General de los Ejércitos a los 16 Años

General de los Ejércitos a los 16 Años

W. Cleon Skousen1

Por W. Cleon Skousen
Tomado de “Exploring Into Manhood”


A la edad de setenta y cinco años, sufriendo de las heridas que recibió en la batalla, dolorido de la matanza de su pueblo y apesadumbrado por la destrucción de su nación, Mormón, el profeta y general de los Nefitas, se sentó para escribir la historia de su vida.

En toda la historia registrarla hay pocos hombres, si es que hay algunos, quienes tuvieran una vida tan llena de acontecimientos raros y espectaculares como Mormón.

Entre el pueblo donde nació Mormón, ninguno conoció los horrores de la guerra. Por cerca de doscientos años ellos habían gozado de un período de paz que empezó cuando el Cristo resucitado apareció a sus antepasados y estableció su Iglesia entre ellos. Desde entonces toda la gente pertenecía a la Iglesia y por medio de sus vidas rectas y trabajo duro toda la nación llegó a ser tan rica y próspera que no había pobres entre ellos.

Fué cuando Mormón tenía apenas diez años de edad que la casa de su padre fué visitada por el hombre más importante de la tierra. El se llamaba Animaron, profeta principal del pueblo y guardia de los registros. Animaron estaba envejeciendo rápidamente y tal vez ésta fué su última visita entre las ciudades más prominentes antes que muriera.

Mientras el pavor de tener un visitante de la importancia de Animaron gradualmente desaparecía, Mormón se aventuró a hablar con él y el envejecido patriarca fué grandemente impresionado por la conversación del muchacho.

Mormón fué alto y muy serio para su edad. Un día Ammarón le llamó a su lado y le dijo: “Veo que eres un muchacho cuerdo, y de buen entendimiento”. En el momento que siguió; casi antes de que Mormón pudiera darse cuenta de lo que acontecía, Ammarón lo había comisionado para ser el siguiente profeta e historiador del pueblo Nefita.

. . Antes de partir, Ammarón instruyó a Mormón en los deberes de su llamamiento, y aunque tenía nada más diez años de edad, Mormón comprendió la importancia tan tremenda de su asignación. Ammarón reveló a Mormón donde había él sepultado secretamente el registro sobre el cual había sido escrita la historia del pueblo de generación en generación. Ammarón le instruyó a no tocar las planchas hasta que llegase a los veinticuatro años. Entonces debía tomar un cierto número de ellas y registrar lo que ocurriera durante su vida.

Los padres de Mormón fueron conmovidos por el honor singular que había llegado a ellos. El año siguiente, cuando Mormón tenía once años, su padre le llevó en un viaje para visitar a la capital del continente, Zarahemla. Allí Mormón pudo ser instruído para su llamamiento. Allí él pudo aprender de las necesidades de la nación, porque la ciudad de Zarahemla era el corazón del Imperio Nefita.

Fué poco tiempo después de que Mormóh empezara su enseñanza, que los mensajeros vinieron corriendo a Zarahemla con el terror escrito en sus caras. ¡Había empezado una Guerra! Por primera vez en tres siglos, se derramaba sangre entre los Nefitas, Mucho antes, Mormón había oído decir a su padre que no todo iba bien entre la gente, ¿pero quién creería que alguien osaría empezar una guerra? Los mensajeros anunciaron que las regiones en la sección rural y menos próspera al sur, donde habitaban la mayoría de los Lamanitas, repentinamente se cubrió con campamentos de guerra, y que los Lamanitas y un grupo de Nefitas renegados estuvieron por muchos meses antes, fabricandos armas e instruyendo a la gente en secreto. Ahora iban asaltando las ciudades situadas al sur de Zarahemla que no tenían defensa.

Mormón sintió que su pulso se aceleraba al oir por primera vez el sonido de los tambores militares y vio miles de Nefitas movilizados marchar a través de la capital en su camino para encontrar al enemigo.

Los mensajeros del frente pronto trajeron nuevas de batalla tras batalla. Siempre los Lamanitas estuvieron en la ofensiva, buscando con furor la manera de romper al línea de defensa que los Nefitas habían construido a lo largo de los puntos principales del Río Sodón.

La Guerra continuó todo el año, pero la línea Nefita quedó firme. Al fin, frustrados, los invasores se retiraron del asalto y regresaron a sus casas. Ellos se habían jactado abiertamente de que conquistarían a los Nefitas y serían dueños de las partes más prósperas de la tierra.

Mormón jamás olvidó la excitación que acompañó la vuelta de los guerreros victoriosos. Los veteranos galantes regresaron en honor y gloria. Sus hazañas brillantes habían ganado la paz para aquella generación. Todos estaban seguros de que los Lamanitas nunca jamás los atacarían otra vez.

Los cuatro años siguientes pasaron rápidamenc para Mormón. Mientras él siguió su educación, aprendió muchas cosas además del Egipcio Hierático. Y al estar más familiarizado con la gente de Zarahemla halló para su sorpresa que no vivían ni tantito en la la perfección que pretendían. Demasiada gente procuraba ganar la vida sin trabajar. Demasiados vivían ociosos en las calles de la ciudad. Una ola de crimen surgió en la tierra. La intriga política contaminó el gobierno y jueces perversos fueron apoyados. La mayoría de la gente aun acudía a la Iglesia pero parecía que los ricos iban únicamente para mostrar sus carrozas y ropa fina mientras oue los menos afortunados asistían principalmente para mirar con envidia. El cáncer de vicios e iniquidad había reemplazado al espíritu de unidad y amor para con el prójimo. El ver a la gente así entristeció mucho a Mormón.

En esto, en su décimo quinto año, Mormón tuvo su primera manifestación celestial. Así como el Señor había aparecido a Pablo, a Juan y a los discípulos de la antigüedad, ahora apareció a Mormón. Inmediatamente Mormón sintió el impulso de ir entre el pueblo y hablar con voz de un ángel para amonestarles a abandonar sus maneras tan inicuas, pero no pudo hablar nada. El Señor le mandó que no predicara porque sería inútil. Tan inicua era la gente que aún los tres Discípulos Nefitas que fueron trasladados, cesaron su ministerio entre ellos. Ya la nación no fué digna de ser favorecida más. Habían abandonado al Señor y los principios del Evangelio para entrar en la carrera loca de la riqueza. Llegaron a ser vanidosos, adúlteros, deshonestos e hipócritas.

Cerca de este tiempo también empezó a extenderse por toda la tierra un movimiento venenoso de criminales. Esta banda tomó el nombre de “Los Ladrones ele Gadianton”. Miles de personas que pretendieron ser ciudadanos honrados se unieron en secreto a sus filas para recibir una porción de sus despojos ilegales.

A la vez, apareció a lo largo de la frontera Nefita al Sur, un ejército tremendo de guerreros Lamanitas. Esto tomó a los Nefitas completamente desprevenidos. En unos pocos meses la hueste salvaje había conquistado varias ciudades grandes de los Nefitas y su línea de marcha fue entonces dirigida directamente hacia Zarahemla.

Inmediatamente la gente empezó a movilizarse y junto a ésto una cosa notable aconteció. Entre el pueblo se alzó un clamor y grito para Mormón. Nada demuestra más claramente lo prominente que llegó a ser el joven en la ciuad capital durante los años anteriores. Todavía no tenía diez y seis años, pero en todos sentidos era un homber. El era mucho más alto de estatura que el promedio, y se movió entre la gente como una torre de vigor físico y espiritual. Los veteranos de la guerra anterior se reunieron y con miles de reclutas nuevos, eligieron a Mormón como general. Su modestia natural prohibió a Mormón hacer comentarios de su hazaña tan notable. El meramente lo pasó diciendo: “Y a pesar de mi juventud, (yo) era de una gran estatura, por tanto fui nombrado por los Nefitas para ser su Jefe, o el Jefe de sus ejércitos”.

Los primeros meses de su mando transcurrieron en frenética preparación para la defensa de la ciudad. Para proveer más tiempo, Mormón aventuró a salir con una fuerza algo grande para delatar la acción del enemigo. Pero era difícil que los soldados de su ejército vieran con seriedad su posición. La mayoría de los hombres habían combatido a los Lamanitas nada más cuatro años antes y sentían nue podían vencerlos sin dificultad. Pero calcularon mal el tamaño de la nueva máquina de guerra. Los Lamanitas venían preparados para una victoria veloz y completa. Con todos los recursos de su patria, ellos habían proyectado una fuerza de choque de 40.000 hombres al campo de batalla y batallones de reemplazos estaban en entrenamiento atrás de las líneas para relevarlos.

Prestamente empezó el ataque inicial. Los Lamanitas vinieron por miles atacando como demonios locos, sedientos de sangre. En una grande embestida ellos destrozaron fortaleza tras fortaleza, y en unas pocas semanas asaltaron los muros de Zarahemla.

Los Nefitas asustados, se debilitaron hasta convertirse en chusmas frenéticas que huían ante los invasores. Mormón que tenía dieciséis años, procuró reanimar a sus hombres mezclándose con el fulgor de la batalla, pero ellos habían perdido sus corazones Rápidamente Mormón hizo sus planes. Sería destruido todo su ejército a menos que pudiera organizar una retirada y consolidar sus fuerzas más al Norte. Por lo tanto Mormón dio la orden de abandonar a Zarahemla.

Con toda la velociad posible, sus apaleadas fuerzas fueron centralizadas en la ciudad de Angola. Mormón mantuvo sus hombres trabajando noche y día, fortificando sus muros, preparando sus armas, y cavando zanjas. Los Lamanitas supieron de estas preparaciones, y sin embargo escogieron su propio tiempo para hacer el ataque. Cuando por fin vino, las fortificaciones de Angola cayeron en poco tiempo. Mormón ordenó una nueva retirada hasta la Tierra de David donde quedaron por algún tiempo, entonces se retiraron otra vez.

Lo que los Nefitas pensaban que era nada más otra guerra, en pocos meses habían llegado a ser una calamidad nacional. Mormón halló que tenía no solamente la preocupación de su ejército, sino también diez veces más de esta cantidad de refugiados de las secciones conquistadas de la tierra. Tan grandes fue el peligro de exterminación que una migración en masa de todos los civiles hasta ciertas secciones al oeste y al norte fue ordenada por Mormón.

Las derrotas se siguieron una de otra porque sus hombres no quisieron ponerse de pie para pelear. La decadencia moral de varias generaciones había reducido su sangre hasta ser semejante al agua y sus espinazos como ramas de sauce. Como resultado, la histeria de guerra se enseñoreó de todo el país.

Pronto dejaron de existir todos los derechos y el orden. Entonces siguió el pillaje, estupro, y la destrucción lasciva. Nadie tenía seguridad. Había iniquidad por todas partes, entre ambos, Nefitas y Lamanitas. Mormón lo describió como una revolución completa sobre la faz de la tierra.

Así fue iniciada la guerra civil de cincuenta años que al fin terminó en la aniquilación de los Nefitas. Sus campañas se extendieron sobre miles de millas y la pérdida de vidas humanas hasta cientos de miles.

Durante todo ésto, el valor, resistencia y fe de Mormón fue indomable. Durante todos estos años él, manco y herido, hizo lo mejor para reanimar las fuerzas en su nación.

Al fin, a la edad de setenta y cinco años, él marchó con valor, al frente de una hueste de 230.000 veteranos Nefitas, solamente para verles muertos en un solo día y a la vez hicieron carnicería de sus esposas e hijos. Nada más Mormón y su hijo Moroni con veintidós pudieron escapar. En los años que vivieron, este gran profeta hizo un compendio de la historia de su pueblo.

Hoy, el nombre de Mormón es conocido en todo el mundo. Cientos de miles han leído su libro. Hay copias en las bibliotecas principales de cada nación Cristiana. Mormón ha tomado su puesto en la historia. Su nombre es un compañero adecuado entre los grandes nombres de los profetas antiguos —Moisés, Elias, Jeremías, Isaías, Daniel, Ezequiel, y los demás.

Ninguno de ellos fué más valiente. Ninguno poseyó comisiones más importantes. Ninguno vivió con la carga de tanta tristeza continua. Ninguno tenía más derecho a la admiración y. honor de sus prójimos. A la edad de diez años, Dios le escogió por medio de Arrimaron para ser un profeta. A la edad de dieciséis, su pueblo le escogió para ser su general. Tal fué la vida de Mormón.

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