La gran vía
El 10 de mayo de 1869, en un remoto acantilado al norte del Gran Lago Salado, Leland Stanford, un oficial de la compañía ferroviaria Central Pacific incrustó un clavo dorado en un durmiente, marcando el punto de conexión entre las líneas del Central y el Union Pacific, la cual se expande a lo ancho de los Estados Unidos. Bill Smoot, un adolescente de la localidad, se había inscrito para colaborar en el proyecto en el tramo del territorio de Utah. Más tarde él dijo que había pescado la “fiebre del ferrocarril”, aunque nunca había visto ni siquiera una fotografía de un tren.
Por cierto que la “fiebre del ferrocarril” se estaba expandiendo por todas partes conforme muchos vieron los beneficios de una línea que uniera los dos océanos. Los viajes serían más rápidos y convenientes —días en vez de meses en carreta. El comercio también se beneficiaría; lo manufacturado en el Este se podría vender en la costa Oeste, y la materia prima del Oeste ahora podría ser fácilmente transportada hacia el Este.
Pero ese logro tan enorme impactaba mucho más que prosperidad y conveniencia. Apenas una semana después de tender los rieles en el norte de Utah, un periódico local atribuía la empresa al ingenio y a la magnífica vitalidad de la nación. Asimismo, el editorial indicaba que los más importantes resultados futuros tras completar la “gran vía” no serían de orden económico, sino que tendrían más que ver con el desmoronamiento de los prejuicios nacionales. Sí, ahora los mercados comerciales estaban unidos, pero también lo estaban las culturas. “El casi infranqueable abismo que antes las había separado”, decía el artículo, “ahora está conectado, y el intercambio de ideas y sentimientos, habrá de desgastar gradualmente las barreras que han existido durante tanto tiempo”.
“Esto”, predecía aquel editorial, “habrá de señalar el triunfo de la vía ferroviaria Pacific”.
Por cierto que el transporte se ha hecho más rápido en los 150 años transcurridos desde que aquel clavo fue incrustado en el durmiente, pero lo mismo ha sucedido con las ideas y los sentimientos. Es cierto que aún existen barreras y prejuicios, pero al menos hemos aprendido esta lección: que los seres humanos queremos conectarnos, y haremos los máximos esfuerzos por cruzar los abismos que nos separan.

























