Howard W. Hunter ― Biografia de un Profeta

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El ministerio apostólico 


El APOSTOLADO, escribió el élder Bruce R. McConkie, “tiene la responsabilidad de proclamar el evangelio en todo el mundo y también de regular los asuntos de la Iglesia.”1

Casi inmediatamente después de ser ordenado apóstol, Howard W. Hunter comenzó a intervenir activamente en la administración de los asuntos de la Iglesia en el mundo. Muchas de las asignaciones se le dieron a raíz de su experien­cia en cuestiones legales y de negocios, mientras que otras le permitieron explorar nuevos campos de acción. Cada una de estas funciones fueron expandiendo su percepción en cuanto a la diversidad y a las necesidades de la Iglesia en su rápido crecimiento internacional.

En 1971, uno de esos años característicos, ocupó los cargos de Historiador de la Iglesia, Presidente de la Sociedad Genealógica, supervisor de área de las misiones de los Mares del Sur y de Australia y luego de las sudamericanas, Director del Centro Cultural Polinesio, y Presidente de la Fundación Arqueológica Nuevo Mundo. Fue también miembro de la mesa directiva del sacerdocio, del comité de publicaciones, del consejo de educación, del comité asesor de inversiones, del comité de conferencias de áreas, del comité de personal, del comité coordinador de bibliotecas de centros de reuniones, del directorio de la Universidad Brigham Young, y del comité de la facultad de derecho de esa misma universidad. Asimismo, integró los directorios de varias instituciones financieras y de compañías de seguros, y de la compañía inmobiliaria Watson. El élder Hunter ha dejado una indeleble impresión en cada una de esas funciones, demostrando su buena disposición hacia los sistemas modernos, las ideas y los diferentes procedi­mientos para llevar a cabo las cosas, y un interés verdadero y gran sensibilidad en cuanto a las necesidades y los sentimien­tos de las personas con quienes se ha relacionado. Sus com­pañeros en el Consejo de los Doce—hombres que con él han participado en concilios, han viajado y han trabajado en fun­ciones eclesiásticas y profesionales—han dicho del élder Hunter:

  • “Tiene una habilidad especial para hacer que la gente se sienta cómoda. Nunca se impone a ellos, sino que sabe escucharles.”
  • “Cuando él viaja con otras personas, siempre trata de asegurarse de que todos estén bien atendidos y de que nadie se sienta incómodo o molesto.”
  • “El élder Hunter es firme cuando tiene que serlo, amable cuando corresponde, y compasivo cuando es necesario.”
  • “Nunca lo hemos visto perturbado, irritado o descon­tento por ninguna cosa. Tiene una manera especial de ver que todo se haga correctamente, de acuerdo con las Escrituras y con las tradiciones y normas de la Iglesia. Tiene interés en los demás y es muy afectuoso, caritativo y compasivo. Es muy leal con sus líderes y un devoto estudiante de las Escrituras, de la humanidad y de la naturaleza humana. Posee todas las cualidades para ser un líder de la humanidad y un verdadero representante del Señor.”
  • “Posee esa extraordinaria paciencia que emana de la paz interior. Uno debe estar en condiciones de sentir el amor y el apoyo de nuestro Padre Celestial y de nuestro Salvador para vivir, como vive él, una vida de abnegación.”

Estos rasgos de su personalidad, en combinación con su astuta mentalidad legal, le han ayudado a cumplir con sus numerosas asignaciones. El élder Hunter ha sabido desempenar con notable franqueza su mayordomía en cuanto a los asuntos de la Iglesia. Mucho es lo que, bajo su dirección per­sonal, se ha logrado para acelerar la obra del Señor entre los fieles y facilitar la misión que la Iglesia tiene de proclamar la plenitud del evangelio “hasta los cabos de la tierra.” (D. y C. 1:23.) Un repaso de sus varias funciones habrá de ilustrar el alcance de su liderazgo e influencia.

La Sociedad Genealógica

La HISTORIA FAMILIAR siempre ha sido un tema predilecto del élder Hunter. Aun cuando niño, le interesaba saber acerca de su linaje y solía escuchar con gran entusiasmo los relatos sobre sus antepasados pioneros. Ya adulto, ha investigado extensamente cada nombre, fecha y lugar necesarios para entrelazar sus líneas familiares. Durante los meses inmediatos a la fecha en que fue llamado al Consejo de los Doce, cuando viajaba todas las semanas entre California y Utah, solía quedarse por las tardes en la biblioteca genealógica de la Igle­sia o visitar a sus primos en la zona de Salt Lake para inter­cambiar con ellos información sobre su historia familiar.

Así fue que el élder Hunter ya tenía experiencia en cuanto a la genealogía cuando, el 4 de marzo de 1960, fue llamado a la mesa directiva de la Sociedad Genealógica, como se denomi­naba entonces al actual Departamento de Historia Familiar. Desempeñó tal cargo hasta el 16 de junio de 1961 y volvió a ocuparlo el 23 de diciembre de 1963. Un mes más tarde, el 21 de enero de 1964, se le llamó como presidente de la sociedad, posición que ocupó durante ocho años, hasta que fue relevado el 14 de febrero de 1975. Durante esos años se produjeron algunos de los cambios más significativos de la organización, los cuales tuvieron lugar como parte del programa de co­rrelación.

El 30 de septiembre de 1961, en un discurso que pronun­ció en la sesión del sacerdocio durante la conferencia general de la Iglesia, el élder Harold B. Lee hizo una reseña del programa de correlación que se proponía y de la necesidad de “una mayor coordinación y correlación entre las actividades y los programas de los diferentes quórumes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares”, en procura de “la consolidación y simplificación del plan de estudios, las publicaciones, los edificios y las reuniones de la Iglesia, y muchos otros aspectos importantes de la obra del Señor.”2

Una importante medida que habría de afectar la obra genealógica se llevó a efecto en enero de 1963, cuando se le asignaron al sacerdocio las responsabilidades correspon­dientes a cuatro aspectos principales—la obra misional, el plan de bienestar, la orientación familiar y la genealogía—y el director de la Sociedad Genealógica pasó a ser miembro del comité coordinador de la Iglesia.3

En esa época, el Presidente de la Sociedad Genealógica era el élder N. Eldon Tanner, quien acababa de ser llamado al Quórum de los Doce después de haber sido uno de los Ayudantes de los Doce. Aunque ocupó ese cargo por menos de un año, fue durante su administración que se adoptaron varias medidas para modernizar la organización, estudiar la posibi­lidad de utilizar computadoras y otros sistemas técnicos, y lograr que la operación fuera más profesional y eficaz. Asimismo, la organización se incorporó como la Sociedad Genealógica de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, de conformidad con las leyes del estado de Utah.

En octubre de 1963, el élder Tanner fue llamado como segundo consejero en la Primera Presidencia. En diciembre, nombró entonces al élder Theodore M. Burton, quien era Ayu­dante de los Doce, vicepresidente y gerente general de la sociedad. Un mes después, en enero de 1964, la Primera Presi­dencia llamó a Howard W. Hunter para que reemplazara al presidente Tanner como presidente de la Sociedad Genealó­gica.

Uno de los mayores problemas que afectaba en esa época a la Sociedad Genealógica era la carencia de nombres para hacer la obra en el templo. Durante décadas se había alentado a los miembros para que buscaran los nombres de sus antepasados fallecidos y que proveyeran registros de grupo familiar, los cuales debían ser verificados por la Oficina de Registros del Templo antes de que pudiera efectuarse la obra vicaria. Este método de verificación manual era lento y difícil, y con fre­cuencia la información suministrada era incorrecta y los re­gistros debían rechazarse.

Para agravar aún más el problema de no tener un número suficiente de nombres para todos los que asistían al templo, los que suministraban dichos nombres podían, si así lo deseaban, conservarlos en reserva para sus propios familiares. De otro modo, los nombres se archivaban en el templo para los usuarios que no contaban con registros de sus antepasados.

Aunque frecuentemente se recomendaba a los miembros que intensificaran su propia investigación genealógica y que no dependieran tanto de los archivos del templo, la escasez de nombres aprobados para la obra continuaba aumentando en relación con los miembros que asistían al templo. A raíz del rápido incremento en el número de miembros, especialmente fuera de los Estados Unidos, y considerando la posibilidad de que se anunciara la construcción de varios templos en pocos años, la situación se tornaba crítica y requería que, sin demora, se buscaran soluciones.

La Sociedad Genealógica había comenzado a microfilmar los documentos y registros de sus colecciones en 1938. Termi­nada la Segunda Guerra Mundial, la sociedad inició los trámites para que se le permitiera microfilmar registros en todos los Estados Unidos y en muchos otros países. Pero a fin de que toda la información obtenida pudiera facilitar más eficazmente la investigación genealógica y el archivo en los tem­plos, se necesitaba un sistema moderno para procesarla.

La solución se encontró en las computadoras, que ya a principios de la década de 1960 se estaban desarrollando y adaptando rápidamente para su utilización en los negocios, las industrias, la educación y otras instituciones importantes. La Sociedad Genealógica había estado estudiando y experi­mentando con diversas maneras de utilizar la nueva tec­nología, y en 1962 se implemento un programa para comenzar a usar las computadoras del Departamento de Planeamiento Avanzado, que entonces hacía trabajos computarizados para todos los departamentos de la Iglesia.4

En su carácter de Presidente de la Sociedad Genealógica, el élder Hunter decidió que debía aprender algo acerca de las computadoras y se inscribió para un seminario de siete días que, auspiciado por la compañía IBM, se llevó a cabo en San José, California, en abril de 1964. El curso incluyó clases de financiación y de control de inventario.

Al cabo del primer día, escribió en su diario: “Me mara­villé al descubrir que podía preparar un programa de com­putadora en un solo día, sin tener ninguna experiencia previa.”

Después del cuarto día: “Este fue un largo día en que tuvi­mos que aprender los numerosos lenguajes de la computadora y la matemática operativa. También aprendimos acerca de las funciones de varios tipos de almacenamiento de datos en cin­tas magnéticas, cilindros y discos, y cómo diseñar los dife­rentes tipos de programas.”

Al día siguiente: “El material es tan concreto y se nos da tan rápidamente, que tenemos que hacer mucho esfuerzo para mantenernos en el ritmo de la clase. Hacía tanto tiempo que no había tenido que resolver problemas matemáticos compli­cados, que ahora me siento abrumado. Estamos recibiendo las tareas al mismo paso en que podemos absorberlas. . . . Después de haber aprendido cómo hacer para enviar la infor­mación a la memoria de la computadora, cada uno de nosotros diseñó un programa con diversos problemas de inventario complicados y luego lo procesamos electrónica­mente.”

Finalmente: “Este fue el último día de clases. En la sesión de la mañana, nos explicaron acerca de un gran número de programas para los cuales se puede utilizar una computadora, y después del almuerzo, los instructores nos hicieron ver lo que se podría esperar en el futuro con respecto a esta nueva industria.”

Cuando la sociedad inició la conversión de sus copiosos registros a los sistemas electrónicos y se analizaron las posi­bilidades de las computadoras, el élder Hunter estaba preparado para hablar con conocimiento y entendimiento sobre el tema.

Otra de las necesidades de la Sociedad Genealógica era la de contar con un lugar donde conservar permanentemente los microfilmes. En 1963, cuando el élder Hunter pasó a ser el presidente de la sociedad, se estaba construyendo ya un extra­ordinario depósito—las Bóvedas de Granito—una gruta mo­numental con refuerzos de acero excavada en plena montaña en uno de los cañones al sudeste de Salt Lake City, de donde los pioneros habían obtenido, casi un siglo antes, el granito para construir el Templo de Salt Lake.

El 22 de junio de 1966, algunas Autoridades Generales y Otros oficiales de la Iglesia, juntamente con varios líderes de negocios, educacionales y gubernamentales, como así también representantes de medios informativos, recorrieron las Bóvedas de Granito y luego se reunieron al aire libre para par­ticipar en la ceremonia de dedicación. El élder Hunter dirigió los servicios y el presidente Hugh B. Brown, Primer Consejero en la Primera Presidencia, pronunció la oración dedicatoria.

Las anotaciones del élder Hunter en su diario personal mencionan algunas deliberaciones realizadas en cuanto a las diversas formas de acelerar y perfeccionar la obra genealó­gica:

“El hermano Burton vino a mi oficina con George H. Fudge, un antiguo empleado de la sociedad, y juntos anali­zamos algunas proposiciones innovadoras concernientes a la investigación genealógica” (10 de septiembre de 1965). “Hoy comenzamos la microfilmación de las 800.000 hojas de re­gistros familiares que se recibieron como resultado del pro­grama genealógico del año pasado” (15 de marzo de 1966). “La Sociedad Genealógica ha estado desarrollando un pro­grama que habrá de eliminar el uso de las hojas de registro familiar y que implementará un nuevo concepto en cuanto a la investigación genealógica y la obra del templo” (20 de junio de 1967). “Hoy me reuní con el hermano Burton y Lyman Tyler a fin de hacer recomendaciones a la Primera Presidencia con respecto a las bibliotecas de barrios y estacas en co­rrelación con las bibliotecas genealógicas auxiliares” (10 de abril de 1968).

Como consecuencia de estos estudios y deliberaciones, se llevaron a cabo varios cambios significativos y de gran alcance pertinentes a las operaciones genealógicas de la Iglesia y la obra del templo. Dichos cambios incluyeron:

  • El orden en que debían efectuarse las ordenanzas del templo en forma vicaria pasó a ser más flexible. Tradicional-mente, las ordenanzas a favor de los muertos se habían estado haciendo en el mismo orden en que se hacen para los que están vivos: bautismo, confirmación, ordenación al sacerdocio, investidura, casamiento, y sellamiento de hijos a sus padres. De acuerdo con las nuevas instrucciones, se dio preponderan­cia a la obra vicaria en sí; por lo tanto, los hijos podrían ser se­llados a los padres aun cuando los nombres de éstos no se conocieran todavía (utilizando la palabra padres en la orde­nanza).
  • Hasta entonces, un miembro tenía que obtener una recomendación para el templo diferente para cada templo que visitara. Este requisito fue cambiado de manera que todo miembro digno pudiera recibir una sola recomendación, reno­vable anualmente, que fuera aceptada en todos los templos.
  • Se simplificaron los formularios para enviar nombres para la obra del templo. Conforme con el nuevo programa de Información Genealógica y Procesamiento de Nombres (cono­cido en inglés con el nombre de GIANT), los miembros podían remitir un formulario simple con nombres individuales, sin tener que esperar la confirmación de que están vinculados con su familia.
  • Las ordenanzas del templo podrían ahora efectuarse en favor de una persona un año después de su fallecimiento, sin la necesidad de establecer su dignidad para determinar si fue excomulgada o si cometió alguna otra transgresión que no se hubiera resuelto antes de su muerte.
  • Se estableció el Servicio de Referencia Genealógica, a fin de poner en contacto a las personas que estuvieran investi­gando apellidos similares en las mismas regiones.
  • El Departamento de Investigación de la Sociedad Genealógica dejó de efectuar indagaciones en favor de los usuarios. En lugar de ello, se implemento el sistema de recomendarles los servicios privados de investigadores acre­ditados.
  • Se modificó la biblioteca genealógica, disponiéndose con estantes accesibles para facilitar la identificación y obtención de sus libros y, posteriormente, de los microfilmes.
  • Se establecieron bibliotecas auxiliares en muchos centros de estaca fuera de Salt Lake City.
  • La biblioteca y las oficinas se trasladaron a un local pro­visorio en el centro de Salt Lake City a fin de proceder a la demolición del antiguo edificio y a la construcción de uno de veintiocho pisos para las Oficinas Generales de la Iglesia. A fines de 1972, cuando el nuevo edificio estuvo listo para ser ocupado, la Sociedad Genealógica ocupó diversas oficinas en varios pisos.
  • Se establecieron clases, seminarios y publicaciones espe­ciales con el fin de enseñar a la gente cómo buscar información y trazar su genealogía. Comenzando en 1966, se llevó a cabo en la Universidad Brigham Young una conferencia anual sobre genealogía, programa que se suspendió a fines de la década de 1970, cuando la responsabilidad de la capacitación se confió a los líderes locales del sacerdocio.

Estos cambios y varios otros transformaron totalmente la manera en que operaba la Sociedad Genealógica y los servi­cios que podía ofrecer tanto a los miembros de la Iglesia como a los que no lo son. En 1969, al cumplir su septuagésimo quinto aniversario, la sociedad informó haber recaudado “más de 670.000 rollos de microfilme, equivalentes a tres millones de volúmenes de 300 páginas cada uno. Si a esto se le agregan los seis millones de registros de grupos familiares, un índice de tarjetas que contenga los nombres de 36 millones de per­sonas y la colección de más de 90.000 libros que la sociedad posee, podría uno imaginar la vastedad de su programa de recopilación. La sociedad tiene asimismo 80 bibliotecas auxi­liares. … y recibe de todas partes del mundo unos 1.000 ro­llos nuevos de microfilme por semana.”5

En la época en que sirvió como presidente de la sociedad, el élder Hunter continuó trabajando en su propia genealogía. En ocasión de un seminario para Representantes Regionales, se refirió a una visita de sus maestros orientadores en la que hablaron en cuanto a la importancia de preparar las hojas de registro familiar y los cuadros genealógicos. “Queríamos mostrarle las hojas de nuestro grupo familiar”, dijeron sus maestros orientadores, agregando: “No tenemos tiempo esta noche de ver las suyas, pero nos agradaría verlas la próxima vez que vengamos a visitarles.”

“Esto fue algo muy interesante para mí”, comentó el élder Hunter a los Representantes Regionales. “Trabajé arduamente durante todo el mes preparándome para la siguiente visita de los maestros orientadores. Si conseguimos que la gente haga estas cosas, será para ellos un motivo de gran inspiración.”

Para celebrar el aniversario de plata de la Sociedad Genealógica, la Iglesia auspició la primera Conferencia Mundial de Registros y, simultáneamente, una Convención y Seminario Mundial sobre Genealogía, llevadas a cabo del 5 al 8 de agosto de 1969 en el Salt Palace de Salt Lake City. En esa oportunidad, asistieron más de seis mil personas que partici­paron en unos 200 seminarios. El élder Hunter, en repre­sentación de la sociedad, dio una cordial bienvenida a los delegados y pronunció uno de los principales discursos, “exponiendo la labor y los objetivos de la Sociedad Genealó­gica, expresando su reconocimiento a los delegados de muchas naciones de la tierra por su asistencia, y declarando nuestra responsabilidad colectiva de preservar los registros del mundo.”

Entre varios discursantes de la conferencia, se destacaron: Lord Thompson de Fleet, distinguido propietario del hondón Times y otros numerosos periódicos; el Dr. Alfred Wagner, de París, experto en programas de archivos de la UNESCO; Genadii Alexandrovich Belov, de Rusia, Director General de los Archivos de la Unión Soviética; el Dr. Félix Hull, Director del Archivo del Condado de Kent, Inglaterra; y el Dr. James B. Rhoads, archivista de los Estados Unidos.

Al término de la conferencia, el élder Hunter escribió en su diario personal: “Ha creado una muy buena voluntad hacia la Iglesia y también ha abierto muchas puertas a nuestra obra en todo el mundo. . . . Aunque fue una empresa colosal y requirió largos meses de ardua labor, creemos que ha con­tribuido a afianzar nuestra posición como la organización genealógica predominante en todo el mundo.”

Al día siguiente, escribió: “Recibí en mi oficina a muchos visitantes que vinieron para manifestar su agradecimiento por los eventos de la semana. Cada uno de ellos expresó abierta­mente su encomio en cuanto al beneficio obtenido en aras de un mejor entendimiento internacional para la preservación e intercambio de registros en el mundo. Muchos nos invitaron a que les visitemos cuando viajemos a sus respectivos países.”

Al año siguiente, el élder Hunter asistió al Congreso Inter­nacional de Archivos en Moscú y luego al Décimo Congreso Internacional de Genealogía y Ciencia Heráldica en Viena. En 1971, participó en las negociaciones de la Iglesia para iniciar la microfilmación de registros en Italia. Gracias a la Conferen­cia Mundial de Registros “y de otras informaciones acerca de nuestra labor”, comentó, “varios países que antes nos habían negado acceso a sus registros, están ahora abriéndonos las puertas.”

El élder Richard G. Scott, del Consejo de los Doce, quien tiempo después habría de estar relacionado con el Departa­mento de Historia Familiar, describió de esta manera la in­fluencia que el élder Hunter ejerció sobre este programa tan trascendental: “Dedicó a esta obra una gran parte de su vida y estableció las bases y la trayectoria de los que la Iglesia con­tinúa cosechando frutos.”

Historiador de la Iglesia

EN 1970, UNO de los años en que se implementaron muchos cambios en la Sociedad Genealógica, el élder Hunter recibió un llamamiento adicional, el cual le llegó inesperadamente a fines de una semana muy penosa para las Autoridades Ge­nerales y para toda la Iglesia.

El domingo 18 de enero de 1970, en horas de la mañana y después de una prolongada enfermedad, a la edad de 96 años falleció el presidente David O. McKay, el profeta, vidente y revelador. El élder Hunter se encontraba en Reno, estado de Nevada, a fin de dividir la Estaca Reno, cuando se enteró de lo sucedido y canceló entonces sus planes de ir desde allí a California. Esa misma noche regresó en avión a Salt Lake City para ayudar a los Doce en la preparación de los servicios.

El jueves 22 de enero, el día de los funerales en el Tabernáculo, el élder Hunter escribió: “Hoy ha sido un día que nunca hemos de olvidar como uno de regocijo y de tristeza a la vez—regocijo por causa de la vida y el liderazgo del presi­dente McKay y el gozo de habernos relacionado tan íntima­mente con él, y tristeza porque su fallecimiento nos priva de su constante inspiración. . . . Por mi mente pasaron hoy muchos pensamientos. Recordé la ocasión en que envió por mí para que fuera a su oficina el 9 de octubre de 1959, durante la conferencia general, y me llamó a servir en el Consejo de los Doce; y cuando el jueves siguiente puso las manos sobre mi cabeza y me ordenó apóstol; y las numerosas reuniones de la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce en el templo; y las conferencias con él en su oficina; y muchas otras cosas que he experimentado en los últimos diez años. Estoy agradecido por esta relación y por el privilegio de haberme sentado a sus pies y de haber sido enseñado por un verdadero Profeta del Señor. Así concluye una época importante en la Iglesia bajo su dirección durante diecinueve años, y la cual también ha sido tan significativa para mí.”

A la mañana siguiente, en una reunión del Quórum de los Doce en el Templo de Salt Lake, se apartó a Joseph Fielding Smith como profeta, vidente y revelador, y Presidente de la Iglesia, con Harold B. Lee como Primer Consejero y N. Eldon Tanner como Segundo Consejero en la Primera Presidencia. El presidente Lee, quien era el apóstol más antiguo, fue asimismo apartado como presidente de los Doce y Spencer W. Kimball como presidente en funciones.

El élder Hunter escribió horas más tarde: “Nunca había presenciado antes una mayor demostración de completa unión como la que hubo en la reunión esta mañana. El Espíritu del Señor nos confirmó, a cada uno de nosotros, la divina aprobación de la medida adoptada, y sabíamos que ésa era la voluntad del Señor.”

El élder Hunter tenía que viajar en avión con su esposa el sábado por la noche al Pacífico Sur, y por lo tanto fue a su ofi­cina temprano esa mañana para terminar algunas tareas. La Primera Presidencia tuvo también una reunión esa mañana y, en el transcurso de la misma, lo llamaron para que ocupara el cargo de Historiador y Registrador de la Iglesia. El élder Hunter pasó así a ser el decimoséptimo en ocupar dicho cargo en esta dispensación, en reemplazo del presidente Joseph Fielding Smith, quien lo fuera durante cuarenta y nueve años.

En una entrevista que se publicó en la revista Improvement Era, el élder Hunter se refirió a su nuevo cargo con estas pala­bras: “Fue tan grande mi sorpresa, que en ese momento no percibí cuán trascendental era la responsabilidad de esa asig­nación. El presidente Smith había sido el Historiador de la Iglesia por muchos años y apenas si pude imaginarme en esa posición. . . .

“La asignación, recibida del Señor mediante revelación, es un extraordinario desafío—tanto en el cumplimiento de la tarea de compilar y escribir el material histórico, como de disponerlo para el uso de los miembros de la Iglesia. Creo que la mayoría de la gente tiene interés en la historia, como yo mismo lo tengo. Poseo una obra de 20 tomos sobre la historia de las civilizaciones, y he disfrutado mucho al leerla en varias ocasiones. Pienso que cuando entendemos lo que ha sucedido en el pasado, podemos hacer mejores planes para el futuro.”7

Con el fervor que lo caracteriza, el élder Hunter comenzó a estudiar todo lo que podía acerca de la Oficina del Historia­dor—su historia, sus responsabilidades, su organización y su enorme colección. A la fecha de su asignación, de acuerdo con un informe del semanario Church News, la oficina contaba con cuarenta y ocho empleados y su archivo contenía “más de 260.000 tomos encuadernados y casi un millón de folletos, fotos, grabaciones y documentos. El Historiador de la Iglesia es responsable de preservar todos los registros de la Iglesia, incluso las minutas, los registros del templo, todas las ordena­ciones y bendiciones patriarcales, y todo material informativo producido por la Iglesia, tales como películas cinematográfi­cas, diapositivas, cintas, etc.”8 Además, el Historiador está a cargo del Comité Coordinador de Bibliotecas de la Iglesia y del programa de administración de registros, el cual evalúa todo material remitido para microfilmación y su permanente preservación.

Estas responsabilidades fueron reveladas al profeta José Smith, como lo declara la sección 85 de Doctrina y Convenios: “Es el deber del secretario del Señor, a quien él ha nombrado, llevar una historia y un registro general de la iglesia de todas las cosas que acontezcan en Sión.”

En la época en que el élder Hunter recibió este lla­mamiento, el Quórum de los Doce estaba tratando de relevar a los apóstoles de algunas de sus pesadas tareas administrativas. En consecuencia, además de estudiar todo lo concerniente a la Oficina del Historiador, consultó con su personal profe­sional y con varios miembros de la Iglesia que eran historiadores de renombre en cuanto a la mejor manera de reorgani­zarla. En ocasión de un viaje a Boston, Massachusetts, conoció a un historiador que, aparte de estar de acuerdo con sus ideas personales, lo llevó a visitar los archivos y el sistema bibliotecario de la Universidad de Harvard.

El 6 de enero de 1972, al cabo de la reunión con los Após­toles en el templo, el élder Hunter escribió: “Se ha decidido relevar a los Doce de sus cargos como directores de departa­mentos y organizaciones a fin de que podamos dedicar más tiempo al desarrollo de normas en general.”

La semana siguiente, después de reunirse con las Autori­dades Generales, escribió: “Se anunció que yo seré relevado como Historiador de la Iglesia y que para el cargo se llamará a un experto en la materia…. Se ha reorganizado la Oficina del Historiador con Alvin R. Dyer, Ayudante del Consejo de los Doce, como administrador, bajo la dirección de Spencer W. Kimball y la mía, y Leonard J. Arrington como Historiador de la Iglesia, y Earl E. Olson como Archivista de la Iglesia. Esta disposición requiere que sea uno de los directores pero me exime de las funciones operativas.”

Al día siguiente, después de que el presidente Tanner anunciara dichos cambios en una reunión de empleados del departamento, el élder Hunter comentó: “En mi opinión, esto marca una nueva era para la Oficina del Historiador.”

El élder Howard W. Hunter continuó en sus funciones como asesor del departamento hasta febrero de 1978.

La Fundación Arqueológica Nuevo Mundo

El 26 DE ENERO de 1961, se le presentó al élder Hunter una nueva oportunidad para aprender acerca de un tipo diferente de historia cuando se le designó director del consejo asesor de la Fundación Arqueológica Nuevo Mundo (NWAF), una orga­nización profesional de investigaciones históricas con sede en la Universidad Brigham Young, la cual realizaba exploraciones en Mesoamérica (en el sur de México y el norte de Cen-troamérica).9

A fines de la década de 1940, un grupo de miembros de la Iglesia interesados en estudiar el Libro de Mormón y su relación con la arqueología, había estado efectuando algunos estudios en Mesoamérica, tratando de determinar un posible vínculo con los lugares mencionados en el libro. Uno de esos miembros, Thomas Ferguson, estableció contactos con varios arqueólogos prominentes del Instituto Carnegie y de la Uni­versidad de Harvard, en base a la necesidad de una más amplia investigación de las antiguas civilizaciones de América, y precisamente a raíz de ello se organizó la men­cionada fundación arqueológica. La misma se incorporó como una empresa sin fines de lucro en 1952, con el apoyo financiero de algunos miembros de la Iglesia, aunque las tareas eran lle­vadas a cabo por expertos que no estaban afiliados a la Iglesia.

Las exploraciones se iniciaron en 1953; entonces, en 1955 y con la subvención de la Iglesia, se efectuaron amplias excava­ciones en Chiapas, en el sur de México, investigaciones que se extendieron luego a otras localidades mexicanas y guatemal­tecas. En marzo de 1959, la junta directiva de la Universidad Brigham Young decidió incorporar la organización como parte integral suya y dos años después ésta pasó a llamarse oficial­mente Fundación Arqueológica Nuevo Mundo de la Univer­sidad Brigham Young.

El élder Hunter tomó parte activa en la fundación, reuniéndose frecuentemente con los miembros de su mesa directiva e inspeccionando en persona, dos o tres veces al año, los sitios donde se llevaban a cabo las excavaciones arqueo­lógicas. También adoptó un fuerte sentimiento paternal hacia los operarios y sus familias. En sus expediciones, a veces combinadas con las asignaciones que recibía de la Iglesia, visitaba lugares primitivos—aun peligrosos—y aprovechaba entonces a aprender todo lo que podía acerca de las civilizaciones antiguas y sus enseres característicos.

Varias de las anotaciones que hizo en su diario personal, tales como las que se transcriben a continuación, ilustran el sentido aventurero que esta asignación fue despertando en él:

“Pierre llegó al hotel antes del amanecer, trayendo consigo seis caballos ensillados. … A las seis de la mañana, salimos hacia la montaña para explorar las ruinas de Tonalá. En un sendero muy empinado y lleno de rocas, recorrimos unos 8 ó 10 kilómetros hasta una elevación de más de 700 metros. Las ruinas consisten de muchas paredes, terrazas y grandes estructuras desde donde se pueden contemplar las llanuras de la costa y el Océano Pacífico. . . . Eran la una de la tarde cuando regresamos al hotel. Fue demasiado tiempo sobre una montura para alguien que, como yo, no hace más ejercicio que estar sentado en una silla de oficina.” (12 de diciembre de 1964.)

“Fuimos a Chiapas de Corzo. . . . una enorme localidad con unos 140 montículos que datan desde unos 1.000 años antes de Jesucristo hasta el denominado período Clásico. El edificio que hemos restaurado había sido utilizado en la época de Cristo. Regresamos a Tuxtla Gutiérrez y allí fuimos al laboratorio y analizamos los planes para excavar, el año próximo, las localidades de Izapa, El Mirador y Chiapas de Corzo.” (14 de diciembre de 1964.)

“Salimos de Comitán a las seis. . . . Antes de llegar a la frontera, tomamos un camino al sur del río Grijalva, bordeán­dolo. Se trata de un camino muy rudimentario, rocoso, sin nivelar y serpenteado entre árboles y malezas. … A medida que avanzábamos, debíamos detenernos en cada cerco, desa­tar los alambres para pasar y volverlos a atar. … Al continuar junto al río desde San Felipe, pasamos por una localidad arqueológica llamada Las Briscas. A través de unos cinco kilómetros pudimos observar unas terrazas sobre las laderas y muchas plataformas, lo cual indicaba que en la época de Cristo habitaba allí mucha gente.” (16 de febrero de 1967.)

“Hoy pasamos el día en el río Usumacinta, que separa a México de Guatemala. Viajamos en un pequeño avión… hasta un paraje en el bosque junto al río que se llama Agua Azul. Desde allí, navegamos por el río en una canoa hecha con un tronco de caoba que tenía unos 14 metros de largo por 75 cen­tímetros de ancho. … El viaje fue a través de un hermoso bosque tropical. Yaxchilán es una de las mayores localidades mayas que, aparte de numerosos montículos, tiene templos y otros edificios muy bien preservados. … En este lugar no se ha efectuado ninguna excavación ni tampoco reconstrucción alguna, y ha permanecido inaccesible durante siglos, excepto para quienes podrían haber llegado en alguna embarcación. Estuvimos caminando varias horas por el denso bosque y ascendiendo a los lugares elevados para poder contemplar los templos…. Este fue un día provechoso … aunque la vigorosa actividad y el calor del trópico nos dejaron exhaustos.” (9 de mayo de 1967.)

“Los 22 kilómetros que recorrimos en jeep fueron sobre el peor camino que yo jamás haya transitado. Durante toda una hora tuvimos que treparnos sobre rocas y colinas y por medio de matorrales y desfiladeros antes de poder llegar a la antigua localidad maya de Xcalumkin. . . . Con una cuadrilla de obreros viajamos hasta la aldea maya de Cumpich. Quien les cocina es una mujer indígena y ese domingo nos invitaron a cenar con ellos: huevos, frijoles y tortillas. La choza tiene piso de tierra y, en tanto que cenábamos, entraban y salían de allí gatos, perros, pavos y cerdos. Esto no me molestó mucho, pero no me agradó que las gallinas se subieran a la mesa mientras comíamos.” (14 de abril de 1968.)

En la localidad de El Mirador, en Guatemala, “nos llevaron a varias de las excavaciones y hasta la cima de El Tigre, uno de los montículos de templos más elevados. Al regresar, observa­mos a cientos de monos arañas que saltaban de un árbol a otro, mientras que los loros y los tucanes chillaban por doquier y repentinamente la jungla toda pareció cobrar vida. Nos cuidábamos en especial de las serpientes, porque las lluvias recientes las habían hecho encaramarse sobre los árboles y va­rios obreros en las localidades arqueológicas murieron a causa de sus picaduras. En el trayecto vimos tres víboras—una era una serpiente venenosa y otra una coral, mientras que no logramos identificar a la tercera. A eso de las cuatro, se nos acercaron desde los árboles muchos monos aulladores, gri­tando y gruñendo. … Cenamos debajo de un toldo y el menú fue arroz y frijoles. El élder William R. Bradford, del Primer Quórum de los Setenta, y yo dormimos sobre bolsas de dormir en una carpa con una malla de hilo para protegernos de los mosquitos y otros insectos de la jungla.” (8 de marzo de 1980.)

De acuerdo con un prominente arqueólogo, “Ya para 1967, la Fundación Arqueológica Nuevo Mundo de la Universidad Brigham Young era reconocida en México y en otros países como la institución extranjera más activa y respetada de las que operaban en Mesoamérica.”10

El élder Hunter ocupó el cargo de director de la fundación por casi veinte años, durante los cuales jamás dejó de visitar las localidades arqueológicas. Una anotación que hizo en su diario personal después de realizar uno de sus viajes en febrero de 1979, sintetiza sus sentimientos: “He visitado este famoso lugar muchas veces, pero nunca deja de asombrarme.”

Un récord en el número de nuevas estacas

Un VIAJE QUE el élder Hunter realizó a México en noviem­bre de 1975 sorprendió a muchos y aparentemente estableció un récord inigualado en la historia de la Iglesia. En esa ocasión, se le encomendó, con la asistencia del élder J. Thomas Fyans, que era Ayudante del Consejo de los Doce, la misión de dividir y redelinear varias estacas en ese país. Después de reunirse con los Representantes Regionales y el presidente de la misión, y de evaluar los datos que le suministraron los pre­sidentes de estacas, decidió que con las cinco estacas existentes y algunas ramas de la Misión Ciudad de México, se formaran quince estacas.

“Nuestro objetivo”, escribió en su diario personal, “fue reducir el territorio de las estacas, delinearlas mejor, disminuir las distancias que los miembros tenían que viajar, y también hacer los preparativos necesarios para el rápido crecimiento que se está produciendo en México. La opinión general era que si las estacas fueran más pequeñas, se podría capacitar mejor a los miembros, el liderazgo sería más eficaz y con el crecimiento en el número de miembros, que para marzo se estima será aproximadamente de 1.000, se facilitaría su hermanamiento.”

Ambas Autoridades Generales se comunicaron entonces en Salt Lake City con F. Burton Howard, asesor legal en asun­tos mexicanos, para obtener su opinión al respecto, quien les informó que consultaría con el presidente Marión G. Romney y que luego les contestaría. “Cuando posteriormente nos llamó”, comentó el élder Hunter, “en la misma línea telefónica tenía al presidente Kimball y al presidente Romney. Estoy seguro de que se sintieron un tanto alarmados cuando les pre­sentamos nuestra propuesta, pero cuando hubimos concluido nuestra explicación, nos autorizaron a proceder con la medida.”

El élder Hunter y el élder Fyans entrevistaron durante todo un día a varios líderes y “a eso de las once de la noche, se habían escogido y llamado a quince nuevos presidentes de estaca.” Luego, en la forma lacónica que lo caracteriza, el élder Hunter concluyó diciendo: “Dudo que se haya hecho antes en la Iglesia una organización masiva como ésta; cuando regre­samos, nos sentíamos extenuados.”

En realidad, antes de volver a Salt Lake City unos días más tarde, él y el élder Fyans asistieron a un seminario de tres días para presidentes de misión en México y Centroamérica, orga­nizaron la Estaca Poza Rica de lo que fuera un distrito de la Misión México Veracruz, visitaron las ruinas mayas de una localidad arqueológica, e hicieron escala en Houston para dividir la Estaca Houston Texas.

Después de dar su informe sobre las estacas organizadas en la siguiente reunión de los Doce en el templo, escribió: “Creo que los hermanos del consejo se quedaron algo sorprendidos, pero sé que, con el transcurso del tiempo, se com­probará que mi decisión fue acertada.”

Esto no fue el fin del asunto, porque varias veces debió soportar de sus colegas algunas bromas inocentes sobre ello. Al año siguiente, después que diera su informe acerca de otro de sus viajes a México, el presidente Kimball le preguntó por qué fue que había organizado solamente tres estacas esa vez. Y en mayo de 1977, escribió: “Bruce McConkie acaba de regre­sar e informó que en diez días había organizado cinco estacas en América del Sur, y el presidente Kimball entonces le pre­guntó si estaba tratando de batir mi récord. Todavía siguen comentando acerca de las quince estacas que organicé en la Ciudad de México en un fin de semana.”

El tiempo demostró que el élder Hunter había actuado acertadamente. La Iglesia continuó progresando rápidamente en México y, en cuestión de dos años, algunas de aquellas esta­cas estaban listas para ser divididas. En realidad, sólo catorce meses después de haber organizado la Estaca Poza Rica, debió regresar a México para dividirla. Al día siguiente dividió la Estaca Veracruz, la estaca número ochocientos de la Iglesia y una semana más tarde organizó la Estaca Mérida México, la primera en la península de Yucatán. Esto agradó muy particulamiente al titular de la junta directiva de la Fundación Ar­queológica Nuevo Mundo porque, según escribió luego, se encontraba “en pleno corazón de la zona maya de Mesoamérica, la cual tiene tanto significado en la historia del Libro de Mormón.”

EN UNA SESIÓN especial que se llevó a cabo en noviembre de 1990, el Tribunal Federal de Apelaciones del Noveno Circuito de Los Angeles le rindió honores a Howard W. Hunter con motivo de cumplir cincuenta años como miembro de la Barra de Abogados de California. En esa oportunidad, John S. Welch, quien era un viejo amigo suyo y abogado de renombre en Los Angeles, comentó que “Howard Hunter es la personi­ficación de la práctica de la abogacía en el más clásico estilo: con honradez, ética, cortesía, gentileza, la habilidad para con­tribuir a la eficacia del sistema litigante sin comprometer las reglas del mismo, y. . . con gran integridad.” Otro abogado y amigo de años, el juez J. Clifford Wallace, se refirió al élder Hunter como una persona que tiene la sagacidad para analizar las cosas y solucionar cualquier problema legal.

Cuando se estableció la Cátedra de Derecho Howard W. Hunter en la Facultad de Leyes de la Universidad Brigham Young, un resumen biográfico en el folleto conmemorativo decía que “el estudio y la práctica de la abogacía han tenido marcada influencia en la habilidad y aptitud que el élder Hunter posee para prestar servicio como apóstol.” Se le ha escuchado afirmar que “el procedimiento por el cual se arriba a conclusiones valederas es el mismo, tanto en la jurispruden­cia como en la administración eclesiástica.”

El presidente Thomas S. Monson recuerda este comentario hecho por el presidente Harold B. Lee después de una extensa deliberación acerca de un asunto de la Iglesia en el que prevaleció la opinión del élder Hunter: “Si alguna vez llegare a necesitar un eficaz abogado defensor ante un jurado, me gustaría que esa persona fuera Howard Hunter. El juez quedará satisfecho, yo resultaré victorioso y quedaré satisfe­cho, y el hermano Hunter también quedará satisfecho.”

Estas son las cualidades que han calificado al élder Hunter para recibir asignaciones especiales en cuanto a la adminis­tración de la Iglesia en todo el mundo. Muchas de tales asig­naciones han requerido una extraordinaria destreza para negociar y la habilidad para escuchar sin prejuicios cualquier punto de vista, analizar temas complejos, simplificar toda cuestión, resolver problemas y encontrar soluciones que pro­muevan la concordia y los buenos sentimientos entre los par­ticipantes. La forma en que el élder Hunter ha cumplido con tales asignaciones en dos regiones separadas por medio mundo—Hawai y la Tierra Santa—ilustra fehacientemente esas virtudes.

El Centro Cultural Polinesio

En FEBRERO DE 1955, el presidente David O. McKay habló en la ceremonia de la palada inicial para la construcción de un nuevo colegio universitario de la Iglesia en Laie, Hawai.

Los que le escucharon quedaron muy sorprendidos (y quizás algunos lo hicieron con escepticismo), cuando dijo que Laie tenía el potencial de convertirse en “un instrumento misional que influirá no solamente en miles o decenas de miles, sino en millones de personas que llegarán queriendo saber qué clase de pueblo es éste y en qué estriba su impor­tancia.”1 En esa época, Laie era una pequeña villa sobre la costa norte de la isla de Oahu, rodeada de tierras de labrantío, montañas y mar. El único edificio significativo era el Templo, en el cual los 15.000 miembros de la Iglesia en Hawai y otros procedentes de las islas del Pacífico Sur podían efectuar las ordenanzas para la salvación propia y la de sus antepasados. No parecía ser el punto de destino para “millones de personas.” En realidad, ni siquiera Hawai era todavía una atrac­ción turística renombrada, pues en 1955 solamente la visitaron 110.000 personas, casi todas procedentes del territorio conti­nental de los Estados Unidos.

El Colegio Universitario de la Iglesia en Hawai fue inau­gurado en el otoño de ese año con 153 estudiantes inscriptos, en su mayoría jóvenes de la Polinesia. Para muchos de ellos, el simple viaje a Laie en avión costaba toda una fortuna y para poder quedarse allí necesitaban conseguir empleo. En 1959, después de que los alumnos presentaran en un teatro de Ho­nolulú una producción de marcado éxito con canciones y dan­zas polinesias, comenzó a cristalizarse el sueño que muchos líderes del colegio universitario tenían de organizar un centro en el que los estudiantes pudieran presentar espectáculos si­milares para difundir sus propias tradiciones. Y así se cons­truyó entonces el Centro Cultural Polinesio, el cual fue dedicado en octubre de 1963—un amplio parque en el que 1.000 jóvenes polinesios demostraron la cultura y las costum­bres de sus islas natales en seis diferentes villas y en un teatro restaurante con capacidad para 750 personas.

Pero los turistas no concurrían en masa al centro. El promedio de asistencia a los espectáculos nocturnos en el primer año fue de 324 personas, y las agencias de servicio a los turistas en Honolulú, como también los oficiales de conven­ciones y turismo, no estaban muy convencidos de que el Cen­tro Cultural Polinesio fuera a transformarse en una importante atracción turística.

El 13 de enero de 1965, quince meses después de inaugu­rado el centro, el élder Howard W. Hunter recibió una carta de la Primera Presidencia mediante la cual se le designaba presidente y director de la mesa directiva del mismo, siendo así la primera Autoridad General de la Iglesia en ocupar ese cargo. Hasta esa fecha, el Centro había sido administrado por un consejo de veintisiete miembros, entre los que había presi­dentes de estaca y de misión, así como delegados de las dife­rentes culturas representadas en los espectáculos de las seis villas. De acuerdo con los nuevos estatutos, se formó entonces una mesa directiva más reducida y más fácil de administrar.

Al élder Hunter y a su mesa directiva les aguardaba una ardua tarea, pues tenían que enfrentar una serie de problemas para administrar el programa, el cual agrupaba a mucha gente de culturas y temperamentos diversos—hawaianos, tahi-tianos, tonganos, maoríes, fidjianos y samoanos (los naturales de las islas Marianas se incorporaron un tiempo después)— como también diferentes opiniones en cuanto a la misión del centro y a los programas a presentarse. Aun algunas Autori­dades Generales no alcanzaron a comprender la visión que el presidente McKay tuvo con respecto al importante papel que el centro jugaría en familiarizar a los turistas, no solamente con los pueblos y las culturas de la Polinesia, sino también con la Iglesia y los principios del Evangelio de Jesucristo.

Tal como con todas las asignaciones que recibiera anterio­rmente, el élder Hunter se dedicó de inmediato a analizar el centro, su potencial y sus necesidades. Una semana después de recibir su asignación, permaneció tres días en Laie, lugar que visitaría con frecuencia en el transcurso de la década si­guiente. El 18 de febrero de 1966, al regresar de un viaje a Hawai, escribió en su diario: “Varios de nosotros hablamos en una reunión con los alumnos e hicimos un análisis de los propósitos y objetivos del Centro Cultural Polinesio en relación con la ayuda que podría ofrecerles para que pudieran seguir estudiando, lo cual, de otra manera, sería imposible para ellos. . . . Este es el tercer año del centro. Las pérdidas en el primer año sumaron más de $600.000 y las del año pasado fueron unos $70.000. Este año esperamos alcanzar el nivel de equiparación entre las ganancias y los gastos. . . . Pese a las pérdidas del año pasado, pudimos contribuir $150.000 a los derechos de matriculación estudiantil.”

Con el tiempo, las agencias de turismo empezaron a propagar la atracción ofrecida por el Centro Cultural Poline­sio y la asistencia al mismo fue incrementándose y en agosto de 1966 el interés aumentó en gran manera cuando, durante cuatro noches, se presentó el espectáculo en el Hollywood Bowl, el afamado anfiteatro de California. “En los 50 años de su historia”, opinó un comentarista musical en el periódico Los Angeles Times, “es difícil que jamás se haya visto en el Holly­wood Bowl un espectáculo tan singularmente hermoso como el Festival Polinesio.”

Algunas partes de la presentación fueron grabadas en video para “El Show de Ed Sullivan”, un popular programa de televisión que era visto por millones de personas en todo los Estados Unidos. Al cabo de un año, la asistencia al Centro Cultural Polinesio aumentó considerablemente y hubo que ampliar el teatro a fin de poder dar cabida a 1.400 personas. Y no pasó mucho tiempo antes de que se agotaran las entradas para la mayoría de los espectáculos.

Ya para 1968, el centro dejaba ganancia, lo cual redundó en una cuantiosa asistencia monetaria para los estudiantes de la universidad. En 1971, al notar que las ganancias seguían aumentando, el élder Hunter escribió: “Estamos muy com­placidos con estos resultados, pero aun así nos preocupa el futuro. Se ha colmado la capacidad del centro y también los gastos continúan incrementándose.”

Para esa época, eran casi un millón de personas las que anualmente visitaban el centro. A fin de ampliar sus comodi­dades y solventar los crecientes gastos, se hicieron planes para la expansión necesaria, incluyendo un teatro con capacidad para 2.500 personas, un enorme salón comedor para los bufets nocturnos, varias nuevas atracciones culturales y algunos edificios para el servicio y la administración.

El programa de expansión estaba ya por completarse cuando, en abril de 1976, el élder Hunter fue relevado de sus funciones como presidente y director de la mesa directiva y se nombró al élder Marvin J. Ashton, del Quórum de los Doce, como su sucesor. El élder Hunter sintetizó su actuación en el centro con las siguientes palabras:

“Así terminan los doce años en que estuve a cargo de esta empresa. Durante ese período logramos transformarla, de una operación que daba pérdidas, a un negocio realmente provechoso. Hemos ayudado a miles de estudiantes del Pacífico Sur a obtener una educación, lo que de otra manera habría sido imposible para muchos de ellos. El centro ha contribuido grandes sumas de dinero a la Universidad Brigham Young-Hawai, ha llegado a ser un factor preponderante en destacar la imagen de la Iglesia y cultivar el esfuerzo misional, ha logrado mejorar la comunidad de Laie, y se ha convertido en la atracción turística más concurrida de Hawai. Constituye una floreciente unidad de la Iglesia y he disfrutado mucho la asignación que la Primera Presidencia me encomendó para hacerla prosperar.”

El domingo 4 de julio de 1976, el élder Hunter viajó a Laie para asistir a la dedicación de los nuevos edificios del centro. “Esta fue una fecha muy importante por dos razones”, escribió. “Los Estados Unidos entran hoy en el tercer siglo de su historia, y el Centro Cultural Polinesio comienza su deci­mocuarto año en un nuevo y más amplio lugar.”

Bien podía él contemplar con íntima satisfacción las reali­zaciones del centro. La profecía pronunciada por el presidente McKay en 1955 al dedicar el Colegio Universitario de Hawai, se había cumplido. La institución, que ahora lleva el nombre de Universidad Brigham Young-Hawai, el Centro Cultural Polinesio adyacente a la misma, y el templo sobre la colina al noroeste del establecimiento, estaban ejerciendo una influen­cia benéfica “no solamente en miles o decenas de miles, sino en millones de personas.”

Un puente para el buen entendimiento

En UNA CONFERENCIA que se llevó a cabo en la Universi­dad Brigham Young en 1979, el élder Hunter comentó: “Uno de los miembros del consejo de ministros de Egipto me dijo en cierta ocasión que si alguna vez se lograra construir un puente entre el cristianismo y el islamismo, habría de hacerlo la Igle­sia Mormona. Al preguntarle por qué decía eso, quedé muy impresionado cuando mencionó nuestras similitudes y los lazos de hermandad que nos unen. Tanto los judíos como los árabes son hijos de la promesa y, como iglesia, no favorecemos a unos ni a otros, sino que sentimos amor y tenemos interés en ambos. El propósito del evangelio es propagar el amor, la unidad y la hermandad en el orden más sublime. . ..

“A nuestros amigos de Judá, les decimos: Nosotros somos sus hermanos de la casa de José y nos sentimos íntimamente relacionados con ustedes. Somos los mensajeros del verdadero convenio y declaramos que Dios ha hablado en estos días. A nuestros parientes de la casa de Abraham, les decimos: Somos sus hermanos—no hacemos diferencia alguna entre naciones o nacionalidades. Invitamos a todos los hombres a que con­sideren nuestro mensaje y acepten nuestro hermanamiento.”2

El élder Hunter visitó por primera vez el Medio Oriente en 1958 y 1960, durante sus viajes por el mundo con su esposa y sus hijos. En 1965, seis años después de ser llamado al Consejo de los Doce, comentó: “Hemos visitado los principales países musulmanes de África del Norte y casi todas sus ciudades más importantes. Toda esa región ha hecho enormes contribu­ciones a la historia del mundo.” Ya para 1993, había visitado casi cada una de las naciones islámicas del mundo—algunas de ellas en numerosas ocasiones. También ha visitado, más que ninguna otra Autoridad General, la Tierra Santa, a donde viajó una docena de veces en asignaciones de la Iglesia.

Estando profundamente interesado en la historia antigua, ha descrito detalladamente en su diario cada uno de los lugares que ha conocido. En 1975, después de visitar Shiraz, en Irán, escribió:

“Es muy poco lo que ha cambiado desde que estuve aquí con Claire el 28 de abril de 1966, pero habiendo leído luego los anales del Imperio Persa, en esta oportunidad me parece haber estado caminando a través de la historia antigua. Después de visitar las ruinas del fabuloso palacio, fuimos a ver las tumbas de Darío el Grande, de Jerjes I, de Artajerjes I y de Jerjes II en Nagsh-i-Rastam, enclavadas en la roca de un acantilado. Persépolis y las tumbas datan de unos 500 años antes de Jesucristo, y ese lugar fue arrasado por Alejandro Magno cerca de 300 años antes de la era cristiana, en represalia contra los persas que incendiaron Atenas.”

Cada vez que visitaba un lugar histórico, el élder Hunter trataba frecuentemente de repasar los eventos allí ocurridos. Por ejemplo, aunque visitó muchas veces el Jardín de Getsemaní, el Monte de las Bienaventuranzas y otros lugares rela­cionados con el Salvador, en cada una de esas oportunidades leía o hacía que uno de sus acompañantes leyera lo que las Escrituras mencionan sobre ellos, y luego se sentaban a medi­tar acerca de su significado.

En sus viajes al Medio Oriente, el élder Hunter solía visi­tar a los jefes de estado y otros líderes de gobierno, pero tam­bién le complacía conversar con los camelleros y la servidumbre. Se lo agasajó tanto en los palacios como en las tiendas de los beduinos; le era indiferente viajar en limosinas o sobre el lomo de muías y camellos; y, asimismo, comía de mesas suntuosas o de mesas humildes. Congeniaba con cualquier persona, más allá de su condición social, porque siempre ha tenido un interés genuino en la gente. Asistía a conferencias y leía siempre con avidez acerca del Medio Oriente, y el caudal de conocimiento que acumuló con respecto a esos países le fue abriendo muchas puertas y cul­tivó amistades muy valiosas para la Iglesia.

En las ocasiones en que algún dignatario o ciudadano árabe o israelí visitaba Salt Lake City, era el élder Hunter quien generalmente le recibía en representación de la Iglesia. Uno de dichos visitantes fue George M. Mardikian, un inmi­grante armenio propietario de un famoso restaurante en San Francisco. Cuando pasó por Utah en 1967 para recibir un doc­torado honorario de la Universidad Brigham Young, el élder Hunter lo llevó al apartamento del presidente McKay en el Hotel Utah y le presentó al Profeta. El élder Hunter escribió luego que el Sr. Mardikian “conoce personalmente a los jefes de muchas naciones árabes, y nuestra conversación se basó en los problemas del Medio Oriente. El Sr. Mardikian declaró que lo que mayormente se necesita en esa región es un entendimiento de las doctrinas que enseña nuestra Iglesia—el trabajo, el albedrío, la dignidad humana y otras.”

Pocas semanas más tarde, mientras se encontraba en el norte de California para asistir a una conferencia de estaca, el élder Hunter habló por teléfono con el Sr. Mardikian “durante media hora, especialmente acerca de la situación reinante en el Medio Oriente. Me agradeció por haberle presentado al presidente McKay y me dijo, ‘Yo he conocido prácticamente a cada uno de los patriarcas y dirigentes de las iglesias cristianas en todo el mundo, como así también a los del islamismo y de otras religiones, pero nunca he estado en la presencia de un hombre que irradie tanta espiritualidad como el presidente McKay. Mientras conversábamos, tuve la impresión de que él es verdaderamente un Profeta de Dios.’“

En varias de sus visitas a Israel, el élder Hunter se reunió con Teddy Kollek, el Alcalde de Jerusalén, con quien entabló una gran amistad. Asimismo, se relacionó con otros funcionarios de la ciudad y del estado.3 Gracias a su gran conocimiento acerca del Medio Oriente, fue cultivando un profundo sentimiento hacia esos pueblos y su inmenso patri­monio en la historia religiosa y cívica. En 1979, durante una visita a Jerusalén, el élder Hunter manifestó sus sentimientos al describir el ambiente que lo rodeaba:

“Desde mi ventana del hotel puedo observar allá abajo la comarca al sur de la muralla de la Ciudad Antigua, donde con­vergen los valles del Cedrón y el Hinnam hacia Betania. . . . Anduve caminando por el jardín enfrente del hotel y me puse a contemplar cómo caía la noche y se iban encendiendo las luces en la antigua Jerusalén. La luna llena se fue asomando hasta cubrir con su fulgor esta ciudad sumergida en tan trascenden­tal historia. No hay palabras que puedan expresar lo que sentí entonces, en la soledad y la quietud de la cálida noche.”

A raíz de su conocimiento en cuanto a esta región tan especial, la Primera Presidencia le encomendó al élder Hunter dos proyectos de gran significado para la Iglesia en la Tierra Santa: el Jardín Conmemorativo Orson Hyde y el Centro de Estudios del Medio Oriente en Jerusalén.

El Jardín Conmemorativo Orson Hyde

El 24 DE OCTUBRE de 1841, el élder Orson Hyde, del Quórum de los Doce Apóstoles, fue a Palestina—como se denominaba entonces la Tierra Santa—en una misión especial de la Iglesia. “Bastante antes del amanecer”, escribió en la ocasión, “desperté y salí de la ciudad tan pronto como abrieron sus portales, crucé el arroyo Cedrón y fui hasta el Monte de los Olivos; y allí, en solemne silencio, con pluma, tinta y papel, tal como lo vi en. . . una visión, ofrecí una oración a Aquél que vive por siempre y para siempre.” De pie en la base de la colina al otro lado del valle del Cedrón desde Jerusalén, el élder Hyde pronunció una oración dedicando la tierra de Palestina para la edificación de Jerusalén y el recogimiento de la posteridad de Abraham.4

El 24 de octubre de 1979, el presidente Spencer W. Kimball estuvo sobre la misma colina y dedicó el jardín conmemora­tivo en memoria de la oración pronunciada allí por Orson Hyde. En la ocasión se halló también presente el élder Hunter, quien había tomado parte activa en la recaudación de fondos y en las negociaciones que precedieron la construcción de dicho jardín.

Las tareas preliminares del proyecto se habían iniciado en septiembre de 1972, cuando el presidente Harold B. Lee, el élder Gordon B. Hinckley, de los Doce, y el presidente Edwin Q. Cannon, hijo, de la Misión Suiza, viajaron a Israel y se reunieron con algunos representantes de los ministerios de religión, de relaciones exteriores y de turismo, para estudiar con ellos la posibilidad de erigir un monumento a Orson Hyde en Jerusalén.5

Tres meses más tarde, el 19 de diciembre de 1972, el élder Hunter escribió en su diario: “Siendo que la semana próxima viajaré a la Tierra Santa, la Primera Presidencia me llamó esta mañana para preguntarme si estaría dispuesto a reunirme con el líder del grupo de la Iglesia en Jerusalén y, si fuera nece­sario, también con el alcalde para hablar acerca del monu­mento a Orson Hyde en aquella ciudad.”

El día de Año Nuevo, ya en Jerusalén, el élder Hunter, en compañía de su esposa, recorrió algunos posibles lugares para el monumento y luego dio su informe al presidente Lee en cuanto a sus impresiones, pero en esos momentos no se adoptó ninguna decisión al respecto. Dos años después, el gobierno de Jerusalén invitó a la Iglesia a participar en la construcción de un parque que se ubicaría en derredor de la Ciu­dad Santa. Después de una de sus visitas a Jerusalén, el élder Hunter indicó que el lugar propuesto para el monumento, ubicado en el Monte de los Olivos, era el más amplio de todo el parque. Y así fue que comenzó a tomar forma el Jardín Con­memorativo Orson Hyde.

La supervisión del proyecto y la tarea de procurar fondos para el mismo les fueron asignadas al élder Hunter y al élder LeGrand Richards, quienes, en mayo de 1976, recomendaron a la Primera Presidencia que se organizara una fundación— que se conocería como Fundación Orson Hyde—con el presi­dente Tanner, el élder Hunter, el élder Richards y cinco biznietos de Orson Hyde como miembros fundadores. Luego se designó al élder Richards como presidente y consignatario de la misma.

Una de las principales responsabilidades de la fundación era recaudar, de donantes particulares, la suma de un millón de dólares. En mayo de 1977, dos días después de que la fun­dación fuera legalmente constituida y de esa forma se concre­tara la participación oficial de la Iglesia, se recibió un telegrama del alcalde Kollek en el que decía: “Un convenio con los mormones es mejor que uno con el gobierno de los Estados Unidos, porque los mormones cumplen sus promesas.”

El élder Hunter viajó varias veces a Jerusalén con el fin de negociar el contrato para el monumento y supervisar la obra de construcción del jardín, el cual un artículo en la revista Ensign describió como “un anfiteatro ubicado en una especie de gruta, con asientos para los visitantes, desde donde se puede contemplar la ciudad antigua y numerosos lugares históricos de Jerusalén. En el jardín, una enorme placa inscrita en inglés y en hebreo contiene algunos pasajes de la oración de Orson Hyde. Un sinuoso sendero que atraviesa por huer­tos de árboles, plantas y otros arbustos, conduce al visitante hasta esa placa.”6

En la pared rocosa del anfiteatro se colocó una caja de cobre que contenía una lista con los nombres de los 30.000 donantes y algunos efectos recordatorios de la Iglesia, de Orson Hyde, del proyecto de construcción y de los servicios dedicatorios.

Siete Autoridades Generales, encabezadas por el presi­dente Kimball, se reunieron con más de mil Santos de los Últi­mos Días en Jerusalén para efectuar los servicios dedicatorios. Muchos de ellos, incluso el élder Hunter, habían viajado en barco como participantes de una excursión de estudios a Israel auspiciada por la Universidad Brigham Young. El viernes 24 de octubre, en horas de la mañana, el alcalde Kollek ofreció una recepción en los salones del concejo municipal a la que asistieron más de cien invitados, entre los que había oficiales del gobierno, líderes educacionales y dignatarios de varias agrupaciones religiosas. “Varios de los presentes hicieron uso de la palabra”, escribió luego el élder Hunter, “y LeGrand Richards entregó a Teddy Kollek un cheque por el saldo del millón de dólares que habíamos prometido contribuir.”7

Después de la recepción, se condujo a los invitados a la entrada superior del jardín y, formando fila, todos caminaron por el ondulante sendero entre numerosos espectadores hasta el anfiteatro. La dirección de los servicios estuvo a cargo del élder Hunter, quien introdujo al alcalde Kollek, y éste presentó una medalla de la Ciudad de Jerusalén al presidente Kimball y a los élderes Hunter y Richards.

“Estamos muy agradecidos de que todos ustedes hayan hecho el esfuerzo de venir a la otra Jerusalén”, dijo el alcalde, refiriéndose a la enseñanza de la Iglesia en cuanto a una “nueva Jerusalén” que ha de construirse en el continente americano. “Todo aquél que conoce la historia de Jerusalén en estos tiempos, sabe también acerca de la profecía de Orson Hyde. Y aquí tenemos ya a los judíos de regreso en Jerusalén. Todos participamos en debates políticos, pero nadie duda que Jerusalén es una ciudad más hermosa, mejor unida que sepa­rada por alambrados de púas, campos minados de explosivos y murallas de cemento.”8

El día fue cansador, con un almuerzo y con paseos por otros lugares de Jerusalén que la Iglesia podría interesarse en desarrollar, y finalmente con una cena, disertaciones y progra­mas abordo del barco en el que habían llegado. “Todos los pasajeros estaban entusiasmados y encantados con las activi­dades del día”, escribió el élder Hunter.

Uno de los participantes más entusiasmados y encantados era el propio élder Hunter. Esa noche, compartió en una cena con varias de las personas que habían intervenido en el proyecto del Jardín Conmemorativo Orson Hyde. Sus esfuer­zos y la consumación del jardín, dijo, “habrán de tener una gran influencia benéfica en promover una imagen favorable de la Iglesia.”

El Centro de Estudios de Jerusalén

EN TANTO QUE se desarrollaba el proyecto de Orson Hyde en Jerusalén, el élder Hunter también estuvo haciendo las averiguaciones y negociaciones para establecer un edificio que sirviera como centro de extensión para un programa de estu­dios de la Universidad Brigham Young en el extranjero y para la rama y el distrito de la Iglesia en Jerusalén.

Sin embargo, la tarea de encontrar un lugar apropiado, presentar un plano de arquitectura y efectuar negociaciones en base a innumerables requisitos burocráticos, no iba a ser cosa fácil. Pero en cada una de las visitas que hacían con relación al proyecto Orson Hyde, el élder Hunter y los líderes del programa de estudios y los de la rama procuraban deter­minar en qué lugar podría establecerse el centro.

Tal como se lo explicó a un grupo turístico de la Universi­dad Brigham Young, “las cosas se producen lentamente” en Jerusalén. “Primero hay que diseñar lo que uno desea cons­truir y entonces se procede al estudio del plan y de las orde­nanzas de zonificación. Finalmente, una vez aprobados los planes, hay que arrendar el terreno. Por lo general, se necesi­tan unos diez años para hacer lo que nosotros hemos logrado en cuatro.” En aquellos días, faltaban varios años para la con­sumación del monumento, y los problemas más difíciles y peligrosos no se había manifestado todavía.

La búsqueda de un lugar apropiado comenzó realmente en 1979, cuando estaba por completarse el Jardín Conmemo­rativo Orson Hyde. El 8 de febrero de ese año, el élder Hunter se reunió con un grupo de Autoridades Generales y oficiales de la Universidad Brigham Young para decidir si, en efecto, la Iglesia debiera considerar seriamente la edificación en Jerusalén.

Dos meses después de esa fecha, los élderes Howard W. Hunter y James E. Faust, junto con Jeffrey R. Holland, quien era entonces el Comisionado de Educación de la Iglesia, se reunieron con la Primera Presidencia y, según el relato del élder Hunter, recomendaron “la adquisición de un terreno en Jerusalén y la construcción de un edificio para la capilla de una rama,.. . como también para el alojamiento y las salas de clase del programa de estudios de la Universidad Brigham Young en el extranjero.” La propuesta fue aprobada y se auto­rizó al élder Hunter “para que buscara y adquiriera un terreno.”

Esa decisión dio comienzo a numerosas reuniones, llama­dos telefónicos y viajes a Israel, a medida que el élder Hunter fue conociendo las complicadas leyes de Israel pertinentes a la transferencia de propiedades y otros requisitos que deben cumplirse antes de poder iniciar una construcción. Le asistían en la tarea varias personas calificadas y capacitadas, tales como Fred Schwendiman, uno de los vicepresidentes de la Universidad Brigham Young, quien había supervisado la construcción del Centro de Capacitación Misional en Provo y que llegaría a ser el director del proyecto del Centro de Estu­dios de Jerusalén; Robert Thorn, ex presidente de la Misión Sudafricana, quien era experto en negociaciones de propiedades inmobiliarias; David Galbraith, presidente de la Rama Jerusalén; Dallin H. Oaks, quien fue presidente de la Universidad Brigham Young hasta 1980, Jeffrey R. Holland, quien le sucedió en tal función; y Robert C. Taylor, Director del Departamento de Viajes de Estudio de la Universidad Brigham Young.

El lugar que la Iglesia prefería era uno que el presidente Kimball había visitado cuando fue a Jerusalén para la dedi­cación del Jardín Orson Hyde. Ese terreno se hallaba en el Monte de los Olivos, al lado de los terrenos de la Universidad Hebrea en el Monte Scopus, cerca de donde se planeaba construir el edificio de la Suprema Corte de Israel, y era de propiedad del gobierno israelí. La Primera Presidencia había autorizado al hermano Thorn para que tratara de adquirir ese lugar, y éste dedicó todo un año a investigar en cuatro minis­terios diferentes cuáles eran los requisitos para la compra de la propiedad. Pero, como suele suceder en el Medio Oriente con las negociaciones complicadas, el camino a seguir no carecía de obstáculos. El 10 de septiembre de 1980, el élder Hunter escribió en su diario: “Robert Thorn nos informa desde Jerusalén que los agentes de inmobiliaria han sus­pendido las negociaciones con respecto al terreno que ha estado procurando adquirir, así que ahora tendremos que seguir con las negociaciones de compra por nuestra propia cuenta. Esto nos presenta un difícil problema.”

Finalmente, en enero de 1981, el élder Hunter recibió la noticia de que habían aprobado el permiso para la Universi­dad Brigham Young en Israel, lo cual despejaba el camino para la adquisición de la propiedad. Cuatro meses más tarde, el Ministerio de Tierras de Israel autorizó a la Universidad Brigham Young el arrendamiento de un terreno por cuarenta y nueve años, con opción a renovarlo por otros cuarenta y nueve.

Sin embargo, no podría finalizarse el contrato de arren­damiento hasta que los planos de la construcción no se sometieran al estudio de varios comités y agencias del go­bierno israelí. Además de ello, era necesario que se diera a publicidad la intención de la Iglesia de arrendar la propiedad. Se autorizó entonces al arquitecto David Resnik para que comenzara de inmediato a diseñar los planos y, después de que la Primera Presidencia los aprobó, se presentaron al Departamento de Propiedades Inmobiliarias de Israel.

El 27 de septiembre de 1983, al cabo de casi tres años de negociaciones y de prolongados estudios, David Galbraith llamó al élder Hunter y le comunicó que todos los planes habían sido aprobados por el Concejo del Distrito de Jerusalén. Esa misma tarde, durante una reunión de la Mesa de Educación de la Iglesia, se dio al proyecto su nombre oficial: Centro de Estudios del Cercano Oriente de la Universi­dad Brigham Young en Jerusalén.

A los pocos meses se recibió el arrendamiento propuesto y unos días después de que lo aprobara la Primera Presiden­cia, el élder Hunter, el élder Faust y el presidente Holland viajaron a Israel para completar las negociaciones. El 2 de abril de 1984 y en representación de la Universidad Brigham Young, el presidente Holland firmó los documentos correspondientes, concluyendo así lo que élder Hunter describió como “un largo tiempo y una tarea interminable.” En diciembre se recibió el permiso de construcción, la cual comenzó un día después de la Navidad.

Pero esto no dio fin a los problemas relacionados con la edificación del centro. Aunque se había hecho pública la inten­ción de la Iglesia de establecer un centro educativo, la oposi­ción de judíos y árabes por igual fue cobrando impulso tan pronto como se inició su construcción. Después de un viaje que hizo a Jerusalén en febrero de 1985 a fin de tratar de ate­nuar la oposición, el élder Hunter informó a la Primera Presi­dencia: “Los judíos temen que nuestra presencia en Jerusalén sea un medio para el proselitismo, y los árabes consideran que estamos edificando sobre lo que ellos estiman como territorio bajo ocupación.”

Varios artículos de prensa publicados en Jerusalén deman­daron que el Knesset cancelara el permiso acordado al proyecto y muchos opositores ejercieron una gran presión sobre los funcionarios públicos y amenazaron con provocar actos de violencia en el lugar de la construcción. El autor de una biografía del alcalde Kollek escribió:

Fue sólo cuando empezó la construcción que los ortodoxos se levantaron y se percataron de ello, y comenzaron las protestas. Las perspectivas de una manifiesta presencia de los mormones en Jerusalén enfurecieron no solamente al judío ortodoxo sino también a las antiguas comunidades cristianas de las ciudades, sin olvidar asimismo a los antagonistas palestinos que dicen que, si los judíos quieren ser tan gene­rosos con los mormones, deberían cederles un terreno en el oeste de Jerusalén y no un lugar del que se han apropiado de los musulmanes. El Delegado Apostólico emitió una protesta formal aduciendo solamente ‘condiciones ambientales’; en privado, sin embargo, los sacerdotes cristianos se refieren al nuevo centro como ‘un insulto’. Uno de ellos ha dicho que ‘ellos no son cristianos ni cuentan con una comunidad tradi­cional en la ciudad’. Aun los ciudadanos judíos se sienten molestos porque los mormones, que bautizan a los vivos en nombre de los muertos, han solicitado al Yad Vashem, la Organización del Holocausto de Israel, que les permitan el acceso a las listas de nombres de los que murieron en los campos de concentración (pedido que les ha sido negado).

Kollek (que es sólo uno de los que apoyan el proyecto) ha sido el blanco principal de todas las críticas porque ha defen­dido a los mormones por cuestión de principios, y eso lo ha colocado en una posición desfavorable. Los otros funciona­rios han tratado de desentenderse del proyecto. . . El alcalde Kollek y sus defensores declaran que todo es sólo una tem­pestad en un vaso de agua, y que los estudiantes mormones han estado visitando Jerusalén por años sin que hayan con­seguido una sola conversión. … En noviembre de 1985, el haredim (los judíos ultraortodoxos) realizó otra de sus enormes demostraciones y Kollek tuvo que escribirles una carta a los líderes mormones en Salt Lake City para explicar­les lo delicado del asunto y pedirles que enviaran una garan­tía por escrito de que no se haría ninguna tentativa en el centro de estudios por convertir a los judíos de Jerusalén.9

El punto central de la oposición de los judíos era el tema del proselitismo. La Iglesia ya se había comprometido, como una de las condiciones impuestas para la construcción en Jerusalén, a no efectuar ninguna labor proselitista, posición confirmada luego mediante un artículo publicado en el sema­nario Church News, en el que un portavoz de la Iglesia declaró:

“No hacemos obra misional donde ello sea en contra de la ley.”10 No obstante, los opositores se negaron a aceptar tal aseveración y la controversia continuó violentándose.

Mientras tanto, la construcción del centro fue progresando. El élder Hunter y el élder Faust viajaron nuevamente a Jerusalén en mayo de 1986. “Pasamos la tarde del 21 de mayo recorriendo el edificio”, escribió el élder Hunter. “La obra de construcción está por completarse y la sección para el alo­jamiento de los estudiantes estará disponible en octubre. . . Hemos entregado al Knesset una carta firmada por 154 repre­sentantes del Congreso de los Estados Unidos, miembros de ambos partidos políticos, apelando a que se permita la consumación del Centro de Estudios del Cercano Oriente de la Universidad Brigham Young en Jerusalén.

“Los miembros del Congreso declaran en ella que la dedi­cación de Israel a los principios de la democracia y a la volun­tad de la mayoría es uno de los principales motivos del apoyo que se le ha demostrado. Y agregan que ‘al permitir la cons­trucción del centro y el uso para el cual se ha diseñado, Israel habrá de reafirmar su consagración a la pluralidad y a la vir­tud especial de Jerusalén. Nosotros creemos que, en vez de obstaculizar los vínculos entre los Estados Unidos e Israel, el Centro de Estudios de Jerusalén será una fuente adicional para el buen entendimiento y la cooperación entre nuestros países.’

“Otra buena noticia”, agregó, “fue la opinión expresada por el fiscal general israelí al comité administrativo de la uni­versidad mormona, de que no hay manera en que se pueda suspender la construcción del centro, puesto que todos los trámites fueron legales, el permiso se obtuvo legalmente, y el acuerdo se efectuó de acuerdo con la ley.”

Cuando el élder Hunter viajó otra vez a Jerusalén en enero de 1987, el alcalde Kollek le aseguró que las aprobaciones de la inspección del centro estarían listas en pocas semanas para permitir el alojamiento de los estudiantes y maestros de la Universidad Brigham Young en la sección terminada del edificio. Dos meses más tarde, David Galbraith envió un telegrama al élder Hunter con el siguiente mensaje:

¡Hoy, 8 de marzo, se hizo historia! Los ochenta estudiantes que residían en el kibbutz Ramat Rachel recogieron todas sus pertenencias y tomaron el autobús. La gran mudanza se llevó a cabo en pocas horas y en un solo viaje de tres camiones y dos autobuses. … El día transcurrió sin incidentes. Nuestros amigos ortodoxos se hallarían durmiendo o quizás les hemos prestado demasiada atención. De todas maneras, estamos al fin en nuestro nuevo edificio. Esto inicia toda una nueva fase de nuestra presencia en este país. Después de haber trabajado todos estos meses en la construcción de un edificio de cemento y piedra, y al considerar cuán impresionante y grandioso es este edificio, tiene ahora un mayor significado al asumir la medida de su creación. En él respiran los estu­diantes el aliento de vida y esos fríos corredores y esos cuar­tos inertes reciben ahora un soplo de felicidad. En vez del martilleo de la construcción, se dejan oír gritos y murmullos, risas y llantos, y las paredes mismas los absorben, y al fin, todos están complacidos.

Habría de pasar más de un año antes de que el élder Hunter pudiera retornar a Jerusalén. Ese verano debió some­terse a una seria operación de la espalda, y a ello siguieron muchos meses de recuperación y rehabilitación. El 8 de mayo de 1988, el Gabinete de Israel autorizó al Ministerio de Tierras para que emitiera el contrato de arrendamiento. El élder Hunter se enteró de ello a las tres y media de la mañana si­guiente, cuando Jeffrey Holland lo llamó por teléfono para decirle: “El comité de ministros del Knesset aprobó ayer la consumación del arrendamiento para el Centro de Estudios de Jerusalén, con algunas modificaciones menores, y los medios de difusión lo han anunciado al público.”11

Seis días después, el élder Hunter, acompañado por su hijo John, el élder Faust y su esposa, y el presidente Holland y su esposa, llegaron a Jerusalén para firmar el contrato.

“Este viaje”, de acuerdo con un relato de la Rama Jerusalén, “ofreció al presidente Hunter la primera oportu­nidad de ver el centro desde que comenzó a ocuparse. En honor de este gran hombre por la visión y la energía que ha dedicado, no sólo al centro sino especialmente a los miembros de la Rama Jerusalén durante los años en que ha venido a vi­sitarles, se programó una pequeña recepción con la partici­pación de un coro formado por los estudiantes del semestre de primavera y los miembros de la rama. … A medida que el coro les saludaba cantando ‘La Ciudad Santa’, el presidente Holland entró trayendo al élder Hunter en una silla de ruedas, pues todavía se está recuperando de su operación de la espalda.”12

A las tres de la tarde del miércoles 18, el élder Hunter y sus acompañantes fueron a las oficinas del Ministerio de Tierras a firmar los documentos. Yehuda Ziv firmó en representación del Ministerio, Jeffrey Holland lo hizo por la Uni­versidad Brigham Young, y el élder Hunter firmó por la Iglesia, bajo derechos de poder. El élder Hunter escribió posteriormente en su diario: “Cuando salimos de las oficinas del Ministerio de Tierras, sentíamos como si se nos hubiera quitado un enorme peso de los hombros.”

A la mañana siguiente escribió: “Ha sido un día muy espe­cial para los administradores, los maestros y los estudiantes del Centro de Estudios de Jerusalén. El alcalde Teddy Kollek y su secretaria, Noemi Teasdale, llegaron para visitar el centro. El ha demostrado ser un buen amigo y desde el principio nos ha ayudado en diversas formas con el proyecto. La adquisi­ción del terreno, la aprobación de los planos y los inter­minables problemas que se relacionaron con la construcción, habrían sido imposibles si no hubiéramos contado con su ayuda y sus consejos.

“Una gran delegación les recibió cuando, a las diez de la mañana, llegaron a las puertas delanteras. El presidente Ho­lland les acompañó por la galería abovedada hasta el audito­rio principal, donde le explicó al alcalde las funciones del edificio, las habitaciones y los comedores, y también le hizo una demostración del impresionante órgano de tubos. Todas las ventanas dan hacia la ciudad antigua, y al ir recorriendo el edificio, el alcalde comentó repetidamente, ‘Es magnífico’, y, dirigiéndose al presidente Holland, le dijo: ‘No estaba preparado para ver un edificio tan espléndido.’“

El élder Hunter no se resignó a que sus problemas de salud le impidieran regresar a Jerusalén en mayo de 1989 para la dedicación del Centro de Estudios. El día antes de su viaje, se cayó en su oficina y se hizo un corte en la cabeza, lo cual requirió que le dieran varias puntadas, pero de todas maneras partió para Israel con su hijo Richard de acuerdo con sus planes originales. El día de la dedicación, él y otros oficiales de la Iglesia, entre ellos el presidente Thomas S. Monson y el élder Boyd K. Packer, tuvieron una entrevista con el alcalde Kollek y luego regresaron al hotel para almorzar. Más tarde, el élder Hunter se fue a su habitación para que le sacaran las puntadas de la herida.

“Cuando el Dr. Poulson Hunter me cosió la herida en la cabeza dándome siete puntadas”, escribió, “me dijo que espe­rara unos ocho días y fuera entonces al Hospital Hasada de Jerusalén. Boyd Packer dijo que él también era un doctor, así que vino a mi habitación con su nuera, Sue Packer, quien es enfermera diplomada, y en unos cinco minutos me sacó las puntadas.”

Esa tarde, a las cuatro, se reunieron en el auditorio del Centro de Estudios de Jerusalén unos cincuenta invitados para presenciar los servicios dedicatorios. El presidente Monson, Segundo Consejero en la Primera Presidencia y director del Consejo Rector de la Universidad Brigham Young, dirigió los servicios. Esta fue una ocasión muy emotiva—un sueño hecho realidad—para los discursantes: Robert C. Taylor, quien más de veinte años antes había encabezado el primer viaje de estu­dios de la Universidad Brigham Young en la Tierra Santa; Fred A. Schwendiman, el director residente a cargo de la construc­ción del centro; el élder Holland, quien recientemente había sido llamado al Primer Quórum de los Setenta después de haber sido el Presidente de la Universidad Brigham Young por nueve años; y el élder Packer, quien era miembro del Consejo Rector de la Universidad Brigham Young.

El último discursante fue el élder Howard W. Hunter, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, también miem­bro del Consejo Rector de la Universidad Brigham Young, y desde el principio representante de la Primera Presidencia en la supervisión del proyecto del Centro de Estudios de Jerusalén. Después de algunas palabras, pronunció la oración dedicatoria, en la cual expresó sus propios sentimientos y los de quienes habían trabajado y esperado por tanto tiempo la llegada de ese día:

Este edificio en el que nos encontramos sentados, se ha construido para alojar a quienes te aman y procuran aprender acerca de Ti y seguir los pasos de Tu Hijo, nuestro Salvador y Redentor. Es un edificio hermoso en todo sentido y una mues­tra verdadera de la belleza que representa. Padre Celestial, te agradecemos el privilegio de habernos permitido edificar esta casa en Tu nombre para el beneficio y la instrucción de Tus hijos e hijas.

Te suplicamos, Padre, que bendigas esta casa en todo sen­tido. Bendice la tierra sobre la cual descansa y los hermosos jardines que la rodean. Bendice sus cimientos, sus paredes, su techo y todos sus detalles. Rogamos que la protejas de todo daño y posible destrucción a manos de hombre o por causa de estragos naturales, y que la conserves siempre hermosa y digna de todo lo que es sagrado y que te pertenece.

Por tanto, Padre, nosotros, Tus hijos, te dedicamos este hermoso edificio que ha sido construido con amor por nues­tras manos, este Centro de Estudios del Cercano Oriente, con todas sus pertenencias, rogando que te sea aceptable en todo sentido y que todos los que entren en él para enseñar, apren­der o por cualquiera otra razón, reciban Tus bendiciones y puedan sentir Tu Espíritu.

11 Juntos nos comunicábamos  dulcemente


  1. Bruce R. McConkie, Doctrina Mormona (Salt Lake City: Bookcraft, 1966).
  2. Conference Report, 30 de septiembre de 1961, 79,
  3. Una porción de la información sobre la historia de la Sociedad Genealógica durante la década de 1960 se ha extraído del libro de James B. Alien y Jessie Embry, “Hearts Turned to the Fathers: A History of the Genealogical Society of The Church of Jesús Christ of Latter-day Saints”, manuscrito inédito, 1991. Ejemplares del mismo se encuentran en la Bi­blioteca Harold B. Lee, de la Universidad Brigham Young, Provo, Utah; en la Biblioteca Histórica de la Iglesia y en la Biblioteca del Departamento de Historia Familiar en Salt Lake City. Véanse también artículos sobre la genealogía en la revista Improvement Era, julio de 1969.
  4. En 1968 se organizó la compañía Management Systems Corporation (MSC), una entidad de la Iglesia encargada de los asuntos referentes a las computadoras de la Iglesia, así como de los contratos para trabajos comer­ciales. El Departamento de Sistemas de Información se estableció en 1974 con el fin de administrar todos los asuntos internos referentes a las com­putadoras, y en 1979 se disolvió la MSC. Véase Alien y Embry, “Hearts Turned to the Fathers”, capítulo 10.
  5. Douglas D. Palmer, “The World Conference on Records”, Improvement Era, julio de 1969, 7. Para fines de 1993 se habían establecido más de dos mil centros de historia familiar con el fin de atender las necesidades tanto de los miembros de la Iglesia como las de aquellos que no lo son.
  6. Seminario para Representantes Regionales, Salt Lake City, Utah, 1968.
  7. Jay M. Todd, “Élder Howard W. Hunter, Church Historian”, Improve­ment Era, abril de 1970,27.
  8. Church News, 14 de febrero de 1970, 3.
  9. La información sobre la Fundación Arqueológica Nuevo Mundo se ha tomado del libro de John L. Sorenson, “Brief History of the BYU New World Archaeological Foundation”, disertación inédita preparada para el simpo­sio sobre la Arqueología en Mesoamérica, en la Universidad Brigham Young, 1975.
  10. Ibid.
  1. La información sobre Laie, el colegio y el Centro Cultural Polinesio aparece en las siguientes fuentes: Robert O’Brien, Hands Across the Water: The Story ofthe Polynesian Cultural Center (Laie: The Polynesian Cultural Center, 1983); R. Lanier Britsch, Unto the Islands ofthe Sea: A History ofthe Latter-day Saints in the Pacific (Salt Lake City: Deseret Book, 1986); Craig Ferré, “A His­tory of the Polynesian Cultural Center’s ‘Night Show’: 1963—1983”, di­sertación de doctorado, Universidad Brigham Young, agosto de 1988; Alton L. Wade, palabras pronunciadas en un servicio espiritual en la Universidad Brigham Young—Hawai, 7 de enero de 1993, y publicado en Profile Maga-zine (BYU—Hawai), verano de 1993, págs. 4—8.
  2. “Todos son iguales ante mí”, discurso pronunciado en una charla fogonera de catorce estacas en el Centro Marriott de la Universidad Brigham Young, 4 de febrero de 1979, y reimpreso en la revista Ensign, junio de 1979, págs. 72—74.
  3. En una recepción llevada a cabo en Jerusalén en octubre de 1975, el élder Hunter se reunió con el Primer Ministro Yitzhak Rabin, quien, en 1993, viajaría a los Estados Unidos con el fin de firmar un acuerdo de paz con Yasir Arafat, jefe de la Organización para la Liberación Palestina.
  4. Una carta del élder Hyde, en la que describe sus experiencias misio­nales y que incluye una copia de su oración, se publicó en el Millennial Star, y se reimprimió en la obra de José Smith, History ofthe Church 4:454—59.
  5. Steven W. Baldridge, con Marilyn N. Roña, Grafting In: A History ofthe Latter-day Saints in the Holy Land (Israel: The Jerusalem Branch of The Church of Jesús Christ of Latter-day Saints, 1989), 19—21. De acuerdo con este libro, el alcalde de Jerusalén, Teddy Kollek, había sugerido previamente la construcción del monumento.
  6. “President Kimball Dedicates Orson Hyde Memorial Garden in Jerusalem”, Ensign, diciembre de 1979, 67—68. Para información adicional sobre el proyecto conmemorativo, véase Lucile C. Tate, LeGrand Richards: Beloved Apostle (Salt Lake City: Bookcraft, 1982), 284—85, 299—301. En el libro dice que la dedicación se llevó a cabo en domingo; sin embargo, el ca­lendario de 1979 muestra que el 24 de octubre fue miércoles.
  7. La contribución de un millón de dólares habría de costear los gastos de construcción y el arreglo de los jardines. La Fundación Jerusalén, que tuvo a su cargo el proyecto del sembrado, accedió a encargarse del mante­nimiento del jardín durante los 999 años del arrendamiento.
  8. Baldridge, Grafting In, 53—54.
  9. Naomi Shepherd, Teddy Kollek, Mayor of Jerusalem (Nueva York: Harper & Row, 1988), 102—3. Véase también Baldridge, Grafting In, 76—81.
  10. Church News, 28 de julio de 1985.
  11. Las modificaciones incluían la garantía de que nadie que tuviera alguna conexión con el centro jamás podría hacer obra proselitista en Israel.
  12. Baldridge, Grafting In,
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