El significado de la Oración

Conferencia General Octubre 1958

El significado de la Oración

por  el  J. Reuben Clark  Jr
de la Primera Presidencia


Mis hermanos y hermanas: Con profunda humildad y sintiendo, en parte por lo menos, el peso de mi propia responsabilidad, ya que ocupo esta posición mediante vuestro voto, me pongo de pie y suplico el sostén de vuestra fe y oraciones a fin de que las breves palabras que diga sean dirigidas por el Espíritu del Señor.

Yo, junto con vosotros, creo en la oración. La oración es el camino real que se halla entre cada uno de nosotros y nuestro Padre Celestial. Nosotros determinamos si ha de permanecer abierto o cerrado. Somos una Iglesia; y todo lo que hemos recibido como tal, todo lo que individualmente hemos recibido, vino como consecuencia de la oración. Un jovencito perturbado, incierto, fiel, deseando conocer la voluntad del Señor, salió a orar teniendo presente estos importantes versículos de la Epístola de Santiago:

Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la ola del mar, que es movida por el viento y echada de una parte a otra.
No piense, pues, ese hombre que recibirá cosa alguna del Señor. (Santiago 1:5-7)

Retirándose al bosque con su fe y confianza sencillas, el profeta José oró pidiendo luz, y recibió como respuesta la manifestación más importante de Dios que existe en toda la historia, porque el Padre y el Hijo vinieron a él en persona y le informaron de la obra que tendría que hacer. Y de allí en adelante, la línea de comunicación, la línea real entre él y nuestro Padre Celestial no se ha vuelto a romper.

Creemos en la doctrina de la revelación continua. La promulgamos sin temor, y con orgullo justificado nos holgamos en ella. Muchas importantes organizaciones eclesiásticas la impugnan seriamente. Más ya también quisiera impugnar la posición de estas organizaciones. Si, como ellos afirman, Dios ya no instruye a sus hijos, si ya no los aconseja, y eso es lo que sostienen, entonces quisiera preguntarles porqué oran. El hecho de que oran me parece a mí que desmiente su posición.

Quisiera decir una o dos palabras acerca de la oración. Supongo que todos nosotros oramos porque deseamos recibir lo que pedimos en la oración. No creo que exista un común denominador para toda ja gente del mundo que pueda igualar el deseo de arar o las oraciones resultantes. No todos oramos en la misma manera. No todos dirigimos nuestras oraciones; al mismo Dios. No todos entendemos a quién dirigimos nuestras oraciones en la misma manera. Sin embargo, el instinto más común de todo el género humano es orar a un Ser superior, a un Ser de cierta clase que sabe más que nosotros y que tiene el poder de cambiar las cosas a fin de que se haga conforme con nuestras oraciones, si Él lo desea.

Doy por sentado que ninguno de nosotros, en tales circunstancias, pediría en oración algo que no fuese bueno, o algo que el Señor no aprobaría que se nos concediese. No debemos orar para pedir las cosas malas, las cosas impías de esta tierra.

Recuerdo que cuando el Salvador inició su misión, purificó el templo. También volvió a depurarlo ya para terminar su misión, echando fuera a los cambiadores de dinero y a los que compraban y vendían animales para los sacrificios. Declaró: “Vosotros la habéis hecho (la casa del Señor) cueva de ladrones.” (Lucas 19:46)

También lo doy por sentado que ninguno de nosotros desearía pedir cosa alguna que nos colocara dentro de esa categoría. Normalmente consideremos estos incidentes como indicaciones de la violación de la santidad del templo. Pero yo opino que la reprensión trasciende todo esto.

¿Dónde debemos orar? En el libro de Alma hallamos que Amulek nos da la respuesta. Existe en mí el sentir de que es de nuestra incumbencia nunca ir a ningún lugar donde no podamos pedir a nuestro Padre Celestial su protección y aprobación. Es triste pensar que en alguna ocasión estuviésemos donde no pudiéramos pedirle ayuda al Señor.

Me parece que usualmente podemos orar, quizá siempre, con la amonestación que el Señor hizo cuando enseñó a la multitud la forma de orar, la amonestación de que el Señor sabe más acerca de lo que necesitamos que nosotros mismos; y luego nos enseñó una oración, muy corta que comprende todas las cosas; y si bien recuerdo, fue allí donde nos aconsejó a que no usemos muchas palabras ni oremos como los paganos.

Otra cosa más, que ya he indicado es que el Señor sabe lo que necesitamos. Creo que debemos adquirir el hábito de orar. No hablo de las oraciones de la mañana y la noche únicamente. Me parece que debemos orar cuando necesitemos la oración, y cada vez que necesitemos la ayuda de nuestro Padre Celestial; y esto quiere decir la mayor parte de nuestras vidas. Y si hemos de hallarnos en donde debemos orar siempre, nuestras vidas deben estar de acuerdo.

Siempre me ha impresionado la historia de Elías y los profetas de Baal. Estos edificaron sus altares. Imploraron a su Dios, estos sacerdotes de Baal. Elías les decía, al pasar las horas: “Gritad en alta voz, qué Dios es: quizá está conversando, o tiene algún empeño, o va de camino; acaso duerme, y despertará.” No creo que debemos dar al Señor ninguna oportunidad para creer que nos hemos olvidado de Él o que está dormido. Oremos siempre.

Otra cosa, no intentemos decir al Señor lo que ha de hacer. No tomaré el tiempo para narrar la hermosa historia de Naamán el general sirio que vino a Eliseo para que lo sanara de su lepra, y el cual se ofendió porque el profeta le mandó que fuera y se bañara siete veces en el río Jordán. Naamán declaró que los ríos de Siria eran tan buenos como los de Eliseo. Había creído que el profeta saldría, adoptara cierta actitud, colocaría su mano sobre la parte afligida y entonces le pediría a su Dios que sanara a Naamán. Recordaréis que cuando vaciló y se sintió ofendido por las instrucciones de Eliseo, sus siervos llegaron y le dijeron que si Eliseo le hubiese mandado hacer alguna cosa difícil él la habría hecho, y, si así era, por qué no iba y lo intentaba. Lo hizo, y fue sanado.

Hay uno o dos acontecimientos de la vida del Salvador a los cuales me gustaría referir. Estoy pensando en las últimas horas de su libertad, un día o dos antes de la fiesta de la Pascua. Había estado en el templo para orar al Señor, diciendo o indicando su deseo de que pudiese pasar la hora que estaba por venir, y sin embargo declaró: “Mas por eso he venido en esta hora.” (Juan 12:27)

Entonces se retiró al Getsemaní. No tomaré el tiempo para relatar los detalles de esa importante ocasión. Pero os insto a que los leáis y reflexionéis. Por tres veces dejó a Pedro, Santiago y Juan y, retirándose de ellos, oró. La primera vez, la segunda vez y la tercera vez volvió y los halló dormidos. “¿Así no habéis podido velar conmigo una hora?” Sin embargo, quisiera llamar vuestra atención a cada una de sus oraciones: “Padre si quieres, pase este vaso de mí; empero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”

Tres veces se dirigió al Padre después de haber indicado previamente que Él sabía que su hora había venido. Nunca he podido entender esto; pero sí puedo entender el mensaje principal de esta oración: “No se haga mi voluntad, sino la tuya.”

Os insto, mis hermanos y hermanas, a que siempre consideréis ese tema principal cuando oréis, y no esperéis siempre que la respuesta a vuestra oración venga en la manera en que lo deseáis.

Relacionado con esto, aunque quizá no directamente el mismo asunto, recuerdo la ocasión en que Elías el Profeta huyó de la ira de Jezabel. Se refugió en una cueva. Se sintió abandonado, pues había huido para salvar su vida, obedeciendo el mandato del Señor. Lamentó su suerte ante el Señor. Salió y se puso en el monte para esperar a Jehová. Hubo un grande y poderoso viento que quebraba las peñas, más el Señor no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto: más el Señor no estaba en el fuego. Entonces el Señor llegó en un silbo apacible y delicado, y Elías cubriéndose el rostro con su manto, salió a la entrada de la cueva y recibió las palabras del Señor.

El Señor habla de un modo apacible así como por a la voz de grandes catástrofes y aflicciones.

Hermanos y hermanas, continuemos siendo un pueblo que ora. Cuando oramos tengamos presente algunos de los grandes principios comprendidos en el acto. Vayamos a nuestro Padre Celestial para pedir su consejo, su ayuda. Siempre nos contestará si pedimos con rectitud y si estamos suplicando las cosas buenas que serán para nuestro bien y beneficio.

En un sentido, el gran fundamento de esta Iglesia es la doctrina de la revelación continua: revelación continua al individuo, a los directores de la Iglesia: todo para el bien y beneficio y el progreso de su obra.

Dios nos conceda este espíritu de oración; Dios nos dé el poder para orar y oremos siempre pensando en esta importante consideración fundamental: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Ruego esto en el nombre de Jesús. Amén.

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