El Espíritu Santo

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Enseñando y Aprendiendo por el Espíritu

Y se os dará el Espíritu por oración de fe; y si no recibís ese Espíritu no enseñaréis ―D. y C. 42:14


Debido a que las cosas de Dios sólo pueden ser vistas y entendidas por el poder del Espíritu de Dios (I Corintios 2:11), es vital que cada mensaje del evangelio sea presentado y recibido por ese poder, a fin de que se aloje en el corazón y produzca los frutos de la fe. La conversión, y todo lo que trae aparejado, sigue las pautas de estímulos espirituales, y tales estímulos llegan solamente cuando el mensajero está en sintonía con el Espíritu Santo, cuando su mensaje coincide con la sagrada influencia. “La fe viene por el oír”, explicó Pablo, “y el oír por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). José Smith amplió las palabras de Pablo y observó que “la fe viene por oír la palabra de Dios a través de los testimonios de los siervos de Dios; dicho testimonio está siempre acompañado por el Espíritu de profecía y revelación” (Enseñanzas del Profeta José Smith).

No Enseñaréis

Verdaderamente, no hay mayor llamamiento en la Iglesia y el Reino de Dios que el de maestro. Pablo escribió: “Y a unos puso Dios en la Iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas” (1 Corintios 12:28). Nótese la prioridad de la lista: los maestros se mencionan seguidamente a aquellos llamados para guiar los destinos de la Iglesia. Hablando en el contexto del comentario de Pablo y la declaración del ángel a Juan acerca de que “el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía” (Apocalipsis 19:10) el Élder Bruce McConkie dijo: “Después de los apóstoles y profetas vienen los maestros. Cada maestro sea un profeta y sepa por sí mismo acerca de la verdad y divinidad de la obra. En efecto, en el verdadero sentido, un maestro es más grande que un profeta, porque un maestro no sólo tiene el testimonio de Jesús en sí mismo (ver Apocalipsis 19:10) sino que sostiene ese testimonio enseñando el evangelio” (Bruce McConkie The Doctrinal Restauration, p.2)

Tan seria asignación -la de maestro del evangelio- no llega sin limitaciones lógicas e instrucciones sagradas; En una revelación moderna, el Salvador explicó que “el Espíritu se os dará por oración de fe, y si no, no enseñaréis” (D. y C. 42:14). “Todos debemos enseñar el evangelio”, dijo José Smith, “bajo la influencia del Espíritu Santo; y ningún hombre puede enseñar el Evangelio sin el Espíritu Santo” (Enseñanzas del Profeta José Smith). Este principio parece involucrar el poder y la profecía conjuntamente. Los Santos están específicamente instruidos para que sus enseñanzas sean preparadas y presentadas por el poder del Espíritu Santo, dado que su mensaje no es suyo (de ellos) sino de su Principal. La palabra profética es segura y el resultado es verdadero y edificante; si el maestro del evangelio no presenta su mensaje por el poder del Espíritu Santo, entonces “no enseñará”. Esto significa que no enseñará en el puro sentido del evangelio, no enseñará en la forma que Dios ha prescripto, no habrá comunicación de espíritu a espíritu, no edificará no iluminará.

El Señor pregunta a los Santos, pregunta cuya respuesta es vital para enseñar el evangelio, “Yo, el Señor os hago esta pregunta: ¿a qué se os ordenó?” Y entonces declara:

A predicar mi evangelio por el Espíritu, si, el Consolador que fue enviado para enseñar la verdad. De cierto os digo, el que es ordenado por mí y enviado a predicar la palabra de verdad por el Consolador, en el Espíritu de verdad, ¿la predica por el espíritu de verdad o de alguna otra manera?

Y si es de alguna otra manera no es de Dios. Por lo tanto, ¿cómo es que no podéis comprender y saber que el que recibe la palabra por el espíritu de verdad, la recibe como la predica el espíritu de verdad?

De manera que el que la predica y el que la recibe se comprenden uno a otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente. (D. y C. 50:13-14; 17-22)

Parece obvio que si una persona enseña por el poder del Espíritu, la experiencia ―recepción y presentación del mensaje― es de Dios y conducirá a la mutua edificación e iluminación. Pero ¿qué otra clave de experiencia de aprendizaje puede tener lugar en la Iglesia? ¿Cuál es “la otra forma” que está definitivamente designada por la Deidad como “no de Dios”?

Ofreciendo un comentario sobre los versículos de la sección 50, particularmente sobre la manera en la cual alguien puede buscar la interpretación de la palabra de verdad de “alguna otra forma”, el Élder Bruce McConkie observó:

Si enseñamos la palabra de verdad, [notemos que estamos diciendo que es verdad, que todo lo que digamos es cierto y justo] por algún otro medio que no sea del Espíritu, no es de Dios. Ahora bien: ¿cuál es la otra manera de enseñar, si no es por el Espíritu? Bien, obviamente por el poder del intelecto. Supongamos que hoy vine a dejar un gran mensaje, y lo hiciera por el poder del intelecto, sin la asistencia del Espíritu de Dios. Supongamos que cada palabra que digo es cierta, sin error, pero bajo una presentación intelectual. La revelación dice: “Si es por cualquier otro medio no es de Dios” (D. y C. 50:18) Esto es, Dios no presenta el mensaje por mi intermedio porque uso el poder de mi intelecto en lugar del poder del Espíritu. Las cosas intelectuales ―razón y lógica― pueden ser buenas, y pueden preparar el camino y la mente para recibir el Espíritu bajo ciertas circunstancias. Pero la conversión llega y la verdad llega al fondo de los corazones cuando es enseñada por el poder del Espíritu (The Foolishness of Teaching p.9).

Como una ilustración del principio expuesto, es posible que uno de los Santos lea un pasaje de los libros canónicos en una de nuestra reuniones y aún así su ofrenda puede no ser de Dios si su corazón no es correcto.

La mutua edificación ―edificación espiritual y divino refinamiento― es un proceso que se cumple a través de maestros inspirados y oyentes inspirados. Es de Dios “gozar de la luz y el poder del Espíritu Santo”. El Presidente Brigham Young enseñó que “el predicador necesita algo más que sus oyentes. Necesita el poder del Espíritu Santo para que cada palabra llegue al corazón en el momento justo, y los oyentes necesitan el poder del Espíritu Santo para dar los frutos de la palabra de Dios predicada para su gloria” (Journal of Discourses 8:167).

Obteniendo la Palabra

Uno no puede enseñar lo que no conoce. No se puede predicar el evangelio con poder si no se conoce el evangelio. Y en los primeros tiempos de la restauración Hyrum Smith recibió dirección divina en cuanto a los pre requisitos para obtener poder espiritual: “No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla, y entonces será desatada tu lengua; luego, si lo deseas, tendrás mi Espíritu y mi palabra, sí, el poder de Dios para convencer a los hombres. Mas por ahora calla; estudia mi palabra que ha salido entre los hijos de los hombres (la Biblia), y también estudia mi palabra que saldrá entre ellos, o lo que ahora se está traduciendo (Libro de Mormón) (D. y C. 11:21-22).

Este mandato está en armonía con lo que nosotros encontramos en el Libro de Mormón. Sobre los hijos de Mosíah, los registros nefitas testifican que “se habían fortalecido en el conocimiento de la verdad; porque eran hombres de sana inteligencia, y habían escudriñado diligentemente las Escrituras para poder conocer la palabra de Dios. Mas esto .no es todo; se habían dedicado a mucha oración y ayuno; por tanto, tenían el espíritu de profecía y el espíritu de revelación, y cuando enseñaban, lo hacían con poder y autoridad de Dios” (Alma 17:2-3). El testimonio nace del conocimiento. De este modo, “la santidad de un verdadera testimonio debería inspirar a ser cuidadoso para usarlo. Ese testimonio no es… para decirlo solo “para llenar el tiempo” en una reunión pública; mucho menos para justificar o encubrir la pobreza de pensamiento del que testifica o la ignorancia de la verdad a la que es llamado a exponer… a aquellos que hablan en su nombre, el Señor requiere humildad, no ignorancia” (Joseph Smith, Doctrina del Evangelio, pp. 205-6).

Para asegurarse que las enseñanzas reciban el sello aprobador, el maestro del evangelio debe también ver que su mensaje sea puro y sin mancha ―así es el evangelio―, “…enseñarán los principios de mi evangelio que se encuentran en la Biblia y en el Libro de Mormón, en el cual se halla la plenitud de mi evangelio. Y observarán los convenios y reglamentos de la Iglesia para cumplirlos, y esto es lo que enseñarán, conforme el Espíritu los dirija” (D. y C. 42:12-13). En nuestros libros canónicos ―que ahora incluyen Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio― suplementados por las palabras de los modernos profetas y apóstoles, hallamos las normas que determinan todo lo que enseñamos en la Iglesia. Estos libros de sagradas escrituras constituyen el canon de la escritura, la pauta de la fe y la doctrina con que deben ser medidos la verdad y el error. Aquellos que enseñan el mensaje de la Restauración deben enseñar “lo escrito por los profetas y apóstoles, y lo que el Consolador les enseñe mediante la oración de fe” (D. y C. 52:9)

En este aspecto tenemos una advertencia y una promesa dejadas por nuestros líderes profetas. En 1938 el Presidente Rubén J. Clark, Jr. exhortó a los educadores de la Iglesia en esta forma:”… vuestro interés principal, vuestro único y esencial deber, es enseñar el evangelio del Señor Jesucristo tal como ha sido revelado en los últimos días. Debéis enseñar el evangelio, usando como fuentes y autoridades las obras canónicas de la Iglesia y las palabras de aquellos a quienes Dios ha llamado para conducir a su pueblo en estos últimos días”. El advirtió: De ninguna manera introduciréis en vuestra tarea vuestra filosofía particular, no importa su procedencia o cuan agradable y racional parezca ser. Esto significaría tener tantas Iglesias como seminarios hay, y eso es el caos. (The Chrted Course of the Church in Education p.253)

El Élder Bruce McConkie escribió una maravillosa recomendación para que los maestros del evangelio vean si están enseñando sobre las escrituras: Aquellos que predican por el poder del Espíritu Santo usan las escrituras como la fuente básica de conocimiento y doctrina. Ellos comienzan con lo que Dios ha revelado a otros hombres inspirados. Pero es costumbre del Señor dar conocimiento adicional a aquellos cuyos corazones han sido impresionados por el verdadero significado y la verdadera intención de las escrituras. Guando están en afinidad con el Infinito, el Señor los deja saber, primero, el completo significado de las escrituras que están exponiendo y a veces, abre su visión de tal forma que descubren nuevas verdades y aprenden cosas maravillosas, nuevas verdades, las que no podrán alcanzar nunca aquellos que no sigan estas pautas (The Promissed Messiah pp.515-516).

Una Porción de la Palabra

A cada hombre le es dada la parte necesaria. Es la voluntad del cielo que todo hombre y mujer reciba de acuerdo a su habilidad para descifrar y asimilar las verdades eternas. Este principio es ilustrativo de la sabiduría y la misericordia divinas conjuntamente. Una persona no puede recibir más de lo que está capacitada para recibir; el Señor nunca haría que sus hijos se ahogaran en las aguas vivientes! El maestro del evangelio que es inspirado, no enseña todo lo que sabe. No pretende sobrecargar a sus oyentes ni impresionar a la congregación con el material que maneja. Hacerlo, sería contrario al orden del cielo y contrario a los propósitos de Dios.

Tal como vimos, el Espíritu Santo es un tutor personal. El conoce “todas las cosas” (D. y C. 42:17); conoce los corazones y la mente de todos los hombres, y mujeres y la preparación de los individuos y de la congregación para ser enseñados acerca de las cosas de Dios. Nadie irrumpe en la presencia del Señor; igualmente, nadie puede ser llevado prematuramente al ámbito de la experiencia divina. Alma lo explicó así: “A muchos les es concedido conocer los misterios de Dios; sin embargo se les impone un mandamiento estricto de que no han de impartir sino de acuerdo con la porción de su palabra que él concede a los hijos de los hombres, conforme al cuidado y la diligencia que le rinden”. (Alma 12:9). Todos los que cargan con la responsabilidad de proclamar el mensaje deben ser sensibles al Espíritu, discernido suficientemente como para reconocer la “porción de la palabra” destinada para aquellos que deben ser enseñados.

Los que trabajan como misioneros en la Iglesia, por ejemplo, han sido específicamente comisionados para enseñar aquella parte de la palabra necesaria para ser presentada a los investigadores sinceros sobre el mensaje de la Restauración. No están comisionados para enseñar doctrinas que pueden ser mas fácilmente comprendidas después del bautismo y de recibir el Espíritu Santo. Su asignación específica es proclamar buenas noticias, las nuevas que el Señor ha declarado nuevamente en estos días por medio de los profetas modernos, y proclamar que la veracidad del mensaje puede ser probada mediante el Libro de Mormón. “Y tú declararás gozosas nuevas; sí, publícalo sobre las montañas y en todo lugar alto y entre todo pueblo que te sea permitido ver. Y lo harás con toda humildad, confiando en mi” (D. y C.19:29-31). Debemos enseñar a los que están afuera de la Iglesia cómo entrar en la Iglesia. Por lo tanto, una vez que han recibido el Espíritu Santo, crecerán en la plenitud del conocimiento (ver D. y C. 39:6).

El Señor explicó a José Smith y a Sidney Rigdon que “el tiempo en que me parece necesario y oportuno que abráis vuestra boca para proclamar mi evangelio, las cosas del reino, declarando sus misterios por medio de las escrituras, de acuerdo con la porción del Espíritu y de poder que se os dará según mi voluntad” (D. y C. 71:1). Esto apunta hacia el sistema y los pre requisitos del Señor, el principio de que las cosas de Dios deben ser presentadas y recibidas en cierto orden, en su correcta secuencia, si procuramos la edificación y la conversión por el poder del Espíritu Santo. Una conversación mantenida entre Pedro y Clemente es particularmente ilustrativa en este sentido. Pedro había sido consignado para instruir a su joven compañero acerca de que “la enseñanza de toda doctrina tiene un orden: algunas cosas deben ser presentadas primero, otras en segundo lugar y otras en tercero, etc., todo en su sitio. Si estas cosas son presentadas en este orden, se tornan sencillas, pero si alteramos el orden, será como hablar en contra de la razón. (Citado en Hugh W. Nibley, Since Cumorah, p.110; ver también JST Mateo 7:9-11)

Además, tal como lo advirtió el Profeta José Smith “no siempre es sabio contar toda la verdad. Aún Jesús, el Hijo de Dios, tuvo que refrenarse de hacerlo y tuvo que contener sus sentimientos muchas veces por su seguridad y la de sus seguidores; y debió esconder los propósitos justos de los corazones relacionados con muchas cosas pertenecientes al Reino de Su Padre” (Enseñanzas del Profeta José Smith). “Recuerda”, el Señor advierte a los Santos en nuestros días, “que lo que viene de arriba es sagrado y debe expresarse con cuidado y por constreñimiento del Espíritu; y en esto no hay condenación, y mediante la oración recibís el espíritu; por tanto, si no hay esto, permanece en la condenación” (D. y C. 63:64). El deber del maestro del evangelio es buscar el Espíritu del Señor; escuchar los llamados y la dirección de este Espíritu en relación a los que van a ser enseñados, y presentar el mensaje bajo la misma influencia sagrada. El Señor ha declarado que luego del estudio y la oración, llegaremos a “atesorar la porción que le será medida a cada hombre”. (D. y C.  84:85)

Compartiendo un Testimonio Puro

La divina comisión del maestro ha sido claramente descripta en las escrituras y por los profetas vivientes. Los que deben enseñar el evangelio de Jesucristo, deben hacerlo de las escrituras y de las palabras de los oráculos vivientes. Lo que enseñan debe ser enseñado por el poder del Espíritu Santo. Debe ser aplicado a las situaciones reales de la vida de los que escuchan, “adaptando las escrituras a los Santos”. Finalmente y como fundamento en la empresa de la enseñanza, el maestro debe tener un testimonio, por el poder del Espíritu Santo, de que lo que enseña es verdad. La fe se desarrolla y se completa como resultado de un testimonio puro y sólido. Alma hijo dejó su sitial en los tribunales, para dedicarse completamente a predicar el evangelio, “porque no vio otra forma de rescatarlos sino con el peso de un testimonio puro en contra de ellos” (Alma 4:19). El maestro del Evangelio debe declarar “la palabra con verdad y circunspección” (Alma 42:31), o sea, debe ser fiel al mensaje que presenta.

El Espíritu Santo es el conversor. El maestro del evangelio tiene mucho que hacer en la preparación de la lección, la búsqueda de las escrituras y la declaración de la verdad; pero el Espíritu Santo es el conversor, y el maestro del evangelio nunca debe olvidarlo. El o ella nunca deben procurar usurpar el rol del Espíritu ni estar por encima de aquel cuya influencia trae renacimiento y justicia. La persona que posee un testimonio puro nunca busca sustitutos baratos para el Espíritu. Nunca se basa en metodología que puedan confundir sentimentalismo con espiritualidad; emoción con edificación. Ser testigo es más que protagonizar una anécdota, y el testimonio más que una expresión de gratitud. Prueba la virtud de la palabra de Dios (Alma 31:5), confía en el poder de las escrituras y las palabras de los profetas para penetrar en el corazón de sus oyentes, y da testimonio de su mensaje con sinceridad y cordura.

Seremos capaces de perfeccionar nuestro testimonio y desarrollar y nutrir los de otros cuando podamos ser testigos específicos, cuando podamos dar testimonio no solamente de que la obra en la cual estamos comprometidos es verdadera, sino también que el mensaje que hemos presentado y las doctrinas expuestas son verdaderas. Alma sirve como modelo para todos aquellos que enseñan el Evangelio. Después de hablar largamente al pueblo de Zarahemla, después de haber contestado sobre cuarenta preguntas que le hicieron, dándoles pautas para lograr volver a estar en la presencia de su Hacedor, Alma agregó:

“porque soy llamado para hablar de este modo, según el santo orden de Dios, que está en Cristo Jesús; sí, se me manda que me levante y testifique a este pueblo las cosas que hablaron nuestros padres, concernientes a lo que está por venir. Y esto no es todo. ¿No suponéis que yo sé de estas cosas por mí mismo?

He aquí, os testifico que yo sé que estas cosas de que he hablado son verdaderas. ¿Y cómo suponéis que yo sé de su certeza? He aquí, os digo que el Santo Espíritu de Dios me las hace saber. He aquí, he ayunado y orado muchos días para poder saber estas cosas por mí mismo. Y ahora sé por mí mismo que son verdaderas; porque Dios el Señor me las ha manifestado por su santo espíritu; y este es el Espíritu de revelación que está en mí.” (Alma 5:44-46)

“El poder coronador, convincente, conversor de la enseñanza del evangelio” escribió el Élder Bruce McConkie, “se manifiesta cuando un maestro inspirado dice: “Sé, por el poder del Espíritu Santo, por la revelación del Santo Espíritu a mi alma, que las doctrinas que he enseñado son verdaderas”. Este divino sello de aprobación hace que las palabras expresadas toquen a los oyentes…Debería agregar que cuando los siervos del Señor predican con poder, bajo la influencia del Espíritu Santo, el Señor agrega su propio testimonio a la veracidad de sus palabras. Dicho testimonio llega en la forma de señales, dones y milagros. Tales siempre se dan cuando la palabra predicada en poder es aceptada por los que la oyen con corazones abiertos. (The Promissed Messiah pp. 516-517)

El Presidente Brigham Young nos ha dejado las siguientes palabras relativas al impacto del testimonio puro en la conversión:

Sólo viajé un corto tiempo para dar mi testimonio a la gente, antes de aprender este hecho: que, a pesar de poder probar la doctrina de la Biblia hasta el máximo, solo conseguiremos convencer pero no convertir. Podéis leer desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y probar hasta el último tilde, y eso no conseguirá convertir a las personas. Nada puede superar al testimonio por el poder del Espíritu Santo para traer luz y conocimiento, llamándolos al arrepentimiento dentro de sus corazones. Me han oído decir con frecuencia que, cinco palabras dichas por un Élder aquí o en cualquier parte, por el poder del Espíritu Santo, son más efectivas que cualquier sermón sin el Espíritu. Esto es verdad y nosotros lo sabemos. (Journal of Discourses 5:327)

Conclusión

La enseñanza es el arte del Maestro. Es lo que Jesús hizo. No sería apropiado hablar de El cómo de un ejecutivo del evangelio. Con preferencia fue un maestro. Y en Su Iglesia, enseñar es lo que hacemos. Lo hacemos bien cuando hacemos lo que El hizo; y hacemos lo que El hizo cuando lo hacemos bajo la dirección y la guía del poder del Espíritu Sarito. Aquellos que enseñan por el poder del Espíritu Santo se hacen eco y reflejan la palabra y la voluntad de aquel que es eterno; son agentes del Señor, quien es su superior. No tienen doctrina propia para proclamar; su doctrina es de quien representan. No puede haber dudas; si aquellos llamados y autorizados para enseñar el evangelio en la Iglesia del Señor, a pesar de parecer débiles y simples a los ojos de la sabiduría del mundo (ver D. y C. 1:19,23), siempre lo hacen por el poder del Espíritu Santo, edificación e iluminación, además de comunión con el infinito, se acrecentarán día tras día entre los Santos de los Últimos Días.

→ 12. La Aprobación del Señor: El Santo Espíritu de la Promesa

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