La regla de la ley

La regla de la ley

presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
Liahona Septiembre 1973


El Señor ha dicho que «hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan;

«Y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa» (D. y C. 130:2-21).

Por esta declaración parecería que no se logra ningún progreso permanente en ninguna empresa ni lugar, excepto a través de la obediencia a la ley gobernante. Sabemos que esto es así en los cielos, porque el Señor ha dicho:

«. . . lo que la ley gobierna, también preserva, y por ella es perfeccionado y santificado.

«Aquello que traspasa la ley, y no vive conforme a ella, mas procura ser una ley a sí mismo y quiere permanecer en el pecado (siendo éste el quebrantamiento de la ley), y del todo persiste en el pecado, no puede ser santificado por la ley, ni por la misericordia, la justicia o el juicio. . .

«Porque. . . el juicio va ante la faz de aquel que se sienta sobre el trono y gobierna y ejecuta todas las cosas. . .

«Y él ha dado una ley a todas las cosas, mediante la cual se mueven en su tiempo y estaciones;

«Y sus cursos son fijos, aun los cursos de los cielos y la tierra, que comprenden la tierra y todos los planetas» (D. y C. 88:34-35, 40, 42-43).

Este pasaje de escritura nos dice que todas las cosas dentro del gobierno de Dios, aun aquellas que para nosotros parecen inanimadas, obedecen las leyes mediante las cuales son gobernadas.

«. . . la tierra (por ejemplo) obedece la ley de un reino celestial porque llena la medida de su creación, y no traspasa la ley» (D. y C. 88:25).

«Porque. . . será coronada de gloria, aún con la presencia de Dios el Padre;

«Para que los cuerpos que son del reino celestial puedan poseerla para siempre jamás;. . .

«Y aquellos que no son santificados por la ley que os he dado, aun la ley de Cristo (que es su evangelio, la ley perfecta de libertad), tendrán que heredar otro reino. . .

«Porque el que no puede sujetarse a la ley de un reino celestial, no puede sufrir una gloria celestial.

«Y el que no puede sujetarse a la ley de un reino telestial, no puede sufrir una gloria telestial. . .» (D. y C. 88:79-24).

Cuan bendecidos son los Santos de los Últimos Días al tener la seguridad, por medio de la palabra revelada de Dios, de que no habrá ningún capricho en el mundo venidero; que la regla de la ley es irrevocable; que cada alma será recompensada de acuerdo con la ley que haya obedecido; que toda la ley divina es inmutable como la ley de la gravedad; que es la misma ayer, hoy y para siempre; que el juicio será misericordiosamente administrado, pero que será hecho en conformidad a la ley, y que no le robará justicia; los Santos de los Últimos Días no solamente son bendecidos por tener este conocimiento concerniente a la «regla de la ley», sino que lo son doblemente por poseer un conocimiento y una comprensión de las leyes mediante las cuales serán juzgados.

En vista de nuestro conocimiento de «la ley perfecta de libertad» (Santiago 1:25), ¡que tonto y trágico sería si fracasásemos en obedecer esa ley! »

La ley de Cristo: comprende todo; encierra reglas que no solamente gobernarán más allá de la tumba, sino también de la ley de la naturaleza aquí y ahora, local, nacional e internacional.

Los Santos de los Últimos Días deben obedecer estrictamente las leyes del gobierno bajo el cual viven. Por medio de nuestra propia declaración de fe estamos obligados a hacerlo, ya que declaramos al mundo que «creemos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados; en obedecer, honrar y sostener la ley» (Artículo de Fe No. 12).

Esto lo hacemos en armonía con el mandamiento del Señor:

«Ninguno quebrante las leyes del país, porque quien guarda las leyes de Dios no tiene necesidad de infringir las leyes del país.

«Sujetaos, pues, a las potestades existentes, hasta que reine aquel cuyo derecho es reinar, y sujete a todos sus enemigos debajo de sus pies» (D. y C. 58: 21-22).

«El principio de la autoridad civil es de origen divino; puede ser más o menos adaptado a las necesidades del hombre; más o menos justo y benevolente, pero aun hallándose en su peor estado, es mejor que la anarquía. Los movimientos revolucionarios que buscan la abolición del gobierno mismo son contrarios a la ley de Dios. . .» (Doctrine and Covenants Commentary, Deseret Book Co., 1954, página 339).

El caos predomina cuando se quebranta la «regla de la ley» en una familia, comunidad, estado o nación. Los reinos del cielo han de estar libres de caos, porque nadie estará en ninguno de ellos a menos que por su propia voluntad obedezca sus leyes.

Un Santo de los Últimos Días debe obedecer estrictamente todas las leyes de Dios, incluyendo las leyes constitucionales del país en donde reside, y hacerlo con un corazón bueno y honrado.

En esta época de decadencia moral y una creciente desobediencia a la ley, todos podemos revisar provechosamente nuestro propio comportamiento basándonos en los Diez Mandamientos, que no solamente son las leyes básicas de Dios, sino que también sustituyen los cimientos de la ley secular judeo-cristiana. «No tendrás dioses ajenos delante de mí».

«No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.»

«No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano, porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano».

«Acuérdate del día de reposo para santificarlo».

«Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día, por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó.»

«Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.

«No matarás.

«No cometerás adulterio. «No hurtarás.

«No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.

«No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo» (Éxodo 20:3-4, 7-8, 11-17).

La estricta obediencia a estas leyes en el espíritu del primero y gran mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Y el segundo (que) es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Maleo 22:37, 39), nos ayudará a obedecer la ley de la tierra y la ley celestial del cielo tal como se aplica a la mortalidad.

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