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Juntos nos
comunicábamos dulcemente
El 4 DE OCTUBRE de 1972, después de la reunión de la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce en el templo, el élder Hunter escribió en su diario: “El presidente Lee se refirió al Salmo 55:’.. . Juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios.’“
Existe entre esos hombres a quienes los Santos de los Últimos Días sostienen como profetas, videntes y reveladores, un sentimiento fraternal muy especial. Cada uno de ellos ha sido llamado para dar testimonio al mundo de que Jesús es el Cristo, el Autor del evangelio, y que venció los efectos de la muerte, que por Su intermedio se efectuará una resurrección universal, y que todos los que obedezcan Su evangelio alcanzarán la salvación y la exaltación en el reino de Dios. Cada uno de ellos ha consagrado su vida y sus talentos al servicio del Señor y a la unanimidad de su apostolado. Cada uno de ellos aporta al consejo su percepción y su experiencia personal, combinadas en un todo cuando “juntos se comunican dulcemente.”
El élder Hunter nunca termina de maravillarse del privilegio que ha estado teniendo cada semana de reunirse en el templo con la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce para participar de la santa cena, suplicar al Señor en oración y deliberar sobre los asuntos pertinentes al reino del Señor. “Esa reunión del consejo en el templo es una experiencia que nos hace sentir la necesidad de ser mejores y de proceder mejor”, escribió en 1967. “Allí se manifiestan la bondad, la unidad y el amor.”
Tales expresiones suelen verse atenuadas solamente por un sentimiento de admiración al recibir tantas bendiciones, como lo revelan estos comentarios del élder Hunter: “El simple hecho de sentarme junto a este grupo de hermanos, me hace sentir inadecuado pero a la vez me inspira siempre a superarme.” “Es en momentos como éstos que advierto mi .propia insignificancia y falta de mérito para que se me permitan tales privilegios y bendiciones.” “Estas reuniones son los momentos sobresalientes de mi vida y siempre me dejan pensando por qué habré sido escogido y por qué es que tengo el privilegio de ser parte de este consejo.” “Hoy salí del templo, tal como en otras ocasiones, sintiéndome inadecuado y pensando por qué habré sido seleccionado para integrar este grupo. Siempre me resuelvo a mejorarme y esforzarme por ser el ejemplo que se espera que sea.”
Parte de la respuesta a su interrogación quizás se encuentre en su bendición patriarcal, la cual recibió cuando tenía veintidós años de edad y que dice: “Tú eres uno a quien el Señor conocía con anterioridad . . . Aportarás tus talentos a la iglesia y te sentarás en sus concilios, y te reconocerán por tu sabiduría y tu discernimiento.”
En 1960, como miembro del Consejo de los Doce, el presidente Kimball expresó con estas palabras los sentimientos del élder Hunter y de los otros apóstoles con respecto a su relación con el Profeta y el apoyo que les merecía:
“En las reuniones de los jueves en el templo, después de orar y de ayunar, se toman importantes decisiones, se procede a organizar nuevas misiones y estacas, se adoptan nuevos métodos y normas y se dejan de lado las noticias al considerarlas como simples especulaciones humanas. Para los que integramos estos íntimos grupos y escuchamos las oraciones del Profeta de Dios y su testimonio, para los que observamos la agudeza de sus deliberaciones y la sagacidad de sus decisiones y pronunciamientos, él es, verdaderamente, un profeta.”1
El élder Hunter se siente particularmente bendecido al haber disfrutado, casi a diario, de una entrañable asociación con cinco profetas—David O. McKay, Joseph Fielding Smith, Harold B. Lee, Spencer W. Kimball y Ezra Taft Benson—así como los consejeros de cada uno de ellos.
Poco antes de la Navidad de 1968, los apóstoles tuvieron una experiencia muy emotiva cuando juntos visitaron al presidente McKay, quien entonces permanecía enfermo en su apartamento del Hotel Utah. Comenzando con el élder Thomas S. Monson, quien era el apóstol que había sido llamado más recientemente, cada uno de ellos pronunció algunas palabras y, según las notas del élder Hunter, “dio testimonio del Profeta de Dios. Esto le causó una profunda emoción al presidente, quien sollozó y declaró que no hay en todo el mundo un grupo como éste de hermanos que se amen entre sí y que amen al Señor. Con lágrimas que le caían por el rostro, suplicó al Señor que lo hiciera digno de la confianza que le manifestaban los hermanos. Fue un momento muy emotivo y el Espíritu me reveló que estábamos en la presencia del Profeta del Señor en la tierra.”
En otra ocasión, en 1977, el élder Hunter escribió: “En el día de hoy tuve una breve entrevista con cada uno de los miembros de la Primera Presidencia. Nunca deja de asombrarme el vigor y la capacidad que poseen para llevar sobre sus hombros la pesada carga de esta Iglesia que progresa tan rápidamente. El presidente Kimball pronto cumplirá 83 años de edad y es tan activo como un joven ejecutivo y, a pesar de los problemas físicos que ha tenido en el pasado, trabaja sin cesar día y noche . . .
“El presidente Tanner va a cumplir 80 años de edad en mayo. También él tiene mucho vigor y una mente muy alerta. Siempre me fascina ver con cuánta rapidez puede analizar los hechos más complicados, identificar cuáles son los puntos esenciales y tomar decisiones incuestionables.
“El presidente Romney cumplió 80 años de edad en septiembre del año pasado … Se emocionó mucho cuando nos contó acerca de la salud debilitante de su esposa y nos dijo que no pasará mucho tiempo hasta el día en que ambos habrán de ser librados de los problemas de la ancianidad … El es uno de los hombres más dulces, bondadosos y profundamente espirituales que jamás he conocido. Yo apoyo a estos hermanos con todo mi corazón.”
Dos años después, el élder Hunter fue al hospital una noche a visitar al presidente Kimball, quien había sido operado y estaba todavía bajo cuidado intensivo. “Hablé con la hermana Kimball”, escribió, “quien me invitó a pasar a la habitación del Presidente. No me pareció oportuno visitarlo tan pronto después de su operación, pero luego me sentí feliz de haberlo hecho. El acababa de preguntar si alguno de los hermanos había ido a visitarle y, aparentemente, yo era el primero en hacerlo. Con gran vigor me tomó de la mano, hizo que me sentara a su lado y, sacándose la máscara de oxígeno, me besó.
“Yo no podía creer que tuviera tanta energía y lucidez después de tan seria experiencia. Con tono ocurrente me preguntó si le había llevado alguna tarea para hacer y le respondí que, si quería trabajar, le iría a buscar algo. Esto es algo característico en el presidente—nunca tiene un solo momento desocupado o de descanso en su constante afán por trabajar en aras de la expansión del reino.”
El interés por los demás
Cada UNO DE los hombres que ha sido ordenado al apostolado y sostenido como profeta, vidente y revelador trae consigo a su quórum y a la Iglesia virtudes y talentos especiales. Howard Hunter es considerado entre sus colegas como un hombre de sólido discernimiento y discreta sabiduría. Es muy raro que hable de sí mismo y de sus realizaciones o que comparta sus íntimos sentimientos personales. Su interés primordial está en las realizaciones, los sentimientos y el bienestar de los demás.
En una reunión de capacitación para Autoridades Generales, el élder Marvin J. Ashton se refirió a una experiencia que el élder Hunter les había contado a sus hermanos: “Había tenido una entrevista muy agradable con cierta pareja a la que había casado en el templo treinta años antes, y dijo, ‘Me agradó que me contaran acerca de sus hijos, sus respectivos hogares, sus actividades y donde vivían.’“ Y el élder Ashton agregó: “Si así lo hubiera querido, bien podría él haber hablado durante toda la entrevista de sus treinta y dos años como miembro del Consejo de los Doce.”
El élder Dallin H. Oaks cuenta sobre la vez en que le presentaron al élder Hunter, en febrero de 1953. En esa época, el élder Oaks residía en Chicago, Illinois, y el élder Hunter había ido en compañía del élder LeGrand Richards con la asignación de dividir la Estaca Chicago, organizar dos nuevas estacas y escoger a las presidencias respectivas. Poco después de haber llegado, un viernes por la tarde, el élder Hunter recibió la noticia de que su padre había fallecido en California.
“Mas no se anunció nada sobre el particular”, dijo el élder Oaks. “El élder Hunter continuó con las entrevistas con mucho aplomo y sin atraer la atención a sí mismo.” El domingo por la noche, después de las sesiones de la conferencia (durante la cual se sostuvo al élder Oaks como segundo consejero en la presidencia de la nueva Estaca Chicago Sur), el élder Hunter tomó el avión a Los Angeles para acompañar a su madre y a su hermana. El martes siguiente, después del funeral en el Barrio Walnut Park, pronunció la oración dedicatoria del sepulcro de su padre.2
Los Doce Apóstoles y todos los que con ellos trabajan saben que el élder Hunter analiza cuidadosamente toda cuestión antes de ofrecer sus opiniones, conclusiones o soluciones, debido, sin duda, a su experiencia en la abogacía. Sabe escuchar con atención cuando los demás expresan sus opiniones y sentimientos, y si el consenso no es general o si alguno en el grupo tiene una idea divergente, prefiere postergar la deliberación sobre el tema antes de llevarlo a votación. Pero cuando llega el momento de tomar una decisión, todos saben que la recomendación del élder Hunter será equitativa y directa. A veces, después de escuchar las opiniones y recomendaciones de los demás, suele conducir la deliberación en una dirección totalmente distinta a fin de señalar otras consideraciones y consecuencias que se deben tener presentes antes de tomar una decisión final.
En una de sus reuniones, varios apóstoles lamentaban la ausencia del élder LeGrand Richards, quien se encontraba gravemente enfermo en el hospital. El pronóstico médico era que no habría de sobrevivir la crisis. El élder Hunter escuchó en silencio los comentarios desalentadores de cada uno de los presentes y cuán lamentable sería la pérdida que sufrirían si aquel amado hermano fuera llevado de entre ellos. De pronto, el élder Hunter golpeó con la mano el posabrazo de la silla del élder Richards junto a la suya y declaró enérgicamente que el élder Richards regresaría y que volvería a sentarse en su silla. El élder Richards regresó tiempo después. Su labor en la tierra no había concluido y tomó de nuevo su lugar en la sala del consejo con sus hermanos.
Los momentos de camaradería
AUNQUE LOS MIEMBROS de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce tienen muchas responsabilidades, también suelen pasar momentos de solaz y conversar sobre cosas triviales—y a ninguno le agradan más los relatos entretenidos que al élder Hunter. Después de una de sus reuniones semanales en el templo, comentó: “Hoy almorzamos todos juntos en el pequeño comedor del templo, lo cual es siempre una ocasión placentera. No sólo la comida fue agradable, sino también nuestra conversación. Las historias, el buen humor y otras expresiones son todas cosas muy especiales.”
En su diario personal, el élder Hunter se refiere a muchas de esas conversaciones, historias y ocasiones tan particulares. Una vez describió el almuerzo durante el cual una de las Autoridades Generales contó el caso de una señora que opinaba que las mujeres debían poseer el sacerdocio. Según el relato, cuando ella habló sobre el particular con el élder John A. Widtsoe, se cree que él le dijo que el profeta José Smith había estado a punto de recibir una revelación al respecto cuando lo asesinaron. Después de las risas subsiguientes de los hermanos, el presidente McKay preguntó: “¿No le dijo que fue por eso que el Señor se lo llevó?”
El presidente McKay puso en evidencia su buen sentido del humor cuando, al cumplir ochenta y ocho años de edad, les dijo a los hermanos: “He aprendido a valorar la vejez, porque ha sido una compañera fiel. No siempre lo pensé así, pero gracias a ella he podido cumplir mis setenta y cinco, mis ochenta, mis ochenta y cinco, y mis ochenta y ocho, así que voy acostumbrándome a su compañía.” Unas semanas después, el élder Hunter escribió que el presidente McKay les había dicho en la reunión en el templo que indudablemente estaba envejeciéndose, agregando: “Sé que mi juventud ha pasado ya, porque mis idas y venidas ya vinieron y se fueron.”
El día de uno de sus cumpleaños, el élder Hunter hizo un comentario que le habría agradado mucho al presidente McKay: “Hoy cumplo setenta años”, dijo, “y siempre he pensado que ésta es una edad muy avanzada; pero creo que voy a tener que cambiar mi opinión.” Dos años después, a los setenta y dos, comentó: “Al alcanzar esta edad, me he dado cuenta de que los días van acortándose cada vez más. En adelante, preferiría no tener ya cumpleaños.”
En ocasión de su viaje a la Tierra Santa en 1961, los élderes Spencer Kimball y Howard Hunter forjaron entre sí una gran amistad que perduró los veinticuatro años que sirvieron juntos en el Consejo de los Doce y que continuó durante la época en que el élder Kimball fue el Presidente de la Iglesia. El élder Hunter menciona en su diario las numerosas veces en que fueron a cenar y al teatro con sus respectivas esposas.
En cierta oportunidad, en 1964, los Kimball estaban de vacaciones en la cabana de un amigo en el Cañón Big Cotton-wood, al este de Salt Lake City, e invitaron a cenar con ellos a los Hunter y al presidente Tanner y su esposa. El élder Hunter se refirió a esa velada de esta manera:
“Salí temprano de la oficina y fui a casa a buscar a Clairé. Luego pasamos a buscar a los Tanner, y juntos nos dirigimos hacia el cañón. Cuando llegamos, el presidente y la hermana Kimball nos esperaban con una cena exquisita, después de la cual los seis caminamos hasta la cascada Donut.Cuando regresamos, estaba ya obscuro y no pudimos entrar en la casa porque la puerta estaba cerrada con llave y ésta había quedado adentro. Spencer fue en su automóvil hasta un teléfono público y le indicaron dónde podía encontrar otra llave.” Más tarde, una vez dentro de la cabana, “pasamos una noche agradable alrededor de la mesa, cantando canciones con el acompañamiento de Spencer en el clavicordio y escuchando el relato de los Kimball acerca de su reciente viaje a las misiones de América del Sur.”
“Por lo demás, hermanos
… sed de un mismo sentir”
EN SU SEGUNDA epístola a los corintios, el apóstol Pablo termina diciéndoles: “Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” (2 Corintios 13:11.) Estas palabras, escritas hace dos mil años, describen fidedignamente a los líderes de la Iglesia en esta dispensación.
Quizás no haya mejores ejemplos de la unanimidad y la unión que existe entre las Autoridades de la Iglesia en estos últimos días que la ocasión en que todos confirmaron, sin vacilar, la revelación recibida en 1978 de “que se puede conferir el sacerdocio a todos los varones que sean miembros dignos de la Iglesia sin tomar en consideración ni su raza ni su color”, y las veces en que un profeta es llevado de la tierra y se aparta a otro para que continúe siendo el portavoz del Señor sobre la tierra.
Antes de recibir dicha revelación, el presidente Kimball había hablado extensamente durante varios meses con los miembros de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce en forma colectiva e individual. El élder Hunter se refirió en su diario a una ocasión en la cual el profeta lo llamó a su oficina para conversar con él durante una hora sobre el particular. “Pude percibir”, dijo, “su íntima preocupación y su deseo de acatar estrictamente la voluntad del Señor.”
El élder Bruce R. McConkie escribió acerca de la reunión en la que todos los hermanos “escuchamos la misma voz y recibimos el mismo mensaje desde lo alto”:
“Sucedió en un día glorioso de junio de 1978. Todos nos encontrábamos en la sala superior del Templo de Salt Lake, orando fervorosamente, suplicándole al Señor que nos manifestara Su pensamiento y voluntad concerniente a quiénes debían tener el derecho de recibir Su santo sacerdocio. Nuestro portavoz en la oración fue el propio presidente Kimball, quien expresó a ese Dios, cuyos siervos somos, los deseos de su corazón y del corazón de cada uno de nosotros.
“En su oración, el presidente Kimball pidió que todos fuéramos purificados y librados de nuestros pecados a fin de que pudiéramos recibir la palabra del Señor. Consultó al Señor libre y sinceramente, recibió una declaración mediante el poder del Espíritu, y lo que dijo le fue inspirado de los cielos. Ese fue uno de esos momentos poco comunes en que los discípulos del Señor están en perfecta unión, cuando todos los corazones laten al unísono y el mismo Espíritu arde en todo pecho.”3
“Después de la oración”, escribió el élder Hunter, “se manifestaron entre los hermanos muchas expresiones de amor y gratitud. Comentamos también sobre el sentimiento que nos unía a todos, de que muy rara vez, si es que acaso había existido jamás, se percibió tanta unanimidad en el consejo.”
Una semana después se leyó a los hermanos el enunciado escrito de la revelación, y el élder Hunter comentó en su diario que “varios se refirieron al poderoso testimonio del Espíritu que se manifestó el jueves y a cómo ello había confirmado el origen divino de la revelación.” Temprano a la mañana siguiente—el viernes 9 de junio de 1978—se leyó el documento en presencia de todas las Autoridades Generales durante una reunión de ayuno, “una reunión profundamente espiritual con grandes emociones y muchas lágrimas, en la cual los hermanos expresaron su amor por todos los hijos de Dios y dieron testimonio de que el presidente Kimball es un profeta de Dios. Esa fue una reunión que jamás habré de olvidar.”
En pocas horas, los medios de información propalaron al mundo la noticia, y los Santos de los Últimos Días en todos lados sintieron las mismas emociones y el mismo gozo que los que habían participado en esta gloriosa manifestación.
Algunas de las experiencias de intensa confirmación espiritual vividas por el élder Hunter y sus hermanos en el Consejo de los Doce han tenido lugar en los momentos cuando ha fallecido un amado profeta y uno de ellos es entonces apartado y sostenido como el nuevo presidente, profeta, vidente y revelador.
El fallecimiento del presidente David O. McKay, en enero de 1970, no fue algo totalmente inesperado, siendo que su salud había estado decayendo gradualmente por varios años. (Véase el capítulo 10.) Pero la muerte de los dos profetas siguientes llegó repentina e imprevistamente.
El domingo 2 de julio de 1972, el élder Hunter escribió que, como no tenía asignación de asistir a ninguna conferencia de estaca, dedicó su tiempo libre a trabajar en su genealogía. Esa noche, poco antes de las diez, un oficial de la Iglesia le informó por teléfono que el presidente Joseph Field-ing Smith había fallecido a las nueve y media. “Esta fue una noticia devastadora, porque él no había estado enfermo”, agregó el élder Hunter. Después de describir lo que le refirieron con respecto a los últimos breves momentos del presidente Smith, concluyó: “Muchas veces he pensado acerca de la condición de los seres trasladados, y esta noche he podido sentir que ése es el modo en que el presidente ha pasado de esta vida a la inmortalidad, sin sufrir la muerte.”
El presidente Smith había sido el líder del élder Hunter en el Consejo de los Doce durante diez años y luego el Presidente de la Iglesia por dos años y medio. “Nuestra íntima asociación ha enriquecido mi vida”, escribió el élder Hunter, “por lo cual estoy muy agradecido.”
Los apóstoles se reunieron en el templo después del funeral y Harold B. Lee, quien era el apóstol de mayor antigüedad, fue sostenido como Presidente de la Iglesia, con Nathan Eldon Tanner y Marión G. Romney como consejeros en la Primera Presidencia. Una vez que estos hermanos fueron ordenados y apartados, el élder Hunter escribió: “El Espíritu … dio testimonio a cada uno de nosotros de que, lo que había sido hecho, era la voluntad del Señor.”
Sólo dieciocho meses más tarde volvería a presenciar la transferencia de la presidencia, cuando el presidente Lee falleció inesperadamente. Al recibir la noticia, en la noche del viernes 26 de diciembre de 1973, los Hunter se encontraban en Ojai, California, celebrando la Navidad con su familia en la casa de John. El élder Hunter se comunicó por teléfono con los presidentes Tanner y Romney y les dijo que regresaría a Salt Lake al día siguiente. Entonces conversaron con su esposa y con John, Louine, Richard y Nan hasta la medianoche.
“Les conté acerca de las deliberaciones del Consejo de los Doce en ocasión del fallecimiento del presidente McKay y del presidente Smith, y la manera en que se eligió a sus sucesores”, escribió. “Claire y yo les comunicamos entonces que nuestros planes eran compartir con ellos y sus hijos nuestras propiedades. . . . Nos sentimos muy felices por la forma en que expresaron su amor mutuo y sus planes para el futuro y la eternidad. Esta fue una experiencia muy especial y gratifi-cadora.”
El sábado 29 de diciembre, un día frío y lluvioso, el élder Hunter asistió con las demás Autoridades Generales al funeral llevado a cabo en el Tabernáculo y luego a los servicios de la dedicación de la sepultura en el cementerio de Salt Lake City “El fallecimiento del presidente Lee continúa siendo para mí una gran sorpresa”, escribió esa noche en su diario personal, “y me parece increíble que ya no esté entre nosotros. Aunque sólo sirvió como presidente unos dieciocho meses, recordaremos para siempre su carácter de líder y sus vigorosos programas.”
En la tarde del siguiente día, los apóstoles se reunieron una vez más en el Templo de Salt Lake para escoger a un nuevo presidente. Spencer W. Kimball, el principal de los apóstoles, fue ordenado y apartado Presidente de la Iglesia, con el presidente Tanner y el presidente Romney como sus consejeros. “Nunca había escuchado yo al consejo deliberar con tanta unidad y armonía”, escribió el élder Hunter, describiendo luego el procedimiento. “Nunca olvidaré el dulce espíritu de esta ocasión y el gran amor y la amabilidad demostrada entre los hermanos.”
Como Presidente de la Iglesia, Spencer W. Kimball estableció un ritmo extraordinario para las Autoridades Generales y para todos los Santos de los Últimos Días al exhortarles a que prolongaran el paso. Y él mismo dio el ejemplo en ello. En una reunión en el templo, en diciembre de 1980, se anunció que, una vez que todas las estacas autorizadas se hubieran organizado, el número de las mismas en la Iglesia llegaría a 1,244. En su diario, el élder Hunter comentó: “Cuando se mencionó que la mitad de este número de estacas se había organizado desde que el presidente Kimball ocupó su cargo al frente de la Iglesia, él dijo: ‘¿Seguimos adelante?’“
Aunque el presidente Kimball padeció de mala salud en los últimos años de su presidencia, nunca dejó de inspirar a la Iglesia y, en particular, a sus colegas en los quórumes directivos, a medida que alargaran su paso. Por eso, cuando el martes 5 de noviembre de 1985 informaron al élder Hunter y a los otros miembros del Consejo de los Doce que el presidente Kimball se encontraba en grave estado, el anuncio “cubrió de tristeza las oficinas.” A las diez y media de la noche, el élder Hunter recibió la noticia de que el presidente Kimball había fallecido.
Al día siguiente, en horas de la mañana, los apóstoles se reunieron en el Templo de Salt Lake. El presidente Gordon B. Hinckley, quien entonces era el Segundo Consejero en la Primera Presidencia, siendo que el presidente Romney, el Primer Consejero del presidente Kimball, se encontraba enfermo, tomó su lugar entre los Doce al lado del élder Hunter, junto a quien se había sentado por veinte años, desde 1961 a 1981. A ambos, al élder Hunter y al élder Hinckley, se les asignó que se reunieran con la familia Kimball y luego con los departamentos responsables de los varios aspectos del funeral.
Una tormenta pronosticada para el sábado 9 de noviembre, el día del funeral, no se produjo hasta momentos antes de efectuarse los servicios dedicatorios de la sepultura en el cementerio de Salt Lake City, cuando una lluvia de granizo azotó la zona. En su diario personal, el élder Hunter escribió ese día: “Un gigantesco roble ha caído. Durante su administración y bajo su liderazgo, se registraron mejoras en cada departamento de la Iglesia—en el número de miembros, en la obra misional, en la edificación de templos y en las funciones administrativas. Su lema de ‘alargar el paso’ llegó a ser un sinónimo de su vida.”
En la tarde del día siguiente, en la reunión en el templo, las Autoridades Generales sostuvieron a Ezra Taft Benson, el apóstol de mayor antigüedad en el quórum, como presidente, profeta, vidente y revelador de la Iglesia, con los presidentes Hinckley y Monson como consejeros. Quedando entonces como su sucesor en el Consejo de los Doce, el élder Romney ocupó el cargo de presidente del mismo, mas a causa de su frágil estado de salud, el élder Howard W. Hunter, quien le seguía en antigüedad, fue sostenido como Presidente en Funciones. Ese mismo día en el templo, el presidente Hunter ordenó y apartó el presidente Benson, después de lo cual el presidente Benson apartó a sus dos consejeros. Luego, con la asistencia de los Doce, el presidente Hinckley apartó al presidente Hunter y le dio una bendición.
A fines de ese año, el presidente Hunter hizo un resumen de todos los acontecimientos y concluyó diciendo: “Con los cambios producidos en cuanto a mis deberes, no sé todavía cuáles serán mis asignaciones, pero no olvidaré la promesa que hice antes de la conferencia general en la cual me sostuvieron como miembro del Consejo de los Doce, y pienso cumplirla lo mejor que pueda.” Su promesa había sido: “Estoy dispuesto a dedicar mi vida y todo lo que poseo a este servicio.” Antes de ser apartado como presidente en funciones de los Doce, él tuvo que demostrar varias veces esa disposición para dedicar al Señor y a la Iglesia su vida y su todo, pero en los días que siguieron habría de ser puesto a prueba mucho más.
- Spencer W. Kimball, Instructor, agosto de 1960,256—57, como lo citara Ezra Taft Benson en un artículo para conmemorar el 150 aniversario de la organización del Consejo de los Doce, Church News, 27 de enero de 1983, pag. 3.
- Will Hunter había gozado de buena salud hasta un poco tiempo antes de su muerte, cuando sufrió una hemorragia cerebral. Falleció tranquilamente, sin recobrar el conocimiento, a los ochenta y tres años de edad.
- Bruce R. McConkie, “The New Revelation on Príesthood”, Priesthood (Salt Lake City: Deseret Book, 1981), 126.
























