Alimenten el espíritu y nutran el alma

por el presidente Gordon B. Hinckley
No dudo en prometerles que si gobiernan a su familia con el espíritu de la sección 121 de Doctrina y Convenios, la cual proviene del Señor, tendrán motivo de regocijo, y también lo tendrán las personas por las que ustedes son responsables.
El profeta Amos, de la antigüedad, profetizó: “He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová.
“E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán” (Amos 8:11-12).
Hay hambre en la tierra y una sed genuina: una gran hambre de la palabra del Señor y una insatisfecha sed por las cosas del Espíritu. Estoy convencido de que el mundo tiene hambre de alimento espiritual, y nosotros tenemos la obligación y la oportunidad de nutrir el alma.
Busquen la guía del Espíritu Santo
Hace más de un siglo, el presidente Brigham Young ofreció una oración en la que suplicaba una bendición “sobre el sacerdocio [y] sobre todos los que tienen autoridad en Tu Iglesia y Tu reino, para que disfruten del derramamiento del Santo Espíritu, a fin de que éste les habilite para llevar a cabo todo deber”.
Esa oración la ofreció ante el púlpito del Tabernáculo al dar inicio a la primera conferencia de la Iglesia que se convocó en ese recinto.
Sucedió el 6 de octubre de 1867, y ahora, más de ciento treinta años después, su súplica al Señor es tan oportuna como lo fue el día que la ofreció.
Necesitamos contar con el Santo Espíritu en nuestras muchas responsabilidades administrativas. Lo necesitamos al enseñar el Evangelio en las clases y ante el mundo; lo necesitamos al gobernar y al enseñar a nuestra familia.
Al dirigir y al enseñar bajo la influencia de ese Espíritu, llevaremos la espiritualidad a la vida de las personas por quienes somos responsables.
El alcance mundial de la iglesia
Con el gran crecimiento de la Iglesia, nos damos cuenta cada vez más de la gran magnitud de los asuntos de éste, el reino del Señor.
Contamos con un programa completo para la instrucción de la familia; tenemos organizaciones para los niños, los jóvenes y los padres; tenemos un vasto sistema misional; una enorme operación de bienestar y probablemente el programa más extenso de historia familiar del mundo. Tenemos que construir cientos y miles de casas de adoración y operar escuelas, seminarios e institutos. Las ramificaciones de nuestras actividades abarcan todo el mundo. Todo esto forma parte de los asuntos de la Iglesia. Pero ésta es más que una organización de empresas inspiradas; es más que una agrupación social. Estos son tan sólo medios para lograr su único y singular propósito.
A los cabezas de familia, a todos los que tengan puestos de liderazgo, a nuestro gran ejército de maestros y misioneros, quisiera hacer una súplica: En todo lo que hagan, alimenten el espíritu y nutran el alma.
Ese propósito es ayudar a nuestro Padre Celestial a llevar a cabo Su obra y Su gloria: la inmortalidad y la vida eterna del hombre (véase Moisés 1:39).
Son tremendas las fuerzas contra las cuales luchamos y necesitamos más que nuestra propia fortaleza para hacerles frente.
A los cabezas de familia, a todos los que tengan puestos de liderazgo, a nuestro gran ejército de maestros y misioneros, quisiera hacer una súplica: En todo lo que hagan, alimenten el espíritu y nutran el alma. “La letra mata, más el espíritu vivifica” (2 Corintios 3:6).
A los administradores, a los líderes de la Iglesia de nuestras miles de estacas, misiones, distritos, barrios y ramas, a ustedes que organizan y dirigen las muchas y diversas reuniones —y me incluyo a mí mismo— hago una súplica de que constantemente busquemos la inspiración del Señor y la compañía de Su Santo Espíritu para bendecimos, a fin de que conservemos nuestros esfuerzos en un alto nivel espiritual. Esas oraciones no se quedarán sin respuesta, porque por medio de la revelación se ha dado la promesa de que “Dios os dará conocimiento por medio de su Santo Espíritu, sí, por el inefable don del Espíritu Santo” (D. y C. 121:26).
Con respecto a la manera de dirigir las reuniones, el Señor ha dicho que debemos hacerlo “según [nos] guíe el Espíritu Santo, de acuerdo con los mandamientos y revelaciones de Dios” (D. y C. 20:45). Y de nuevo, “…siempre se ha concedido a los élderes de mi Iglesia desde el principio, y siempre será así, dirigir todas las reuniones conforme los oriente y los guíe el Santo Espíritu” (D. y C. 46:2).
Además de ese principio, meditemos en una afirmación hecha hace mucho tiempo. Al hablar de los conversos que habían entrado en la Iglesia, Moroni escribió: “Y después que habían sido recibidos por el bautismo, y el poder del Espíritu Santo había obrado en ellos y los había purificado, eran contados entre los del pueblo de la iglesia de Cristo; y se inscribían sus nombres, a fin de que se hiciese memoria de ellos y fuesen nutridos por la buena palabra de Dios, para guardarlos en el camino recto, para conservarlos continuamente atentos a orar…” (Moroni 6:4).
Hermanos y hermanas, al dirigir todas nuestras reuniones, asegurémonos de alimentar al rebaño de Dios con el pan que no perece.
Enseñen con el Espíritu
A todos los padres, a todos los que enseñan el Evangelio, entre ellos los misioneros, a cada uno de ustedes hago la pregunta que hizo el Señor mismo: “Por tanto, yo, el Señor, os hago esta pregunta: ¿A qué se os ordenó?”.
Y después Él mismo contesta: “A predicar mi evangelio por el Espíritu”.
Luego el Señor habla acerca de la maravilla que ocurre cuando predicamos por el Espíritu: “De manera que, el que la predica y el que la recibe se comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente” (D. y C. 50:13-14, 22).
¿No es ésta la finalidad de todo nuestro esfuerzo, que tanto los que enseñamos como los que aprendemos nos comprendamos unos a otros y seamos edificados y nos regocijemos juntamente?
La historia de un capellán militar
Recuerdo la historia de uno de nuestros capellanes Santo de los Últimos Días, un hombre de gran fe, devoción y valor. Durante la guerra que se entabló hace unos treinta años, había pasado un año o más en las altiplanicies de la región central de Vietnam del Sur. Había estado en las zonas de intensa lucha, donde las bajas eran tan trágicas como las que ocurrían en otras partes del país. En dos ocasiones cayó herido; vio un porcentaje terriblemente elevado de la brigada caer víctima de la guerra, al perder muchos de ellos la vida en el campo de batalla. Los hombres de la unidad lo amaban y lo respetaban, y sus oficiales superiores lo honraban.
No siempre había sido miembro de esta Iglesia. De niño, se había criado en el sur de los Estados Unidos en un hogar religioso donde se leía la Biblia, y la familia asistía a la pequeña iglesia de la comunidad. Deseaba recibir el don del Espíritu Santo, del que había leído en las Escrituras, pero a pesar de que se le dijo que éste no estaba disponible, nunca perdió ese deseo. Cuando creció, sirvió en el ejército de los Estados Unidos, y aunque buscó lo que más anhelaba, nunca lo encontró. En los intervalos de alistamientos en el ejército, fue guardia de seguridad en una prisión. Al estar sentado en la torre de vigilancia de una prisión de California, meditó en sus propias deficiencias y rogó al Señor que pudiera recibir el Espíritu Santo y satisfacer el hambre que sentía en el alma, hambre que no había quedado plenamente satisfecha con los sermones que había escuchado.
Un día, dos jóvenes llamaron a la puerta de su casa; la esposa los invitó a regresar cuando él estuviera presente. Los dos jóvenes enseñaron a la familia mediante el Espíritu Santo, y en el transcurso de dos semanas y media se bautizaron. He escuchado a este hombre testificar que al habérsele enseñado por el poder del Espíritu Santo, fue edificado y se regocijó juntamente con los que le enseñaron. A raíz de ese maravilloso comienzo, con el don del Espíritu Santo, recibió un derramamiento de luz y de verdad que le permitió dar paz a los moribundos, consuelo a los afligidos, bendiciones a los heridos, valor a los tímidos y fe a los incrédulos. Dulces son los frutos de la enseñanza que se realiza bajo la inspiración del Espíritu Santo, porque alimentan el espíritu y nutren el alma.
El Espíritu Santo para los padres
Permítanme decir una palabra especial de consejo a los padres que son cabezas de familia: Necesitamos la guía del Espíritu Santo en la tarea tan delicada y tremenda que tenemos de fortalecer la espiritualidad de nuestro hogar.
Cuántas tragedias hay en el mundo, tragedias cuyas raíces encuentran su amargo sustento en hogares llenos de contención.
Una tarde, hace muchos años, sonó el teléfono. El joven que llamaba dijo con desesperación que necesitaba verme. Le dije que tenía otros compromisos el resto del día y le pregunté si podía venir al día siguiente, a lo que respondió que tenía que verme de inmediato. Le dije que viniera y le pedí a mi secretaria que pospusiera los demás compromisos del día. En pocos minutos llegó; un joven con una mirada de preocupación y aflicción; tenía el cabello largo; su apariencia denotaba sufrimiento. Le pedí que se sentara y que hablara abiertamente y con franqueza. Le aseguré que yo estaba interesado en su problema y que tenía el deseo de ayudarle.
Me relató una historia de aflicción e infelicidad. Tenía serios problemas; había quebrantado la ley, había sido impuro, había arruinado su vida. Ahora, en su hora de necesidad, había llegado a darse cuenta de la terrible dificultad en la que se hallaba. Necesitaba ayuda más allá de sus propias fuerzas, y la pidió suplicante. Le pregunté si su padre tenía conocimiento de sus dificultades, y me respondió que no podía hablar con él, porque su padre lo odiaba.
Daba la casualidad que yo conocía al padre y sabía que él no odiaba a su hijo; lo amaba y estaba afligido por él, pero sí tenía un mal genio que no sabía controlar. Siempre que disciplinaba a los hijos, perdía el control y los destruía a ellos y también a sí mismo.
Al mirar al otro lado del escritorio a ese joven tembloroso y quebrantado, distanciado del padre al que consideraba su enemigo, pensé en las grandes palabras de verdad reveladas a través del profeta José Smith, las cuales establecen, en esencia, el espíritu gobernante del sacerdocio, y yo creo que se aplican al gobierno de nuestro hogar.
El poder que se puede adquirir mediante el «amor sincero»
“Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero;
“por bondad y por conocimiento puro, lo cual ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia” (D. y C. 121:41-42).
Yo creo que esas palabras maravillosas y sencillas establecen el espíritu con el que debemos actuar como padres. ¿Significan que no debemos disciplinar en forma apropiada y sensible, que no debemos reprender con sabiduría? Adviértanse las palabras que siguen:
“Reprendiendo en el momento oportuno con severidad, [¿Cuándo? ¿Cuando estemos enojados o en un arranque de cólera? No.] cuando lo induzca el Espíritu Santo; [¿Está presente el Espíritu Santo cuando se reprende con contención? No.] y entonces demostrando mayor amor hacia el que has reprendido, no sea que te considere su enemigo;
“para que sepa que tu fidelidad es más fuerte que los lazos de la muerte” (D. y C. 121:43-44).
El Santo Espíritu es la clave para gobernar en el hogar
Esta, mis hermanos y hermanas que están a la cabeza de la familia, es la clave para gobernar en el hogar guiados por el Santo Espíritu. Recomiendo esas palabras a todo padre y no dudo en prometerles que si gobiernan a su familia mediante la influencia de las mismas, que provienen del Señor, tendrán motivo para regocijarse, como también lo tendrán las personas por las que ustedes son responsables.
Estas palabras inspiradas son la esencia espiritual del Evangelio y llegan a ser la fibra de nuestra fe. Que Dios nos ayude a cultivarlas en toda actividad en la Iglesia y en toda relación en nuestro hogar.
Vuelvo a la oración del presidente Young de hace más de un siglo: Nuestro Padre Eterno, invocamos Tu bendición “sobre el sacerdocio [y] sobre todos los que tienen autoridad en Tu Iglesia y Tu reino, para que disfruten del derramamiento del Santo Espíritu, a fin de que éste les habilite para llevar a cabo todo deber” en el hogar, en los llamamientos, vocaciones y vecindarios y en todos sus hechos y relaciones. □
























