estado. El desempeñó bien su parte. Recuerdo cómo nos ayudó con los trajes de fútbol, cómo nos ayudó con algunas de nuestras lecciones, ya que él mismo se había graduado en la universidad. Era humilde, pero hasta la fecha siento respeto por él.

¿Qué sois? Sois hombres que poseéis el sacerdocio de Dios, que poseéis autoridad divina para representarlo en cualquier puesto a que hayáis sido llamados.

Por naturaleza siempre he gozado de la compañía de mis asociados. Me gusta estar con mis amigos. A medida que pasa el tiempo se intensifica más mi apreciación por la amistad de la hermandad de Cristo. Esta noche lo siento más profundamente, más sinceramente que nunca.

Que el Señor añada sus bendiciones a las instrucciones e informes que se presentarán esta noche; que podamos partir con una mayor determinación en nuestros corazones de servir al Señor y guardar sus mandamientos; que podamos salir con una mayor resolución de defendernos el uno al otro en la vida recta, de defender la Iglesia, de no hablar contra nuestro prójimo, ni contra las autoridades de la Iglesia, locales, de estaca o generales. Evitemos hablar mal, evitemos las calumnias y chismes ya que son veneno para el alma de los que lo hacen. Las calumnias dañan más al injuriador que al injuriado.

En los Estados Unidos de América, la Constitución concede libertad individual, y así mismo oremos para que el Señor frustre los planes de los comunistas que traten de privarnos de esta libertad.

Deseo referirme a ciertas palabras concernientes al comunismo, las cuales pronuncié hace tres años en la reunión general del sacerdocio. En esa conferencia de sacerdocio, además de exhortar a que estudiasen la Constitución y estuviesen alerta a las invasiones comunistas que tratarían de derribarla, dije lo siguiente:

“Como organización, la Iglesia, a pesar de que respeta el derecho de todos sus miembros de tener sus propios puntos de vista en la política, debe mantener una estricta neutralidad en todo lo posible. No tenemos intención alguna de interferir con la completa libertad de los miembros en el sufragio político, que queda protegido por la Constitución de los Estados Unidos, la que según el Señor, fuera establecida ‘a manos de hombres sabios que yo he levantado para este propósito mismo’, (D. y C. 101: 80) y acerca de la cual el profeta José Smith, al dedicar el Templo de Kirtland, oró que ‘quedara establecida para siempre jamás.’ (D. y C. 109:54)

La posición de la Iglesia en cuanto al comunismo nunca ha cambiado. Lo consideramos la amenaza satánica más grande a la paz del mundo, a la prosperidad y a la propagación de la obra de Dios entre los hombres, que existe sobre la faz de la tierra.” (Liahona, agosto de 1966)

Se sugiere que, al educarse a sí mismos en cuanto a los peligros del comunismo, los miembros no esperen que los obispos y presidentes de estaca se unan a ellos, a que mediante sus puestos apoyen sus esfuerzos, ya que como se ha dicho, se espera que mantengan una estricta neutralidad en cuanto al asunto. Ni tampoco los movimientos organizados para familiarizarse con el comunismo deben imponer sus ideas sobre los miembros de la Iglesia en una manera que pueda conducir a la división entre los mismos. Tampoco los obispos, presidentes de estaca y otros directores de la Iglesia deben prestar su apoyo a los esfuerzos de tales grupos en tal manera que impongan dichos movimientos sobre otros miembros de la Iglesia.

Es el derecho y obligación de todo ciudadano y por tanto de todo miembro de la Iglesia, estar alerta e informado acerca de las influencias sociales, educacionales, comunistas y políticas que traten de minar nuestra sociedad libre; pero no serviría su propósito si esto se hiciera en una manera que diera como resultado la división de nuestros miembros.

No debe pasarse nunca por alto que los conversos a la Iglesia provienen de todas las naciones, representando diferentes puntos de vista en asuntos polémicos. Nuestra es la responsabilidad de enseñar a nuestros miembros de todo el mundo las doctrinas verdaderas de Cristo con tal poder, que puedan estar fortalecidos contra todas las ideas falsas, no importa el rótulo bajo el cual se presenten.

El curso de estudio del Sacerdocio de Melquisedec para el año próximo incluirá algunos temas tales como la libertad, la religión y el estado, los peligros del comunismo y otros tópicos considerados como de vital importancia en el estudio de las verdades profundas del evangelio.

El estudio de estas lecciones les permitirá a los hermanos del sacerdocio familiarizarse mejor con las fuerzas que se oponen a la justicia, así como con el plan de salvación del Señor para todos sus hijos.

En estos días de gran inquietud y trastorno social, sería bueno que a nuestros líderes y miembros del sacerdocio se les recordara constantemente acerca del sabio consejo del apóstol Pablo, donde dijo:

“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.

Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.” (1 Cor. 2:1-2)

Que Dios nos ayude a defender la verdad o mejor aún, a vivirla, a ejemplificarla en nuestros hogares. No podemos expresar lo que les debemos a nuestros padres. Padres, ¿vais a tener esa misma influencia en vuestros hijos? Que Dios os dé poder para que tengáis esa influencia, que vuestros hijos sean fieles hasta el final, hasta la muerte si es necesario, a la verdad del Evangelio de Jesucristo, el cual magnifica a Dios, nuestro Padre, quien, con su Amado Hijo Jesucristo, el Redentor del Mundo, apareció al profeta José Smith. Ellos se revelaron a sí mismos en esta dispensación, y su obra fue establecida, para no ser quitada nunca jamás o dada a otro pueblo.

Satanás está todavía determinado a salirse con la suya, y en la actualidad sus emisarios tienen un poder como el que nunca habían poseído a través de los siglos. Preparaos para afrontar condiciones que podrán ser severas, condiciones ideológicas que parecerán razonables, pero serán perversas. A fin de hacer frente a estas fuerzas, debemos depender de la guía del Espíritu Santo, a quien tenemos derecho.

Dios está guiando esta Iglesia; sed leales y fieles a ella. Sed fieles a vuestras familias; proteged a vuestros hijos, guiadlos, no arbitrariamente, sino mediante la clase de ejemplo de un padre, y de esta manera contribuid a la fortaleza de la Iglesia mediante el ejercicio de vuestro sacerdocio en vuestro hogar y en vuestras vidas.

Para concluir, quiero que sepáis que tengo presente los sacrificios que los que sirven en las fuerzas armadas han hecho. Que ellos tengan la fortaleza para resistir la tentación y que mediante su ejemplo sean un testimonio viviente hacia otros.

Que Dios bendiga a los misioneros que día a día buscan a aquellos que aceptarán su mensaje. Que ellos puedan resistir las malas influencias y de esta manera se conviertan en siervos verdaderos en la edificación del reino de Dios.

Que sus bendiciones os acompañen a medida que progresáis en la obra del Maestro. Que esta obra continúe extendiéndose para cumplir sus propósitos divinos. Sed fieles a vuestros llamamientos, hermanos, y el Señor os bendecirá e iluminará.

Os doy testimonio de la veracidad de esta gran obra, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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