La Restauración

La Restauración

Presidente Boyd K. Packer
Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles
Capacitación de líderes 11 de enero de 2003


Se me ha asignado dirigirles la palabra en esta reunión sobre algunos de los principios funda­mentales de la Restauración.

“[Un] domingo por la noche [en 1834], el profeta [José Smith] pidió a todos los que poseían el sacerdocio que se reunieran en una pequeña ca­baña que servía de escuela [en Kirtland, Ohio]… Era una casa pe­queña, quizá de unos 4,2 metros cua­drados. Ahí estaba todo el sacerdocio de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que se encontraba en Kirtland, y que se habían reunido para salir a ser parte del Campo de Sión…

“… El Profeta llamó a los élderes de Israel para que, junto con él, die­ran testimonio de esta obra. . . Al terminar, el Profeta dijo: ‘Hermanos, he sido grandemente edificado e instrui­do con sus testimonios esta noche, pero quiero decirles ante el Señor, que lo que ustedes saben concernien­te al destino de esta Iglesia y este rei­no se puede comparar al conocimiento de un bebé en brazos de su madre. Realmente no lo com­prenden… Esta noche sólo ven a un puñado de hombres con el sacerdo­cio, pero esta Iglesia [crecerá y] se ex­tenderá por América del Norte y del Sur, y se extenderá por todo el mun­do’ ” (Wilford Woodruff, en Conference Report, abril de 1898, pág. 57).

Una reunión mundial

En nuestra mente, les vemos reuni­dos en capillas en Otavalo, en los Andes; en Durban, que está en la cos­ta de África; en Málaga, España; en Salzburgo, que está en Europa; en Sydney Australia; en Sendai, Japón; en Toronto, Canadá; en Puerto Moresby, Nueva Guinea y en otros 5.000 centros de reuniones.

Algunos de ustedes han tenido que dejar la granja para venir a esta reu­nión, otros su barca pesquera, otros salieron de la oficina o de la sala de operaciones, o dejaron su computadora o su carpintería. Nos encontra­mos congregados en esta gran reunión en el nombre del Señor.

Al reunirnos en los edificios de us­tedes, nos comunicamos por medio de intérpretes fieles. Con la ayuda de ellos, hablamos en más de cincuenta idiomas.

Somos iguales que ustedes; hemos sido llamados de entre ustedes. El presidente Monson es impresor; yo soy maestro de escuela; el élder Perry es contador; el élder Ballard vendía autos.

Nosotros, al igual que ustedes, he­mos sido llamados, sostenidos y orde­nados a un oficio en el Sacerdocio de Melquisedec, el Santo Sacerdocio se­gún el Orden del Hijo de Dios. Venimos a ustedes en calidad de Apóstoles del Señor Jesucristo.

Y aunque diferimos en idioma, en costumbres, en cultura y en muchas otras maneras, cuando nos congrega­mos, nos fortalecemos unos a otros y llegamos a ser uno. El idioma de la Iglesia es el idioma del Espíritu.

Cada uno de nosotros debe apren­der cómo hacer lo que se le ha llama­do a hacer. Si lo hacemos, estaremos obedeciendo un mandamiento que se dio durante los primeros días de la Iglesia:

“Escuchad, oh élderes de mi iglesia a quienes he llamado; he aquí, os doy el mandamiento de congregaros para que os pongáis de acuerdo en cuanto a mi palabra;

“y por vuestra oración de fe recibi­réis mi ley para que sepáis cómo go­bernar mi iglesia y poner todas las cosas en orden delante de mí”(D. y C. 41:2-3; cursiva agregada).

Deseamos enseñarles cómo ser mejores líderes y mejores padres.

Como dice en las Escrituras: “Aceptarás como mi ley, para gobernar mi iglesia, las cosas que has recibido, que te han sido dadas como ley en mis Escrituras” (D. y C. 42:59). El Señor dijo que “todo hombre hable en el nombre de Dios el Señor, el Salvador del mundo” (D. y C. 1:20).

Todos somos personas comunes con debilidades, pero, “si los hombres vienen a mí”, dijo el Señor, “les mos­traré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (Éter 12:27).

La principal piedra del ángulo

Éstos son tiempos muy peligrosos. A fin de que ustedes no se desvíen, deben conocer la fuente de la autori­dad y el poder que poseen. Todo lo que aprendan en cuanto a su ordenación y llamamiento lo deben evaluar basándose en verdades fundamenta­les. Es por medio de las Escrituras que aprenden a gobernar Su Iglesia.

Éstas son verdades fundamentales que deben enseñar una y otra vez a sus familias y a los miembros.

Primero, enseñen que Jesucristo, el Hijo de Dios, el Unigénito del Padre en la carne, estableció Su Iglesia, edifi­cada “sobre el fundamento de… apóstoles y profetas, siendo la princi­pal piedra del ángulo Jesucristo mis­mo” (Efesios 2:20).

Jesús llamó y ordenó apóstoles y les dio las llaves del reino. Esas llaves les dieron la autorización para sellar las ordenanzas por la eternidad.

Fue crucificado y se levantó de nuevo. Expió por la transgresión de Adán. Toda alma que ha nacido en la tierra, o que aún está por nacer, será literalmente resucitada. Y “…por la Expiación de Cristo, todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio” (Artículos de Fe 1:3).

La restauración

Los Apóstoles fueron martirizados y, con el tiempo, se llevó a cabo una apostasía. Las doctrinas de la Iglesia se corrompieron y las ordenanzas se cambiaron; las llaves de la autoridad del sacerdocio se perdieron. Esta Apostasía universal requirió la restau­ración de la autoridad: de las llaves del sacerdocio, de las doctrinas y de las ordenanzas.

José Smith recibió la visita personal de Dios, el Padre Eterno, y de Su Hijo Jesucristo. Ellos le comunicaron que tenían una obra especial que él lleva­ría a cabo. Por medio de él se restau­rarían las llaves; y la Iglesia, tal como la había establecido Jesucristo cuando estuvo en la tierra, sería restaurada.

José Smith y Oliver Cowdery fue­ron ordenados al Sacerdocio Aarónico por Juan el Bautista (véase José Smith—Historia 1:68-69). Fueron or­denados al Sacerdocio de Melquisedec por los antiguos apósto­les Pedro, Santiago y Juan (véase D. y C. 27:12). Esas ordenaciones res­tauraron la autoridad y las llaves del reino de Dios, para nunca más ser quitadas de la tierra.

En abril de 1830, el profeta José Smith organizó La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últi­mos Días. La verdadera Iglesia de Jesucristo se encontraba una vez más entre los hombres, con la autoridad de “predicar el evangelio y adminis­trar sus ordenanzas” (Artículos de Fe 1:5; véase también José Smith— Historia 1; D. y C. 20).

Moisés, Elías, Elías el Profeta y otros profetas antiguos confirieron a José y Oliver otras llaves del sacerdo­cio (véase D. y C. 110:11-16; 128:18-21).

En las Escrituras, se explica cómo se debe conferir la autoridad a fin de asegurar una línea de autoridad inin­terrumpida. El Señor dijo: “. . .a nin­guno le será permitido salir a predicar mi evangelio ni a edificar mi iglesia, a menos que sea ordenado por alguien que tenga autoridad, y sepa la iglesia que tiene autoridad, y que ha sido de­bidamente ordenado por las autorida­des de la iglesia” (D. y C. 42:11).

Por esa razón, cada uno de ustedes es entrevistado, llamado y luego sos­tenido en una reunión; de esa mane­ra, todos se dan cuenta de la responsabilidad que tienen.

Y esa revelación continúa: “…ob­servarán los convenios y reglamentos de la iglesia para cumplirlos, y esto es lo que enseñarán, conforme el Espíritu los dirija” (D. y C. 42:13).

Las Escrituras

Mediante inspiración divina, José Smith tradujo y publicó el Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo.

El Libro de Mormón verifica que el Antiguo Testamento es una maravillo­sa fuente de información, de profecía y de escritos sobre el sacerdocio por parte de los antiguos profetas.

El Libro de Mormón ratifica el rela­to de la vida y el ministerio de Jesucristo y Sus Apóstoles del Nuevo Testamento.

El profeta José Smith y sus suceso­res recibieron otras revelaciones, las cuales fueron publicadas en Doctrina y Convenios, libro en el que figuran instrucciones en cuanto a cómo orga­nizar la Iglesia, sobre el orden del sa­cerdocio y las ordenanzas y convenios del mismo.

En esas revelaciones se explica el propósito de los templos y se manda a la Iglesia edificarlos para la reden­ción de los muertos.

Gran parte de La Perla de Gran Precio se tradujo de registros anti­guos, y consta de los escritos de Abraham, Moisés, así como de José Smith.

La Biblia, El Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y La Perla de Gran Precio constituyen las Escrituras de la Iglesia restaurada.

Se dio también un mandamiento de que Emma Smith, esposa del Profeta, compilara un libro de him­nos, el cual se publicó. La música sa­cra es el idioma del Espíritu y la letra de los himnos enseña la doctrina y trae inspiración a nuestras reuniones.

Los manuales

Se han preparado manuales de ins­trucción, los cuales sirven a los líderes y maestros del sacerdocio y de las or­ganizaciones auxiliares para aprender el modo de prestar servicio en el sa­cerdocio y en las organizaciones auxi­liares.

Para aprender:

  • Deben leer las Escrituras y familia­rizarse con ellas. Cuando tengan que tomar una decisión y necesi­ten ayuda, pregúntense a sí mis­mo: “¿Qué ha dicho el Señor en cuanto a esto? ¿Hay algo en las Escrituras que me muestre lo que deba hacer?”.
  • Luego consulten los manuales.
  • Después, sigan el consejo de los que han sido ordenados para diri­gir, siguiendo la línea de autoridad.
  • Deliberen en consejo.
  • Y finalmente, oren siempre por es­to: “Pero a pesar de las cosas que están escritas, siempre se ha con­cedido a los élderes de mi iglesia desde el principio, y siempre será así, dirigir todas las reuniones con­forme los oriente y los guíe el Santo Espíritu” (D. y C. 46:2).

Eso les mantendrá en el sendero correcto. Siempre, siempre sigan la inspiración del Espíritu. Los hombres y las mujeres comunes, debidamente autorizados, pueden servir al Señor en calidad de líderes y maestros.

La Iglesia debe ser la misma en to­das partes. A pesar de que de vez en cuando se cambie la manera de hacer las cosas, debemos estar unidos en la doctrina y en los principios; ésos no cambian.

El Señor “constituyó a unos, após­toles; a otros, profetas… [para] que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios” (Efesios 4:11, 13; cursiva agregada).

Se reveló “la misma organización que existió en la Iglesia Primitiva, [con los mismos oficiales], apóstoles, pro­fetas, pastores, maestros, evangelistas, etc.” (Artículos de Fe 1:6), tal como la estableció el Salvador.

El principio de presidencia

Por ejemplo, en las Escrituras se bosqueja el principio de presidencia.

La Primera Presidencia se organizó con el Presidente, quien posee todas las llaves, y un Primer y Segundo con­sejero, junto con el Quórum de los Doce Apóstoles, quienes también po­seen todas las llaves. Junto con los Setenta y el Obispado Presidente, ad­ministran los asuntos de la Iglesia mundial.

Este modelo de la presidencia: el presidente, a quien se le han conferi­do las llaves, y el primer y segundo consejeros, se duplica en cada una de las estacas, en los quórumes del sa­cerdocio, en los templos, en las misio­nes, en los barrios y en las ramas.

Se duplica en las organizaciones auxiliares. Sin embargo, los presiden­tes o presidentas de las organizacio­nes auxiliares no poseen llaves del sacerdocio.

Cada estaca es independiente de cualquier otra estaca. El presidente posee las llaves, pero no permanece solo. Junto con sus consejeros, for­man una presidencia. Con el sumo consejo y demás oficiales, gobiernan la estaca.

La presidencia de estaca tiene la autoridad para llamar, relevar, organi­zar, enseñar y corregir, de acuerdo con el modelo establecido y según lo indiquen las Autoridades Generales que les presiden.

Hay una presidencia en cada uno de los quórumes del Sacerdocio de Melquisedec: los quórumes de élderes y de sumos sacerdotes; cada una consta de un presidente, quien posee las llaves, y de consejeros.

Lo mismo ocurre en los barrios. Cada barrio, independientemente de todo otro barrio, tiene un obispo quien posee las llaves. Junto con sus consejeros, forman el obispado, que es una presidencia.

El obispo es propuesto por el pre­sidente de estaca y es aprobado por las Autoridades Generales, bajo la di­rección de la Primera Presidencia.

Él es llamado y ordenado por el presi­dente de la estaca para ser obispo; luego es apartado para presidir el ba­rrio. También es apartado como sumo sacerdote presidente del barrio y co­mo presidente del quórum de presbí­teros. Se aparta a sus consejeros.

El obispo preside el Sacerdocio Aarónico. El obispado llama y aparta a otros oficiales y maestros para velar por las familias y los miembros.

Es muy importante que ustedes comprendan que un presidente obtie­ne el apoyo unánime de sus conseje­ros en todas las decisiones. Ustedes tres oran juntos y deliberan en conse­jo en todas sus responsabilidades.

Esto es así en toda presidencia.

La autoridad del sacerdocio

Ahora bien, la familia es la unidad básica de la Iglesia, y lo ideal sería que la encabezara un esposo y padre que posee el sacerdocio. Él preside a su familia en rectitud.

La Primera Presidencia ha dicho:

“El hogar es el fundamento de una vi­da recta y ningún otro medio puede ocupar su lugar ni cumplir sus funcio­nes esenciales en el cumplimiento de las responsabilidades que Dios les ha dado” (“News of the Church”, Ensign, junio de 1999, pág. 80).

La autoridad en el sacerdocio se confiere por medio de la ordenación; el poder en el sacerdocio se recibe por medio de un recto vivir. Ustedes deben mantenerse dignos.

¿Pueden ver la inspiración divina, cuando el “sacerdocio que es según el orden más santo de Dios” (D. y C. 84:18) se confiere a todo hombre dig­no? Cada uno de nosotros puede reci­bir revelación e inspiración por medio del Espíritu Santo.

Esas verdades fundamentales no han cambiado. En estos tiempos su­mamente difíciles, dichas verdades traen unidad a la Iglesia y a la familia.

“Y además, los élderes, presbíteros y maestros de esta iglesia enseñarán los principios de mi evangelio, que se encuentran en la Biblia y en el Libro de Mormón, en el cual se halla la ple­nitud del evangelio” (D. y C. 42:12).

En cada estaca, barrio y rama se en­cuentran las llaves y la autoridad. Los miembros de la Iglesia dignos pueden obtener recomendaciones para reci­bir las bendiciones del templo, los convenios y ordenanzas, incluso el matrimonio eterno.

Todas las llaves del sacerdocio que son esenciales para la salvación y la exaltación fueron conferidas por auto­ridad divina al profeta José Smith. Esa autoridad se encuentra depositada en la actual Primera Presidencia de la Iglesia y esa autoridad les es delegada a los líderes del sacerdocio en todas partes del mundo.

El Espíritu Santo

A ustedes se les confirió el Espíritu Santo después de su bautismo. El Espíritu Santo se convierte en su maestro y su Consolador; mediante Él, ustedes reciben dirección inspira­da en su vida personal, en su familia, en su trabajo y en sus llamamientos en la Iglesia.

Moroni declaró que: “. . .los de la iglesia dirigían sus reuniones de acuerdo con las manifestaciones del Espíritu, y por el poder del Espíritu Santo; porque conforme los guiaba el poder del Espíritu Santo, bien fuese predicar, o exhortar, orar, suplicar o cantar, así se hacía” (Moroni 6:9).

El Espíritu Santo se asemeja a un sextante.

Durante siglos, los marineros han explorado los cielos con un sextante semejante a éste a fin de orientarse a través de los inexplorados océanos; fi­jan un pequeño espejo para captar la luz de las estrellas por la noche o la luz del sol en el día. Mediante esa luz, han podido orientarse y fijar su curso.

Este pequeño sextante lo utilizó un pescador que salió a pescar en su lan­cha rumbo al Océano Atlántico, cerca­no a la costa de Francia. Si se alejaba más allá del horizonte o lo desviaba una tormenta, podía mirar hacia los cielos a fin de orientarse y de ese mo­do encontrar el camino a casa.

La luz de los cielos puede impedir que el pescador se desvíe de su curso. El Espíritu del Espíritu Santo evitará que ustedes se desvíen por senderos prohibidos.

Verdades fundamentales

Concluimos ahora en el punto de partida. Y gran parte de lo que hace­mos se basa en estas verdades funda­mentales:

  • Jesucristo es la Cabeza de la Iglesia.
  • Él ha edificado Su Iglesia sobre el fundamento de los apóstoles y pro­fetas, siendo Él mismo la principal piedra del ángulo.
  • Él ha conferido la autoridad del sa­cerdocio a aquellos que dirigen la Iglesia en esta dispensación de los últimos días.
  • Todo hombre, mujer y niño que ha sido confirmado en la Iglesia recibe el Espíritu Santo, semejante a un sextante individual, para orientarse y mantenerse en curso.

Les testifico, hermanos del sacer­docio, que el Evangelio ha sido res­taurado, que Jesús es el Cristo y que el poder y la autoridad del mismo les es delegado a ustedes en sus barrios y ramas en los lugares más lejanos del mundo. Ruego que las bendiciones del sacerdocio estén sobre ustedes como líderes del sacerdocio y como padres de familias y abuelos, y ruego que las bendiciones del Señor estén con sus hijos, los hijos de éstos, y que los propósitos que el Señor tenía en mente cuando estableció esta Iglesia se cumplan. Extiendo esa bendición y expreso ese testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.

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