3
La secundaria, el trabajo y un crucero
EN ENERO DE 1922 Howard se graduó del octavo grado escolar y entró en la Escuela Secundaria de Boise, donde se anotó para estudiar historia antigua, medieval y norteamericana, tres años de idioma inglés, botánica, zoología, física, química, álgebra, geometría plana, dos años de idioma francés y capacitación en artes manuales.
Teniendo la opción de inscribirse en educación física o en el Centro de Entrenamiento de Oficiales de la Reserva (ROTC), escogió esto último y le dieron un uniforme militar que debía vestir durante las horas de escuela. En su primer año se le confirió el grado de teniente segundo y luego de teniente primero. Fue comandante del pelotón que debió escoltar el primer tren que entró en la nueva estación de Boise, el 6 de abril de 1925, cuando se terminó de construir la línea ferroviaria. Al año siguiente, al ser ascendido a capitán, pasó a ser el comandante de su compañía y después, en ocasión de su último desfile oficial, se le ascendió a mayor, el grado más alto del ROTC a nivel secundario. Recibió numerosos premios y se clasificó en la artillería de la Fortaleza de Boise como tirador de primera.
Siendo que trabajaba después de las horas de clase y los sábados, y que también tenía mucho interés en la música, Howard no tenía tiempo para otras actividades escolares. Participaba, sin embargo, en programas de servicio cuyo propósito era estimular y cultivar el espíritu de apoyo y de lealtad de los estudiantes, y otro auspiciado por la Asociación de Jóvenes Cristianos, que fomentaba las normas del cristianismo en la escuela y en la comunidad. También participaba en el Club Radiofónico, el cual enseñaba a sus socios el arte de la radiotelefonía para aficionados.
Howard tampoco tenía tiempo para salir con jovencitas, aunque por cierto que atraía la atención de muchas de ellas. Dorothy, que era muy avispada, no estaba segura de si sus amigas estuvieran interesadas en ella o en su agraciado hermano. Con frecuencia las jóvenes le preguntaban: “¿Estarás en tu casa esta tarde?” Cuando Dorothy les respondía que sí, era casi seguro que la visitarían—con la esperanza de que Howard estuviera también allí.
Cuando iban las orquestas a Boise, las amigas de Dorothy esperaban que Howard las invitara a bailar, pero él por lo general prefería ir solamente para escuchar la música.1
Tres de las jóvenes con quienes salió en cita fueron Harriett Rinehart, sobrina de la popular novelista Mary Roberts Rinehart; Rosemary Brunger, a quien acompañó cuando la coronaron “Miss Idaho” en 1925; y Eunice Hewitt, su amiga predilecta en la secundaria y por un año después de su graduación.
Un trabajador ambicioso
HOWARD CASI SIEMPRE tuvo un empleo después de las horas de clase y en el verano. Uno de sus primeros trabajos fue en el Idaho Country Club, en el camino Valley, a poco más de seis kilómetros al oeste de su casa, donde les llevaba los palos a los golfistas en la época en que iba a la Escuela Lowell y aún más tarde cuando era estudiante de la secundaria. Se iba al club en su bicicleta y solía hacerlo temprano para nadar en la laguna a la que se zambullía en busca de pelotas de golf, y recibía diez centavos por cada una que recuperara.
Los caddies ganaban entonces treinta centavos por ronda, así que en un día que pudiera completar cuatro rondas, Howard ganaba un dólar y veinte centavos. A veces le hacía de caddy a algún golfista profesional, de quien lograba aprender mucho y en una ocasión salió primero en el torneo anual de caddies. También tuvo la oportunidad de conocer a varios hombres de negocio importantes que tiempo después iban a serle de gran ayuda.2
El siguiente empleo de Howard fue en la Farmacia Owyhee, en el centro de Boise, donde debía preparar las gaseosas y los helados. Cuando no había mucha gente a quien atender, Howard ayudaba al farmacéutico a preparar algunas recetas médicas y luego iba en su bicicleta a entregarlas a domicilio. Un día llegó a la farmacia un representante de la Escuela Internacional de Comercio y le dijo a Howard que si conseguía que el farmacéutico le permitiera colocar un anuncio publicitario en la vidriera, podría recibir el curso de farmacia por correspondencia. El propietario consintió y Howard, que había estado pensando en seguir la carrera de medicina, comenzó con el curso. “Torné las clases de toxicología”, recuerda, “pero no pude completar el curso. Siempre me lamenté de no haberlo hecho.”
En el otoño de 1923, la familia Hunter hizo su primer viaje hasta el sur de California para visitar a Edward y Sarah Eliza (Lyde) Nowell, tíos de Will, quienes vivían en Huntington Park, uno de los suburbios de Los Angeles. La palmeras, el océano y la floreciente metrópolis con sus pujantes industrias del cine y el petróleo, dejaron una indeleble impresión en todos los miembros de la familia—tanto, que cinco años después se establecieron en aquella región.
Cuando regresaron a Boise, Howard no asistió a la escuela por el resto de ese año y trabajó en la sección de avisos clasificados del Evening Capítol News, atendiendo el teléfono, redactando avisos y preparando las cuentas.
Howard retornó a la escuela en enero siguiente y empezó un nuevo trabajo en el Idanha, el hotel principal de Boise. Tenía que operar el ascensor y oficiar como botones durante la primera hora y como telefonista en la segunda. Después se vestía con el uniforme de conserje e iba a la estación del ferrocarril en el autobús del hotel a buscar pasajeros y ayudarles con el equipaje. Llegados al hotel, y mientras la recepcionista anotaba el nombre de los huéspedes, Howard se cambiaba al uniforme de botones y los conducía a sus respectivas habitaciones. Durante la última hora de su jornada se volvía a cambiar la ropa y vaciaba los canastos de basura, limpiaba y lustraba las salivaderas y lavaba los pisos.
“A veces algunos jóvenes conocidos pasaban por el hotel en camino a los bailes o fiestas”, comenta, “y yo me sentía avergonzado cuando me veían en ropas de trabajo.”
Uno de sus empleos favoritos fue el de la tienda de artículos vocacionales. Todas las mañanas antes de ir a la escuela pasaba a limpiar la tienda y después de clase volvía a trabajar armando marcos para cuadros y cortando papel y vidrio. Los propietarios, una pareja de apellido Faust, eran artistas y le enseñaron, entre otras cosas, a enmarcar acuarelas con efectos plateados en lugar de dorados, pero como no podía distinguir bien los colores, Howard seleccionaba las varillas mecánicamente. Gracias a aquel empleo, desarrolló muchas habilidades y aprendió a valorar las artes de un modo que le sería de gran ayuda por el resto de su vida.
“Hunter’s Croonaders”
(Los Vocalistas Sentimentales de Hunter)
DURANTE EL SEGUNDO año de escuela secundaria, Howard entró en un concurso de ventas auspiciado por la Compañía de Música Sampson. Al comprar mercadería en esa tienda, los clientes recibían un punto por cada dólar que gastaban y podían designar quién, de entre los jóvenes participantes, habría de recibir tales puntos. Howard recomendaba a todos sus amigos y conocidos que compraran en la compañía Sampson y con los puntos que le acreditaron se ganó el segundo premio: una marimba. Al poco tiempo había logrado aprender a tocarla lo suficientemente bien como para actuar en la escuela, la iglesia y en otros programas, y finalmente como integrante de una orquesta bailable.
“En su mayoría, las orquestas no eran tan grandes como para tener una marimba, a menos que el ejecutante pudiera también tocar otros instrumentos”, explicó Howard. “Así que también empecé a tocar los de percusión. A medida que fui actuando más y más a nivel profesional, empecé a tocar el saxofón y el clarinete, y más tarde la trompeta.” También tocaba el piano y el violín, instrumentos que estudió por casi un año en la escuela primaria.
En el otoño de 1924, después de haber tocado con varias orquestas, Howard formó su propio grupo al que denominó “Hunter’s Croonaders” (Los Vocalistas Sentimentales de Hunter). En noviembre y diciembre de ese año actuaron en seis bailes, mientras que en 1925 la orquesta tocó en cincuenta y tres ocasiones en salones públicos, restaurantes, fiestas y recepciones de casamiento, escuelas, iglesias, clubes cívicos y asociaciones estudiantiles. La mayor parte de sus actuaciones fueron en Boise y en pueblos vecinos, pero en ocasiones también tocaban en lugares más alejados. Fue durante uno de esos viajes que Howard apenas se escapó de una muerte segura.
El grupo regresaba, en horas del amanecer, de un baile en una ciudad minera de las montañas al norte de Boise. El automóvil abierto en el que viajaban iba subiendo una colina empinada cuando, de pronto, debieron esquivar otro vehículo que venía en dirección contraria. El conductor logró saltar, pero Howard no consiguió hacerlo. El automóvil dio tres vueltas en la pendiente hasta llegar a un arroyo al pie de la misma, arrojándolo antes de detenerse. Howard quedó atrapado en la arena debajo del vehículo, pero como una punta de éste quedó apoyada en una enorme roca, no le quedaron sino algunas magulladuras.
Los músicos que iban en otro automóvil detrás de ellos, corrieron hasta el lugar y entre todos levantaron el coche para que Howard pudiera arrastrarse hasta quedar a salvo. Aturdido por el golpe, se levantó, dio algunos pasos y, desvaneciéndose, cayó al suelo. Sus compañeros lo llevaron hasta la carretera y sintieron un gran alivio cuando Howard volvió en sí y pudo ponerse nuevamente de pie. Lo único que se rompió fue uno de los tambores de la batería, al que había amarrado sobre el estribo del automóvil. El instrumento quedó, dijo, »irreconocible.”
Después de permanecer algunos días en cama, el joven Howard pudo reintegrarse a sus actividades regulares y, una semana después del accidente, la orquesta actuó en otro baile.
Howard no fue el único miembro de su familia que tuvo un grave accidente automovilístico. En su historia personal escribió:
“En 1926 nuestro automóvil, el Hupmobile, empezó a dar muestras del paso de los años y había recibido algunas abolladuras. En él había aprendido yo a manejar y Dorothy quería hacer lo mismo. Cierto día, cuando regresábamos de la Escuela Dominical, Dorothy convenció a mamá de que le permitiera manejar el auto. Sentándose al volante como si supiera lo que estaba haciendo, nos llevó a casa. Al entrar en dirección a la cochera, preguntó llena de entusiasmo: ‘¿Qué hago ahora para detenerlo?’ Al instante, nos estrellamos contra las puertas de la cochera, arrancándolas de sus bisagras y el automóvil se detuvo al chocar contra la pared del fondo.
“Papá salió corriendo de la casa para ver qué pasaba y, según lo recuerdo, no quedó muy contento con lo que vio. Poco después cambiamos el auto por un nuevo Overland Whippet Sedan, el cual nos llenó de orgullo.”
En su último año de la secundaria, Howard redujo considerablemente sus actuaciones musicales, tocando sólo en veintitrés bailes. Su meta principal era terminar la escuela y ahorrar dinero para la universidad. El 3 de junio de 1926 se graduó de la Escuela Secundaria de Boise y en el verano trabajó como ayudante del encargado de la fuente de sodas de la Compañía Farmacéutica Ballou-Latimer.
Un crucero por el Oriente
HACIA FINES DE 1926, a Howard le ofrecieron un contrato para la actuación de su orquesta de cinco componentes durante una excursión marítima en el barco de pasajeros S.S. President Jackson, de la Línea Admiral Oriental. Para un joven que sólo había viajado hasta Utah y California para visitar a sus familiares, ésta sería una emocionante oportunidad para conocer una exótica región del mundo, y a la vez recibir un sueldo por hacer algo que tanto disfrutaba—tocar música. En el viaje, su grupo debía proveer música clásica durante la cena, música de fondo durante las películas cinematográficas y música popular en las actividades bailables.
Howard escogió a cuatro músicos para que fueran con él: uno tocaba el piano, otro el saxofón tenor y el clarinete, otro la trompeta, y el cuarto el violín y el banjo—cada uno de los cuales podía también tocar muchos otros instrumentos. Howard tocaba el saxofón alto y el soprano, el clarinete, la trompeta y la batería, así que preparó un repertorio y comenzaron a ensayar.
El jueves 30 de diciembre, Will y Nellie Hunter llevaron a su hijo de 19 años de edad a la estación ferroviaria de Boise donde esperaban los otros miembros de la orquesta para emprender el viaje esa noche hasta Seattle, estado de Washington. Y en el último día del año los cinco abordaron su nuevo “hotel flotante”, que se hallaba en la Ensenada Smith de Seattle.
Siendo que el barco no había de zarpar sino hasta cuatro días más tarde, Howard aprovechó para visitar varios lugares, entre ellos, la Universidad de Washington. Esa noche escribió en su diario personal: “Por mucho tiempo he deseado asistir a esta universidad. Sus jardines y edificios son hermosos y también lo son, pude notar, las estudiantes. He hecho los arreglos para matricularme y para que se transfieran mis papeles de la Escuela Secundaria de Boise.”
El 5 de enero, al momento de zarpar, escribió: “Se arrojaron miles de rollos de serpentina entre los pasajeros y la gente que nos despedía desde el muelle. A las once en punto sonó la sirena del barco, se recogieron las pasarelas, y la nave comenzó a alejarse en medio de las exclamaciones y gestos de despedida.”
El barco navegó serenamente por el canal Puget, ancló por dos horas en Victoria, Columbia Británica, Canadá, y prosiguió a través del estrecho de Juan De Fuca hasta entrar en el Pacífico. Al caer la noche, los músicos permanecieron en cubierta “contemplando … hasta que desapareció la luz del último faro.”
Aquélla había de ser la última vez que, por mucho tiempo, disfrutarían de una navegación tranquila. Era pleno invierno en el Pacífico norte y esa misma noche se produjo una gran tormenta. A la mañana siguiente el barco se sacudía violentamente en el agitado oleaje. “Casi todos los pasajeros se enfermaron”, anotó Howard. “Se comenta que el mismo capitán está mareado por primera vez en veinticinco años.” Cuando seis días después el barco atravesó la línea meridiana internacional y se perdió así un día calendario, agregó: “Los que están enfermos habrían preferido perder toda una semana.”
Finalmente el mar se calmó. El jueves 13 de enero la nave cruzó el meridiano 180 y se internó en aguas del oriente; esa noche los Hunter’s Croonaders tocaron en su primera fiesta de gala, la cena y baile de disfraces del Meridiano, en la que los pasajeros vestían indumentaria representando creaciones marinas imaginarias y verdaderas. Desde ese momento en adelante, tuvieron una serie de programas, fiestas, proyecciones cinematográficas y otras actividades.
En la noche del domingo 16 de enero, cuando Howard subió a la cubierta de proa, el marinero de guardia le señaló una luz lejana y le dijo que estaban aproximándose a tierra. “Durante once días”, escribió luego, “no hemos visto otra cosa más que agua, a excepción de dos ballenas y las dos gaviotas, Pat y Mike, que nos han seguido desde Seattle. Estas se aposentan en el agua y luego nos siguen, alimentándose con los desperdicios que arroja el barco.”
Temprano en la mañana siguiente el barco entró en la Bahía de Tokio y ancló en Yokohama. Tan pronto como se les permitió hacerlo, Howard y dos de sus compañeros fueron a la estación ferroviaria y tomaron el tren a Tokio, a unos cincuenta kilómetros de distancia. En esa ciudad tuvieron una experiencia muy particular, la que describió de esta manera en su diario:
“Tokio es una hermosa ciudad y la gente parece ser muy amigable, pero todos están de duelo por la muerte del emperador Yoshihito. Sus restos están en un gran templo budista, cerca del Palacio Real. Fuimos al palacio y formamos fila para poder entrar al templo y presenciar el funeral del Emperador … Su hijo mayor, Hirohito, que será su sucesor, vino al lugar mientras nosotros nos hallábamos allí. Para que caminara con su cortejo real, iban desenvolviendo una larga alfombra roja desde su automóvil hasta el féretro adentro del templo.”
Dondequiera que se encontrara, Howard conquistaba amigos. A bordo del barco había conocido a Jack Carlton, quien estaba estudiando en los Estados Unidos e iba a visitar a sus padres en Shanghai. Jack acompañó a Howard y a sus amigos durante su visita a Tokio y una noche sus padres los invitaron a un restaurante de suki-yaki en Yokohama donde, sentados en alfombras de esterilla en un cuarto enclaustrado de cortinas, comieron platillos exóticos servidos por jóvenes japonesas vestidas con coloridos kimonos.
A la mañana siguiente, después de una excursión por Yokohama, ciudad que había sido seriamente afectada por un terremoto, Howard escribió: “La gente aquí viste y actúa en forma diferente, y es muy curiosa al notar nuestra ropa de estilo occidental y que hablamos otro idioma.”
En las semanas siguientes Howard habría de ver a mucha gente que vestía en forma diferente y que hablaba diferentes idiomas. También vería cosas muy distintas de las que jamás hubo imaginado cuando por las noches tenía aquellas sesiones con su padre para “visitar” tantos lugares extraños con la ayuda del atlas y la enciclopedia.
En Kobe, Japón, tomó el tranvía hasta la cumbre del monte Maya, donde pudo ver varios centenares de santuarios y templos dedicados a Maya Fujin, la madre de Buda, y observar a los peregrinos que llegaban al sagrado lugar. Navegando por el mar interior que separa las islas principales de Japón pudo admirar las montañas de un verde brillante y un mar hormigueante de veleros, sampanes y juncos—todo ello en absoluto contraste con las colinas desnudas y el panorama desértico de los alrededores de Boise.
El sábado 22 de enero el barco entró en el estuario del río Hwangpu y echó anclas en el embarcadero principal, a unos diez kilómetros de Shanghai, la mayor ciudad de China y uno de los principales puertos del mundo. El país se encontraba al borde de una revolución al cabo de un período de inestabilidad que había sido maquinado por Chiang Kai-shek en coalición con nacionalistas, asesores soviéticos y comunistas. La propia Shanghai estaba dividida en dos sectores—una parte era gobernada bajo la soberanía china y la otra por el Establecimiento Internacional y la Concesión Francesa. En su diario, Howard escribió:
Hay una guerra civil y las acciones bélicas entre ambos ejércitos tienen lugar precisamente en las afueras de la ciudad. Las tropas nacionalistas, bajo el mando del Generalísimo Chiang Kaishek, han sitiado Shanghai. En el río hay tres barcos de las Fuerzas Navales de los Estados Unidos para proteger los intereses norteamericanos, y hemos visto embarcaciones francesas, japonesas, italianas, y dos de la marina británica, todas en estado de alerta.
Jack [Carlton] vive en el sector de la Concesión Francesa de la ciudad y su familia está muy preocupada por la guerra. Parece haber un marcado sentimiento antagónico hacia los extranjeros. Fui al centro de la ciudad con Jack pero regresamos temprano al barco porque no nos sentíamos seguros. Esta noche, dos de los tripulantes de nuestro barco fueron golpeados severamente.
Domingo 23 de enero de 1927 . .. Jack nos llevó [a Howard y a George Jullion, su trompetista] a dar una vuelta en auto hasta la frontera entre la ciudad china y el Establecimiento Internacional. En varios lugares vimos en las calles barricadas con alambre de púas, mientras que la frontera era vigilada por soldados en ambos lados. Hoy se llamó a servicio activo tanto a la policía montada como a los reservistas franceses. Al puerto entraron otro barco de los Estados Unidos y un portaaviones británico. Parece que la lucha va a ser muy seria.
Después de almorzar en la casa de Jack, los jóvenes fueron a tomar el té en el hogar de una de sus amigas y luego con ella y otras dos jóvenes fueron a bailar en los jardines de un club. “No nos quedamos mucho tiempo allí”, escribió Howard, “porque el tránsito estaba restringido y era peligroso andar por las calles hasta muy tarde.”
El S.S. President Jackson zarpó de Shanghai ese domingo a la medianoche. Mientras el barco permanecía en alta mar, la orquesta de Howard estaba muy ocupada ensayando día y noche, tocando durante las cenas, proveyendo música de fondo para las proyecciones cinematográficas y música bailable en el salón de baile o en la cubierta.
Cuando estaban en un puerto aprovechaban a salir de visita tanto como les fuera posible, haciéndolo a veces hasta altas horas de la noche. En Hong Kong se sintieron fascinados con los preparativos para la llegada del Año Nuevo Chino, que se celebraría la semana siguiente.
El Mar de China Meridional era sereno y cálido cuando el barco cruzó hacia Manila, en las Filipinas. Allí Howard y George salieron a conocer los alrededores y otra vez entablaron amistad con muchas personas que mostraron interés en hacerles conocer la ciudad. Pat Coyle, un ex campeón filipino de golf, los invitó a cenar, y después de llevarlos de paseo por toda la ciudad los invitó a ver una competencia de boxeo. En una tienda de música se encontraron con un hombre de Boise que los llevó a almorzar y luego de paseo por la ciudad. Howard comenzó a darse cuenta de cuán pequeño es el mundo, al enterarse de que aquel hombre era el mismo que había llevado el piano a la casa de los Hunter cuando Dorothy cumplió sus ocho años.
En la última mañana que pasaron en Manila, Howard y George se encontraron también con dos de sus amigos de Boise que habían sido destinados a la base aérea estadounidense en esa ciudad filipina. Asimismo, visitaron la estación de radio conocida como la Voz de Manila, sobre la terraza del Hotel Manila, donde tocaron el piano y enviaron mensajes a su hogar por radio.3
Cuando el barco zarpó de Manila, Howard escribió en su diario: “Ya vamos de regreso a casa.” El viaje los llevaría por los mismos puertos que habían tocado en el trayecto de ida.
La nave ancló en Kowloon, en el puerto de Hong Kong, el 3 de febrero, el día del Año Nuevo Chino. “En nuestra celebración del 4 de julio nosotros encendemos un petardo a la vez”, escribió Howard, “pero aquí se prende fuego a manojos enteros o enormes paquetes para ahuyentar a los malos espíritus.”
Después de la cena esa noche, Howard y George Jullion atravesaron la bahía en el barco de transbordo hasta Hong Kong. “A medida que pasaban las horas”, escribió, “el ritmo de la celebración fue aumentando. Caminamos tanto que terminamos en una zona pobremente iluminada y alejada de las multitudes. Me sentí muy alarmado después de empujar a un chino que insistía en llevarme a visitar a una mujer. Noté que nos seguía, acechándonos desde las sombras, y me asusté. Comenzamos a caminar por el medio de la calle y con pasos apresurados, tratando de llegar hasta un lugar mejor iluminado. De pronto vimos a un policía británico que nos acompañó hasta una calle bien alumbrada desde donde podíamos llegar hasta el embarcadero y de allí a nuestro barco en Kowloon. Nunca olvidaré aquel día del Año Nuevo Chino en Hong Kong.”
En Shanghai, Jack Carlton fue otra vez el anfitrión de Howard a lo largo de un día y una noche llenos de actividades: visitas a lugares de interés, almuerzo en su hogar, refrigerio con dos amigas suyas, y cena y cine con sus padres. Más tarde esa noche, Jack y Howard fueron con las dos jóvenes al Plaza, un restaurante francés. “Esa fue la primera idea que tuve jamás de lo que es la vida nocturna parisiense, mezclada con un cierto sabor a Broadway”, escribió Howard. “La cena, la música, las coristas y el baile hicieron de la noche algo espectacular.”4
Los jóvenes regresaron al hogar de Jack a las dos y media de la mañana y pocos momentos después de haberse acostado a dormir, Howard despertó a causa de unos disparos de artillería. “La guerra está ahora cerca de la ciudad y me siento muy inquieto”, escribió.
Temprano a la mañana siguiente, los dos amigos fueron en automóvil a través de la ciudad hacia la campiña para ver una porción de la Gran Muralla China. De regreso a la ciudad, se detuvieron en el negocio del padre de Jack en el que se envasaban huevos, donde Howard quedó fascinado al ver cómo examinaban los huevos al trasluz, los separaban, los envasaban y los congelaban para enviarlos a Europa en barcos refrigerados. Cuando regresó a su barco esa tarde, se alegró de encontrarse con varias cartas de su familia, las primeras que recibía desde que partiera de Seattle cinco semanas antes.
En Kobe, la orquesta actuó en el restaurante del Oriental Hotel,5 y en Yokohama tocaron en una cena y baile del Tent Hotel. En ambas ciudades Howard compró recuerdos y regalos para la familia. “Me he quedado casi sin dinero”, escribió, “porque en cada puerto hemos aprovechado para visitar los alrededores y viajado para conocer tanto como fuera posible, sabiendo que es muy remota la posibilidad de que pueda regresar a esta parte del mundo alguna vez. La educación que he recibido bien vale lo que hemos gastado.”
Finalmente, “con los graves trompetazos de la sirena del barco a la una en punto, los estridentes pitazos de los botes de remolque y la gritería de la multitud, el barco comenzó a alejarse del embarcadero… Yokohama fue desapareciendo gradualmente a la distancia. Nos estamos alejando del Oriente fascinante y vamos de vuelta a casa. Dentro de once días estaremos en los Estados Unidos.”
El barco había recogido en el Oriente a un número de pasajeros adicionales, quienes en su mayoría eran misioneros de varias iglesias cristianas que iban siendo evacuados de la China debido a la guerra. “No son muchos los que participan en los bailes y en otras actividades”, escribió Howard, “así que los pasajeros en el viaje de regreso son más reposados.” Los misioneros constituían casi el 70 por ciento de la lista de pasajeros. Y aunque no participaban en muchas de las actividades sociales, aseguraban una considerable asistencia a los servicios religiosos. Cuando la orquesta tocaba música clásica durante la cena, se quedaban hasta más tarde para escuchar y “eran generosos con sus aplausos.”
A diferencia de las condiciones que predominaron durante el viaje de ida, el de regreso se hizo por mares relativamente calmos y con temperaturas cálidas. Al fin, después del último baile realizado el miércoles 22 de febrero, Howard empacó su batería y otros instrumentos. Su relación con la compañía naviera había llegado a su fin.
Al día siguiente, después de hacer escala en Victoria para que descendieran algunos pasajeros, el barco arribó a Seattle en las primeras horas de la tarde. Dos de sus amigos de Boise que residían en Seattle esperaban a los músicos en el puerto para llevarlos a cenar y a conocer la ciudad.
Cuando la orquesta volvió al barco la mañana siguiente para recoger sus pertenencias, se encontraron con una gran sorpresa. Howard la describe así en su diario:
“Unos oficiales de policía se presentaron en el barco con órdenes de arrestarnos. Nos hicieron subir a un vehículo policial y nos llevaron a la comisaría en Seattle sin que supiéramos nosotros por qué se nos arrestaba. Al llegar allí nos interrogaron a cada uno y entonces nos enteramos de que alguien había cometido un robo en Boise y que habían desaparecido varios instrumentos musicales. Se nos consideraba como los principales sospechosos hasta que se determinó que habíamos salido de Boise antes de que se cometiera el hecho. Al cabo de un intercambio de telegramas para verificarlo, nos dejaron en libertad. Yo traté de persuadir a los policías que nos llevaran de vuelta al barco, pero no quisieron ayudarnos y finalmente debimos tomar un taxímetro. Siendo que se nos había llevado detenidos y no estábamos a bordo cuando los oficiales de la aduana inspeccionaron el barco, pusieron nuestros equipajes y pertenencias en un depósito bajo llave.”
Los jóvenes lograron recuperar sus maletas a la mañana siguiente. Permanecieron en Seattle unos pocos días y hasta actuaron una noche en un hotel de Everett. Luego compraron por poco dinero un Oldsmobile usado e iniciaron su viaje de regreso a Boise, disfrutando del panorama en el trayecto y también actuaron en otro hotel, esta vez en la ciudad de Portland, Oregón. Dos días después de salir de Portland, el automóvil se les averió y debieron pasar la noche en una granja hasta que el padre de uno de los músicos pudiera ir a buscarlos.
El viernes 11 de marzo, diez semanas y un día después de haber abordado el tren en Boise, concluyó su viaje. Howard escribió: “Era temprano por la mañana cuando arribamos a Boise. Llamé a mis padres y vinieron a recogerme. Nunca me había parecido mi hogar tan acogedor como cuando llegamos a él. Esta era la primera vez que había estado ausente por más de unos pocos días y me sentí contento de haber regresado de un viaje que me llevó casi al otro extremo del mundo.”
El momento de las decisiones
HOWARD SE SINTIÓ muy feliz cuando al regresar a su hogar se enteró de que su padre había sido bautizado el domingo 6 de febrero, mientras él estaba ausente. Considerando la diferencia de horarios después de cruzar la línea meridional, calculó que el bautismo se había realizado el día en que su barco navegaba de regreso por el río Hwangpu hacia Shanghai.
Aunque en ocasiones solía asistir con su familia a la iglesia, no fue cosa fácil para Will decidirse a ser bautizado. Sin embargo, el obispo J. Elmer Harris había sido perseverante. Se cuenta que había comentado en cuanto a Will: “Ese hombre es un mormón, pero no lo sabe.” Con el tiempo, Will habría de consentir. Una semana después de haber regresado de su viaje al Oriente, Howard se sintió orgulloso de ir a la primera reunión del sacerdocio a la que asistía su padre.6
El joven Howard no perdió tiempo en encontrar trabajo. A los dos días de haber llegado a Boise, su orquesta tocó para una transmisión radiotelefónica en la estación KFAU y a la semana siguiente actuó con otra orquesta en bailes en Weiser y en Hagerman, Idaho, y en Ontario, Oregón. También ensayó con una orquesta formada por la Asociación de Mejoramiento Mutuo de su barrio.
El 30 de marzo se ofreció, junto con un amigo, para tocar en la cafetería de la Asociación de Jóvenes Cristianas, un lugar muy concurrido en el centro de Boise. Esa noche tocaron música clásica y popular durante la cena y fueron contratados. Howard tocaba el saxofón y el clarinete, acompañado en piano por su amigo.
También consiguió trabajo vendiendo calzados para damas y caballeros en la zapatería de la tienda Falk’s. Al fin de su primer día de trabajo escribió en su diario: “No sabía que existieran tantas clases de zapatos, pero estoy aprendiendo a conocer los detalles y qué hacer para satisfacer las necesidades de los clientes. El trabajo es placentero y estoy seguro de que me va a gustar.”
Su horario era tan exigente con los numerosos ensayos y actuaciones de la orquesta, vendiendo zapatos durante el día y tocando música durante la cena cinco noches por semana, que Howard no contaba con mucho tiempo libre. No obstante, sí encontraba la forma de salir de vez en cuando con Eunice Hewitt, quien asistía al colegio en Caldwell, a unos treinta kilómetros al oeste de Boise. Le agradaba salir a caminar con ella o llevarla a pasear en el auto Ford que había comprado poco después de su regreso—”el que a pesar de no ser un coche muy lujoso, igual resultaba ser un buen medio de transporte.” (Había tenido problemas con ese automóvil al día siguiente de haberlo comprado y tuvo que pasar dos días reparándolo.)
Equilibrar el trabajo con el placer requirió mucho esfuerzo, pero como Howard lo expresó en su diario aquella primavera: “Si todo es trabajo y nada es placer, Jack se aburre. Yo no me aburro porque hago ambas cosas.”
Ese verano, Howard renunció a su empleo en la cafetería de la Asociación de Jóvenes Cristianas porque trabajaba seis días por semana en la tienda. Además, su orquesta actuaba en el Tree Top Pavilion de Boise los martes y los jueves por la noche y en el Roseland Pavilion de Emmett en las noches de los miércoles y los sábados, y con frecuencia tocaban también en fiestas y bailes los lunes y los jueves. Dondequiera que actuaban acudía mucha gente, pero era algo muy agotador.
En su diario Howard describió uno de esos sábados: “Este fue un sábado muy singular—al trabajo antes de las nueve de la mañana—a las seis salí con rumbo a Emmett—toqué hasta la medianoche—llegué a casa a las dos y media de la mañana.” En otra ocasión explicó cuál era su secreto para poder cumplir con tan agitado horario: “Tengo que dormir apurado para poder seguir adelante.”
Cuando en el otoño cerraron los salones de baile, Howard y Glenn Scott, el gerente de decoraciones de Falk’s, decidieron arrendar un casino en el Idaho Country Club, el campo de golf donde había trabajado en su adolescencia, y convertirlo en un salón de baile con servicio de restaurante. El lugar, remodelado para que se asemejara a una mansión al estilo de las haciendas sureñas, se inauguró el viernes 7 de octubre, con la asistencia de un “gentío considerable.”
Fue Howard quien sugirió el nombre y tema del lugar. “Cuando fuimos con mi familia a Los Angeles hace tres años”, escribió en su diario, “me interesó mucho un club llamado Plantation, sobre el Boulevard Washington, donde actuaban la mayoría de las orquestas de renombre. Servían pollo frito para la cena y ofrecían buena música al estilo de las haciendas sureñas. Glenn estuvo de acuerdo conmigo en ponerle a nuestro restaurante el nombre de Plantation Roadhouse. Glenn se hará cargo de la administración y yo de la orquesta.”
Pocos días más tarde escribió: “Hemos recibidos muchas felicitaciones y a la gente parece gustarle. La comida y la música son excelentes.”
“Plantation” se hizo muy popular, pero era evidente que el negocio no podría mantener la gran orquesta de Howard. Al recibir invitaciones para que su grupo actuara en otros programas, decidió contratar a un trío musical para “Plantation” y poco después vendió su parte en el negocio.
La orquesta de Howard continuó tocando en diversos bailes de la región. También tuvo la oportunidad de actuar en el Teatro Majestic de Boise con la orquesta del grupo artístico Fanchon Marco, una revista musical ambulante. Fue entonces que le ofrecieron un contrato para proveer una orquesta que reemplazara a la de ese grupo. Su participación teatral terminó, sin embargo, cuando el gremio de músicos les comunicó que el grupo no podría actuar porque el organista del teatro no estaba agremiado.
Tratando de entretejer la música con una ganancia que le permitiera una vida mejor, Howard consiguió que lo trasladaran al departamento de música de Falk’s, donde debía supervisar las ventas a domicilio. Sus funciones incluían la demostración y reparación de receptores de radio, que estaban convirtiéndose en la fuente de entretenimiento predilecto de las familias, y la venta y mantenimiento de pianos y otros instrumentos.
En su búsqueda constante de maneras de ganar dinero, Howard tuvo la idea de imprimir grandes carteles con los horarios de trenes, autobuses, tranvías y servicios postales, incluyendo avisos de comercios y otros negocios de la comunidad. Planeaba colocar los carteles en los hoteles, las hosterías y los lugares públicos, con la esperanza de que la publicidad solventara los costos de impresión y distribución, dejando también una buena ganancia.
En enero de 1928 probó su idea en Nampa, donde le resultó moderadamente provechosa. Al mes siguiente, hizo un viaje de tres semanas a Baker, La Grande y Pendleton, en Oregón, y otra vez consiguió a varios anunciadores y distribuyó los carteles en lugares accesibles a turistas y residentes. Asimismo, en las noches sociabilizaba con sus amigos en la región, asistía a fiestas y bailes (más que nada, para observar la técnica utilizada por las orquestas), y, en ocasiones, aun solía acostarse temprano.
Al retornar a Boise, Howard trabajó en la tienda otra semana y entonces decidió llevar su idea publicitaria a otras ciudades de Idaho. Después de una semana provechosa en Twin Falls, llegó hasta Pocatello donde, a pesar de su perseverancia y su dedicación, tuvo su primer fracaso. Cuando al cabo de tres días y medio de recorrer las calles solamente consiguió hacer unas pocas ventas, decidió que era el momento de cambiar de rumbo.
Esta vez iba a tomar un desvío—a la tierra del sol y las oportunidades: California.
- En 1976, Howard y Dorothy regresaron a Boise para la celebración del cincuenta aniversario de la graduación de éste de la secundaria, y a la que también habían invitado a la clase de 1928, o sea, la de Dorothy. Los dos días de actividades culminaron con un banquete en un restaurante local. Después de la cena y del programa, Howard escribió: “Muchos de los invitados bailaron al compás de la música de una orquesta que tocaba las piezas que solíamos bailar hace más de cincuenta años. Los que no eran buenos para bailar charlaban con viejas amistades . . . Fue una ocasión muy amena y llena de nostalgia en la que todos parecieron divertirse mucho. Me da gusto que hayamos venido. Regresamos a casa después de la medianoche.”
- Howard solía jugar al golf de vez en cuando después de que se mudó a California, y hasta la época en que llegó a ser obispo en 1940. Después de su relevo, afirma, fue a jugar golf una vez con su esposa Claire, y ella le ganó.
- Muchos años más tarde, el élder Neal A. Maxwell visitó las Filipinas y fue al Hotel Manila, en donde vio lo que se conocía como el Apartamento del General MacArthur, en honor al General Douglas MacArthur. Al regresar a Salt Lake City, se enteró de que el élder Hunter también iba a Manila, y le dijo: “Tiene que ir a ver el apartamento en ese hotel. ¿Ha estado ahí alguna vez?” “Sí”, fue la respuesta. “¿Cuándo?”, preguntó el élder Maxwell. “En 1927”, fue la respuesta. En una entrevista que se le hizo para este libro, el élder Maxwell comentó: “No es solamente que el élder Hunter se haya criado en un ambiente diferente; tiene conexiones con una época a la que realmente no consideramos que él pertenezca.”
- En mayo de 1983, Howard acompañó al grupo de danzas folklóricas internacionales de la Universidad Brigham Young en una gira de dieciséis días por China. El 24 de mayo, mientras estaban en Shanghai, volvió al restaurante. En su diario, describió esa experiencia: “Cuando estuve en Shanghai en 1927, la ciudad estaba dividida en secciones: la Concesión Francesa, la Concesión Británica, la Concesión Japonesa y la Ciudad Antigua. Le pregunté al guía en cuanto al club francés en el que una vez había estado, y me dijo que se encontraba a sólo diez minutos de distancia y que nos llevaría a Fred [SchwendimanJ y a mí a ese lugar . . . Caminamos por la calle Mac. Ming hasta el número 58 y ahí estaba el restaurante, el que ahora lleva el nombre de Jing Jiang Club, considerado todavía el restaurante más exclusivo de la ciudad. Atravesamos los jardines y nos dispusimos a hablar con el portero. Nos llevó adentro, guiándonos por la bella escalinata hasta el comedor y la sala de baile. Ha cambiado un poco pero el lugar donde bailan y las luces todavía son los mismos, y el sitio de la orquesta continúa siendo el mismo. Me parecía imposible estar en el lugar donde había estado hacía cincuenta y seis años, sin darme cuenta en aquel entonces de que algún día volvería.”
- Cuando Howard volvió a visitar Kobe en 1979 para las sesiones de la conferencia de la Estaca Osaka Japón Norte, escribió: “En camino de regreso a la casa de la misión [de la Misión Japón Kobe] llevamos a los hermanos Kikuchi [Yoshihiko] al Hotel Oriental en Kobe, un hotel nuevo que ocupaba el lugar en donde había estado otro con el mismo nombre, donde yo había tocado hacía cincuenta y dos años, cuando mi orquesta estaba de gira en el S. President Jackson. El presidente [Robert T.] Stout nos llevó en el auto hasta el mismo muelle al que habíamos atracado en aquella época. Nos detuvimos a mirar un barco de Shanghai, y leí en mi diario acerca de mi visita a Kobe, el 10 de febrero de 1927. Fue interesante ver el muelle, la vieja aduana, y el lugar en donde había estado hacía muchos años. Todo parecía igual, pero ya no estaban más los cientos de carricoches.” Al día siguiente, “después de cenar, el presidente Stout nos llevó al hermano Kikuchi y a mí a un paseo hasta la cima de la montaña Rokko, así como a la cumbre del monte Maya, en donde había estado en 1927. Los transbordadores y los santuarios todavía existen.”
- Después de su bautismo, Will continuó fomentando el que la familia participara en la Iglesia, pero por muchos años él no estuvo plenamente activo. En 1953, él y Nellie recibieron sus investiduras en el Templo de Ari-zona, en Mesa, y Howard fue sellado a ellos. Véase el capítulo 7.
























