Howard W. Hunter ― Biografia de un Profeta

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Presidente de la Estaca Pasadena


PARA HOWARD HUNTER y su familia, durante las décadas de 1940 y de 1950, el sur de California era un lugar admirable y deslumbrante. En sus ciudades y alrededores se establecieron millones de personas atraídas por las posibili­dades de trabajo en el ambiente educacional, en diversas industrias, en el mundo artístico, en la medicina, en la cons­trucción, en la ciencia y en el gobierno.

La primera autopista, llamada Arroyo Seco Parkway (más adelante denominada Autopista Pasadena), se terminó de construir en 1940 a lo largo del cauce seco de un río entre Los Angeles y Pasadena. Diez años más tarde, las autopistas de ese tipo cubrían ya la región, conectando entre sí casi todas las comunidades del sur de California y entretejiendo sus límites, a medida que por todos lados fueron surgiendo nuevas casas, edificios comerciales y públicos, almacenes, centros mercan­tiles y campos de golf.

Cierto escritor observó: “Se edificaron nuevas ciudades y se desarrollaron grandes obras de urbanización. Una de ellas abarcó tres mil acres y habría de alojar a unas setenta mil per­sonas. Iniciado el proyecto, preparaban el cimiento de una vivienda cada quince minutos, comenzaban la construcción de cien casas diarias y, hacia fines de la década de 1950,. se vendieron 105 casas en un solo día. Para 1960, el lugar era ya una parte integral de la comarca sin que se percibiera ningún espacio despoblado entre los barrios del panorama urbano.”1

La población de la ciudad de Los Angeles aumentó de un mi­llón novecientos mil en 1950 a dos millones cuatrocientos mil en 1960, en tanto que la del condado del mismo nombre se elevó desde los dos millones setecientos mil a más de seis mi­llones en esa década. Entre los que contribuyeron a ese cre­cimiento había muchos miembros de la Iglesia.

La primera estaca en California, la Estaca Los Angeles, se organizó en 1923, y para 1950 existían ya diez estacas en esa zona metropolitana. Uno de los lugares de más rápido desa­rrollo era en los alrededores de Pasadena, donde en 1936 se formó la estaca del mismo nombre al dividirse la de Holly­wood.2 Tres años más tarde, se delinearon nuevamente sus límites, asignándose algunos de sus barrios a la nueva Estaca San Fernando y transfiriéndose a la Estaca Pasadena varios barrios y ramas de las estacas Los Angeles Sur y San Bernardino. En 1950, la Estaca Pasadena contaba con más de nueve mil miembros.

En ocasión de una conferencia de estaca el sábado y domingo 25 y 26 de febrero de 1950, se encomendó a los élderes Stephen L. Richards y Harold B. Lee, del Quórum de los Doce Apóstoles, una nueva delineación de la Estaca Pasadena. Cerca de la medianoche del sábado, al cabo de una serie de entrevistas y después de la reunión del sacerdocio de la estaca, ambas Autoridades Generales pidieron hablar con Howard W. Hunter y con Fauntleroy L. Hunsaker, quien había sido el primer consejero en la presidencia de la estaca, y los 11a-maron como presidente de la Estaca Pasadena y la Estaca Los Angeles Este, respectivamente. Howard comentó más ade-lante, “Nos dijeron que fuéramos a nuestros hogares, tomáramos unas horas de sueño y que les llamáramos a las seis de la mañana siguiente y les informáramos a quienes recomendaríamos como consejeros. Esa noche no pude dormir. El llamamiento era abrumador. Claire y yo hablamos por largo tiempo sobre el particular.”

El domingo, temprano en la mañana, llamó a las Autori­dades Generales y recomendó a Daken K. Broadhead y A. Kay Berry como sus consejeros.3 Unas pocas horas más tarde, la estaca fue dividida y se sostuvo a las nuevas presidencias durante la sesión matutina de la conferencia, la cual tuvo lugar en el auditorio de la Escuela Secundaria de Monrovia.

La nueva Estaca Pasadena tenía seis barrios y 4.482 miem­bros y abarcaba una distancia de más de treinta kilómetros, desde el este de la ciudad hasta el límite del Condado de San Bernardino. William A. Pettit, quien precedió a Howard como presidente de la estaca, escribió lo siguiente en la historia de la misma:

“El presidente Hunter asumió la responsabilidad de la Estaca Pasadena en los albores de la era electrónica y a princi­pios de la explosión demográfica. Una extensa obra de construcción de viviendas estaba facilitando el influjo de grandes números de miembros a los barrios y las nuevas industrias atraían a mucha gente capacitada y de gran talento administrativo. Como resultado de ello, fueron colmándose los edifi­cios de los barrios y de la estaca hasta el punto de que las reuniones de estaca no podían llevarse a cabo en ninguna de sus capillas. El auditorio de la Escuela Secundaria de Mon­rovia no era ya lo suficientemente adecuado para realizar allí nuestras conferencias. A raíz del número de miembros, los barrios debieron dividirse.”4

Tal como lo había hecho diez años antes cuando era obispo, Howard se dio inmediatamente a la tarea de la eva­luación y la reorganización. Se dividieron entonces dos de los seis barrios de la estaca y se llamó y apartó a muchos nuevos líderes. En mayo, al llevarse a cabo la siguiente conferencia, manifestó que la Estaca Pasadena estaba ahora bien organizada y establecida.

La autoridad visitante en esa conferencia fue el élder Marión G. Romney, quien entonces era Asistente del Quórum de los Doce, a quien se le invitó que se hospedara con la familia Hunter.

“Yo estaba muy nervioso y atemorizado al tener que diri­gir mi primera conferencia de estaca”, confesó Howard. “Tambien Claire estaba nerviosa porque nunca antes habíamos tenido la compañía de una Autoridad General en nuestro hogar, y ella quería asegurarse de que todo saldría bien. El hermano Romney viajó en tren y fui a la estación del Este de Los Angeles a esperarlo. Tan pronto como subimos a mi automóvil y empezamos a hablar, su personalidad amable me hizo sentir muy cómodo… Pensé que había yo encontrado un amigo comprensivo.”

Ambos descubrieron tener mucho en común, porque el presidente Romney había sido obispo y presidente de estaca y también había luchado para recibirse de abogado y establecer su profesión mientras criaba a su familia. La amistad que nació entre ellos ese día habría de desarrollarse y fortalecerse con el tiempo, particularmente al compartir más tarde veinti­nueve años de servicio en el Consejo de los Doce. Durante los nueve años y medio en que fue presidente de estaca, Howard hospedó a la mayoría de las Autoridades Generales de esa época, estableciendo con cada una de ellas una gran amistad.

Poco tiempo después de ser sostenido como presidente de estaca, Howard W. Hunter se reunió con sus consejeros y el sumo consejo para estudiar la forma en que habrían de acrecentar la espiritualidad de los miembros. Una de las determi­naciones que adoptaron fue la de recalcar la importancia de la noche de hogar para la familia. “Mi interés era poder desa­rrollar un programa familiar en el hogar que se llevara a cabo en la misma noche de la semana en toda la estaca”, explicó.

Después de deliberar y estudiar las cosas en detalle, los líderes de la estaca sugirieron que se dedicara la noche del lunes para el plan y que, como dijo el presidente Hunter, “no hubiera ninguna otra actividad que fuera incompatible con el programa de esa noche sagrada.” Quince años más tarde, en 1965, se designó oficialmente la noche de todos los lunes como la noche de hogar para las familias de toda la Iglesia.

Métodos innovadores de colectar fondos

CON EL RÁPIDO aumento de la población de la Iglesia en el sur de California, a los miembros se les pedía con frecuencia que hicieran contribuciones para respaldar los programas de construcción de barrios y estacas, además de otros a nivel regional. El primero de estos pedidos en la época en que Howard W. Hunter fue presidente de la estaca, tuvo lugar el sábado 10 de junio de 1950, a menos de cuatro meses de haber sido llamado como tal. En un telegrama que recibió del élder Henry D. Moyle, del Quórum de los Doce, se le invitó, junto con los otros nueve presidentes de estaca del sur de Califor­nia, a una reunión especial en Los Angeles.

“No sabíamos a qué se debía tal emergencia”, recordaba Howard, “pero cuando llegamos al lugar de la reunión, el élder Moyle nos informó que la Iglesia le había comprado a los herederos de Ellsworth Statler la finca de Louis B. Mayer, de 503 acres, en Perris, California, por la suma de $450.000.” El élder Moyle les indicó que la Iglesia estaba dispuesta a venderles la propiedad a las estacas por el mismo precio, a condición de que hicieran una entrega inicial de $100.000 y que pagaran el saldo en un plazo de cinco años.

Los diez presidentes de estaca estudiaron la propuesta en pocos minutos y le informaron que para colectar los fondos para la entrega inicial necesitarían seis meses. Esto no le pare­ció razonable al élder Moyle. “Su opinión fue que si no lográbamos recaudar ese dinero en un mes, el trato no se realizaría”, dijo Howard. “Volvimos a deliberar sobre el asunto y decidimos demostrarle que podríamos hacerlo.”

Lo que aconteció después habría de establecer la norma para un compromiso financiero mucho mayor en el futuro. Cada uno de los presidentes de estaca se determinó a presen­tar un cheque personal por la suma que consideraban ade­cuada de su parte individual en proporción con el monto total que necesitaban recaudar. Entonces llamaron a cada uno de sus consejeros y a los miembros de los sumos consejos respec­tivos y les pidieron que hicieran lo mismo. A las seis de la mañana siguiente, los presidentes de estaca se reunieron con los diferentes obispos, quienes respondieron de igual manera y luego pidieron lo mismo de sus consejeros, los líderes del barrio y los poseedores del sacerdocio. A media tarde ese domingo, los representantes de las diez estacas habían recau­dado todo el dinero y giraron a Salt Lake City la suma de $100.000—que llegó a las oficinas de la Iglesia antes de que arribara el élder Moyle.

Dieciséis meses más tarde, durante la conferencia general de octubre de 1961, la Primera Presidencia se reunió en Salt Lake City con los presidentes de estaca del sur de California (que para ese entonces eran ya catorce) y les informaron que, considerando el creciente número de miembros en esa región, había llegado el momento de edificar un templo en Los Ange­les. Aquella fue una grata noticia para los líderes de las esta­cas—aunque probablemente se quedaron pasmados cuando se les dijo que tenían que contribuir con un millón de dólares para los gastos de construcción.

“Todos habíamos estado trabajando arduamente en la tarea de recaudar fondos para el programa de bienestar y la construcción de edificios para las estacas y barrios”, dijo Howard. “El crecimiento de la Iglesia había sido enorme y los castos eran muchos; no obstante, prometimos dedicar nuestro mayor esfuerzo a fin de poder cumplir con los deseos de la Primera Presidencia.”

En una reunión efectuada en Los Angeles con el presi­dente David O. McKay a principios de febrero de 1952, los presidentes de las estacas le informaron que ya estaban en plena marcha los planes para recaudar el millón de dólares en los dos años siguientes. Una vez designadas las cuotas corres-pondientes a las diferentes estacas, cada presidente se comprometió a contribuir una suma determinada y luego se reunió con sus consejeros, los miembros del sumo consejo, los secretarios de estaca y los obispados en su estaca. Howard explicó: “Entonces les dijimos, ‘Vayan a los miembros de sus barrios, comuníquenles la idea de este programa y ofrézcanles la oportunidad de recibir grandes bendiciones al contribuir generosamente para la edificación del templo. Y así lo hicieron.”

En ocasión de la conferencia general de abril, exactamente seis meses después de que se les pidiera a las estacas la con­tribución de un millón de dólares, William Noble Weight, Presidente de la Estaca Los Angeles Sur y director del comité de recaudación de fondos, informó en la reunión general del sacerdocio que los miembros de la Iglesia en el sur de Califor­nia se comprometían a contribuir con un millón seiscientos mil dólares.

En esa misma época, Howard Hunter y sus consejeros estaban dedicados a un ambicioso plan de presupuesto para la Estaca Pasadena. El domingo 7 de febrero de 1952 se reunieron con los obispos durante cinco horas para deliberar acerca de “los asuntos de la estaca, el funcionamiento de los barrios y el programa de ese año para que pudiéramos alcan­zar las metas que habíamos establecido para el desarrollo espiritual de nuestra gente.”

Uno de esos objetivos era solucionar el continuo problema de tener que recaudar fondos para solventar los gastos de los barrios y de la estaca. Uno de los obispos sugirió que, considerando que se les pedía a los miembros que almacenaran alimentos y otras cosas necesarias para subsistir todo un año, quizás sería conveniente también que los obispos tuvieran fondos suficientes para un año. En consecuencia, los líderes decidieron pedir a los miembros que aumentaran en un treinta por ciento sus contribuciones anuales a fin de que, en el trans­curso de treinta y seis meses, cada barrio pudiera tener una reserva de fondos para un año. Al cabo de ese período, los miembros podrían entonces continuar con sus contribuciones acostumbradas.

“Esto se logró con toda eficacia”, informó Howard. “Después del tercer año, los miembros contribuyeron el fondo anual para el presupuesto, el mantenimiento, el plan de bienestar y otras necesidades en la primera semana del año y no tuvieron ya que preocuparse de que su barrio tuviera deu­das.”

La construcción de un centro de estaca

AUNQUE LAS “reservas para un año” ayudaron a solucionar el problema del presupuesto en cada barrio, una de las mayo­res dificultades en el sur de California durante aquel período de progreso sin precedentes era la seria necesidad de construir nuevas capillas y centros de estaca. Los auditorios existentes en la zona no daban cabida ya al creciente número de miem-bros de la Estaca Pasadena para sus conferencias, y muchos de sus barrios tenían que reunirse en salones o antiguos edificios alquilados que no contaban con las comodidades necesarias para los servicios de adoración y las demás actividades.

Tan pronto como se lo ofrecieron, la Iglesia compró por $50.000 un terreno de dos acres y medio en una de las colinas que dominan el valle San Gabriel, y preparó los planes para construir un edificio que iba a ser utilizado conjuntamente por el Barrio Pasadena Este y la estaca.6 La ceremonia de la pala­da inicial se efectuó el sábado 11 de octubre de 1952. “Este fue el principio de una empresa formidable que traería consigo muchos problemas y que requeriría una minuciosa super­visión como la que solamente los obispos y presidentes de estaca pueden entender”, recordaba Howard. Se pidió a los miembros del barrio y de la estaca que ayudaran a solventar los gastos del edificio, que sumarían más de cuatrocientos mil dólares, lo cual era mucho dinero para aquella época. Además, los miembros habrían de donar miles de horas de labor.

Cierto día, durante la construcción, recuerda Howard, “la obra en sí estaba tan adelantada en proporción con las con­tribuciones monetarias recibidas, que no teníamos el dinero suficiente para pagar por los materiales y los salarios.” La presidencia de la estaca convocó entonces, en pleno lugar de la construcción, una reunión de miembros del sacerdocio de todos los barrios. “Tuvimos que improvisar bancos poniendo tablas sobre algunos cajones”, comentó. Después de explicar­les el problema, “nos quedamos sentados, esperando sus comentarios.”

Hubo un largo momento de silencio y luego, uno por uno, todos fueron poniéndose de pie y ofrecieron su apoyo. La presidencia de la estaca distribuyó entonces unos cheques especialmente impresos con un dibujo de lo que sería el edifi­cio, y los miembros escribieron en ellos la suma que se com­prometían a ofrecer—el total de la cual fue de $23.000.

“Cada uno de los miembros se retiró de allí complacido y feliz”, dijo el presidente Hunter, “y desde aquel momento las contribuciones se recibieron tan puntualmente que no volvi­mos a tener problema monetario alguno.”

Aun los niños pequeños hicieron sus contribuciones. Tres meses antes de la dedicación del edificio, un grupo de niños de la Primaria entregó al presidente Hunter un cheque por $600 y un pergamino con el nombre de cada contribuyente. Dicho pergamino se puso en una caja de metal y se colocó a la entrada del edificio con una placa recordatoria.

Además de proveer la dirección general de la construc­ción, Howard también participó en las labores correspon­dientes, dedicando muchos sábados y atardeceres a trabajar con la pala, el martillo, la escoba o el pincel. Pero nunca insis­tió en supervisar cada detalle. Al obispo Richard S. Summer-hays, del barrio que habría de compartir el edificio con la estaca, le dijo: “Alguien tiene que asegurarse de que se haga el trabajo. Somos solamente dos los que podemos hacerlo—pero no lo voy a hacer yo.”

Los miembros de la estaca todavía recuerdan lo que dio en llamarse “el día de la gran descarga.” Desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, casi cien hombres llevaron carretillas cargadas de arena y ripio a las mezcladoras de cemento y las llenaron con la mezcla para echarla en los moldes para las paredes del cuarto destinado al equipo de electricidad. La última descarga se tuvo que hacer a la luz de reflectores al caer la noche y en el momento en que comen­zaba a llover. En otra ocasión, de acuerdo con un artículo que apareció en el Times de Los Angeles, “familias en pleno for­maron una cadena humana para transportar más de 400 azule­jos de estilo francés desde el suelo hasta el techo.”

Howard se aseguró de que solamente se utilizaran mate­riales de la mejor calidad. Aunque en esa época el Departa­mento de Construcción de la Iglesia recomendaba que se colocaran órganos eléctricos en sus capillas, en el Centro de la Estaca Pasadena se instaló un órgano de tubos de la marca Wurlitzer que le habían comprado a un teatro de Los Angeles.

Cuando comenzaron a trabajar en los jardines del centro de la estaca, Howard compró algunos olivos tasados en 400 dólares cada uno por 350 dólares. Luego llamó a Salt Lake City y se le informó que sólo podía gastar 30 dólares por árbol. Los olivos que Howard había comprado, según los antiguos miembros, se conocían como “los árboles de Howard Hunter”, y aún hoy adornan los jardines del Centro de la Estaca Pasadena.

El presidente Stephen L. Richards, quien entonces era el primer consejero en la Primera Presidencia, dedicó el edificio el 4 de junio de 1954. Radiantes de orgullo genuino, los miembros colmaron la capilla, la cual tenía capacidad para 375 per­sonas, y el salón de actividades contiguo con asientos para mil quinientas. Quienes no consiguieron lugar en esos dos salones ocuparon entonces las salas de clases y escucharon a los dis­cursantes por medio del sistema de amplificación. “Para todos nosotros, los que habíamos trabajado con tanta dedicación, aquello fue un evento extraordinario”, comentó Howard.

El acontecimiento habría de repetirse una y otra vez a medida que fue aumentando el número de miembros de la Iglesia y se dividían los barrios y las estacas en el sur de Cali­fornia. Casi dos años después de que se dedicara su centro, la Estaca Pasadena fue nuevamente dividida. Muchos de los miembros que habían participado en sus programas de cons­trucción pasaron a pertenecer a la nueva Estaca Covina y otra vez debieron enfrentarse a los extensos proyectos de edifi­cación.

El director del consejo regional

ADEMAS DE ser el presidente de una estaca de considerables dimensiones y constante crecimiento, a Howard se le llamó en 1952 a ocupar el cargo de director del consejo regional de pre­sidentes de estaca. Su jurisdicción abarcaba desde San Luis Obispo hasta la frontera con México, en California, y com­prendía 120 barrios con un total de unos 65.000 miembros. Su responsabilidad consistía en coordinar y dirigir un sinnúmero de proyectos y actividades que incluían la administración de varias propiedades relacionadas con el programa de bienestar, la construcción del segundo templo más grande de la Iglesia, los festivales de música y danzas, y las conferencias de liderazgo.

Aun antes de recibir aquel llamamiento, ya había estado ayudando a implementar algunos programas de gran enver­gadura. En abril de 1950, durante la primera conferencia general realizada desde que fuera llamado como presidente de estaca, asistió con los otros presidentes de las estacas del sur de California a una reunión especial con el presidente Stephen L. Richards y algunos representantes del programa de semi­narios para estudiantes de secundaria. Según Howard, el presidente Richards “explicó que querían poner a prueba unas clases de seminario en horas de la mañana en aquellas regiones donde la ley no permitiera la educación religiosa for­mal en las escuelas.”

A Howard le asignó la dirección de un comité encargado de determinar el número de estudiantes de secundaria miem­bros de la Iglesia en la región de Los Angeles. En base a las recomendaciones de ese comité, se inició entonces un pro­grama matutino de seminario para los estudiantes mormones de tres escuelas secundarias. Los jóvenes recibieron el pro­grama con entusiasmo y en el semestre siguiente se aumentó el número de dichos seminarios. Esto dio comienzo oficial al programa de seminarios matutinos de la Iglesia.7

El 15 de mayo de 1955, cuando se llevaron a cabo las cere­monias de graduación de seminario en la Estaca Pasadena, Richard, el hijo del presidente Hunter, recibió su certificado y fue el orador principal en representación de los estudiantes.

Como director regional, Howard debió controlar numerosas propiedades que existían en California rela­cionadas con el programa de bienestar de la Iglesia, incluso huertos de limoneros y naranjos, como también envasadoras de conservas y granjas de aves de corral. Con frecuencia solía trabajar a la par de los miembros en esos proyectos de bienestar. En un artículo publicado en la revista de la Sociedad de Socorro en abril de 1962, escribió: “Nunca he tomado parte en un proyecto de bienestar que me haya resultado penoso. Me he trepado a los árboles para recoger limones, he pelado frutas,  cuidado  las  calderas,  acarreado  cajas,  descargado camiones, limpiado los pisos y hecho muchas otras tareas, pero las cosas que más recuerdo son las risas, los cantos y la hermandad que reina entre la gente que trabaja al servicio del Señor. Esto es como el caso del niño que llevaba a otro niño a cuestas cuando alguien le preguntó si no le resultaba pesado, a lo cual respondió: “No, porque es mi hermano.”8

Una de las propiedades relacionadas con el programa de bienestar era un enorme edificio, al sudeste del centro de Los Angeles, que la Iglesia había comprado en una subasta en 1947 y dedicado en 1951. La propiedad, de acuerdo con William A. Pettit, “consistía en un terreno de 9.940 metros cuadrados, con un apartadero de ferrocarril que llegaba hasta el interior de un edificio de 9.300 metros cuadrados, el cual tenía un sistema de aire acondicionado y dos plataformas de carga, además de una serie de techados en muy buenas condi­ciones para almacenamiento.”9

Después de una refacción total, el edificio se utilizó como almacén del obispo, instalaciones de las Industrias Deseret y oficinas de la región del sur de California. El presidente J. Reuben Clark, hijo, de la Primera Presidencia, y los élderes Harold B. Lee y Henry D. Moyle, del Quórum de los Doce Apóstoles, y Marión G. Romney, Ayudante de los Doce, par­ticiparon en las ceremonias dedicatorias de la propiedad del programa de bienestar en el Condado de Riverside, el 8 de junio de 1951, y del Centro del Programa de Bienestar al día siguiente.

Howard ocupó el cargo de director de la región del sur de California hasta 1956, cuando la misma fue dividida en tres— la de San Fernando, la del sur de California y la de Los Angeles, y pasó a ser el director de esta última. En 1958, el consejo regional decidió construir una envasadora de conservas en la llamada manzana del bienestar, con el fin de reemplazar tres plantas menores. La nueva instalación habría de ser la más grande de la Iglesia, y envasaría jugos de naranja, pavos, guisados, ajíes, habas, tomates y muchos otros productos cultivados en las granjas del programa de bienestar de tres regiones diferentes.

Otra novedad para el sur de California tuvo lugar en agosto de 1954, cuando los líderes y la juventud de dieciséis estacas participaron en la primera conferencia de la Asociación de Mejoramiento Mutuo jamás realizada fuera de Salt Lake City. La misma se efectuó conforme al modelo de las confe­rencias generales anuales de junio de la A.M.M.

En la ocasión viajaron a Los Angeles varios miembros de la mesa general para reunirse con los líderes locales, mientras que miles de jóvenes tomaron parte en los programas cultura­les. Dichos programas incluyeron un festival musical en el Hollywood Bowl con la actuación de un coro de 1.452 voces y una orquesta de 75 músicos, al cual asistieron más de 17.000 personas; un festival de danzas en el estadio del Colegio Uni­versitario del Este de Los Angeles; y una sesión dominical de clausura en el Hollywood Bowl en la que habló el presidente David O. McKay. En su carácter de director del consejo regional de presidentes de estaca, Howard W. Hunter fue el líder del sacerdocio a cargo de todos estos eventos.

Otros programas similares se llevaron a cabo desde el 24 al 26 de junio de 1955, bajo la supervisión del presidente Stephen L. Richards, y desde el 29 de junio al 1° de julio de 1956 con la supervisión del presidente J. Reuben Clark, hijo.

Durante su visita, el presidente Clark se hospedó en el hogar de los Hunter y ese domingo asistió con la familia a la reunión sacramental del Barrio Este de Pasadena. Temprano en la mañana siguiente, y mientras se hallaba en la habitación de huéspedes cerca de la piscina, el presidente Clark se cayó, golpeándose la cabeza, y al caer, quebró la puerta de vidrio de la bañera. Howard llamó enseguida a un médico, quien diag-nosticó que el presidente Clark se había fracturado una cos­tilla y que tenía una herida en la frente. “Nos afligió mucho el que un fin de semana tan agradable terminara con una trage­dia”, dijo Howard.

Aparentemente el presidente Clark lo había olvidado todo, porque tres meses más tarde, cuando Howard y Claire via­jaron a Salt Lake City para asistir a la conferencia general, les invitó a cenar y a que se quedaran a pasar la noche en su casa. Pasaron la tarde en la biblioteca privada del presidente Clark, un cuarto de dos pisos con un balcón en todo el contorno y estantes para libros a lo largo y ancho de las cuatro paredes. El presidente les mostró su amplia colección de libros, entre los que se destacaba un portapliegos de cuero que contenía unos certificados con la firma de siete presidentes de los Esta­dos Unidos, los cuales había recibido durante sus años como abogado internacional, diplomático y embajador en México, como así también otros documentos y fotografías con­cernientes a su carrera profesional y participación en activi­dades de la Iglesia.

Uno de los acontecimientos más memorables de la década de 1950 fue la dedicación del Templo de Los Angeles. Entre el domingo 11 y el miércoles 14 de marzo de 1956, se realizaron dos servicios dedicatorios por día. Howard y Claire fueron invitados a la primera sesión del domingo. “Las Autoridades Generales y los presidentes de estaca ocuparon los asientos a un lado del auditorio del templo”, explicó Howard, “mientras que el Coro Mormón del Sur de California ocupó los del lado opuesto.”

Siendo integrante del Coro Económico de Los Angeles, Claire había asistido a la dedicación del Templo de Arizona en 1927. En esta ocasión, casi treinta años después, otro coro orga­nizado en 1953 bajo la supervisión de su esposo como director regional, tenía el privilegio de cantar en la dedicación de un templo en su propia región.

El sábado 24 de marzo, Howard y otros cinco presidentes de estaca recibieron una invitación para efectuar ordenanzas bautismales en el nuevo templo, con la participación de sus propios hijos como representantes, en el paso inicial de la obra de investiduras. John Hunter no pudo estar presente ya que asistía en esa época a la Universidad Brigham Young, pero Richard fue uno de los participantes en dichas ordenanzas.

Tres semanas después, el presidente McKay y los élderes Richard L. Evans y Delbert L. Stapley, del Quórum de los Doce, con sus respectivas esposas, y los presidentes de estaca y sus esposas participaron en la primera sesión de investidura. Con un templo cercano a sus hogares, los miembros de la Iglesia en el sur de California podrían recibir ahora más cabal y frecuentemente las bendiciones de la obra del templo. En ocasiones anteriores les era necesario viajar a Arizona o a Utah para efectuar las ordenanzas de investidura, sellamientos, etc. Howard describió en su historia una inolvidable excursión al templo que tuvo lugar dos años antes de la dedicación del Templo de Los Angeles. El 14 de noviembre de 1953, cuando él cumplió los cuarenta y seis años de edad, Howard y Claire participaron en una excursión organizada por la Estaca Pasadena al Templo de Arizona, en Mesa. Una vez que todos se hubieron vestido de blanco y entrado en la capilla, el presi­dente del templo, Arwell L. Pierce, le pidió a Howard Hunter que hablara.

“En momentos en que yo me encontraba hablando a la congregación, mis padres entraron en el recinto. Yo no sabía que mi padre estaba ya preparado para recibir las bendiciones  del templo, aunque mi madre había estado ayudándolo ansiosamente por mucho tiempo. Me sentí tan emocionado que no pude seguir hablando. El presidente Pierce se acercó al pulpito y explicó lo que me pasaba. Al llegar al templo esa mañana, mis padres le habían pedido al presidente Pierce que no me lo mencionara porque querían que fuera una sorpresa de cumpleaños. Aquél fue un cumpleaños que jamás podré olvidar, porque fue el día en que tuve el privilegio de presen­ciar el sellamiento de mis padres, después de lo cual yo fui se-

llado ellos.” El 30 de abril de 1956, a las seis semanas de la dedicación del Templo de Los Angeles, Dorothy Hunter Rasmussen, la hermana de Howard, fue sellada a sus padres. “En esa ocasión se completaron los lazos eternos de nuestra familia”, agregó.

Un líder amoroso

COMO PRESIDENTE DE ESTACA, Howard Hunter dedi­caba su interés a todos los miembros, ya sea que fueran menos activos o que participaran totalmente en los programas de la Iglesia, y recomendaba a los obispos y a los demás líderes que prestaran particular atención a aquellos que necesitaran en especial su estímulo o ayuda. En una reunión de líderes del sacerdocio realizada el 4 de abril de 1986, contó la siguiente experiencia personal:

Cuando era presidente de estaca en la región de Los Ange­les, mis consejeros y yo pedimos a los obispos que escogieran con especial cuidado a cuatro o cinco parejas de miembros que quisieran progresar más en la Iglesia. Algunas eran menos activas, mientras que otras eran miembros nuevos que tenían interés en acrecentar su desarrollo espiritual. Las reunimos en una clase y les enseñamos el evangelio. En vez de señalarles la importancia de la obra del templo, hicimos hincapié en el vínculo con nuestro Padre Celestial y Su Hijo, Jesucristo. Gracias a nuestro cuidadoso método de selección, tuvimos mucho éxito y la mayoría de aquellas parejas se hicieron muy activas y han entrado al templo.

Permítaseme referirme a una o dos experiencias en parti­cular. Teníamos a un miembro en uno de los barrios que jamás asistía a las reuniones. Su esposa no era miembro y aun mostraba una cierta hostilidad hacia la Iglesia, por lo que no podíamos enviarles a los maestros orientadores.

El obispo habló con aquel hermano y le dijo que tenía una relación con el Salvador, la cual le era necesario enriquecer. A esto, el hombre respondió que el problema surgía del hecho de que su esposa no era miembro de la Iglesia. Entonces el obispo habló con ella, recalcándole el mismo criterio—su relación con el Señor y que necesitaba mejorarla. Aun así, ella no fue muy receptiva, pero dijo que apreciaba saber ahora que los Santos de los Últimos Días creían en Jesucristo, y poco a poco su oposición fue disminuyendo.

El éxito no se produjo inmediatamente, pero quienes les visitaban en su hogar continuaron recalcando la importancia de nuestra relación con el Señor. Con el tiempo, ella empezó a ser más accesible y finalmente consintió en asistir con su esposo a una clase a nivel de estaca que enseñaban los miem­bros del sumo consejo. Se hizo hincapié en el convenio que hacemos mediante el bautismo, como así también otros con­venios. Posteriormente, ella fue bautizada y él pasó a ser un eficaz líder del sacerdocio. En la actualidad, todos en la familia son activos en la Iglesia.10

En su estaca, Howard utilizó con la gente las mismas apti­tudes que le fueron provechosas como abogado y como hom­bre de negocios, lo cual generó en sus asociados una gran lealtad hacia él. “Nos hacía sentir apreciadas, importantes e imprescindibles”, nos dijo Alicebeth Ashby, quien ocupó el cargo de presidenta de la A.M.M. de la Estaca Pasadena. “Al asignarnos un llamamiento, el presidente Hunter nos hacía personalmente responsables, pero si necesitábamos su opinión o su consejo, estaba siempre a nuestra disposición. Todos sabíamos que podíamos contar con su apoyo y su interés personal.

A veces, después de que se tratara todo asunto oficial en la reuniones de la presidencia de estaca y del sumo consejo, el presidente Hunter aprovechaba la oportunidad para acon­sejar a sus miembros en cuanto a las normas y los procedi­mientos de la Iglesia. El élder Cree-L Kofford, de los Setenta, quien varios años después fue Presidente de la Estaca Pasadena, describió una escena típica de entonces: “Al sonar las campanadas de la medianoche, la reunión ya terminada, comenzaban a escucharse algunas risas apagadas. El presi­dente Hunter, serenándose con el paso de los minutos, se quita el saco y, viendo que los miembros de los obispados y del sumo consejo rehusan retirarse, habla por largo tiempo sobre las cosas del espíritu.”

Ernie Reed, quien ocupó el cargo de secretario auxiliar de la estaca, recuerda varias de esas lecciones. Cierta vez, Howard informó al grupo, “El himnario no tiene las páginas numeradas; los números corresponden a los himnos, no a las páginas, así que por favor refiéranse al himno número tal y tal.” En otra ocasión les recomendó que no se debía agradecer a los miem­bros “sus trabajos en la Iglesia. No son trabajos, sino lla­mamientos, y son algo maravilloso. Debemos estar felices de poder ser llamados a servir. Y no debemos referirnos a un ‘buen trabajo, sino a un buen servicio.” Tanto a los oficiales de la estaca como a los de los barrios solía aconsejar que debían “estar presentes en el estrado antes de comenzar las reuniones—nunca deben llegar tarde. Es necesario que estén allí, sentados en silen­cio y con reverencia, a fin de dar el ejemplo.”

“El presidente Howard tenía siempre una lista de pequeñas observaciones como ésas”, agregó el hermano Reed, “cosas sencillas que eran muy importantes para él. Y eso ani­maba nuestras reuniones.”

Aunque las reuniones de la presidencia de estaca y del sumo consejo solían terminar a altas horas de la noche, parecía que nadie quería irse a casa porque apreciaban el amor que su presidente tenía por ellos y por cada uno de los miembros de la estaca. “Yo he conocido a muchos presidentes de estaca”, comentó uno de ellos cuando Howard recibió su llamamiento al Quórum de los Doce, “pero no creo que haya ningún otro que conozca mejor que el presidente Hunter el orden de la Iglesia, el orden del sacerdocio y cómo deben administrarse las cosas en los barrios y en las estacas.”11

Daken K. Broadhead, quien fue consejero del presidente Hunter en la Estaca Pasadena en dos diferentes ocasiones, lo considera un óptimo dirigente: “Sabía delegar y también comprobar que se hicieran las cosas. Era muy bueno con los detalles y nunca se apresuraba a proceder ni a tomar una decisión hasta asegurarse de que lo que decidía fuera correcto. Le gustaba dedicar tiempo a las cosas y considerar cada detalle.”

Las normas de excelencia que Howard ha observado durante toda su vida se pusieron siempre de manifiesto en las actividades y realizaciones de su estaca. Según recuerda la hermana Ashby, la estaca auspiciaba bailes y otras actividades sociales casi todas las semanas. “El salón de actividades se preparaba con hermosas decoraciones y las mesas se cubrían con manteles de encaje y se adornaban con flores naturales. Todos, jóvenes y adultos, asistían con entusiasmo y salían a bailar unos con otros. Con frecuencia, Howard y Claire se quedaban hasta tarde para ayudar con el lavado de los platos y la limpieza del salón.”

Richard S. Summerhays, quien fue consejero de Howard y luego lo reemplazó como presidente de la estaca, interpretó el sentimiento de muchos al decir: “Elogiaba a los miembros por cada una de sus realizaciones y les ayudaba a superarse en todo. Sentíamos gran orgullo por nuestra estaca porque él demostraba estar orgulloso de nosotros.”

También Betty C. McEwan expresó tales sentimientos cuando escribió acerca de Howard Hunter, “su maestro más influyente”, en el semanario Church News:

“Siempre he podido observar el amor que este hombre siente por los demás al concederles la debida prioridad, al escucharles con comprensión y al compartir con ellos sus experiencias, todo lo cual le produce un gozo genuino. Es él quien me ha enseñado la importancia de estas virtudes y tam­bién a experimentar el gozo que se obtiene cuando las practi­camos cabalmente.

“Recuerdo vividamente la ocasión en que, sentada en la sala de su casa un sábado por la mañana, esperaba yo con inquietud la entrevista con mi presidente de estaca para obtener mi recomendación para el templo. El Templo de Los Angeles estaba por ser dedicado y listo para la obra, y yo anhelaba participar en ella. Este noble líder me enseñó cuán benéfica, fortalecedora y agradable puede ser una entrevista tal. . . . Ha sido para mí una gran bendición conocer a este hombre de tan digna determinación, dedicación y disci­plina.”12

Donna Dain, quien trabajó como secretaria legal de Howard desde 1952 hasta 1960, y quien era miembro de su estaca, recuerda las veces en que, a la hora del almuerzo, solían leer juntos las Escrituras. También recuerda que le con­certó una cita con Karl Snow, un amigo de su hijo John. Donna y Karl contrajeron luego matrimonio en enero de 1960, y ésa fue la primera vez que Howard ofició en la ceremonia como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles en el Templo de Salt Lake. El hijo menor de Donna y Karl habría de llamarse Howard Hunter Snow.

Howard procura mayor tiempo libre

A PRINCIPIOS de 1958, Howard entró en sociedad con Gor­don L. Lund, quien se había graduado de la Facultad de Dere­cho de la Universidad de Stanford, había sido empleado de la Compañía Petrolera Union, y quien era entonces miembro del Barrio Arcadia y compartía su oficina con otro abogado. Cuando este hombre falleció, Gordon pensó que no era muy agradable trabajar solo y entonces llamó a Howard Hunter, su presidente de estaca, para preguntarle si conocía a algún abo­gado que tuviera interés en asociarse con él. Howard le men­cionó que él mismo se encontraba en igual circunstancia y que, deseando tener más tiempo libre, había estado pensando en buscar un socio. “Pues bien”, le dijo Gordon, “permítame que me presente ahora mismo, por teléfono, como candidato.”

Ambos abogados se reunieron y convinieron en formar una sociedad bajo el nombre de Hunter y Lund. Entonces combinaron sus listas de clientes y la sociedad perduró lo sufi­ciente para que, cuando varios años después Howard se retiró, la transición se produjera sin dificultades y sin que Lund perdiera a ninguno de los clientes.

Al contar entonces con un socio en su firma, Howard comenzó a planear viajes y actividades con su familia. En el verano de 1958, Richard recibió su llamamiento como misionero en la Misión Australiana del Sur, a donde debía lle­gar el mismo día en que John, su hermano, iba a ser relevado. Howard obtuvo el permiso del Comité Misional de la Iglesia para que él y Claire acompañaran a Richard hasta Australia y allí recogieran a John y con éste hicieran un viaje alrededor del mundo. Después de finalizar su semana de capacitación en la asa de la misión en Salt Lake City, Richard regresó a Los Angeles donde le esperaban sus padres para iniciar su viaje. El 2 de julio volaron a Honolulú, donde permanecieron unos días antes de seguir viaje a Fidji, Nueva Zelanda y Australia, y allí se reunieron con John.

Después de despedirse de Richard, los tres—Howard, Claire y John—emprendieron su viaje, y durante dos meses visitaron muchos lugares fascinantes, llegando a veces a una ciudad o país en horas de la noche para comenzar a hacer sus recorridas turísticas bien temprano a la mañana siguiente. Cuando regresaron a su hogar a mediados de septiembre, habían visitado más de veinte países, incluyendo las islas Fi­lipinas, Hong Kong, Tailandia, Cambodia, Burma, India, Pa­kistán, Egipto, Turquía, Grecia, Italia, Suiza, Francia, Bélgica y Gran Bretaña, en donde asistieron a la dedicación del Templo de Londres.

Howard siempre tuvo una insaciable curiosidad con respecto al mundo desde que, cuando niño, había realizado tantos viajes imaginarios en la sala con su padre en Boise. Su excursión por el Oriente con la orquesta había incrementado aun más su sed de aventura. Y aunque volvieron a su casa cansados y fortalecidos a la vez, tanto él como Claire llegaron a la conclusión de que les encantaba viajar e hicieron planes para continuar explorando el mundo juntos.

→ 8 El llamamiento al Quórum de los Doce


  1. Bruce Henstell, Los Angeles: An Illustrated History (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1980), 186.
  2. En esa época se discontinuó el nombre de la Estaca Hollywood, y desde entonces fue conocida como la Estaca Los Angeles. A la que previa­mente se conocía como la Estaca Los Angeles se le dio el nuevo nombre de Estaca Los Angeles Sur.
  3. El Io de marzo de 1953, Daken Broadhead fue relevado de la presiden­cia de la estaca, después de aceptar un puesto como ayudante executivo del nuevo Secretario de Agricultura de los Estados Unidos, Ezra Taft Benson. A. Kay Berry, que había sido segundo consejero, fue sostenido como primer consejero, y J. Talmage Jones fue llamado como segundo consejero en la presidencia de la estaca. Posteriormente, el presidente Berry fue relevado, y el presidente Jones fue llamado como primer consejero, y Richard S. Sum­merhays como segundo consejero. En septiembre de 1959, el presidente Jones fue relevado como primer consejero, puesto en el que se sostuvo al presidente Summerhays. Daken Broadhead fue nuevamente sostenido como miembro de la presidencia de la estaca, esta vez como segundo consejero.
  4. William A. Pettit, manuscrito inédito de la historia de la Estaca Pasadena, septiembre de 1966, pág. 21.
  5. James B. Alien y Glen M. Leonard, The Story of the Latter-Day Saints, segunda edición, revisada y amplificada (Salt Lake City: Deseret Book, 1992), 599.
  6. Según lo confirmó Daken Broadhead, en la década de 1990, la propiedad valía por lo menos diez veces más que aquella cantidad. Debido a la inclinada colina que se encuentra detrás del estacionamiento, la propiedad está rodeada de una franja de follaje. Con una suma adicional de 5,000 dólares, la estaca compró un terreno al lado este del edificio, en el que construyeron instalaciones de recreo, incluso un campo de softball, un lugar para picnics, y otro con juegos para niños.
  7. Para mayor información sobre la introducción del programa de semi­narios matutino en Los Angeles, véase Alien y Leonard, The Story of the Latter-day Saints, segunda edición, 575-76.
  8. “Welfare and the Relief Society”, Relief Society Magazine, abril de 1962, pág. 238.
  9. Pettit, manuscrito inédito de la historia de la Estaca Pasadena, pág. 20.
  10. “Make Us Thy True Undershepherds”, Ensign, abril de 1986, 7.
  11. Green, “Howard William Hunter, Apostle from California”, 37. En el artículo no aparece el nombre de la persona citada.
  12. Betty C. McEwan, “My Most Influentíal Teacher”, Church News, 21 de junio de 1980, 2.
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