Castidad

Por Mark E. Petersen
del Consejo de los Doce Apóstoles
Palabras dirigidas a la Asociación de Mejoramiento Mutuo de la Universidad de Brigham Young, el 3 de febrero de 1953.
Esta es la Mutual más extraordinaria a que jamás he asistido y estoy muy complacido por haber venido aquí y estar con vosotros en este servicio esta noche. Os agradezco la invitación. Espero que me concedáis el beneficio de vuestra fe y oraciones.
Amo a los jóvenes de la Iglesia. El domingo en la noche estuve en Pocatello y escuché a algunos de los jóvenes del Instituto y seminario de esa ciudad, puestos de pie ante una congregación numerosa (no tan grande como ésta), dar sus testimonios y explicar por qué creen en Dios. Sentí que el corazón se me henchía de gozo al escuchar a esos jóvenes, nuestros admirables jóvenes, ponerse de pie con un espíritu de profunda humildad y expresar su fe en nuestro Padre Celestial.
Espíritus escogidos enviados hoy
Yo creo que los jóvenes de la actualidad son los mejores que jamás ha habido sobre la tierra. Os diré por qué lo creo así. El Señor ha dicho que estamos viviendo en los últimos días. Nuestros profetas también nos han dicho que muchos de los más destacados de todos los espíritus de las huestes celestiales fueron reservados para venir en estos últimos días. Me parece que veo una mejora cada cinco o seis años en los jóvenes de la Iglesia. Creo que sois la flor y nata de todos los espíritus entre las huestes del cielo, y Dios os ha enviado aquí para hacer una gran obra. Él os ama; vosotros sois sus hijos.
Sois de los espíritus escogidos de todas las huestes del cielo, porque en vuestra vida preexistente erais de los más fieles. Eso es lo que granjea a la gente la predilección en la vista de Dios: el ser fieles. Y los espíritus selectos que vienen a la tierra hoy, fueron espíritus selectos en el mundo anterior y fueron fieles. Protestaron su fidelidad a Dios Todopoderoso y cumplieron con su palabra y fueron verdaderos y fieles.
Y ahora en estos últimos días, estos días decisivos, el Señor necesita un pueblo que fue íntegro y fiel en la preexistencia, para que lleve a cabo su obra; un pueblo que El espera pueda resistir toda forma de tentaciones en esta tierra, a fin de que sea tan recto y fiel aquí y efectúe la obra que Él ha establecido en los últimos días, como preparación para la venida de su Hijo amado, Jesús el Cristo, nuestro Salvador. Esa es vuestra grande misión.
Dios creó todas las cosas
Me complace saber que todos creéis en Dios. Me da gusto saber que lo aceptáis como el Gran Creador del Universo. Es el Gran Creador. El hizo todas las cosas. Hizo esta tierra donde vivimos. En el curso de su obra, Dios separó la luz de las tinieblas y puso luces en el firmamento. Al considerar su obra vio “que era buena”. Entonces separó las aguas de la tierra y lo declaró bueno. Empezó a establecer la vida sobre la tierra. Hizo toda especie de vegetación. A cada partícula le fue dado el mandamiento de reproducirse según su especie, conforme a su imagen y semejanza.
Y al mirar Dios su obra, declaró que era buena. Creó las aves del aire y los peces del mar, y les fue dada una comisión semejante, que habían de procrearse según su especie, de acuerdo con su imagen y semejanza; y al contemplar ese aspecto de su obra, de nuevo quedó complacido y afirmó que era bueno. Creó los animales, y a cada uno le fue dado el mandato de multiplicarse según su especie, de reproducirse conforme a su propia imagen y semejanza: la vaca, el caballo, la oveja—todos los animales. Y al considerar todo esto, lo declaró bueno.
Entonces llegó el momento de la creación del hombre. Iba a ser el punto culminante de la creación. ¿Por qué habría de ser el punto culminante? ¿Por qué era de tanta importancia? Dios iba a colocar su propia raza sobre la tierra, sus propios hijos. Sabía que iba a perpetuar su propia raza, que nosotros éramos su estirpe, que vendríamos aquí a la tierra, donde conoceríamos las vicisitudes del estado terrenal. De manera que nos puso aquí, y las Escrituras dicen que el hombre fue hecho a imagen y semejanza exactas de Dios. ¿Por qué? Porque somos la raza de Dios; somos sus hijos. ¿Nos extraña que un hijo sea semejante a su padre? Él es nuestro Padre, nosotros somos sus hijos.
Se manda al hombre multiplicarse
Los primeros de nuestra raza en participar de la mortalidad fueron puestos sobre la tierra. Eran según la imagen y semejanza exactas de Dios. Habían de reproducirse según su especie, así como el ganado recibió el mandato de multiplicarse según su especie; tal como el caballo y la oveja, y como los árboles, aves, insectos y flores: cada uno iba a reproducirse según su propia especie.
De modo que Dios trajo su propia raza a la tierra y dispuso que se reprodujera según su propia especie, conforme a su propia imagen y semejanza. Adán y Eva eran a imagen y semejanza de Dios, y por consiguiente, al reproducirse, reproducirían la raza de Dios, pues cada niño sería precisamente a imagen y semejanza de Dios. ¿No os parece que fue una creación maravillosa? El, nuestro Padre; nosotros, sus hijos; nosotros, de la raza de Dios. Y después que hubo hecho al hombre, varón y hembra, a su propia imagen y semejanza, miró su obra; y en esta ocasión, no dijo solamente que “era buena”, ¡sino que la declaró “buena en gran manera”!
El matrimonio está reservado para el hombre
Fue un acontecimiento de gran importancia. Pero ahora, habiendo hecho al hombre y a la mujer según su propia imagen, Dios introdujo algo qué no se había conocido previamente en la creación: ni con los animales, ni con las aves, ni las abejas, ni los peces, ni la vegetación. Se iba a establecer algo nuevo, porque se trataba de una especie diferente. Se trataba de la raza de Dios. Los animales y las aves e insectos fueron también creación suya y se les dio el derecho y facultad para reproducirse según su propio género.
Sin embargo, con el hombre, que era de la raza de Dios, fue necesario que se introdujera algo más antes de dársele ese mandamiento. Ese “algo más” fue el matrimonio. Así que Dios le trajo al hombre la mujer que Él había hecho y se la dio al varón, y ambos fueron una sola carne; y así ella fue su “ayuda idónea”. Entonces, habiéndola dado al hombre mediante los vínculos del santo matrimonio, nuestro Padre Celestial en persona les dio el mandamiento de reproducirse según su especie, de multiplicarse y henchir la tierra con otros de la raza de Dios.
La sexualidad es sagrada
Cuando el Señor hizo las aves, los insectos, los animales y las flores y toda clase de vida, los creó varón y hembra. Cuando hizo al hombre, los creó varón y hembra. De modo que Dios hizo distinción de sexos y declaró que era bueno; y tratándose de la raza humana, dijo que era bueno en gran manera. La sexualidad fue una cosa sagrada; fue santa. Por cierto, fue divina. Por consiguiente, declaró que era buena en gran manera. La sexualidad es tan sagrada, tan divina, que cuando se emplea en forma debida, eleva a los que participan a la categoría de copartícipes con Dios en el acto creador. Y llegan a ser consocios del Señor Todopoderoso en la importante empresa de producir la vida. La sexualidad es tan sagrada en su santa misión de producir vida, que Dios la colocó en la cúspide de un nivel tan elevado, que todo aquel que piensa correctamente la considerará sagrada. Es como una pequeña chispa de divinidad que hay en cada uno de nosotros. De modo que es santa, porque es parte de la obra creadora del Señor Todopoderoso.
La sexualidad es tan sagrada, tan santa, que Dios la rodeó de los salvaguardias más poderosos que jamás ha preparado para cualquiera de sus creaciones. La ha cercado de leyes, que constituyen estos salvaguardias, y nos ha explicado claramente que si violamos estas leyes, si derribamos esos salvaguardias, cometemos uno de los tres pecados mayores de toda la categoría de los crímenes. El peor de todos ellos es pecar contra el Espíritu Santo, para lo cual no hay perdón. El siguiente crimen, en cuestión de gravedad, es el asesinato, con lo que vertemos sangre inocente, para el cual tampoco hay perdón ni en este mundo ni en el venidero. El crimen que sigue al asesinato y al pecado contra el Espíritu Santo, es el pecado sexual. Sin embargo, nuestro Padre Celestial ha dispuesto que, de acuerdo a ciertas condiciones, se puede perdonar este pecado.
Satanás usa la sexualidad para destruir
Cuando se hizo la tierra y Adán y Eva fueron colocados en el jardín de Edén, se presentó Satanás. Como recordaréis, éste era el enemigo mortal, y aun en los cielos luchó contra Dios y su plan. Intentó destruir la obra de Dios. Cuando entró en el jardín de Edén y vio a estos seres humanos, la raza de Dios traída a la tierra, Satanás determinó que aún podía desbaratar la obra de nuestro Padre Celestial. Haría fracasar el plan de Dios y destruiría a aquellos a quienes Él había creado. De manera que se introdujo en el mundo una oposición en todas las cosas. En la actualidad todavía hallamos una oposición en todas las cosas; tenemos lo amargo y lo dulce, la luz y las tinieblas, la virtud y el vicio.
Satanás sabía que para poder destruir la obra de Dios, tendría que lanzar su ataque contra las partes más importantes de esa obra. Comprendió que la creación de la vida era una de las cosas más extraordinarias que el Señor había efectuado. Nadie puede producir la vida sino Dios y aquellos que obran con Él. Satanás buscó la forma de destruir la vida. Vino a Caín, y ¿qué fue lo que hizo? Lo convenció y lo hizo creer que podía asesinar y obtener un beneficio con tal hecho; que podía matar sin ser descubierto y que obtendría provecho para sí mismo por medio del asesinato. Le hizo creer que podría adquirir todas las posesiones de Abel, con tan sólo salir al campo y matarlo.
De modo que Satanás primeramente lo cegó con la esperanza de obtener lucro, y entonces lo instó a que fuera y asesinara a su hermano. Y así lo hizo.
Sin embargo, Caín descubrió que el asesinato no produce beneficio. Halló que nada se logra por medio del crimen. Al contrario, todas las posesiones que pensó adquirir por medio de su crimen, se redujeron a cenizas en sus manos, y la satisfacción que pensó recibir de esta riqueza adicional se tornó en remordimiento y aflicción. Caín fue el más miserable de todos los hombres.
Satanás hace relucir la sexualidad
Entonces Lucifer procuró no solamente destruir la vida, sino la fuente de la vida; y buscó la manera de prostituir esta creación tan sagrada de Dios. Todavía persiste en ello y en la actualidad está inspirando a un mundo que tiene en sus manos, a que haga hincapié—un hincapié desmoralizador, pero que reluce como el oro—en la sexualidad. No importa en qué dirección miremos en estos días, descubriremos este énfasis en la sexualidad. Lo vemos en el cine, en las revistas, en la moda, en los programas de radio y televisión y aun en las conversaciones diarias.
La sexualidad ocupa el primer lugar. ¿Y cuál es el objeto de esta propaganda? Ciertamente no es para entronar la sexualidad como la cosa sagrada que efectivamente es, sino más bien para arrastrarla al fango y convertirla en una cosa común y vulgar: en un juguete. En ocasiones se hace relucir como el oro, y da la apariencia de ser tan atractiva a los ojos de la gente, que todos están dispuestos a cualquier cosa con tal de participar en ella. Y en su manera astuta, este enemigo mortal que quiso convencer a Caín de que podía asesinar y beneficiarse, hoy dice al mundo moderno que puede participar en relaciones sexuales ilícitas y sacar provecho. Pero todo se vuelve cenizas para aquellos que participan, así como las riquezas, así llamadas, que Caín esperaba, se convirtieron en cenizas cuando mató a su hermano.
No obstante, este hincapié está entre nosotros. Lo vemos por todos lados, y muchos son cegados a causa de ello, tal como Caín fue cegado en su época. Y ahora, Satanás viene e intenta “vender” una muestra de la sexualidad y sabe que aquellos que “compran” caerán finalmente en su poder, y de este modo podrá destruir el gran propósito para el cual, en su manera sagrada, Dios instituyó la sexualidad en primer lugar, y la declaró buena en gran manera.
Satanás «trafica» con la inmodestia
¿Y qué hace Satanás? No vayan a creer que se presenta con una banda militar. Se pone a trabajar como un comerciante astuto que intenta vender algo que sabe que relucirá como el oro, pero que al fin se convertirá en cenizas. Empieza gradualmente, sí, muy gradualmente, a sacar de su muestrario un poco aquí y otro poco allá.
En primer lugar, ataca la modestia y procura destruir los pensamientos y normas de la modestia que puede haber en la mente de una persona. Trata de hacer creer a la gente que es perfectamente propio y normal “exhibir” el cuerpo humano en varios grados. “Vende” la idea de que el cuerpo humano es algo hermoso; y por ser algo hermoso, es algo que debe ser apreciado; y para apreciarse, debe ser visto; ¡y después de ser visto, hay que apasionarse de él! Esa es su manera de persuadir. De modo que provoca la inmodestia en el vestir. Introduce trajes de baño que son inmodestos en extremo. ¿Por qué? Porque quiere que la mujer descubra su cuerpo a la vista del público.
¡Recordemos los pasos! El cuerpo es hermoso; debe ser apreciado; para apreciarse debe ser visto; y después de ser visto es cuando Satanás se esfuerza con más ahínco.
¿Comprendéis ahora, hermanas, por qué predicamos la modestia en el vestir? ¿Veis por qué tratamos de persuadiros a que conservéis cubiertos vuestros cuerpos; a que seáis modestas; a que defendáis esa virtud y castidad que es de mayor valor para vosotros que la vida misma? ¿Comprendéis por qué no es propio usar vestidos de baile que dejan descubiertos los hombros y casi toda la espalda? ¿Sabéis por qué debéis llevar puesto algo más que un portabusto o corpiño, con una blusa tan transparente que no puede esconder nada?
La inmodestia conduce a la inmoralidad
En vista de que la santidad del cuerpo se relaciona tan estrechamente con la santidad de la sexualidad, ¿por qué convertir el cuerpo en algo tan vulgar? ¿Por qué exponer a la vista del público esta cosa sagrada que es el templo de Dios? Quisiera deciros, hermanas, que cuando descubrís vuestros cuerpos, ya sea en el salón de baile o en otro lugar, cometéis una injusticia muy grande contra vosotras mismas y a la vez perjudicáis a vuestro novio o pretendiente.
Ojalá pudieseis vosotras, hermanas, estar detrás de alguna cortina en algunas de las entrevistas privadas que tenemos con los jóvenes, cuando éstos verdaderamente se expresan, de hombre a hombre, sobre lo que opinan respecto de la modestia en el vestir. He hablado con muchos de estos jóvenes. Algunos me han dicho que su caída moral empezó con el vestido inmodesto de una señorita. Les sobrevino la tentación, allí mismo, en el salón de baile, por lo que vieron: por lo que no se cubrió debidamente.
Satanás fomenta la impudicia
Entonces Satanás da el siguiente paso. Después de abrir una brecha en esta modestia, sigue con las “citas amorosas” ¿Me perdonaréis si os hablo francamente acerca de estas “citas”? Todos sois adultos. Quisiera deciros franca y claramente lo que opino de ellas.
Una joven, por cierto, una joven muy bonita, vino a mi oficina la semana pasada y me dijo: “Quisiera que me explicara lo que la Iglesia opina de las caricias y besos entre jóvenes y señoritas.” Entonces le pregunté: “¿Se deja usted acariciar?” Su respuesta fue: “Sí; y eso es lo que me ha puesto a pensar. Hay ocasiones en que nos extralimitamos.” Por supuesto, comprendí lo que me quiso decir con “extralimitarse”. Ya otros me habían dicho lo que hacen al acariciarse descomedidamente.
Al participar en estos “juegos amorosos” ¿qué es lo que hacéis? Sé que hay besos y abrazos; pero en esta “extralimitación” ofrecéis vuestro cuerpo a las caricias del otro, ya sea el joven o la señorita, ¿no es verdad? Esta permite que el joven le palpe el cuerpo y algunas veces aún lo incita. Ocasionalmente ella palpa el cuerpo del joven. ¿En qué se puede estar pensando al hacer esto? ¿Hay algo “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza,” en lo que acontece en esta “extralimitación”?
Las caricias impropias conducen al adulterio
En cierta ocasión el Salvador—me parece que fue en el Sermón del Monte—dijo lo siguiente: “Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” (Mateo 5:28) Consideraremos este pasaje en lo que respecta al hecho de dejarse palpar el cuerpo. También nos ha dicho por medio de las revelaciones modernas: “El que mirare a una mujer para codiciarla, negará la fe, y no tendrá el espíritu; y si no se arrepintiere, será expulsado.” (Doc. y Con. 42:23) Consideremos esto en lo que respecta a las “citas” de referencia.
Cuando el hombre y la mujer se dejan palpar el cuerpo, ¿habrá otra cosa aparte de la lujuria en sus pensamientos? “Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” En estas palabras, el Salvador no se refirió precisamente al acto sexual. Lo que dijo fue: “Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla”; pero el hombre que no solamente mira a la mujer, sino también palpa su cuerpo, ¿estará codiciándola? Si lo hace, ya ha cometido adulterio en su corazón, según la palabra del Hijo de Dios.
La castidad se pierde poco a poco
¿Será cosa grave, esto de acariciarse indebidamente? ¿Puede uno perder la castidad, poco a poco? ¿Qué os parece? ¿Podéis perder vuestro dinero gastándolo poco a poco? Si una de vosotras tenéis una cita con un joven y le permitís palpar vuestro cuerpo, y posiblemente palpáis el de él, ¿habéis perdido parte de vuestra virtud? ¿Tiene hombre alguno el derecho de tocar el cuerpo de una mujer con la que no está casado?
Yo creo con toda mi alma que perdemos nuestra castidad poco a poco, y que cuando una pareja de jóvenes procede a “extralimitarse” en sus caricias, en ese momento pierden parte de su virtud y castidad, —no la pérdida completa, como cuando cometen el acto sexual—pero han perdido parte de su castidad en esta clase de “citas”.
En vista de lo que dijo el Salvador, ¿se puede interpretar de otra manera? “Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” ¿No constituye esto la pérdida de una parte, por lo menos, de la virtud? El dejarse acariciar de esta manera es perder uno parte de su castidad. Es un paso, y casi el paso final, que conduce a la pérdida completa de la castidad. Y eso es precisamente lo que Satanás está procurando. Él sabe que la sexualidad es sagrada; que es divina; y él va a tratar de prostituirla en cada lugar y ocasión que pueda. En su manera astuta tratará de haceros creer que nada os sucederá.
¡Oh si pudierais escuchar—vuelvo a repetir—algunas de las tristes confesiones de señoritas y jóvenes que creyeron que estaban pasando un buen rato, para descubrir más tarde que sólo habían traído sobre ellos el enojo de Dios y cometido un crimen que sigue del asesinato en cuanto a gravedad!
¿Cuál es vuestro destino? ¿Cuál es mi destino? Como hijos de Dios, como estirpe de Dios, vosotros y yo tenemos como destino la gran oportunidad de algún día llegar a ser como El. Pero únicamente aquellos que pasan la prueba, alcanzarán esa meta. Algún día, quizá yo podré colaborar con Dios para producir la vida, según mi propia especie, no sólo aquí sino en el mundo venidero. Si soy fiel, podré perpetuar mi propia especie.
El arrepentimiento de los pecados sexuales
Por terrible que es el pecado sexual, por estricta la obligación que tenemos de evitarlo, si por casualidad hubiere algunos que han sucumbido a esta clase de tentación, yo quisiera extender esta esperanza: Que si hacen lo que es recto, Dios los perdonará. Permitidme leer algunas de las cosas que Él ha dicho sobre este tema general:
“Amarás a tu esposa con todo tu corazón, y te allegarás a ella y a ninguna otra.
“El que mirare a una mujer para codiciarla, negará la fe, y no tendrá el espíritu; y si no se arrepintiere, será expulsado.
“No cometerás adulterio; y el que cometiere adulterio, y no se arrepintiere será expulsado.” (Esto significa ser excomulgado, en lo que respecta a la Iglesia; y en lo que concierne al Señor, ser expulsado del cielo.)
“Más perdonarás al que haya cometido adulterio, si luego arrepintiéndose de todo corazón, lo desecha, y no lo vuelve a hacer.
“Más si lo hiciere otra vez no será perdonado, sino que será expulsado.”
Estos pasajes se hallan en la Sección 42 de Doctrinas y Convenios. (Vers. 22 al 26 inclusive)
En la Biblia hallamos un capítulo en el libro de Ezequiel que también habla de este asunto, a saber, el capítulo 18. Allí nos dice el Señor que si el pecador se aparta de todas sus transgresiones y no vuelve más a ellas, y de allí en adelante guardare los mandamientos de Dios, nunca más le serán recordados sus pecados. Será perdonado. De manera que El ofrece el perdón, aun cuando este crimen es tan terrible. Pero Él nos amonesta seriamente que si hasta ahora nos hemos conservado limpios, debemos continuar en esa manera, porque la sexualidad es sagrada.
La sexualidad es esencial para la exaltación
Es por medio de la sexualidad que colaboramos con Dios en el acto creador. Él es nuestro Padre. ¿Cómo llegó a ser nuestro Padre? Preguntaos a vosotros mismos. ¿Cómo llegamos a ser sus hijos? ¿Cómo llegasteis a ser hijos de vuestro padre y madre aquí en la tierra? ¿No consideráis a vuestra madre como algo casi sagrado, como una persona santa? Pensemos en lo mucho que la adoramos, particularmente en el Día de la Madre. Pensemos en lo que los grandes hombres del mundo han dicho acerca de sus madres. Por ejemplo, Abrahán Lincoln dijo: “Todo lo que soy o jamás espero llegar a ser, se lo debo a mi santa madre.”
La maternidad sigue de la divinidad; en igual manera la paternidad sigue de la divinidad. Sin embargo, el uso de la sexualidad debe estar bajo las restricciones y reglamentos que Dios mismo estableció. Unió a Eva y Adán por los vínculos del santo matrimonio antes de mandarles que se procrearan según su propia especie. El uso de la sexualidad es ordenada de Dios, pero únicamente por medio del matrimonio legal. Y si nos casamos debidamente en el Templo, entonces en las eternidades podremos llegar a ser los padres de espíritus eternos, aun así como vosotros y yo nacimos como hijos de Dios. La sexualidad es tan sagrada que no puede haber exaltación sin ella en el reino celestial. ¿Podéis ver por qué Dios la protege tanto? ¿Podéis comprender por qué Satanás se vale de cuantos medios tiene a su alcance para corromperla?
Humildemente ruego que podamos ser leales y virtuosos. Las autoridades de nuestra Iglesia han dicho que prefieren ver a sus hijos muertos y sepultados puros en la tumba, antes que verlos llevar vidas impuras. La virtud es más importante que la vida misma. Estimadla y protegedla más que vuestra vida. Si alguna vez se presenta la ocasión en que tendréis que escoger entre las dos, sacrificad vuestra vida, pero en ninguna circunstancia sacrifiquéis vuestra castidad. Que podáis hacer esto, yo ruego en el nombre de Jesús. Amén.
























