¿Cómo ayudamos a nuestros hijos
a seguir al Salvador con sumisión?
por Henry B. Eyring
Liahona, Agosto 1973
El doctor Eyring es presidente del Colegio Universitario Ricks en Rexburg, Idaho, y sirve como miembro del Sumo Consejo de la Estaca Rexburg.
Muchas veces los niños nos enseñan grandes lecciones; me di cuenta nuevamente de esto al leer el diario de mi vida. La anotación corresponde al 28 de enero de 1972, concerniente a mi hijito de dos años y dice en parte:
«Matthew me hizo aprender una lección. Anoche lloraba en la cama y yo pensé que lo hacía sin razón; le pregunté varias veces si quería que le limpiara la nariz o que le sostuviera el pañuelo mientras él lo hacía. Después de haber ido a verlo tres o cuatro veces, entré decididamente en su cuarto preguntándole: ‘¿quieres que te dé unas palmadas?’ Y él me contestó que sí haciendo una señal afirmativa con la cabeza. Le hice nuevamente la pregunta, esta vez ilustrando la amenaza con la mano en alto, y él volvió a responderme ‘sí.’ De pronto, sentí que el corazón se me derretía al darme cuenta de que él confiaba en mí en tal forma que había llegado a sentir que si yo creía que unas palmadas le ayudarían a aliviarse, eso era lo que deseaba recibir. Lo mecí durante un rato y entonces me di cuenta de que tenía una gran congestión nasal por un resfrío que le estaba comenzando, lo cual me suavizó aún más. Busqué unos pañuelos de papel y se los llevé a la cama, diciéndole que se limpiara la nariz lo más que pudiera. El me dio las gracias y yo me alejé sintiéndome un hombre castigado.»
He aquí un pequeño de dos años dando un nuevo ejemplo del discurso del rey Benjamín:
«Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se someta al influjo del Espíritu Santo, se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor, y se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él, así como un niño se sujeta a su padre» (Mosíah 3:19).
Evidentemente, tanto Matthew como otros niños principian como dice el rey Benjamín que deben terminar, vale decir, sumisos. Mas nosotros muchas veces cometemos el error de poner nuestros esfuerzos e intereses como padres en mantenerlos sumisos a nosotros y a nuestra dirección; olvidamos que el rey Benjamín nos formuló el problema en forma diferente: ¿cómo traspasamos esa natural sumisión de nuestros hijos al Señor Jesucristo? ¿En qué forma ayudamos a nuestros hijos a seguir al Salvador con sumisión?
Mayores pueden ser nuestras posibilidades de éxito al guiar a nuestras familias si enfocamos el problema con la actitud de ayudarles a seguir en fila detrás de nosotros, una fila guiada por el Salvador.
¿Por qué el niño que una vez fue sumiso deja de serlo? Porque pierde la fe. Si pudiese ver al Maestro a la cabeza de la fila o si tuviere La seguridad de que Él está allí, seguiría adelante, pues vería que el sendero ciertamente lo conduciría a la felicidad. La obediencia con sumisión es un acto de fe, y cuando ésta falla, el hecho mismo proclama la pérdida de la misma.
Cuando Matthew sea mayor, algún día me mirará con extrañeza cuando yo le diga: «Aunque todos tus amigos se vistan de esa manera, es mejor que tú no lo hagas.» ¡Oh, qué prueba de fe será para él! ¿Decidirá entonces cambiarse de ropa, tal como decidió que yo le diera unas palmadas? Eso depende de algunas cosas que no puedo yo controlar, mas existen algunas que sí quedan bajo mi control. No podemos controlar completamente al niño ni todo lo que a él le suceda; pero podemos dirigir nuestra propia conducta en tres maneras que contribuirán a edificar la fe para obedecer y seguir con sumisión.
Primero, podemos, presentar nuestros hijos al Salvador mediante la oración y las escrituras; no podrán verlo dirigir su familia con sus ojos físicos, pero sí pueden sentir su realidad. Esto significa que debemos hacer algo más que enseñarles la forma de orar y más que simplemente ponerles las escrituras en la mano.
Uno de los propósitos de nuestras oraciones familiares y privadas debe ser el de procurar experiencias espirituales para nuestros hijos. Las oraciones de cada noche a la orilla de su cama y las oraciones familiares por la mañana y por la noche significaron poco para mi hijo Henry hasta el día en que se perdió a los seis años de edad, tratando de encontrar su casa a través de unos diez kilómetros por un campo desconocido. Había corrido, llorado, hasta que en medio de su desesperación se arrojó al pie de unos arbustos a orar. Como nos dijo después, con admiración en la voz: «Antes de que empezara siquiera a orar, llegaron hasta mí dos personas y me preguntaron si podían ayudarme. » Una hora después estaba en casa.
Aun es posible que los padres logren experiencias espirituales para el hijo que ha dejado de ser sumiso. Recordemos al ángel que se le apareció al rebelde joven Alma, diciéndole:
«He aquí, el Señor ha oído las oraciones de su pueblo, y también la oración de su siervo Alma, tu padre; porque él ha rogado con gran fe en cuanto a ti, para que seas traído al conocimiento de la verdad; por tanto, con este fin he venido a convencerte del poder y la autoridad de Dios, para que las oraciones de sus siervos sean correspondidas según su fe» (Mosíah 27:14).
También podemos leer las escrituras con nuestros hijos presentándoles la oportunidad de experimentar manifestaciones espirituales y percibir nuestro conocimiento de las escrituras y del Maestro. El presidente Marión G. Romney, en un discurso que dio en la Universidad de Brigham Young, relató su experiencia de leer el Libro de Mormón con su hijo, diciendo:
«Estábamos leyendo alternativamente en voz alta los párrafos de los últimos tres maravillosos capítulos de Segundo Nefi cuando escuché que a mi hijo se le quebraba la voz en la garganta y pensé que estaba resfriado, pero continuamos hasta el fin de los tres capítulos.
Cuando terminamos, él me preguntó: ‘Papá, ¿has llorado alguna vez al leer el Libro de Mormón?’
‘Sí, hijo’ le respondí. ‘A veces el Espíritu del Señor testifica a mi alma que el Libro de Mormón í s verdadero de tal manera que lloro.’
‘Bien,’ dijo él, ‘eso fue lo que me sucedió a mí esta noche.’ »
Podemos vivir esa experiencia con nuestros hijos si disponemos las cosas para estar a solas con ellos, si nos quedamos con ellos durante el tiempo que demoraría leer tres capítulos, y si podemos decir honradamente, «Sí, hijo, yo también lloro.»
Una segunda parte del mundo de nuestros hijos que podemos controlar es la felicidad y el gozo que ellos nos ven exhibir en el servicio del Señor. Esto importa al joven que no sabe si someterse o no. ¿Es la carga del Maestro en verdad liviana? ¿Es gozoso el servicio? Nuestros hijos hallarán las respuestas a estas preguntas en nuestros rostros, nuestras voces y nuestras acciones, probablemente tarde, después de un muy largo Día Sabático o en otras ocasiones, en momentos de tensión nerviosa o de tragedia.
Nunca escuché a mi padre predicar en cuanto a «la paz que sobrepasa el entendimiento,» pero lo sentí en su sonrisa al ir juntos a las reuniones de la Iglesia. Si fruncía el ceño, era porque yo me demoraba en prepararme para salir y no porque íbamos. Me imagino que nunca consideré él no ir a la Iglesia porque nunca vi que no se asistiera a ella. Además, recuerdo la paz que vi en el rostro de mi padre cuando salimos del hospital una hora después que mi madre había fallecido; en esa oportunidad me dejó esperándolo mientras él volvía a la sala del hospital a, expresar su agradecimiento a las enfermeras y los doctores, más interesado en ellos que en sí mismo. Él no lo dijo, pero yo supe que la carga era liviana sólo porque él confiaba en el Maestro. . . tanto como Matthew en mí.
Las preguntas formuladas por el élder Mark E. Petersen, sugieren la paradoja de tratar de instar a nuestros hijos a realizar algo determinado, de lo cual nosotros mismos no disfrutamos:
«Si los padres no conocen el gozo supremo de tener una conciencia tranquila, ¿cómo pueden enseñar a sus pequeñitos lo que esto significa?
«Si los padres no han conocido nunca la satisfacción que se experimenta por el pago de un diezmo honrado, ¿cómo pueden plantar las semillas de la obediencia a esta ley en los corazones de sus hijos?
«Si los padres no han descubierto jamás el verdadero valor de santificar el Día de Reposo, ¿cómo pueden enseñar a sus hijos a honrarlo?
«Si los padres no han captado nunca la visión de la vida limpia, ¿pueden describirla a sus hijos?
«Si los padres no han ido nunca al templo, ¿pueden enseñar a sus hijos las grandes ventajas del matrimonio en el templo?
«Si el padre y la madre no han pensado en el significado de una misión, ¿pueden inculcar en los corazones de sus hijos el deseo de cumplir una misión? Si los padres mismos no están completamente convertidos al evangelio, ¿pueden convertir eficazmente a sus hijos?» (A Faitk to Live By, páginas 112-13).
Una tercera experiencia que podemos controlar es la de dar a nuestros hijos asignaciones que edifiquen su fe en que Cristo realmente guía a los seres humanos que se someten a Él. Teniendo esa fe, les será mucho más fácil creer que su padre puede tener la razón cuando les da alguna orden aparentemente irrazonable, después de haber buscado la ayuda divina. El padre Lehi nos dio un gran ejemplo al instruir a Nefi. En el primer capítulo del Libro de Mormón, Nefi dice: «nací de buenos padres y recibí, por tanto, alguna instrucción en toda la ciencia de mi padre. . .» (1 Nefi 1:1). Mas el padre Lehi hizo mucho más que eso; dio a Nefi la oportunidad de saber que Dios guía a los hombres y las mujeres sumisos, en detalle y en medio de peligros y dificultades. Lehi mandó a sus hijos a que volvieran a Jerusalén en busca de las planchas de Labán. Sólo Nefi sacó, de esa peligrosa misión, la gran ventaja de aprender por su propia experiencia que el Maestro guía. En cuanto a esto su comentario es:
«Y era ya de noche; e hice que se ocultaran fuera del muro. Y cuando se hubieron escondido, yo, Nefi, me introduje en la ciudad y me dirigí a la casa de Labán.
E iba guiado por el Espíritu, sin saber anticipadamente lo que tendría que hacer» (1 Nefi 4:5-6).
El obtuvo las planchas y regresó sano y salvo con sus hermanos al lado de sus padres. Además de la gran bendición de las planchas como escritura para su posteridad, Lehi proporcionó una inapreciable experiencia a su hijo Nefi; éste, tendría fe para seguir a un «hombre visionario,» (1 Nefi 2:11) porque había llegado a saber que el Maestro en verdad guía.
Vemos que los frutos de esa experiencia llegaron a bendecir a Lehi en la dirección de su familia. En su lucha por la vida en el desierto, tuvo grandes dificultades para mantener la fe de sus hijos en su calidad directiva. En cierta ocasión, Nefi quebró su arco y el temor a morir de hambre hizo surgir nuevamente los sentimientos de rebelión en algunos de los miembros de la familia de Lehi; el joven hizo un arco con sus propias manos y entonces, en vez de salir simplemente a cazar en busca de alimento, se dirigió a su padre y le preguntó: «¿Dónde debo ir para hallar alimento?» Y a continuación, Nefi relata: «Y aconteció que cuando mi padre acudió al Señor. . .» (1 Nefi 16:23-24).
Nefi era sumiso ante su padre, por lo menos en parte a causa de las experiencias que le habían proporcionado la seguridad de que Dios contesta las oraciones aun en las preocupaciones mínimas de los hombres y las familias. Lehi proporcionó sabiamente a Nefi experiencias en las cuales pudiera averiguar esto por sí mismo. A los niños se les puede dar responsabilidades en situaciones que les presenten la probabilidad de que acudan a Dios en busca de guía. Con esas experiencias, podrán con mayor facilidad sentir confianza y seguridad al seguir a su padre, que también procura esta ayuda.
Un padre, después de buscar la ayuda del Señor, reunió a su familia a su alrededor antes de decidir si aceptar o no un trabajo en otra ciudad. Pidió a sus familiares sus opiniones en cuanto a la conveniencia del traslado y les dio la oportunidad de acudir al Señor y recibir ellos mismos la respuesta en cuanto a lo que debían hacer. Después que hubieron orado, sintieron la inspiración de que debían realizar el traslado, tal como el padre la había recibido. De este modo, gracias a que él les dio la oportunidad de obtener la respuesta espiritual que también había recibido, pudieron creer en su consejo y seguirlo.
Tan difícil como es lograr que nuestros hijos nos sigan, puede ser lograr que nuestras esposas sigan nuestra dirección. Muchos de nosotros tenemos esposas de grandes habilidades, gran fe, y gran energía, y no obstante, en Doctrinas y Convenios el Señor parece sugerir que tanto la esposa del Profeta, Emma, como nuestras esposas, deben ser sumisas. Él dice: «Continúa en el espíritu de mansedumbre y cuídate del orgullo. Deléitese tu alma en tu marido y la gloria que él recibirá» (D. y C. 25:14).
¿Cómo puede una mujer de carácter fuerte aceptar eso? Doctrinas y Convenios parece responder específicamente esa pregunta:
«Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener, en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, longanimidad, benignidad y mansedumbre, y por amor sincero;
Por bondad y conocimiento puro, lo que ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia» (D. y C. 121:41-42).
Sería difícil encontrar un mejor manual matrimonial. Ciertamente, la mujer más hábil, la más fiel y la más enérgica, podría sentir confianza para seguir a un director que con amor sincero, use la persuasión, la bondad y la longanimidad.
Y nuevamente, se nos dice que si ejercemos nuestro sacerdocio con justicia, «. . . entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios, y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.
El Espíritu Santo será tu compañero constante; tu cetro será un cetro inmutable de justicia y de verdad; tu dominio, un dominio eterno, y sin ser obligado correrá hacia ti para siempre jamás» (D, y C. 121: 45-46).
El ganar la fe de nuestros hijos y de nuestras esposas requerirá para muchos de nosotros no sólo un cambio de pensamientos, sino también el valor para persistir. Aun magníficos padres pierden a veces la fe en algunos de sus familiares. El padre Lehi persistió, tuvo paciencia a través de esa desilusión; ya había tenido advertencias en cuanto a que esta desilusión sobrevendría. En un sueño que tuvo hacía señas a sus familiares para que lo siguiesen hasta el dulce fruto del evangelio, mas Laman y Lemuel no quisieron ir. Para la mayoría de nosotros un sueño así sería suficiente para amargarnos y detenernos en nuestros intentos de dirigir a nuestros hijos, mas no fue así como Lehi reaccionó. En los últimos momentos de su vida Lehi siguió enseñando a sus hijos, instándolos a seguir a Jesucristo. En lo que él debe de haber sabido eran sus últimas palabras a sus hijos, dijo: «Despertad, hijos míos; ceñíos con la armadura de la justicia. Sacudíos de las cadenas que os ligan; salid de la obscuridad, y levantaos del polvo» (2 Nefi 1:23).
La esperanza del padre de que sus hijos siguiesen sus enseñanzas podría parecer trágica si consideramos los pocos años de la vida de Lehi y la rebelión de Laman y Lemuel. Mas sus esperanzas parecen haberse realizado ahora en las grandes bendiciones derramadas sobre su simiente, los lamanitas de nuestros tiempos. Persistiendo, sin dejar jamás de hacer señas para que sigan al Salvador, Lehi todavía llega hasta su familia hoy en día, y miles de ellos aceptan el evangelio criando a su posteridad en justicia, la posteridad de Lehi.
No podemos asegurar la obediencia perfecta de todos nuestros hijos, pero podemos nutrir en ellos la fe de que Cristo vive, que su servicio es gozoso, y que habla a aquellos que lo siguen. El niño sumiso escuchará su voz y seguirá nuestros consejos al paso que nosotros sigamos al Maestro.
























