Lo que hace El Cigarro

Lo que hace El Cigarro

Por Mark E. Peterson
Liahona Agosto 1951


¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
Si alguno violare el templo de Dios, Dios des­truirá al tal: porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es. (1 Corintios 3: 16-1.7.)

Quiero saber si ustedes, la juventud de la Iglesia, han pensado seriamente en el significado que tiene el cigarro para los miembros de la Iglesia. Para nosotros significa más que a otra gen­te. Sé que algunos de ustedes dirán que no saben por qué; dirán, “tenemos ami­gos en otras iglesias que fuman y es­tán bien y sus iglesias no les critican”, y no entienden porque es que nuestra Iglesia toma la actitud que toma acer­ca de este sujeto. Recuerden que Dios no ha hablado a los jóvenes de otras iglesias ni a los que dirigen sus iglesias, dándoles revelación divina diciéndoles que deben de abstenerse de usar estas cosas que dañan el cuerpo. En sus igle­sias ni siquiera aceptan el principio de revelación moderna.

Pero para nosotros es una cosa enteramente diferente. Dios nos ha ha­blado por medio de sus profetas en es­tos últimos días. Él nos ha dado reve­lación moderna diciéndonos que el tabaco no es bueno para el hombre. Esa es la palabra y voluntad de Dios a los Santos de los últimos días. Cuando da­mos las espaldas a este principio hasta este grado le damos las espaldas a Dios.

Por lo regular los jóvenes son indi­viduos que aman la libertad, que se quieren mandar a sí mismos, y no quie­ren que otro esté ordenando su vida. Pero algunos entienden mal su inde­pendencia, y con este espíritu dicen, “pues, sí yo quiero fumar es negocio mío, tengo el derecho, ¿no es este un país libre?” Pero al someterse a la in­fluencia esclavizadora de la nicotina contribuyen a la pérdida de esta liber­tad de la que hablan.

Sí adopta el hábito del cigarro, en grande manera determina el cigarro la clase de vida que vivirá, la clase dé amigos que tendrá, la clase de persona con quien se casará, y aún la clase de hijos que tendrá. ¿Piensan que es es­ta una declaración extremosa? Vamos a pensarlo por un rato.

Sí en su casa tienen revistas o pe­riódicos que tienen anuncios de cigarros, y estos anuncios le llaman la aten­ción y lo tientan a fumar y cae usted en esa tentación, ¿qué es la primera co­sa que hace?

Usted hace a un lado todas las en­señanzas de sus padres, su Iglesia, y los amigos que le aman. En lugar de estas enseñanzas, toma usted los con­sejos del comerciante de tabaco que no tiene ningún interés en usted, sino en su dinero y para hacerle un esclavo a su producto. Entonces usted se dice a sí mismo, “creo que compraré unos ci­garros”. Y así con un sentimiento de culpabilidad y sintiéndose como si los ojos de todo el mundo le están miran­do va y compra su primera cajetilla de cigarros. Entonces tiene que buscar un lugar en donde fumarlos. No los quie­re fumar ante sus padres porque sabe que es malo y que ellos se sentirían mucho. No quiere fumar ante sus ami­gos, que no fuman porque usted sabe lo que ellos dirían. Así es que escoge un lugar donde sus padres ni sus amigos lo vean. Abre la cajetilla, saca el pri­mer cigarro, se lo pone en la boca y lo prende. Entonces hace un gran descu­brimiento; encuentra que al chupar en un cabo del cigarro con lumbre en el otro cabo que sale humo: y como ha leído en el anuncio, después de chupar el cigarro la operación hace que infla el egoísmo. Así es que tira su cabeza hacia atrás y sopla el humo fuera y di­ce, “ahora si soy muy importante’.

Como ha caído en esta tentación quie­re fumar pero no siempre quiere hacerlo a escondidas pero tampoco lo quiere hacer entre un grupo qué no fuma, por lo tanto busca amigos que fuman para que pueda fumar con ellos. Tal vez tiene amigos que fuman y ellos fueron los que le dieron el primer ci­garro y con ellos principió a fumar. En cualquier caso deja de asociarse con los que no fuman y busca amigos entre aquellos que fuman. Y de este modo los cigarros escogen sus amigos.

Una de las cosas más difíciles del há­bito de fumar es que llega uno a tomar e ir a fiestas en las cuales el ambiente no es el mejor. Y cuando principia a asociarse con gente que hace estas cosas no pasa mucho tiempo sin que usted también hace las cosas que ellos ha­cen, y en esta manera el cigarro pone el fundamento para malos hábitos.

Al fumar usted comprende que está violando un mandamiento de Dios y no se siente bien cuando lo hace, y sabe que en la rama a veces hablan de la palabra de sabiduría y ahora que fu­ma no le gusta oír de la palabra de sa­biduría. Ha oído de ella toda su vida y no quiere que le duela la conciencia más de lo que le duele, así es que me­jor es que no vaya a los cultos. Prin­cipia a comprender que para un Santo de los Últimos días adoración y el fumar no van juntos. Por lo tanto el ci­garro le persuade que no vaya a la Igle­sia.

Cuando era chico sus padres le en­señaron a orar, y había orado con re­gularidad toda su vida. Pero ahora que Ud. es fumador no se siente en ar­monía con Dios y vacila en ir a él en oración.

Descubre que, para un miembro de la Iglesia, el cigarro debilita la fe y le impide que ore. Y como un niño que ha sido herido evita los instrumentos que le duelen, así con su conciencia que le duele se desvía de los deberes reli­giosos. Ha encontrado que hay una contrariedad entre la espiritualidad y el cigarro. Así es que el cigarro le per­suade a no orar.

Sus padres también le enseñaron a pagar sus diezmos en todo lo que ganaba, pero ahora que no va a la Iglesia muy seguido y sus relaciones con la Iglesia no son muy buenas, ya no paga sus diezmos, ¿para qué voy a pagar diezmos? se pregunta, y dice “estos diezmos me comprarían bastantes ciga­rros: en estos días son muy caros”. Es un hábito bastante costoso que ha ad­quirido, ¿verdad? Así es que el cigarro le persuade a no pagar sus diezmos.

Cuando llega a la edad en que se quiere casar se pregunta, “¿con quién me caso?” Sí es joven dice “Será Ele­na, o María, o Elizabeth, o Juana, o Car­men?” Y sí es usted señorita se pregunta, “¿Será Tomás, Ricardo o Ju­lián?” Y entonces se dice, me gusta Tomás más que Julián y a María mas que Elizabeth. ¿Y cómo los conoció mejor? Porque ellos están en el mis­mo grupo en que está usted: ya sabe, los que fuman, y ellos que hacen las cosas que usted hace, son como usted. Ni pensaría de casarse con uno que era del grupo que no fuman. ¡Qué ridicu­lez! Él ni fumaría con usted… ni to­maría un coctel ni saldría a coquetear, ni iría a las fiestas a las cuales iba us­ted, no se casaría con uno del otro gru­po. Se va a casar con uno de su gru­po. Y así si se quieren sentar a fumar juntos no habrá pena —así se dice. Nadie me va a regañar sí lleno la casa con humo, ni habrá quien diga nada si quemo un agujero en el juego de sa­lón, o si tiro ceniza en el tapete nuevo. Por lo tanto el cigarro le ayuda a es­coger la persona con quien se casará.

¿Qué clase de hogar tendrá? No ha­brá mucha fe porque el cigarro ya lo desechó. Ni orarán mucho porque el cigarro ya ha arreglado eso. No habrá mucha actividad en la Iglesia porque también lo impide el cigarro. Por lo tanto tendrá una casa mundana con muy poca espiritualidad. ¿Es esa la clase de hogar que usted desea?

¿Tendrá hijos ese hogar?” Sí es co­mo mucha de la gente que fuma hoy día, no tendrá hijos. Hace poco que uno de ellos dijo. “¡Yo no quiero un ni­ño llorón!” ¿Cree usted que voy a pa­sar la noche paseando de arriba para abajo con un niño llorón en los brazos? Eso no es para mí”. Y así el cigarro ayuda a robarle una de las bendicio­nes más grandes que Dios da en esta vida: el privilegio de tener hijos.

Pero supongamos que por casualidad tiene hijos — ¿cómo serán? Pues, se­rán como usted. No creerán en Dios porque la religión no será una cosa muy importante en sus vidas, no dirán muchas oraciones porque usted no les enseñará, y no irán a la iglesia porque usted no va, y cuando sean grandes ad­quirirán los hábitos que tiene usted y serán como usted. Así es que el ciga­rro determina en gran manera la clase de niños que tendrá.

¿Pueden ver ustedes, la juventud de la iglesia, como el cigarro puede mar­car su vida —como señala la vereda que seguirán? ¿Están ustedes los jó­venes deseosos de someterse a la tira­nía del cigarro? ¿Están deseosos que el cigarro determine tanto la clase de vida que vivieran? ¿Van a permitir que el cigarro decida la clase de amigos que tengan, la clase de persona con que se casa —aun la clase de niños que tendrán? ¿Están ustedes los jóvenes de la iglesia, deseosos que el cigarro de­cida su actitud hacia Dios?

Decidan para sí mismos. ¿Quieren vivir una vida sin Dios? El cigarro quisiera hacerlo. Pero recuerden que uno no puede vivir felizmente sin Dios. Muchos lo han tratado de hacer y han fracasado.

Y así es que regreso a la pregunta que hice al principio: ¿Han pensado en el significado que tiene un cigarro para un miembro de la Iglesia? A us­tedes que fuman ahora, no vayan a su­poner que la Iglesia está en contra de ustedes, porque no está. Solamente de­sea su bienestar, y espera y ora para que llegue el día en que declare su in­dependencia de la esclavitud de la ni­cotina. Y a ustedes que no fuman, an­tes de que fumen su primer cigarro há­ganse esta pregunta, “¿me ayuda, o me hace daño?” Que lo piensen cuidadosa­mente y que Dios les guíe en su pen­samiento, lo pido fervorosamente, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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