El Espíritu Santo

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Nuevo Nacimiento

Toda la humanidad… debe nacer otra vez, sí, nacer de Dios, ser cambiados de su estado carnal y caído a un estado de rectitud, siendo redimidos de Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas; y así llegan a ser nuevas criaturas ―Mosiah 27:25-26


Ser miembro del reino de Dios no es suficiente. Tener nuestros nombres en los registros de la Iglesia verdadera no nos asegura un lugar en las mansiones preparadas por el Salvador. Ni la aceptación por sí sola de las ordenanzas de salvación nos garantiza un trono junto a Abrahm/Isaac y Jacob. El evangelio de Jesucristo -aquel convenio del evangelio que es nuevo por cuanto ha sido revelado nuevamente en nuestros días, pero que es eterno por cuanto ha formado parte de la vida de los fieles desde los tiempos Edénicos- es el ‘‘poder de Dios para la Salvación” (Romanos 1:16); es el poder renovador por medio del cual hombres y mujeres son transformados, por el cual se elevan por sobre el estado carnal y caído, y entran en la esfera de las experiencias divinas. El evangelio ha sido restaurado para cambiar a las personas -para hacer de ellas nuevas criaturas, nuevas criaturas en Cristo.

Ver el Reino y Entrar en el Reino

Uno de los episodios más significativos sobre este asunto que hallamos en las escrituras, se relaciona con una conversación entre Jesús y Nicodemo. Juan lo narra de la siguiente manera:

“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos.

Este vino a Jesús de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.

Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer de nuevo siendo viejo? ¿Puede acaso entrar de nuevo en el vientre de su madre y nacer?

Respondió Jesús y le dijo: De cierto te digo, que el que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:1-5)

Es difícil establecer el significado exacto (y por lo tanto su motivación precedente) de algunos de los conceptos vertidos por Nicodemo. Como un “maestro que enseña en Israel” (otra acepción del versículo 10), Nicodemo estaba familiarizado con la doctrina del nuevo nacimiento. Tal concepto no se originó con Jesucristo en el primer siglo sino que, tal como lo sabemos hoy, fue enseñado a Adán en las más tempranas épocas de la historia del mundo (ver Moisés 6: 59-61), y habría sido una parte vital del mensaje profético de cada dispensación del evangelio, desde Adán hasta Cristo. Nicodemo conocía las escrituras; como Fariseo entrenado, debía ser un experto en el Viejo Testamento y conocedor de muchos pasajes que atestiguan esta verdad. ¿Acaso no había hablado el Señor a través de Ezequiel acerca de una renovación espiritual asociada con el recogimiento final de Israel? “Os tomaré de las naciones”, declaró Jehová, “y os recogeré de todas las tierras y os traeré a vuestro país”. Y posteriormente la alusión a los dos bautismos, “entonces esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias, y de todos vuestros ídolos os limpiaré. También os daré un corazón nuevo y un nuevo espíritu pondré dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:24-27, comparar con Jeremías 31: 31-34). “Nicodemo, sin proponérselo, claramente reveló el hecho de que no sabía quién era Jesús”, nos explica el Presidente Marión Romney. “Todo lo que pudo ver en el Hijo de Dios fue un gran maestro. Era sin embargo, todo lo que podía ver, porque basaba su conocimiento de Jesús en lo que había visto y oído acerca de los milagros del Maestro. Percibiéndolo, Jesús le aclaró que el conocimiento de las cosas divinas no llegaba a través de los sentidos normales” (Conference Report, Octubre 1981, pp.18-19).

Jesús estaba invitando a Nicodemo a un plano más elevado; una invitación para recibir aquellas ordenanzas y el Espíritu para poder ver con los ojos espirituales. “Una cosa es”, enseñó José Smith, “ver el reino de Dios, y otra entrar en él. Debemos sufrir una transformación en nuestro corazón para poder ver el reino de Dios, y adoptar sus estatutos para entrar en él” (Enseñanzas del Profeta J. Smith). Cambiar el corazón es cambiar nuestra mente, nuestra visión, nuestra perspectiva. Es tomar conciencia de cosas que no obstante, estar siempre presentes, muy pocos perciben. Es despertar de la modorra de la mediocridad, es sacudirse de los efectos adormecedores de la insensibilidad -vivenciar realidades invisibles. Para Nicodemo, como para cualquier otra persona, ver el reino de Dios es comenzar un proceso de verdadera conversión. Ciertamente, “uno se convierte cuando ve con sus ojos lo que debe ver y cuando oye con sus oídos lo que debe oír; y cuando comprende en su corazón lo que debe comprender. Y lo que debe ver, oír y comprender es la Verdad -la verdad eterna- y entonces ponerla en práctica. Eso es conversión” (Harold B. Lee, Permaneced en Lugares Santos, p.92).

El Presidente David O. McKay puntualizó que Jesús le dijo a Nicodemo, que antes de que pudiera contestar la pregunta que lo estaba perturbando en su mente, su visión espiritual debería ser transformada por un cambio completo de su “hombre interior”. Su forma de pensar, de sentir y actuar con referencia a las cosas espirituales, debería sufrir un cambio fundamental y permanente. Es fácil ver las cosas temporales. Es fácil caer en la lascivia. Requiere poco o ningún esfuerzo ser indulgente con la carne. Pero ser nacido de ese mundo, al mundo espiritual es un paso que el Señor demanda de cada uno de nosotros (Conference Report, Abril 1960, p.26)

Daniel Tyler, un allegado al Profeta José Smith, describe las enseñanzas acerca de “ver” y “entrar” en el reino, de la siguiente manera: El nacimiento del que se habla aquí (Juan 3)… no fue el don del Espíritu Santo, el cual había sido prometido después del bautismo, sino una parte del Espíritu, la que se relaciona con la predicación del evangelio por los élderes de la Iglesia. La gente se preguntaba por qué no habían entendido las escrituras al leerlas directamente, tal como habían sido explicadas por los Élderes, no obstante haberlas leído anteriormente cientos de veces. Cuando ellos leyeron la Biblia (ahora), descubrieron un libro nuevo. Esto es haber nacido de nuevo para ver el reino de Dios. Ellos no estaban en el Reino, pero podían verlo desde afuera, lo cual no podían haber hecho antes de que el Espíritu del Señor quitara el velo de sus ojos, fue un cambio del corazón, no de estado. Ellos habían sido convertidos, pero aún permanecían en sus pecados. A pesar de que Cornelio (Hechos 10) había visto un ángel santo, y además, durante la predicación de Pedro, el Espíritu Santo fue derramado sobre él y su casa, sólo nació de nuevo para ver el reino de Dios. No habiendo sido bautizado no podía llegar a ser salvo. (Citado en Instructor Juvenil 27, Feb 1982 93-94)

Para parafrasear al Profeta, nacer de nuevo para “ver” es ganar una nueva visión, reconocer y aceptar el reino de Dios y escuchar las palabras de los siervos del Señor, quienes hablan por El. Por ejemplo, uno es nacido de nuevo cuando “ve el poder de Dios descansar sobre los líderes de su Iglesia, y (ese testimonio) entra en el corazón como fuego” (Harold B. Lee. Permaneced en Lugares Santos p.63). Para entrar a ese reino uno debe ajustarse a las normas y estatutos de adopción, los primeros principios y ordenanzas del evangelio, los cuales nos permiten ser adoptados en la familia de Cristo.

“La mera formalidad en cuanto a la ordenanza del bautismo”, escribió el Élder McConkie, “no significa que una persona nació de nuevo”. Nadie puede nacer de nuevo sin el bautismo, pero la inmersión en agua y la imposición de manos para conferir el Espíritu Santo no son por sí solas, en cuanto a forma, garantía de que una persona ha nacido o nacerá nuevamente. El nuevo nacimiento se producirá solo para aquellos que efectivamente gozan del don de la compañía del Espíritu Santo” (Mormon Doctrine p.101). Por otra parte, tal como lo explicó el Profeta, una experiencia espiritual personal no es suficiente para producir un nuevo nacimiento; igualmente esenciales son aquellos ritos y ordenanzas del sacerdocio que han probado ser los canales del poder de la divinidad (D. Y C.84:20). Por lo tanto, “ser nacido de nuevo, es algo que sólo se produce por medio del Espíritu de Dios, a través de sus ordenanzas” (Enseñanzas del Profeta José Smith).

La instrucción de Jesús a Nicodemo continúa: “Lo que es nacido de la carne, es carne”, dijo, “y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. No te maravilles de lo que te he dicho. Debes nacer de nuevo. El viento sopla allí donde es escuchado, y tú oíste el sonido, pero no puedes decir de donde viene ni adónde va: así con el que es nacido del Espíritu” (Juan 3:6-8). Nicodemo fue ordenado nacer de nuevo. La palabra griega “anatema” puede ser interpretada como “nuevamente” o como “desde lo alto”. El Fariseo fue invitado a nacer “nuevamente”, a respirar el aliento de vida espiritual, tal como había respirado el aliento de la vida cuando era un bebé años atrás. Fue invitado a nacer “desde lo alto”, para producir los frutos del cielo, para llevar a cabo las obras que caracterizan a un hijo de Dios ―”amor, gozo, paz, templanza, bondad, gentileza y misericordia” (Galatas 5:22). Aquella persona nacida del espíritu es espiritual ―ahora vive en rectitud, pues ha muerto para lo mundano. Ha crucificado al viejo hombre pecador y ha surgido a una vida nueva (Romanos 6:3-6). A pesar de no ser perfecto, ha cesado en el pecado (ver JST, I Juan 3:6-9). Aquella persona que es “nacida en la carne” ―se ha unido a la familia de los infieles y por lo tanto está engendrado desde lo inferior― es carnal, se da a las obras de la carne: “adulterio, fornicaciones, inmundicia, lascivia, idolatría, brujería, odio… cólera, rivalidad, sedición, herejías, envidias, crímenes, borracheras, juergas y otras por el estilo” (Gálatas 5:19-21)

El Salvador eligió palabras para sus instrucciones, que fueron pertinentes y apropiadas: “El viento sopla cuando lo oís, dijo, “y escucháis el sonido, pero no podéis decir de donde viene ni adónde va; así con todo el que nace del Espíritu” (Juan 3:8) La palabra “ruah” en hebreo, y la palabra “pneuma” en griego, traducidas ambas como “viento”, pueden ser interpretadas también como “aliento” o “espíritu”. La palabra sonido también puede ser interpretada como “voz”.

El hombre no puede predecir ni programar al Espíritu Santo. Sugerir que una secuencia de hechos o acontecimientos siempre deviene en una manifestación espiritual especial, o enseñar que los dones espirituales pueden obtenerse siguiendo una lista de pasos cuidadosamente construida puede ser falso. El Señor conoce más que nadie aquellas variables o circunstancias que están más allá de nuestro alcance, y está por lo tanto capacitado para decidir perfectamente en qué medida debemos recibir una manifestación espiritual. A pesar de que El otorga a los hombres de acuerdo a sus peticiones y a sus obras, lo hace “en su propio tiempo, y en su propia manera y de acuerdo a su propia voluntad” (D. y C. 88:68). Simplemente no podemos forzar las cuestiones espirituales. Más aún, no podemos evitar que el Espíritu determine los tiempos de sus operaciones. “La influencia o don del Espíritu Santo”, explicó el Presidente J. Smith, “simplemente confiere a un hombre el derecho de recibir en cualquier momento, cuando lo desea y lo merece, el poder y la luz de la verdad del Espíritu Santo, a pesar de que generalmente deba ser dejado a su propio juicio”. Esto significa que el Espíritu Santo “puede ser conferido a los hombres y puede llegar a morar en ellos por un tiempo, o puede permanecer en la medida de su merecimiento y puede asimismo, partir de ellos a su propia voluntad” (Gospel Doctrine pp.60-61,466; ver también 130:23)

La Vivificación del Hombre Interior

Describiendo la renovación espiritual del padre Adán en la primera dispensación de la historia de este mundo, Moisés escribió: “Y sucedió cuando el Señor habló con Adán, nuestro padre, sucedió que Adán clamó al Señor, y fue llevado del Señor, y fue llevado al agua y fue puesto sobre el agua, y fue hundido en el agua y fue sacado del agua. Y entonces fue bautizado, y el Espíritu de Dios descendió sobre él, y entonces fue nacido del Espíritu, y fue vivificado en el hombre interior. Y escuchó una voz del cielo, diciendo: Eres bautizado con fuego, y con el Espíritu Santo. Este es el registro del Padre y del Hijo, por ahora y por siempre” (Moisés 6:64-66). Vivificar es dar vida, animar, energizar. Nacer de nuevo es ser vivificado dentro de las cosas espirituales.

Nacer de nuevo es ganar sensibilidad para las cosas trascendentes. Por ejemplo, dado que el Espíritu Santo obra muchas de las veces a través de las conciencias de los Santos fieles, nacer de nuevo es ganar una mayor sensibilidad para discernir el bien del mal, para gozar mayores manifestaciones del don de discernimiento/ para desarrollar deseos más refinados y educados. Dado que, nacer de nuevo consiste en ser adoptado como miembro de la Real Familia, y por lo tanto, ganar en atributos divinos, experimentar un nuevo nacimiento conlleva sentir una más profunda compasión y simpatía por todos aquellos que lloran, sufren y claman por ayuda. La vivificación del hombre interior descascara la fachada del pecado, hace innecesarias la ostentación y la superficialidad; aquellos que son nacidos de nuevo ven las cosas claras y agudamente y son capaces de evitar o sortear lo sórdido, lo tangencial y lo intrascendente. Sienten menor inclinación a trabajar por causas secundarias y una ardiente pero paciente pasión por ocuparse de todo aquello que brinda luz, vida y amor. Buscan los placeres sencillos de la vida y se regocijan en la benevolencia de Su Dios. José Smith enseñó “Dios ha creado al hombre con una mente capaz de recibir instrucción y esta facultad puede ser aumentada en proporción a la diligencia puesta en la luz que comunica los cielos con el intelecto. Cuanto más se acerca el hombre a la perfección, más clara es su visión y mayores sus alegrías, hasta que llega a superar el mal y perder todo deseo de pecado, y como los antiguos, llega al punto de fe en que es envuelto en el poder y la gloria de su Hacedor y es arrebatado para morar con El” (Enseñanzas del Profeta José Smith).

Una persona que ha sido purificada por el poder del Espíritu Santo tiene sus ojos abiertos, [sus ojos espirituales], para ver y entender cosas que no son aparentes ni están al alcance del hombre natural. Dado que “el hombre natural es enemigo de Dios” (Mosiah 3:19) y dado que “todo hombre que está en estado natural” es “sin Dios en el mundo” y por lo tanto “contrario a la naturaleza de la felicidad” (Alma 41:11), deducimos que “cosas que el ojo [carnal] no vio, ni oído [corrupto] escuchó, ni han entrado en el corazón del hombre [no iluminado], son las que Dios ha preparado para aquellos que lo aman” (1 Corintios 2:9)

Estaba Amón regocijándose con sus hermanos por las tiernas dádivas de Dios, cuando les recordó sus nefastas obras como perseguidores de la Iglesia. ¿Por qué no nos consignó [el Señor] a una terrible destrucción? Sí, ¿por qué no dejó caer la espada de su justicia sobre nosotros y no nos consignó a la desesperación eterna?” Sin embargo, Amón hace notar que el gran Jehová no los condenó ni los destruyó sino que contrariamente, “en su gran misericordia nos ha hecho salvar ese sempiterno abismo de muerte y miseria, para la salvación de nuestras almas”. Y entonces Amón hace una maravillosa observación: “Y he aquí, hermanos míos, qué hombre natural conoce estas cosas? Os digo que no hay quien conozca estas cosas sino el contrito. Sí, el que se arrepiente y ejerce la fe y produce buenas obras y ora continuamente sin cesar, a éste le es permitido conocer los misterios de Dios; sí, a éste le será concedido llevar a miles de almas al arrepentimiento” [Alma 26:19-22 comparar con Alma 36:4-5]. Hablando del poder del Espíritu Santo para vivificar el hombre interior, el Pte. John Taylor explicó que la función del Espíritu Santo “no es algo que afecta sólo el oír externamente; ni es algo que afecte su juicio, sino al hombre interior; afecta al espíritu que mora en él; en otras palabras, es una parte de Dios impartida a los hombres dándoles la seguridad de que Dios vive” [Journal of Discourses 11:23]

El Pte. Harold B. Lee citaba con frecuencia a Cipriano, el gran defensor de la fe luego del período apostólico, en cuanto a la manera en que llega el conocimiento de las realidades espirituales. “Dentro de mi corazón”, se dice que declaró Cipriano, “purificado de todo pecado, entró una luz que vino de lo alto, y, súbitamente, y de una forma maravillosa, vi que la certeza venció a la duda” [Citado en Permaneced en Lugares Santos p.57; ver también pp.109, 354]. Aquellos que son nacidos de nuevo llegan a ganar una convicción de Su Señor y de Su Obra en los últimos días, que demuestra ser un ancla para sus almas. En este sentido, pueden llegar a conocer cosas que ningún hombre puede enseñarles (ver Mateo 16:17; I Juan 2:27). El Pte. Marión Romney contó que su esposa…

“había sido criada en un hogar en donde se oraba día y noche; donde, al menos una vez al día se discutían los principios del evangelio en reunión familiar… En su lucha por obtener una educación superior, desarrolló una actitud de temor hacia las personas que habían cursado ciertos estudios. Como miembro de la Escuela Dominical de la estaca de Idaho Falls, estaba al frente de una clase. En esa clase había una mujer no-miembro de la Iglesia esposa de uno de los hermanos de la presidencia. Esta mujer había recibido su certificado de graduación en la Universidad de Idaho. Mi esposa, que aún no había logrado ese certificado, se sentía algo cohibida en presencia de esta mujer.

Una de las lecciones del curso tenía que ver con la Primera Visión del Profeta José Smith. Cuando preparó la lección, vino a su mente la idea de que esta no-miembro estaría presente en la clase. Esta idea fue seguida de esta pregunta: “¿Qué va a pensar de mí, una joven ignorante, diciendo que el Padre y el Hijo realmente vinieron del cielo y se aparecieron a un niño de 14 años?” El pensamiento la aterrorizó y tuvo la certeza de que no podría hacerlo. Llorando, fue a consultar a su madre y dijo: “Madre, no puedo enseñar esta lección. Yo no sé si José Smith vio al Padre y al Hijo. Sé que eso es lo que me ha sido enseñado durante toda mi-vida por tí y por mi padre. Les he creído, pero personalmente, no lo sé. Esta mujer va a ridiculizarme. No podré pararme frente a la clase estando ella presente y enseñar esta lección”. La madre no tenía mucha preparación escolar. No era una persona educada según las normas del mundo, pero tenía fe en Dios, el Padre Eterno y en Jesucristo, Su Hijo, y dijo a su hija: “Que hizo José Smith para obtener esa visión?” ―”Bueno”, dijo ella, “él oró”. ― “¿Porque no haces lo mismo?”, le dijo la madre. Esta jovencita volvió a su cuarto y allí, por primera vez en su vida, se dirigió al Todopoderoso con un sincero deseo de saber si Él vivía y si El y Su Hijo realmente habían aparecido al Profeta José. Al salir de aquel cuarto fue a la Escuela Dominical y enseñó su clase con alegría, con conocimiento, con convicción. Ella había nacido del Espíritu. Ella sabía. (Conference Report, Octubre 1981 pp.19-21).

El Presidente Lorenzo Snow nos ha dejado una descripción de lo que seguramente es una de las más hermosas experiencias de esta dispensación con relación al nuevo nacimiento.

Unas dos o tres semanas después de haber sido bautizado, un día en que estaba concentrado en mis estudios, comencé a reflexionar sobre el hecho de que no había obtenido un conocimiento de la veracidad de la obra, que no tenía un clara noción del cumplimiento de la promesa que dice [que] “el que hace mi voluntad, conocerá mi doctrina”, y comencé a sentirme muy inquieto. Dejé mis libros a un costado, salí de la casa y anduve por el campo bajo la influencia opresiva de un espíritu de tristeza, desconsolado, mientras una indescriptible nube de oscuridad parecía envolverme. Me había acostumbrado, al finalizar el día, a recogerme para orar en secreto, en una arboleda a corta distancia de mi casa, pero esta vez no sentí la inclinación de hacerlo. El espíritu de oración me había abandonado y los cielos parecían de bronce sobre mi cabeza. Después de un rato, dándome cuenta que había llegado la hora acostumbrada de mi oración secreta, decidí no olvidar mi servicio de cada anochecer, y sólo como una formalidad, me arrodillé por costumbre en el lugar de siempre, pero sin sentir lo que deseaba. No había abierto aún mis labios en un esfuerzo por orar, cuando escuché un sonido, justo arriba de mi cabeza, como el susurro de ropajes de seda, e inmediatamente el Espíritu de Dios descendió sobre mí, envolviéndome completamente, de la cabeza a los pies, y ¡oh!, la alegría y felicidad que sentí. No hay palabras que puedan describir la casi instantánea transición desde una densa oscuridad mental y espiritual, a la refulgente luz y al conocimiento… de que Dios vive, que Jesucristo es el Hijo de Dios y que el Santo Sacerdocio y la plenitud del evangelio han sido restaurados. Fue un bautismo completo, una tangible inmersión en el principio celestial o elemento celestial, el Espíritu Santo; y aún más real y físico en sus efectos sobre cada una de las partes de mi ser, que la inmersión por agua; despejando para siempre, tanto como me lo permiten mis recuerdos, toda posibilidad de duda y temor… No puedo decir por cuanto tiempo permanecí en completo estado de gozo y divina iluminación, pero pasaron algunos minutos antes que el elemento celestial que me llenó y rodeó comenzara a retirarse gradualmente. Al incorporarme, mi corazón desbordaba de gratitud hacia Dios, más allá de lo expresable. Sentí, lo sé, que Él me había conferido lo que solo un ser omnipotente puede conferir, aquello que es de mayor valor que todas las riquezas y los honores que el mundo puede otorgar. Esa noche, cuando me retiré a descansar, se repitieron las mismas maravillosas manifestaciones, y así sucedió a lo largo de varias noches más. El dulce recuerdo de estas gloriosas experiencias, desde entonces hasta el presente, están presentes en mí, confiriéndome una influencia inspiradora que prevalece en todo momento, y que espero me acompañe hasta el final de mi vida terrenal. (Eliza Snow, Biografía y Registros Familiares de Lorenzo Snow, pp. 7-9)

Esta experiencia del joven Lorenzo Snow, tal como aquella del joven Alma, es más dramática que las experiencias usuales de los Santos fieles, no obstante las pautas son las mismas. Ciertamente, “el Espíritu da vida” (2 Corintios 3:6). Hablando del poder renovador de Cristo para hacer de los hombres y mujeres nuevas criaturas, el Presidente Ezra Taft Benson recordó a los santos que “el Señor trabaja desde el interior hacia afuera; y el mundo obra de afuera hacia adentro. El mundo toma a los hombres desde lo marginal; Cristo echa lo marginal fuera de los hombres, y ellos abandonan la sordidez por sí mismos. El mundo moldea a los hombres cambiando su ambiente. Cristo los cambia a ellos, y ellos cambian su ambiente. El mundo estereotipa la conducta humana. Cristo la transforma”. El Presidente Benson puntualiza entonces que “Cristo cambia a los hombres, y los nuevos hombres cambian el mundo. Los hombres cambiados por Cristo serán capitaneados por Cristo… Los hombres capitaneados por Cristo serán consumados en Cristo”. (Conference Report Octubre 1985, pp-. 5-6).

Ser nacido de nuevo no es el simple resultado de una nueva forma de pensar; es mayormente un cambio de nuestros modelos de pensamiento. Es posible por la sangre de Cristo, a través del instrumento transformador del Espíritu Santo. Es un cambio más allá de la capacidad humana para llevarlo a cabo, aún de los hombres más capacitados y carismáticos; es un cambio que es de Dios, no del hombre.

El Presidente David O. McKay compartió una experiencia sagrada, una historia que ilustra la seria responsabilidad que tenemos de nacer de nuevo. Fue durante una gira alrededor del mundo, aproximándose a Apia, Samoa:

Me quedé dormido, y tuve una visión infinitamente sublime. A la distancia, vislumbré una blanca y hermosa ciudad. No obstante la lejanía, me pareció distinguir árboles cargados, con frutos apetitosos, con magnífico follaje, y flores en todo su esplendor por doquier. El límpido cielo parecía reflejar todos aquellos matices. Una gran muchedumbre se acercaba a la ciudad. Vestían blancos y livianos ropajes, y un sombrero blanco. Instantáneamente mi atención fue atraída por su Líder, y aunque sólo podía distinguir el perfil de su rostro y su cuerpo, lo reconocí como mi Salvador! El color y el brillo de su figura eran una visión gloriosa! Irradiaba una paz sublime, era divino!

Comprendí que la ciudad era la suya. Era la Ciudad Eterna; y la gente que lo seguía moraría allí en paz y eterna felicidad.

¿Pero quienes eran ellos?

Como si el Salvador hubiese leído mis pensamientos, me contestó señalándome un semicírculo que apareció sobre ellos, sobre el cual con letras de oro, se podía leer: ESTOS SON LOS QUE HAN VENCIDO AL MUNDO – LOS QUE VERDADERAMENTE HAN NACIDO DE NUEVO!

Cuando desperté, estaba amaneciendo sobre el puerto de Apia.
(Cherised Experiences, p.6)

Ciertamente, “cuando despertemos y seamos nacidos de Dios, un nuevo día comenzará y Sión será redimido” (Ezra Taft Benson, Conference Report, Octubre 1985, p.6)

El Proceso del Tiempo

El Apóstol Pablo escribió a sus amados Santos en Roma, “nuestra salvación está más cerca de lo que creemos” (Romanos 13:11). Ganar la salvación es un proceso: ganar la seguridad de que poseeremos, recibiremos y heredaremos la plenitud de la gloria del Padre es un proceso de toda la vida. Y así como lo es para ganar la salvación, lo es para procurar nacer de nuevo. A pesar de que el nuevo nacimiento es el resultado de un tiempo definido de decisión ―deseo de las cosas justas― es usualmente un proceso silencioso pero firme. Más aún, aunque el cambio de naturaleza puede, en el proceso del tiempo, aparecer como definido y dramático, no necesariamente debe ser instantáneo para ser de Dios.

“¿Siempre debe existir una manifestación espiritual visible antes de poder decir que nacimos del Espíritu?” El Presidente Harold B. Lee contestó esta pregunta acotando pasajes del Libro de Mormón, que hablan de la conversión de Alma (Mosiah 27:24-26; Alma 36:20-24) y también versículos que sugieren la naturaleza cierta inherente al nuevo nacimiento (Alma 5:14, 21), y agregó: “Algunos de nosotros pensamos que todos debemos tener la misma clase de experiencia, o no podremos ser salvos. Cierta vez me encontré en una muy seria situación, cuando uno de nuestros maestros había enardecido a unas mujeres que participaban de la clase que él enseñaba, hasta el punto de que ellas sentían que debían tener alguna demostración especial que les confirmara que habían nacido del Espíritu”. Y entonces, después de haber leído una parte de la experiencia de Lorenzo Snow [mencionada anteriormente en este capítulo], el Presidente Lee agregó: “Ahora les repito, que es debido a estas dramáticas experiencias que algunos de nuestros maestros llegan a la conclusión que una persona es nacida del Espíritu sólo cuando ha tenido este tipo de experiencia” (Permaneced en Lugares Santos, pp. 58-60; ver también Times and Seasons, 3:823).

Dirigiéndose a un grupo de estudiantes de la Universidad de Brigham Young, el Élder Bruce McConkie explicó que “una persona puede ser convertida en un momento, milagrosamente. Eso fue Id que sucedió con Alma el Joven. Él había sido bautizado en su juventud, y se le había prometido el Espíritu Santo, pero nunca lo había recibido. Él era muy sabio a la manera del mundo… En su caso la conversión fue milagrosa, en un chasqueo de dedos, casi… Pero no es así como le sucede a la mayoría de las personas. Con la mayoría, la conversión es un proceso”. (Discurso pronunciado en la Conferencia de la Primera Estaca de la BYU, el 11 de febrero de 1968). En otra ocasión agregó:

Decimos que un hombre debe nacer de nuevo, significando que debe morir para aquello que no es justo ni recto en el mundo. Pablo dijo: “Crucifica al viejo hombre pecador y surge a una vida nueva” (Romanos 6:6). Nacemos de nuevo cuando morimos para aquello que no es digno y cuando vivimos para las cosas del Espíritu. Pero ‘no sucede en un instante, repentinamente’. Es un proceso. ‘Nacer de nuevo es algo gradual, excepto en casos aislados, que por ser tan milagrosos han quedado registrados en las escrituras’. En lo que concierne a la generalidad de los miembros de la Iglesia, nacemos de nuevo en sucesivos pasos, y nacemos de nuevo a mayor luz, mayor conocimiento y mayores deseos de justicia en la medida en que cumplimos con los mandamientos. (Jesus Christ and Him Crucified, 1976 Devotional Speeches of the Year, p.399).

De esta manera, los Santos van hacia adelante con madurez, paciencia y firmeza, guardando los mandamientos, orando todo el tiempo por la guía del Espíritu, pero confiando en el Señor y Sus tiempos.

Conclusión

El Espíritu Santo es la partera de la salvación. Es el agente del nuevo nacimiento, el canal sagrado y el poder por medio del cual los hombres y las mujeres son transformados y renovados, hechos nuevas criaturas. Este nuevo nacimiento, que cumple un proceso en el tiempo, otorga la membrecía en la familia de Dios; tales personas son redimidas de la Caída, reconciliadas con el Padre a través del Hijo, y se hacen merecedoras del título de hijos e hijas de Jesucristo, (ver Mosiah 5:1-7; 27:24-26; ver también In His Holy Name, de Robert L. Millet y Joseph Fielding McConkie, pp. 16-22) Verán, sentirán y entenderán cosas que no podrán conocer los que no viven espiritualmente. Tales personas llegarán a ser participantes en la esfera de las experiencias divinas.

→ 10. Santificado por el Espíritu

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