Las tradiciones de sus Padres

Conferencia General Octubre 1968

Las tradiciones de sus Padres

Marion D. Hanks

por el Élder Marion D. Hanks
Ayudante del Cuórum de los Doce Apóstoles


En estos breves momentos quiero prestar atención especial a la frase «a causa de las tradiciones de sus padres» y al mandamiento: «has de poner tu propia casa en orden».

En ocasiones anteriores, he expresado desde este púlpito el respeto que me inspiran los hijos que en su comportamiento superan el proceder de padres negligentes, y también he expresado la compasión que siento por los selectos padres que con esmero intentan instruir a los niños en el camino correcto para que éstos después opten por valerse de su albedrío e individualismo a fin de seguir otros caminos. El Señor nos ha enseñado que ante Sus ojos, el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo. Al fin y al cabo, toda persona responsable deberá rendir cuentas por sus propias acciones.

Sin embargo, muchísimos de nosotros todavía tenemos hijos en casa, o tenemos nietos, o ejercemos cierta influencia en otros hogares o en otras familias. Una gran cantidad de parejas de jovencitos recién empiezan a formar sus propias familias, o pronto lo harán. Todos deben dar solemne consideración a las serias palabras que nos indican que aunque el niño es «inocente delante de Dios», el ser «inicuo» es capaz de despojarnos de «la luz y la verdad, por medio de la desobediencia, y a causa de las tradiciones de sus padres».

El diccionario contemporáneo define la palabra «tradición» como «Doctrina, costumbre, etc., conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos».

Nuestras tradiciones

¿Qué tradiciones hay en el hogar de cada uno de ustedes o en el mío? ¿Qué «doctrina, costumbre, etc.» se transmite o transmitirá de nuestra generación a la de nuestros hijos y a la de sus hijos después?

Dios nos enseña que los hijos deben honrar a sus padres. ¿Qué hay en nosotros, en nuestro carácter y en nuestro comportamiento que sea digno de que ellos lo honren? ¿Qué hay en nosotros de nobles, responsables, considerados y llenos de gracia? ¿Qué tenemos que sea digno de inspirar en ellos respeto y emulación?

¿Enseñamos la honradez siendo honrados? Me encanta recordar el relato del hombre que, acompañado de su hijito, se detuvo junto a un maizal aislado que quedaba al lado de un lejano camino rural y, tras mirar para adelante y para atrás, para la derecha y para la izquierda, empezó a treparse a la cerca con la intención de adueñarse de algunas de las mazorcas de maíz que pertenecían al granjero. El hijo le dijo: «Papá, se te olvidó mirar para arriba».

La integridad en el hogar

¿Qué le pasa al hijo del padre que se jacta del negocio sucio que hizo para aprovecharse de otras personas? Hace algunos años, el ya difunto Joseph Welch dijo, a propósito de ser galardonado como Padre del Año:

«Si tuviera la potestad de brindar a los jóvenes del país una sola cualidad, creo que no escogería darles inteligencia o sabiduría y ni siquiera la gran ventaja que da la educación. Si pudiera escoger sólo una, escogería la integridad. Si un día mis hijos y nietos se dicen entre sí: ‘él nos enseñó a valorar la integridad’, me sentiré contento.

«¿Cómo se trasmite a los hijos en el hogar la cualidad de la integridad? Se la trasmite al llevar una vida de integridad, de seria honradez, de responsable cumplimiento cívico. ¿Cómo puede persona alguna fallar a la hora de trasmitir esta cualidad inestimable a sus hijos en el hogar? Lo hace al ser un poco descontrolado, un trepador, un tramposo y un timador. Hace poco, uno de mis dos hijos varones me dijo las siguientes palabras que me hicieron pensar: ‘Cuando nosotros dos éramos más jóvenes, había momentos en que era obvio que mamá y tú intentaban decirnos como tener una vida buena y próspera. Siempre nos dábamos cuenta cuando lo trataban de hacer, y lo que hacíamos era taparnos los oídos y cerrar las mentes. Los momentos que más nos influyeron fueron los menos intencionales, ya que teníamos la tendencia de imitar lo que ustedes realmente eran en lugar de lo que decían que eran o incluso lo que ustedes creían que eran’.

«Si los hijos han de tener integridad, la deben hallar en el hogar y en ustedes. Si viven en un clima de completa integridad, la absorberán como una actitud y jamás titubearán en adelante. Y una vez que tengan integridad, ellos mismos encontrarán la libertad, y una vez que tengan libertad, con gusto la obsequiarán a todos los demás».

Los ideales y los valores

Todo padre debe preguntarse, ¿qué ideales y valores aprende mi hijo? ¿Cómo se ve a sí mismo? ¿Qué visión de los demás se le está inculcando en el hogar? La experiencia que tiene con sus padres, ¿le da una comprensión cada vez mayor de que la resplandeciente luz de Dios está sobre todo y una confianza cada vez más segura de que el Padre Celestial está a su lado?

En Nueva Zelanda aprendimos un antiguo proverbio maorí: «El ave necesita plumas para volar». La responsabilidad principal de dar plumas a los hijos para que puedan volar es de los padres. Un niño que vive en un ambiente de irrespetuosidad, críticas y vergüenza no tendrá la inclinación de respetarse o aceptarse a sí mismo. Acerca de la vergüenza, se han escrito las conmovedoras palabras: «Los holocaustos no son solo el resultado de explosiones atómicas… ocurre un holocausto cuando se avergüenza a alguien» (Abraham J. Heschel, The Insecurities of Freedom).

El trato a los demás

La forma en que tratemos a otros de cierto condicionará la actitud del niño hacia los demás. Los niños que observan y captan en sus padres una preocupación sincera por los demás que se expresa por medio de actos bondadosos, compasivos y abnegados, tendrán una mayor propensión a tener un buen concepto del género humano y a cumplir con el mandato de las Escrituras: «socorre a los débiles, levanta las manos caídas y fortalece las rodillas debilitadas» (D. y C. 81:5).

Los jóvenes que reciben tal bendición también pueden ser menos susceptibles al desconcierto que algunos sufren al enfrentar el paradójico énfasis que nuestra generación le da a los derechos y privilegios del hombre mientras que a la vez lo denigra al considerarlo un animal producto de su entorno, condicionado por factores sociológicos y sicológicos que lo desproveen del poder y la capacidad del albedrío, de pensar y de creer, de escoger y de determinar, todo esto en lugar de verlo como un ser con personalidad única como Dios nos ha enseñado que somos. La versión de los deterministas del comportamiento, según la cual el hombre es un conjunto de reflejos condicionados, carece de la capacidad de inspirar el misterio y el asombro y la sorpresa que constituyen la gloria del hombre. Por lo contrario, el saber que cada individuo es un ser eterno, con el potencial de llegar a convertirse en un dios o en una diosa, con la capacidad de un amor, una gracia y una misericordia profundos que van más allá de lo humano, nos prepara para vivir con valentía y con responsabilidad, nos inspira a ser autosuficientes, a tenernos respeto a nosotros mismos y a sentir un respeto sincero por los demás.

La tradición de disciplina

¿Qué tradición de disciplina hay en nuestros hogares? ¿Tenemos un hijo engreído y consentido al que se le permite en los momentos de crisis transferir su culpa a otras personas, como por ejemplo, a sus padres, a sus pares, a sus parientes o a la época, incluso a la sociedad, en que vive? ¿Cómo lidiará con la desilusión y el fracaso si no se le enseña a asumir de forma honrada la responsabilidad de sus errores? No estamos hablando de castigos sin sentido, sino de la realidad, de enfrentar los hechos, de establecer reglas justas que se entienden y se hacen cumplir, de castigos que se aplican de forma consistente si se violan las reglas. Alguien dijo que «El respeto hacia uno mismo es el fruto de la disciplina; el sentido de dignidad se incrementa cuando uno tiene la capacidad de decirse NO» (Heschel, citado anteriormente.)

Otras tradiciones que transmitir

¿Qué les daremos a los niños? oren para tener sentido del humor. «La risa es remedio infalible» y alegra el espíritu.

Oren también para poder trasmitir la voluntad de trabajar y el deseo por lograr la excelencia; la capacidad de sentirse indignado ante la injusticia y el valor de ser el único en tomar una postura firme en pro del bien; el menosprecio por el mal y el amor por la justicia ¿Conocen el relato de la niña de ocho años que estaba en un orfanato y era poco atractiva e irritante por lo que le caía mal a las maestras y a los encargados? Según se dice, una tarde infringió una regla que ameritaba una justa expulsión del lugar. Alguien la vio haciendo caso omiso de los estatutos al colocar una nota en la rama de un árbol que llegaba desde el otro lado de la cerca. Se recogió la nota y descubrió que decía: «A quién encuentre esto: Te quiero».

¿Qué tan firme es la tradición patriótica en nuestros hogares?

El año pasado, en la noche del sábado justo antes de Navidad, dos jóvenes -muchachos en realidad-bien aseados y atractivos, se pusieron de pie frente a sus camaradas, sin dejar muy lejos el bagaje para la batalla, en Playa China, cerca de DaNang, en Vietnam del Sur, y entonaron «Noche de paz». No tenían acompañamiento musical, pero no se olvidará jamás el timbre dulce y claro de sus voces y la emoción que todos sentimos. A la mañana siguiente, antes del crepúsculo, uno de esos muchachos vino al lugar donde yo dormía para despedirse y darme la mano una vez más antes de unirse a su tropa que estaba a punto de partir hacia la maleza en una misión de búsqueda y destrucción. No se trataba de la actividad que él prefería para el día de reposo ya que se sentía desilusionado al no poder adorar junto a los demás soldados en la reunión que teníamos planeada, pero partió para cumplir con su deber. No cabe duda al respecto de la tradición que se trasmitió en el hogar de ese joven.

El autodominio en el hogar

Padres, madres, en el hogar ¿qué tradición le estamos inculcando a la siguiente generación en lo que se refiere al autodominio, el cual abarca el dominio de la lengua, del genio y de los apetitos? En 1884, [el escritor escocés] Henry Drummond declaró algo al respecto que se puede leer con frecuencia para bien de cada uno de nosotros:

«Solemos ver el mal genio como una debilidad que no hace mal a nadie. Nos referimos a él como si se tratara de una mera flaqueza en nuestra naturaleza, una falla en la familia y un asunto de temperamento, en lugar de verlo como algo que se debe considerar seriamente al medir el carácter de un hombre. Y sin embargo… la Biblia lo denuncia una y otra vez como uno de los elementos más destructivos de la naturaleza humana.

«Lo peculiar del mal humor es que es el vicio de los virtuosos. A menudo es la marca que mancha un carácter que por lo demás es noble. Esta compatibilidad entre el mal humor y el excelso carácter moral representa uno de los más extraños y tristes problemas de la ética. La verdad es que existen dos grandes tipos de pecados: los pecados de la Carne y los pecados de la Aptitud. No existe expresión del vicio, ni mundanalidad, ni avaricia por el oro, ni ebriedad misma que haga más por quitar lo cristiano a la sociedad que el mal genio. No hay influencia que se le compare en su capacidad de amargar la vida, de destrozar comunidades, de acabar con las más sacras relaciones, de destruir hogares, de atrofiar al hombre y a la mujer, de quitarle lo hermoso a la niñez; básicamente nada se le compara en su poder de causar innecesaria y devastadora miseria» (Henry Drummond: The Greatest Thing in the World, págs. 43-46).

Las tradiciones de los hogares futuros

¿Qué tradiciones trasmitimos a los hogares futuros que sean dignas de los recuerdos que tenemos? Con el correr de los años, de tanto en tanto se me ha presentado la bendición de poder pedirle a grupos grandes de líderes adultos que mediten por un momento en la forma de terminar una oración empezada, y luego les he pedido que compartan sus ideas al respecto. La oración es la siguiente: «De lo que más me acuerdo de cuando era niño y estaba en casa con mis padres y mi familia es”.

Me imagino que las respuestas que me darían ustedes seguramente se parecerían a las que ya he escuchado. Nunca nadie me ha mencionado un alto nivel de vida o las posesiones materiales. Siempre me han hablado de lo que yo mismo les hablaría, de los cuidados de mamá o papá; de las relaciones, tradiciones, sacrificios y aventuras familiares; de los libros que se leyeron en voz alta, de las canciones que se entonaron juntos, del trabajo que se hizo; de las oraciones y los concilios familiares; de los pequeños regalitos que se prepararon con amor y abnegación; de los recuerdos hogareños, sanos y felices. La única pregunta que siempre les he hecho, y que hoy se las hago a ustedes, es ésta: «¿Qué les estamos brindando a nuestros propios hijos para que nos recuerden con la misma dicha y el mismo aprecio?»

La tradición de las canciones para niños

Desde la última conferencia, mi esposa y yo hemos tenido el privilegio de visitar Samoa y otras islas de ultramar. Un tarde nos encontrábamos sobre las montañas Upolu, en Samoa Americana, en la aldea de Sauniatu, cuando tuvimos una experiencia extraordinaria que viene al caso. No había nadie en la aldea, con la excepción de algunos niños muy pequeños y una o dos personas que se habían quedado en casa con ellos. Los demás estaban trabajando en el campo o en alguna otra faena. Al caminar por el único camino que atraviesa Sauniatu, entre las filas de casitas con techos de paja, escuchamos el canto de los niños que nos acompañó del monumento a la nueva capilla y escuela. A lo mejor eran unos seis, todos menores de cinco años, que entonaban con la dulzura de la niñez una canción que de inmediato reconocimos, y que nos atrapó, haciendo que se nos llenaran los ojos de lágrimas, pues se trataba de «Soy un hijo de Dios».

En el apacible entorno de esas elevadas montañas, después de un viaje largo y agotador, en una isla del mar, nos encontramos con niñitos de tez oscura que jamás habían salido de su diminuta aldea y que cantaban lo que habían recibido como tradición de sus padres, casi la verdad más importante que hay: Soy un hijo de Dios.

¿Qué verdad es más importante que esa? Que existe un Dios que da oído a las voces de sus hijos.

Ruego que Dios nos bendiga para vivir de modo tal y enseñar a nuestros hijos en la forma necesaria para efectuar una restauración del hogar, la resurrección de lo que es ser padres, para que el ser «inicuo» no sea capaz de despojar a nuestros hijos de «la luz y la verdad», gracias a «las tradiciones de sus padres». En el nombre de Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario