El guerrero de Zarahemla

Capítulo 9


LA SOMBRA SE MOVÍA A TRAVÉS de la oscuridad con infinita paciencia, como una pantera al acecho de algo herido, de algo moribundo. Sabía cómo moverse, cómo hacerlo sigilosamente, esquivando toda resistencia en su entorno y sin hacer el menor ruido. Apenas como un soplo de aliento sobre las hojas y entre las ramas del bosque. Sólo brillaba la luz de la luna, pero la Sombra no precisaba más. No quería más. Era de vital importancia que continuara inadvertida, invisible a todo recelo. Su misión dependía de ello y el fracaso sería recompensado con el más cruel de los castigos, incluso con la muerte.

El camino había sido continuo y sin incidentes. Había hecho este viaje antes y regresaba ahora para confirmar su primer informe: que sólo había un vigía en este lugar del bosque. Sus órdenes eran confirmar la conducta de su enemigo y verificar que era consistente y predecible. De ese modo sería mucho más fácil atacar cuando llegara el momento justo. Lo aplastarían como si se tratase de un irritante insecto y seguirían adelante en busca de conquistas mucho más gloriosas.

La Sombra sabía que aún le quedaba un buen trecho, al menos otros tres o cuatro minutos a través de la parte más densa de la maleza. Pero de súbito, algo inesperado le llamó la atención.

¿Qué era eso?

Se trataba de una luz. Perforaba el follaje a su derecha. Era una luz blanca, más brillante que ninguna de las que jamás había visto. Obligó a la Sombra a alterar su rumbo; una luz así tenía que ser investigada.

Un poco más allá atravesó la última barrera que formaba el follaje. Delante de él se reveló una visión. Se quedó quieto, maravillado. ¡En nombre de todos los dioses! ¡Era un edificio! ¡Un edificio enorme y… bañado con luces místicas!

Pero, ¿de dónde había salido? La Sombra había estado aquí hacía sólo cuatro días y no había encontrado nada de esto, nada remotamente parecido. ¿Era posible que se hubiese desviado tanto de su rumbo? Era la única explicación. Sería castigado por ello, alteraría los planes, lo atrasaría todo varios días. Tal vez incluso sería necesario crear un plan completamente nuevo.

Pero de momento la visión le tenía hechizado. Podía ver dentro del edificio: había ventanas cubiertas de una sustancia tan transparente como el agua o el aire, y podía ver figuras moviéndose en su interior, ignorantes de lo que acontecía fuera, sin sospechar nada. La Sombra se acercó con pasos seguros y el corazón palpitante.

Cuanto más veía, más fascinante todo le parecía. Había muchas cosas inexplicables a su alrededor: grandes objetos con ruedas, fantásticas esculturas de madera y de metal… Una música extraña y vulgar emanaba del interior de un edificio más pequeño, situado directamente al sur del otro más grande. También podía oír un espantoso ruido triturador. La Sombra optó por aproximarse primero al edificio más pequeño. Cuando alcanzó la pared, se movió silenciosamente a lo largo de ella, con la espalda pegada contra la superficie, hasta que pudo ver lo que había a la vuelta de la esquina.

Su mirada abarcaba completamente el interior del edificio más pequeño. La Sombra se detuvo para asimilarlo todo. Tantos objetos de hierro y cobre… Tantas cosas que no entendía… Y en medio de todo ello se hallaba un muchacho. El muchacho estaba solo. Era solamente algunos años más joven que el enemigo al que la Sombra había sido enviada a encontrar. Estaba inclinado sobre uno de esos objetos grandes con ruedas, mirando fijamente lo que parecían ser los órganos internos de la cosa. Un pequeño objeto en las manos del muchacho, una herramienta de algún tipo, tal vez un arma, era lo que causaba el triturador ruido de succión. Lo estaba usando para manipular esos órganos internos, como un herrero con sus fuelles o un adivino de pie sobre una ofrenda de sacrificio.

El muchacho no le había visto y, por ese motivo, la Sombra se sintió poderosa. Éste, tan joven, podía estar rodeado por una multitud de objetos extraños y malvados y, sin embargo, parecía débil, casi indefenso.

«Debo ocuparme de él —pensó la Sombra—, debo eliminarle antes de seguir mi camino».

La Sombra se llevó la mano al cuchillo.

Brock McConnell le echó un vistazo al pasillo otra vez. Había conseguido entrar en el dormitorio de sus tíos sin ser visto; era el único lugar en toda la casa con un teléfono privado. El resto de la familia estaba reunida en el salón. Esta noche su hermana estaba arriba, leyendo un libro que el abuelo le había dado. Brock se había dado cuenta de que ésta podía ser su única oportunidad.

A toda velocidad marcó el número y se llevó el auricular a la oreja. Después de sonar solamente una vez, lo contestaron.

—¿Diga?—dijo una voz grave,

Brock no reconoció La voz. Sin atreverse a hablar muy alto, dijo sin apartar los ojos del pasillo:

—Necesito hablar con Spree.

—No está aquí, Me ha pedido que le guarde sus recados.

Brock oyó a alguien moverse fuera de la habitación. Dijo urgentemente:

—Soy Brock. Él me conoce. Díle que… díle que venga a buscarme.

Hubo una pausa al otro lado de la línea y después la voz preguntó sin cambiar de tono:

—¿Dónde estás?

Para alivio de Brock, la persona que se había acercado al dormitorio acababa de entrar en el cuarto de baño, la puerta contigua en el pasillo.

—Te doy la dirección —dijo Brock—. ¿Listo?

Skyler apagó la llave neumática y le echó una ojeada a su trabajo. El motor del Pontiac de su prima estaba peor de lo que había sospechado en un principio, y estaba clarísimo que no era sólo el alternador. Por lo visto iba a tener que darle la mala noticia y decirle que no merecía la pena arreglarlo; sería más barato simplemente buscarse un nuevo coche. Pero aún no había decidido darse por vencido. Levantó el brazo para agarrar la llave y se preparó para volver al trabajo.

En ese mismo instante oyó un ruido. Venía desde fuera, justo desde el otro lado de la pared sur del garaje. Había sido como una rozadura o un golpe, igual que si alguien hubiese chocado contra los tabiques.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó Skyler en voz alta. Pero no hubo respuesta. Podría haberlo ignorado, decidido que sólo se trataba de un gato o un mapache y vuelto al trabajo, pero la verdad era que no había sonado como si hubiese sido un animal. Qué raro, tenía el extraño presentimiento de que fuese lo que fuese, seguía ahí, como si pudiese oír su respiración. Aún así merecía la pena echarle un vistazo. Si una de sus hermanas estaba intentando pegarle un susto, él quería asustarla primero para poder ser el último en reír.

Dejó sus herramientas y caminó a través del garaje hasta la pared Sur. Estaba a sólo unos centímetros de distancia, listo para salir de un salto y asustar a quienquiera que fuese que quería asustarlo a él, cuando oyó el chirrido de la puerta lateral de la

Su madre le llamó, usando un tono que exigía su atención inmediata:

—¡Skyler! ¿Tienes ahí alguno de mis paños de cocina buenos?

Skyler se olvidó completamente del ruido extraño; nada le asustaba tanto como la ira de su madre, especialmente cuando sabía que tenía la culpa. Dirigió la mirada rápidamente hacia varios paños manchados de grasa que descansaban sobre la cubierta del motor de su Mustang.

—¿Los que tienen el dibujo del gallo? —preguntó avergonzado.

—¡SÍ! —respondió Corinne enfadada.

—¿Esos son los buenos?

—¡Tráelos ahora mismo! —ordenó—. Quiero verlos en la lavadora, ¡YA! ¡Y con blanqueador!

Skyler agarró los paños a toda velocidad y se dirigió hacia la casa.

La Sombra se asomó por detrás de la pared, justo a tiempo para ver al muchacho entrar en el edificio más grande detrás de la mujer mayor. La Sombra maldijo entre dientes. La oportunidad de matar fácilmente se le había escapado de las manos.

Siguió adelante, sirviéndose de los objetos con ruedas para ocultarse, y se acercó a las ventanas del edificio principal. Podía ver claramente a un hombre de mediana edad sentado sobre un mueble, con varios niños pequeños, todos ellos mirando a la cara de alguna cosa que no podía ver, pero que proyectaba destellos y chispas de luces de colores. Los colores bañaban toda la habitación con un misterioso resplandor. A pesar de todo, esta gente también parecía estar indefensa. La Sombra tenía un instinto especial para estas cosas. A pesar de todo lo misterioso e inexplicable, tenía la certidumbre de que aquí realmente no había ninguna amenaza, ningún peligro insuperable para sus compañeros.

Sólo deseaba una satisfacción más, sólo una rápida ojeada desde una ventana más pequeña, a través de la cual oía agua corriendo y donde algo se movía delante de la luz. Moviéndose a lo largo de la pared, se aproximó al marco de la ventana hasta que su nariz casi pudo tocar el panel transparente. Había una niña dentro; una niña joven observando su propio reflejo en un curioso espejo plano, tan claro como las aguas mansas. La Sombra se quedó cautivada, en asombro y maravilla. Se quedó allí durante mucho tiempo, mucho más de lo que había planeado en un principio. Entonces la niña se volvió, y sus ojos se agrandaron como lunas llenas.

Se oyó un chillido espeluznante.

Kerra estaba leyendo Segundo Nefi, capítulo 26, versículo 22: «Y también existen combinaciones secretas, como en los tiempos antiguos, según las combinaciones del diablo, porque él es el fundador de todas estas cosas; sí, el fundador del asesinato y de las obras de tinieblas…»

En ese momento fue cuando oyó el chillido.

Era un grito tan primitivo y escalofriante que hizo que se incorporara de golpe; era la voz de Tessa. Con toda urgencia salió corriendo de la habitación y bajó las escaleras, desde donde pudo ver a toda la familia en el salón. La pequeña de siete años estaba histérica en los brazos de su madre. La tía Corinne intentaba reconfortarla, rogándole que les contara qué era lo que le había asustado tan profundamente; pero Tessa estaba demasiado alterada como para hablar todavía, y sólo consiguió apuntar con el dedo, frenéticamente, hacia el cuarto de baño. El tío Drew, Teáncum y Brock ya habían desaparecido por el pasillo para ir a investigar.

—¡Tessa! ¿Qué sucede? —suplicó la tía Corinne—. ¡Dinos que ha pasado!

—¡Un hombre! —gritó Tessa—. ¡En la v—v—ventana! ¡E—estaba…!

—¿Un hombre? ¿Quién? ¿Qué aspecto tenía?

El tío Drew y los chicos regresaron.

—No hay nadie —dijo Teáncum.

—¡Lo vi! —insistió Tessa— ¡Él… él… ohhh! ¡Era rojo! ¡Era horrible!

Tardaron varios minutos en conseguir que Tessa se calmara lo suficiente como para poder describirlo. Mientras tanto, el tío Drew y los chicos buscaron linternas y dieron vueltas alrededor de la finca. Iluminaron con ellas la densa maleza de la hondonada, aunque nadie estaba realmente dispuesto a aventurarse en el bosque. Skyler mencionó que había oído un ruido hacía un rato, pero a excepción ele eso, no había ninguna evidencia de que algo extraño hubiese estado en las inmediaciones de la casa.

Tessa, todavía entre sollozos, dijo por fin:

—Era un hombre. Un hombre calvo, pero tenía algo sobre la cabeza, como una calavera. Estaba de pie junto a la ventana. Su cara y su pecho tenían diseños rojos. ¡Y lo único que hacía era mirarme!

—¿Una calavera sobre la cabeza? —preguntó Natasha.

—¿La cara y el pecho pintados de rojo? —preguntó Teáncum.

—Como la sangre —explicó Tessa.

Sherilyn dijo en tono burlón:

—Madre mía.

—¡Lo he visto! —se defendió Tessa—. ¡De verdad que lo he visto!

—¿Estás segura de que no estabas paseándote dormida y has tenido una pesadilla? —sugirió Colter.

Corinne dijo en defensa de su hija:

—Creo que ha visto algo, pero seguro que ya se ha ido.

—A lo mejor era un extraterrestre —dijo Brock con sarcasmo.

—¡Era un demonio! —dijo Tessa—, ¡Un monstruo!

—Cariño —la tranquilizó Corinne—, los monstruos no existen. Por favor, intenta recordar exactamente lo que has visto.

Pero la pequeña no cambió su historia. La mayoría de los niños hicieron todo lo posible para no pensar en ello, aunque varios optaron por contarse historias de fantasmas y asustarse los unos a los otros durante el resto del día. Aunque claro, eso fue hasta que Corinne les aguó la fiesta mandándolos a todos a la cama. Tessa se negó a dormir en otro sitio que no fuese la habitación de sus padres.

Kerra casi no pudo dormir porque la cabeza le daba vueltas. A diferencia de los demás, ella había creído la historia de Tessa.

→ Capitulo 10

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