La Misión de Jesús el Mesías

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 “Ha Resucitado”


La Resurrección

Juan 20:1-31

Y el primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana al sepulcro, siendo aún oscuro; y vio quitada la piedra del sepulcro.
Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, a quien amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.
Y salieron Pedro y el otro discípulo y fueron al sepulcro.
Y corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro.
E inclinándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró.
Entonces llegó Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro y vio los lienzos puestos allí,
y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte.
Entonces entró también el otro discípulo que había venido primero al sepulcro, y vio y creyó.
Pues aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de entre los muertos.
10 Y volvieron los discípulos a los suyos.
11 Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro;
12 y vio a dos ángeles con ropas blancas que estaban sentados, el uno a la cabecera y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.
13 Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.
14 Y cuando hubo dicho esto, se volvió y vio a Jesús que estaba allí; pero no sabía que era Jesús.
15 Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.
16 Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni!, que quiere decir, Maestro.
17 Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.
18 Fue María Magdalena entonces a dar las nuevas a los discípulos de que había visto al Señor y que él le había dicho estas cosas.
19 Y al atardecer de aquel día, el primero de la semana, y estando las puertas cerradas donde los discípulos estaban reunidos por miedo a los judíos, vino Jesús, y se puso en medio y les dijo: ¡Paz a vosotros!
20 Y cuando hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron al ver al Señor.
21 Entonces Jesús les dijo otra vez: ¡Paz a vosotros! Como me envió el Padre, así también yo os envío.
22 Y cuando hubo dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.
23 A los que perdonéis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retengáis, les serán retenidos.
24 Pero Tomás, uno de los doce, llamado el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.
25 Le dijeron, pues, los otros discípulos: ¡Hemos visto al Señor! Y él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto mi dedo en el lugar de los clavos y meto mi mano en su costado, no creeré.
26 Y ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y dijo: ¡Paz a vosotros!
27 Luego le dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo y mira mis manos; y acerca acá tu mano y ponla en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
28 Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!
29 Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, has creído; bienaventurados los que no vieron y creyeron.
30 Y también hizo Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro.
31 Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Juan 21:1-25

Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias; y se manifestó de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, y Tomás, llamado el Dídimo, y Natanael, el que era de Caná de Galilea, y los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.
Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron y subieron en una barca, pero aquella noche no pescaron nada.
Y cuando ya amanecía, Jesús se presentó en la orilla, mas los discípulos no sabían que era Jesús.
Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No.
Y él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces.
Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Y Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa, porque se había despojado de ella, y se echó al mar.
Y los otros discípulos fueron con la barca, arrastrando la red llena de peces, porque no estaban lejos de tierra sino como a doscientos codos.
Y cuando descendieron a tierra, vieron brasas puestas y un pescado encima de ellas, y pan.
10 Jesús les dijo: Traed de los peces que habéis pescado ahora.
11 Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres; y aun siendo tantos, la red no se rompió.
12 Les dijo Jesús: Venid, comed. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: Tú, ¿quién eres?, sabiendo que era el Señor.
13 Vino, pues, Jesús, y tomó el pan y les dio; y asimismo del pescado.
14 Esta era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba a sus discípulos, después de haber resucitado de entre los muertos.
15 Y cuando hubieron comido, Jesús le dijo a Simón Pedro: Simón hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? Pedro le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos.
16 Volvió a decirle la segunda vez: Simón hijo de Jonás, ¿me amas? Le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Le dijo: Apacienta mis ovejas.
17 Le dijo la tercera vez: Simón hijo de Jonás, ¿me amas? Se entristeció Pedro de que le dijese por tercera vez: ¿Me amas?, y le dijo: Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.
18 De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro y te llevará a donde no quieras.
19 Y esto dijo dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, le dijo: Sígueme.
20 Volviéndose Pedro, vio a aquel discípulo a quien amaba Jesús, que los seguía, el que también en la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar?
21 Así que cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y este, qué?
22 Jesús le dijo: Si quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú.
23 Entonces se dijo entre los hermanos que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?
24 Este es aquel discípulo que da testimonio de estas cosas, y el que escribió estas cosas, y sabemos que su testimonio es verdadero.
25 Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribiesen cada una de ellas, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.

Contra-referencias
Mateo 28 Marcos 16;   Lucas 24;   1Corintios 15:4-8;   Hechos 1:1-12; 17:32

El informe de Juan sobre la crucifixión y la resurrección es realzada por el hecho que él fue testigo, mientras que los sinópticos parece ser que simplemente suplementan su narración.’Todos los escritores del evangelio tienden a condensar sus historias de esos acontecimientos, pero los sinópticos lo hacen más que Juan – quizás debido a su falta de información. Los escritores del evangelio no estaban preocupados por crear una historia exacta sobre el periodo de la mañana de la primera pascua y la ascensión cuarenta días después; sin embargo, ellos estaban preocupados en como elaborar pruebas exactas sobre la resurrección.

Mateo describe las impresiones de los enemigos del Señor y sus discípulos en la mañana de la resurrección. Él también describe la aparición del Señor en la ribera de Galilea (en donde se llevó acabo el milagro de la segunda pesca) y en el monte (en donde Jesús nuevamente comisionó a los Apóstoles). El registro de Marcos es extremadamente breve, resumiendo los acontecimientos desdi, el punto de vista de la familia inmediata. Lucas, el historiador, det¿. !a los hechos de la resurrección, pero después inmediatamente brinca a la Ascensión. Juan, aunque no con un cercano detalle, describe episodios que acontecieron durante todo el periodo de cuarenta días, en Jerusalén y en Galilea, y testifica que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios.3

Es difícil determinar exactamente qué es lo que pensaban los discípulos y Apóstoles del Señor después de su muerte y entierro, pero ciertas pruebas en las escrituras indican que aunque sabían que Él estaba muerto, no esperaban que nuevamente resucitara. Por ejemplo:

  1. Nicodemo, uno de los dos miembros del Sanedrín quien procuró el entierro de Jesús, trajo especias aromáticas para preparar el cuerpo del Señor.
  2. Algunas mujeres quienes eran discípulas de Cristo prepararon y guardaron especias aromáticas durante el día de reposo con la intención de regresar al sepulcro para preparar propiamente el cuerpo del Señor para el entierro. Esto sugiere que ellas no pensaban que el cuerpo mortal del Señor se levantaría de corrupción a incorrupción.
  3. Cuando las mujeres vieron el sepulcro vacío, ellas supusieron que el cuerpo de Jesús se lo habían llevado sus enemigos.
  4. Aunque el Salvador les había dicho varias veces a los Apóstoles que El resucitaría nuevamente, ellos no creyeron el primer testimonio de las mujeres,- les parecían “locura las palabras”. Juan escribió, “porque aun no habían entendido la escritura, que era necesario que Él resucitase de los muertos”.

En contraste a estas dudas por los seguidores del Señor, las escrituras registran que sus declarados enemigos, los miembros del sanedrín, parecían entender algo sobre las potenciales predicciones del Señor sobre la resurrección (ya sea que creyeran o no en la doctrina de la resurrección), entonces tomaron precauciones para que no se robaran el cuerpo y así evitar que sus discípulos reclamaran que había resucitado.

Muchos judíos creían en el reino terrenal que su anticipado Mesías establecería en su venida pero no creían en la resurrección. Su expectación no era que el Mesías vendría como un ser glorificado, resucitado, sino que vendría con gran poder (como vendrá en su segunda venida) y así establecer su reino eterno sobre la tierra.4

Los fanáticos religiosos en ese tiempo fueron los peores enemigos de Cristo, porque cumplieron con la palabra de la ley hasta su más amargo final. Ellos percibían a Jesús como uno que estaba en conflicto mortal con su ley porque Él enseñó el espíritu de la ley más bien que la palabra. Los fanáticos triunfaron después de la crucifixión del Señor, debido a que la aparente incertidumbre de los discípulos y de los Apóstoles indicaba que “nada parece más vilmente débil, con pésima esperanza, absolutamente condenado al desprecio, y la extinción y el desprecio, que la Iglesia que Él había fundado”.5 Los once Apóstoles y los discípulos en general estaban abrumados por los acontecimientos que se habían llevado acabo, y es obvio que no tenían un claro entendimiento de la resurrección; aun así, sin excepción, las escrituras testifican que sus pensamientos (y aun los pensamientos de sus enemigos), estaban llenos con y centrados alrededor de Jesús el Cristo.

Los discípulos estaban llenos de profunda tristeza debido a la pérdida de su Maestro y por el aparente triunfo de sus enemigos, pero esto no era inesperado, porque el Señor había pronosticado estas circunstancias en muchas ocasiones. En adición (especialmente desde la Transfiguración), Él frecuentemente se refirió a su resurrección.6 Pero la concepción de los Apóstoles sobre la doctrina de la resurrección se esfumó debido a sus tradiciones judías,7 y su entendimiento no se había puesto al día con su devoción.

La resurrección como fue enseñada por el Señor, era completamente extraña para las creencias judías de Su día.8 Sin embargo, parece ser que el Señor nunca tuvo la intención de dar a sus discípulos un completo entendimiento de la resurrección durante su ministerio mortal. Una vez que la resurrección del Salvador se habría llevado acabo, la realidad de los acontecimientos sería el mejor maestro y aclararían sus enseñanzas y las escrituras a su entendimiento. Las pruebas físicas de la Resurrección (o sea, las marcas en sus manos y la herida en su costado) eran pruebas innegables que el Señor se había levantado del sepulcro, y sin estas pruebas, no habrían creído en Él. Pero debido a esa experiencia personal con la resurrección de Cristo, ellos pudieron verdaderamente testificar de su realidad.

Aquellos que enseñaron sobre la resurrección después que se llevó acabo, estaban dispuestos a ser físicamente y mentalmente abusados, torturados y aun a ser asesinados debido a sus creencias. La enseñanza básica de las instrucciones de los Apóstoles era la resurrección de los muertos. Pablo enfatizó esto cuando dijo a los santos corintios, “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios … [y] aún estáis en vuestros pecados” (1 de Corintios 15:14-17).

Las experiencias “de primera mano” que los Apóstoles y discípulos disfrutaron, les proveyó una firme convicción de la Resurrección. Aquellos que se opusieron y que no creyeron parece ser que hicieron esto porque la resurrección requería que ellos creyeran en lo milagroso. Es apropiado que la vida del Señor Jesucristo concluyera con un milagro tan grande como con el que comenzó. Un Cristo muerto solamente habría sido un gran maestro, un obrero maravilloso, y un profeta; pero un Cristo resucitado “podía ser el Salvador, la Vida, y el Otorgador de Vida – y como tal, predicó a toda la humanidad”9.

Jesús murió el viernes como a las 3:00 p.m. y en la tarde la puesta del sol marcó el fin del día, el primer día en el sepulcro.

Durante este tiempo los sacerdotes en el templo (tan cerca del Gólgota) estaban sacrificando ofrendas de sangre de toros y cabras por los pecados de Israel, completamente inconscientes qué sangre había sido derramada ese día en un sacrificio más grande sobre la cruz.

El sábado, el segundo día, mientras que el cuerpo del Señor yacía en el sepulcro, el último día de reposo del antiguo Convenio estaba siendo observado entusiasmadamente por la multitud de adoradores que habían participado en la fiesta de la Pascua. Durante las primeras horas del domingo, el tercer día, algunos que lo amaron mucho y le lloraron, estaban ocupados reuniendo y preparando las especias necesarias para preparar propiamente su cuerpo para el entierro, porque sus ofrendas llevadas acabo en ese día de Su crucifixión habían sido extremadamente apresuradas para que el día de reposo pudiera ser observado.

Aparentemente, dos grupos de mujeres se estaban preparando para ir al sepulcro, quizás estaban planeando reunirse allí para ungir el cuerpo. Entre ellas se encontraba María Magdalena; María, la madre de José; Juana, la esposa de Chuza; Salomé, la madre de Santiago y Juan; y algunas otras. Indudablemente estas fueron algunas de las mismas mujeres quienes habían participado en la vigilia en la crucifixión de Cristo y habían observado de lejos como José de Arimatea y Nicodemo pusieron el cuerpo de Cristo en el sepulcro y colocaron una piedra en la entrada. Las mujeres conversaron mientras viajaban hacia el sepulcro, preguntándose cómo iban a quitar la piedra cuando llegaran. Aparentemente ignoraban que el sepulcro había sido sellado y que habían puesto un guardia, pero cuando llegaron a su destino, no se encontraban los guardias sino que también la piedra había sido removida.

Mateo da un informe intenso e interesante de lo que ocurrió en las primeras horas del domingo: “Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve”. (Mateo 28:2-3). El sello de la piedra había sido roto y los guardias que habían sido colocados para observar el sepulcro se aterrorizaron al ver al ángel y huyeron para reportar los milagrosos acontecimientos a los principales sacerdotes. Aparentemente María Magdalena iba delante de las demás mujeres mientras se acercaban al sepulcro. Cuando miró al ángel y se dio cuenta que el cuerpo del Salvador no estaba allí, rápidamente corrió para informar a Pedro y a Juan.

Mientras María Magdalena se iba, las otras mujeres llegaron al sepulcro, miraron que la piedra había sido removida, y entraron al sepulcro. En el sepulcro, “vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca” (Marcos 16:5), y se espantaron, pero el mensajero celestial las calmó y les dijo que Jesús no se encontraba allí – había resucitado como Él había profetizado. El ángel instruyó a las atemorizadas mujeres que fueran a los discípulos y les informaran que Cristo se reuniría con ellos en Galilea, e inmediatamente se fueron del sepulcro para cumplir con las instrucciones del ángel.

Mientras tanto, María Magdalena informó a Pedro y Juan sobre el ángel y el sepulcro vacío. Los dos Apóstoles inmediatamente fueron hacia el sepulcro. Corrieron la última parte del camino (Juan dejó atrás a Pedro), pero llegaron después que las mujeres se habían ido. Juan se paró con recelo a la entrada del sepulcro, pero Pedro pasó de largo a Juan y entró inmediatamente. Él no vio a un ángel, pero sí observó los lienzos que habían cubierto el cuerpo del Señor y el sudario que había cubierto su cara. Después Juan entró al sepulcro y entonces comprendió que el Señor había resucitado, “Porque aún no habían entendido la Escritura que era necesario que él resucitase de los muertos”. Ambos discípulos quedaron perplejos ante el sepulcro debido a la desaparición del Salvador y regresaron a sus casas.

María Magdalena intentó seguir a Pedro y a Juan cuando corrieron hacia el sepulcro, pero llegó hasta después que se habían ido. Ella se quedó fuera del sepulcro llorando, porque amaba al Señor y estaba preocupada debido al destino de su sagrado cuerpo. Ella nuevamente se inclinó para mirar dentro del sepulcro y vio a dos ángeles en vestimenta blanca, uno sentado a la cabecera y el otro sentado a los pies en donde el cuerpo del Señor había sido puesto. Su pregunta era sencilla, “Mujer, ¿por qué lloras?” Parece ser que momentáneamente María no pudo contestar, pero entonces en su dolor contestó, “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”.

María entonces se dio cuenta que otra persona estaba cerca de ella y al voltear, ella vio a un hombre y pensó que era el hortelano. El hombre le preguntó, “Mujer, ¿por qué lloras?” ¿A quién buscas? Era el Señor resucitado, apareciendo por primera vez desde su resurrección, pero María, aún “pensando que era el hortelano”- y abrumada debido a la desaparición de sus restos, le dijo, “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré”.10

Jesús suavemente la llamó por su nombre, “María”. Ella inmediatamente reconoció a su Salvador y se le acercó diciendo, “¡Raboni!; que quiere decir, Maestro”. Pero la familiar cercanía de días pasados ya no era posible, el Salvador declaró: “No me toques, porque aún no he subido a mi padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Ella inmediatamente se fue para llevar su sagrado mensaje a los Apóstoles.

Las otras mujeres llegaron después que María se alejó del sepulcro y también vieron a los ángeles. Ellas, también, recibieron instrucciones de ir a decirles a los discípulos todo lo que habían visto y escuchado. Ellas estaban en camino para cumplir con el mandamiento cuando el Señor se les apareció, saludándolas con el familiar “¡Salve!”. Inmediatamente reconociendo al Señor y Salvador, ellas reverentemente se postraron ante Él, abrazaron sus pies, “y le adoraron”.11 El Señor les dijo que fueran a sus hermanos y les dijeran que fueran a Galilea, y que allí lo verían; sin embargo, cuando los Apóstoles escucharon el testimonio de María Magdalena, y de las otras mujeres, a ellos les parecieron “locura las palabras”, y no las creyeron.

Durante este tiempo, los guardias que habían estado cuidando el sepulcro fueron a reportar a los principales sacerdotes lo que había sucedido. Los principales sacerdotes no les creyeron – igual como no habían creído todos los poderosos testimonios que Jesús les había dado durante Su ministerio – pero para estar seguros, ellos sobornaron a los guardias para que esparcieran el rumor de que se habían quedado dormidos, y que mientras estaban dormidos, los discípulos de Jesús se habían robado Su cuerpo y así reclamar que había resucitado. Debido a que los guardias temían el castigo de Pilato si él se daba cuenta que ellos se habían quedado dormidos durante Su guardia, los principales sacerdotes les dijeron que ellos intercederían por ellos y los absolverían de cualquier culpa.

La noticia sobre la resurrección de Cristo sin duda alguna se esparció rápidamente entre sus discípulos, pero la realidad de Su resurrección aparentemente era demasiada complicada para ellos poder comprenderla. Los discípulos sabían que el Salvador había muerto, pero ellos fueron lentos en comprender que Su muerte era solamente un preludio a Su resurrección; y como resultado, aparentemente los discípulos habían perdido toda esperanza, y sus visiones de un reino terrenal mesiánico se hicieron trizas.12

Según Lucas, fue probablemente temprano en la tarde del domingo cuando dos de sus discípulos dejaron Jerusalén para ir a Emaús. Uno de los discípulos se llamaba Cleofás; se desconoce el nombre del otro discípulo, pero tradicionalmente se cree que era el mismo Lucas. Mientras viajaban, ellos deliberaban sobre los acontecimientos de ese día y se encontraban desconcertados y confusos por todo lo que había acontecido.13 En alguna parte durante el trayecto, un extraño se unió a ellos. Las escrituras declaran que sus ojos se encontraban “velados” para que ellos no pudieran reconocer al Señor. El les preguntó que platicaban y cuestionaba porqué se encontraban tristes. Cleofás le preguntó si era un forastero en Jerusalén y si no se había dado cuenta de lo que había acontecido en Jerusalén. Entonces él empezó a recitar todo lo que había sucedido esos días desde el viernes hasta la mañana del domingo. El explicó que Jesús había sido bien conocido, considerado aún por la gente como un profeta, y que los principales sacerdotes lo habían condenado a muerte y le crucificaron. El expresó la creencia de los discípulos concerniente a Jesús, “que él era el que había de redimir a Israel”, e indicaron que habían pasado tres días desde su muerte.

Él continúo, diciéndole al “forastero”, que ciertas mujeres habían ido al sepulcro temprano esa mañana y que se sorprendieron cuando no pudieron encontrar el cuerpo del Salvador. Las mujeres habían reportado esto a los discípulos y a los Apóstoles, testificándoles que habían visto una visión de ángeles quienes habían anunciado que Jesús estaba vivo. Evidentemente, Cleofás y su acompañante habían hablado con Pedro y Juan, porque Cleofás anotó que ciertos Apóstoles habían ido al sepulcro para verificar lo que habían visto las mujeres y que en realidad el cuerpo no se encontraba – pero que Pedro y Juan no habían visto a los Angeles.

El Salvador escuchó discretamente, después, sin identificarse, Él reprochó a Cleofás y a Lucas, anotando que ellos habían sido tardos de corazón en creer lo que los profetas habían hablado. Él empezó a recitar el testimonio de que Cristo debía padecer todas las cosas en orden de entrar a su gloria, y Él enumeró las escrituras como testimonio, empezando con los escritos de Moisés y continuando con todos los profetas. Cuando se acercaron a Emaús, el forastero indicó que él planeaba continuar con su viaje, pero los dos discípulos, “le obligaron” a quedarse (habiendo sentido el Espíritu sin reconocer al Salvador), y le pidieron que se quedara a comer con ellos y los acompañara el resto de la tarde. El Señor estuvo de acuerdo, y cuando la cena comenzó, Él “tomo el pan y lo bendijo, lo partió y les dio”. Con la realización de este acontecimiento familiar, sus ojos fueron abiertos y reconocieron a su Salvador, pero entonces Él se “despareció de su vista”.14 En este punto los discípulos reconocieron como sus corazones ardían dentro de ellos mientras el “forastero”, abría las escrituras para que las entendieran, entusiasmados se levantaron de la mesa y regresaron a Jerusalén esa misma noche.

Es aparente que durante esa misma tarde el Señor se apareció a Pedro, porque Pablo después testifica a los corintios de esa aparición (1 de Corintios 15:5). Indudablemente esta aparición personal al Apóstol mayor era para su instrucción y edificación para que él pudiera fortalecer a otros en su convicción de la Resurrección.

Cuando Cleofás y Lucas llegaron a Jerusalén, ellos encontraron a los Apóstoles y a otros discípulos reunidos para la cena en el cuarto superior. Las escrituras anotan que ellos habían cerrado las puertas exteriores e interiores “por miedo a los judíos”. Ellos quizás sentían recelo debido a que eran discípulos de Cristo y aun sospechaban, o quizás pensaban que las historias del sepulcro vacío pudieron haber llegado a las autoridades, quienes una vez mas incitarían el odio de los miembros del Sanedrín. De todas formas, ellos tomaron ciertas precauciones para prevenir ser detectados. Para este tiempo ellos sabían que Cristo había resucitado, pero aún no entendían en sí la Resurrección. Mientras se encontraban reunidos, Cristo se apareció a ellos repentinamente, y se aterrorizaron porque creían que estaban viendo un “espíritu” o un fantasma.

El Salvador calmó sus miedos y malentendidos mandándoles que no solamente miraran sus manos y pies sino que también lo tocaran para que así pudieran darse cuenta que no era un espíritu, porque los espíritus no tienen cuerpo de carne y huesos como ellos podrían ver que Él si tenía. Como para enfatizar que era real, el Señor tomó un pedazo de pez asado, panal de miel, y comió delante de ellos. Entonces, de la misma forma como la había hecho con los dos discípulos en el camino a Emaús, les expuso las escrituras y les abrió el entendimiento para que pudieran comprender porque tenía que padecer para poder levantarse nuevamente.

Los Apóstoles fueron instruidos para que continuaran con la obra que Cristo había empezado, predicando el arrepentimiento y la remisión de pecados en Su nombre a todas las naciones. El les dio la autoridad para que llevaran acabo Su obra, de la misma forma como el Padre le había dado autoridad a Él, y les dio el Espíritu Santo para que los sostuviera en su llamamiento. Él les dijo que ellos tenían el poder ya sea de remitir o de retener los pecados, y en adición a este poder, Él les confirió las llaves del sacerdocio para que pudieran preservar la integridad de la Iglesia y proveer sus necesidades. Tomás no se encontraba cuando el Señor se apareció a los Apóstoles, y cuando se le informo sobre este maravilloso acontecimiento, él se rehusó a creer a menos que él personalmente pudiera ser testigo de la corporeidad del Señor.

Aparentemente transcurrió una semana en calma en donde el Mesías no se apareció, pero en el primer día de la siguiente semana, los Apóstoles una vez más se reunieron en un cuarto cerrado y el Salvador se apareció en medio de ellos. Esta vez Tomás estaba presente, y cuando él vio las manos del Señor y sintió su costado, sus dudas se disiparon y cntusiasmadamente aceptó la Resurrección reconociendo a su Señor y Dios. Jesús nuevamente enseñó a los Apóstoles concerniente a la Resurrección, pero ahora Él los alejó de la evidencia física y los dirigió hacia un elemento más alto de fe – bendiciendo a aquellos que creyeron y entendieron la realidad del Salvador resucitado sin tener que verlo. Juan concluyó este informe sobre la aparición del Salvador con su testimonio personal:15 “Pero éstas [cosas] se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).

Un corto tiempo después los Apóstoles dejaron Jerusalén para ir a Galilea para esperar la prometida visita del Señor. Ellos indudablemente testificaron a otros discípulos sobre la Resurrección; sin embargo, algunos dudaron, aunque algunos acompañaron a los Apóstoles mientras viajaban hacia Galilea. Quizás fue durante este viaje que el Señor se apareció en una montaña (Mateo 28:16) al grupo de “quinientos hermanos a la vez” que Pablo menciona en Corintios (1 de Corintios 15:6).

Los hermanos prontamente llegaron a Galilea. Mientras ellos esperaban al Salvador, Pedro y seis de los Apóstoles decidieron ir a pescar. Esa noche ellos pescaron en el lago pero no tuvieron suerte. Al acercarse el amanecer, vieron a un hombre parado en la playa. Él les preguntó si habían atrapado algún pez, y su respuesta fue negativa. Él les indicó que echaran la red a la derecha de la barca y tan pronto como ellos obedecieron, la red estaba rebosando. Juan entonces reconoció al forastero y le susurró a Pedro que era el Señor. Pedro, entusiasmado de ir hacia el Maestro, se ciñó su saco de pescador y se echó al mar. La barca se encontraba como a 350 pies de la playa, entonces otros lo siguieron en una barca pequeña, arrastrando la pesada red de peces con ellos.16

El Salvador había encendido una fogata y tenía el desayuno listo y esperaba a los Apóstoles. Él les indicó que trajeran la carga de peces que habían atrapado; Pedro se regresa a la playa para ayudar a sus compañeros a llevar la sobre-pesada red a la playa. Entonces Jesús invita a los Apóstoles a que comieran lo que les había preparado; pero aún todavía algunos sentían recelo. Aunque ellos sabían que era el Señor, no se atrevían a preguntarle que lo confirmara.

Después que terminaron de comer, Jesús le pidió a Pedro que viniera hacia Él, y le pregunta, “¿me amas más que a estos?” Pedro entendió lo que el Señor le estaba preguntando, porque el Señor le había dicho a Pedro que lo negaría tres veces antes de que cantara el gallo. Pedro había afirmado confidencialmente que él no negaría al Señor pero que lo seguiría aún hasta la muerte. Sin embargo, él había negado al Señor, y esas negaciones fueron “anuladas antes de que los otros discípulos lo negaran, antes que el mismo Pedro”.17 Pedro sabía que él necesitaba el perdón del Salvador, y él respondió con gran humildad cuando dijo, “Señor, tú sabes que te amo”. El Señor simplemente respondió, “Apacienta mis ovejas”.

El Señor nuevamente le pregunta a Pedro, “¿me amas?” Pedro respondió de la misma forma que antes, a lo cual el Señor le dijo, “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez el Salvador le pregunta a su principal Apóstol, “¿me amas?” Indudablemente Pedro reconoció la analogía de porque el Señor preguntó tres veces lo mismo, con él haberlo negado tres veces y sintió tristeza. Pedro lloró con angustia, “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”, y esta vez, el Señor con autoridad le ordenó, “Apacienta mis ovejas”. El arrepentimiento de Pedro fue aceptado y el Salvador lo perdonó. El Señor reconoció la fortaleza de su principal Apóstol y la gran obra, la cual, era organizar el reino, pero Él profetizó que eventualmente Pedro daría su vida por el evangelio – martirizado de la misma manera que el Señor.

Jesús después indicó a su principal Apóstol “Sígueme”, aparentemente invitando a Pedro a que se alejara de los demás Apóstoles para poder platicar en privado. El Señor se alejó del grupo, y Pedro lo siguió, también Juan, “el discípulo al cual Jesús amaba”. Pedro se dio cuenta que Juan los seguía y preguntó con un interés de hermandad qué esperaba el Señor de Juan. El Señor respondió que él no moriría sino que viviría hasta la venida del Mesías, una bendición que está atestiguada en la revelación moderna (D&C 7). Aunque Pablo menciona que el Señor también se apareció a Santiago (1 de Corintios 15:7), esta es la tercera y ultima vez que está registrado que el Señor se apareció a los Apóstoles hasta la Ascensión. Sin embargo, Juan testifica que el Señor hizo “otras muchas cosas”, y que si hubieran sido escritas, “pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir”.

La Ascensión

Ya sea en Jerusalén o en las playas de Galilea, el Señor había renovado su comisión apostólica a todos sus Apóstoles. Ahora que la Ascensión de Jesús se acercaba, se reunieron en la ladera del Monte de los Olivos, “el cual está cerca de Jerusalén, camino de un día de reposo”, (Hechos 1:12). El Señor bendijo a sus testigos especiales con las promesas que el Padre le había dado a Él y declaró que con su resurrección, el Padre le había dado “todo poder … en el cielo y en la tierra”. Los Apóstoles una vez más le preguntan al Salvador cuándo el reino será nuevamente restaurado a Israel, pero no tuvieron respuesta, porque las promesas que el Señor les dio y los poderes que Él les confirió eran espirituales, no mundanos (Hechos 1:6-8). Se les indicó a los Apóstoles que se quedaran en Jerusalén hasta que fueran investidos con poder de lo alto – lo cual se cumplió en el día de Pentecostés cuando el poder del Espíritu Santo se manifestó a ellos (Hechos 2:2-3). Cuando todo se haya cumplido (y solamente entonces), deberían de ir a todas las naciones, enseñando los mandamientos, dando testimonio de la resurrección de Cristo, y bautizando en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El Salvador levantó sus manos y los bendijo, prometiéndoles que siempre estaría con ellos – entonces Él milagrosamente ascendió y una nube lo recibió ocultándolo de sus ojos. Repentinamente, dos ángeles se pararon a un lado de los Apóstoles y les preguntaron, “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”.

Los Apóstoles regresaron a Jerusalén ‘‘con gran gozo” – ¡y sin asombro! El Señor había resucitado – fueron testigos de ello – y su obra de salvación continuaría en la tierra y en el cielo hasta el fin del tiempo.

→ Capítulo 10


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1 Response to La Misión de Jesús el Mesías

  1. Avatar de Pedro Morales Sánchez Pedro Morales Sánchez dice:

    Me gusta, pero hay personas como yo que le cuesta mucho ser espiritual y aprender como se puede conseguir

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