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La Aprobación del Señor:
El Santo Espíritu de la Promesa
Pues esto ha sucedido, por su fe y sus obras, siendo probado en su vida, como oro puro, Y sellado por el espíritu de la promesa, por vida, por hombres llamados de Dios, como lo fue Aarón. ―José Smith
La historia es un juez veleidoso: un hombre considerado un héroe en nuestros días, puede llegar a ser visto como un cobarde por nuestros hijos, mientras que aquel que ha sido despreciado, como Lázaro, quien pedía en las puertas de los hombres ricos, puede encontrar, que los mismos que lo despreciaron, ahora piden su favor. Un compositor o un artista puede no ser reconocido en su propio tiempo, para ser aclamado como un genio en los años por venir, mientras que otros que gozan los máximos galardones de sus contemporáneos pueden ser rápidamente olvidados en cuanto sus obras pasen de moda. Buscar la aprobación de nuestros semejantes puede convertirse en la labor más improductiva de todas. Aquellos que desean bailar al compás de la música del demonio, y escuchar los halagos y los aplausos de las multitudes han sido advertidos de que ellos serán “odiados de quienes los lisonjeaban” (D. y C. 121:20). Tal como Korihor, cuando caigan serán hollados por los pies de aquellos cuyos favores neciamente piden. Es la aprobación de Dios la que buscan las buenas personas, y sólo Suya. No hay mejor medida de la sanción celestial sobre los hechos terrenales que la quieta paz que evidencia la compañía del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es un aristócrata espiritual que no se rodea de lo impuro. Su sello aprobador ratifica todo lo que es merecedor de su divina presencia y es rápidamente quitado de todo lo que significa una ofensa o una afrenta a Dios. Es hacia esta doctrina del santo sello de la promesa, esta doctrina por la cual sabemos que somos aprobados por Dios, que dirigimos nuestra atención.
Dios no será Engañado
Es un vicio de la buena gente juzgar demasiado benignamente y confiar demasiado rápido. La mayoría de los hombres han sido traicionados. El Señor advirtió a José Smith que no siempre sería capaz de “distinguir el justo del injusto” (D. y C. 10:37). Con Dios no es así; El conoce los corazones y los pensamientos de todos los hombres (D. y C. 6:16), y lo que es conocido por Dios, es conocido también por el Espíritu Santo, pues “el Consolador conoce todas las cosas” (D. y C. 42:17). “El convenio sempiterno fue hecho”, explicó José Smith, “entre tres personas antes de que la tierra fuera organizada, y se relaciona con la dispensación de cosas a los hombres de la tierra; estos personajes, de acuerdo con los registros de Abraham son llamados Dios el primero, el creador; Dios el segundo, el Redentor; y Dios el tercero, el testigo o Probador” (Enseñanzas del Profeta José Smith). El Espíritu Santo no solamente hace arder el testimonio de la verdad dentro del corazón de los hombres como por fuego, sino que también es llamado a atestiguar de la verdadera condición de sus almas. Es el Espíritu Santo quien ratifica o aprueba todo lo que tiene peso y medida en los cielos. Los hombres pueden engañarse unos a otros, pero no pueden engañar al Espíritu Santo.
Es absolutamente cierto que ninguna cosa impura puede entrar en el reino de Dios. “Por lo tanto, nada entra en su reposo”, declaró el Salvador, “sino aquellos que han lavado sus vestidos en mi sangre, mediante su fe, arrepentimiento de todos sus pecados y su fidelidad hasta el fin” (3 Nefi 27:19). Esa misma pureza de alma es pre-requisito para gozar y ejercitar el poder del sacerdocio correctamente designado como el Santo Sacerdocio, del Orden del Hijo de Dios” (D. y C. 107:3), pues su nombre afirma la necesidad de santidad y orden en todas sus funciones. Nuevamente, es absolutamente cierto que los poderes del cielo no pueden ser controlados ni manejados excepto sobre los principios de justicia (D. y C. 121:36). De la misma forma, el Espíritu Santo o Santo Espíritu está designado para permanecer como un rememorador constante de que su espíritu, sus bendiciones e influencia no pueden ser gozadas o retenidas fuera de la santidad. Donde no hay santidad no está el Santo Espíritu. “El don del Espíritu Santo por la imposición de manos no puede ser recibido por medio de ningún otro principio que el principio de Justicia”, explicó José Smith (Palabras de José Smith, p.3). Todo lo que es santo es más sagrado que secular; es todo lo que ha sido “apartado”, “consagrado”, o “dedicado” a Dios. Aquellos que gozan de la compañía del Espíritu Santo son los que han experimentado la unión de dos santos espíritus. El Espíritu Santo no es contencioso y no “disputa” con los hombres. Tal es la labor de la Luz de Cristo o el Espíritu de Cristo. Cuando la batalla ha terminado, entonces el Espíritu Santo ―tan bellamente simbolizado en la paloma― entra, trayendo la paz con su aparición. Tal espíritu no puede ser engañado. Cuando abrimos las puertas al pecado y a la discordia, este Santo Espíritu nos deja tan silenciosa y rápidamente como llegó.
El Santo Espíritu de la Promesa
Cualquier cosa que deseemos reclamar o pretendamos en el mundo venidero debe ser sellado por el Santo Espíritu de la Promesa. O sea, el Espíritu Santo debe colocar su gratificante sello de aprobación sobre ello; un sello que atestigua que las condiciones del convenio, cualquiera sea su naturaleza, han sido cumplidas con exactitud y honor. La regla es sin excepción. Todos los convenios, contratos, vínculos, compromisos, juramentos, votos, efectuaciones, uniones, asociaciones o aspiraciones que no son hechos, ni concertados, ni sellados por el Santo Espíritu de la Promesa…no es eficaz, ni tiene virtud o fuerza en la resurrección de los muertos, ni después; porque todo contrato que no se hace con ese fin, termina cuando mueren los hombres” (D. y C. 132:7)
La ordenanza del bautismo nos ilustra apropiadamente sobre este principio. Las escrituras comparan al bautismo con las puertas que se abren al reino celestial (D. y C. 76:51). Tal como se necesita la llave correcta para abrir una puerta, se necesita el bautismo correcto para ser admitido en el reino celestial. Para que un bautismo resulte en “eficacia, virtud o fuerza” en el mundo venidero debe estar de acuerdo a las pautas reveladas. Las pautas divinas requieren que el bautismo sea por inmersión para que simbolice el entierro de Cristo y su resurrección a una nueva vida. Un bautismo válido debe ser efectuado por la autoridad competente del sacerdocio bajó la dirección de uno que posea la llave -la autoridad que dirige o supervisa esta ordenanza-. Si estas condiciones fueron cumplidas y el que es bautizado tiene fe en Cristo y su sacrificio redentor, y se ha arrepentido completamente de sus pecados, su bautismo constituye una puerta por la cual puede entrar al reino celestial. Tal bautismo es aprobado por el Señor y lleva el sello del Santo Espíritu de la Promesa para atestiguar su validez.
Es el Espíritu Santo en su rol de Santo Espíritu de la Promesa que atestigua la legitimidad de cada bautismo válido. Debido a que los hombres pueden engañarse unos a otros, la responsabilidad de ratificar la legitimidad de un bautismo ―o cualquier otra ordenanza del evangelio, para el caso― descansa en Dios. Queda en manos del Espíritu Santo, el tercer miembro de la Deidad, aprobar cada reclamo de la validez de un bautismo. No hay excepciones. Sólo él puede atestiguar que la fe es auténtica, el arrepentimiento real, y las condiciones del convenio se han cumplido. En todas las instancias en que este sea el caso, el Espíritu Santo garantiza la promesa que las ordenanzas llevarán su peso y medida en el mundo venidero ―o sea, pone su sello ratificador sobre ello―. Por eso el título, “Santo Espíritu de la Promesa”.
Así como el bautismo, así con el matrimonio. Si una pareja se arrodilla en dignidad, tomados de las manos a través de un altar en la casa del Señor para ser “sellados” por tiempo y eternidad, la ordenanza es de efecto inmediato. Suya ―de ellos― es la promesa de un matrimonio eterno. Pero si en los años futuros se alejan de los sagrados convenios hechos en el templo, su promesa de unión eterna también puede alejarse. Indignidad o negligencia romperán el sello. Nuevamente, el principio es que ninguna cosa impura puede entrar en el reino de Dios. El arrepentimiento puede, por supuesto, reparar ese sello, y si una pareja se casa sin haber tenido la necesaria preparación espiritual, también ellos, por medio del arrepentimiento completo, pueden llegar a merecer el sello. Pero deben entender que Dios no puede ser burlado: no hay indignidad en el cielo.
El principio tratado aquí es una manifestación de la ley de justificación. La ley requiere que no haya bendiciones no ganadas, que el cielo no tenga favoritos, que nadie sea excusado de cumplir con las normas del evangelio, que ningún pecado sea obviado. David atentó contra la vida de Urias y robó su esposa, y por esto perderá su exaltación (D. y C. 132:39), no obstante el hecho de que cada lector de la Biblia ha llegado a amarlo. Ninguno tiene licencia para pecar; ninguna iniquidad es aprobada por el Señor. Ser justificado en el sentido del evangelio es ser digno de pretender las bendiciones celestiales. Pero: todo convenio, contrato, vínculo, obligación, votos, efectuaciones, conexiones, asociaciones, o expectativas” deben ser sellados por el Santo Espíritu de la Promesa (D. y C. 132:7). Vivir un mandamiento ‘por encima’ es reclamar ‘por encima’ las bendiciones que vienen por cumplirlo. El Espíritu Santo está justificado para poner su sello ratificador o aprobador sobre aquellas expectativas o acciones dignas de un lugar en el cielo, y sin ese sello, la persona no tendrá un lugar en el cielo.
Mucho es lo que concierne a cada uno de nosotros en cuanto a la cancelación de los sellamientos, en cuanto al sentimiento de haber “dejado algo de lado”. Esto puede darse en el caso de la mortalidad por un tiempo o una época, pero no para los mundos venideros. Una graciosa historia de los días de Brigham Young nos relata que una mujer disgustada pidió que su nombre fuera quitado de los registros de la Iglesia, a lo cual un empleado respondió con la siguiente nota: “He examinado los registros de bautismos para la remisión de los pecados… y no habiendo encontrado su nombre escrito allí, me he ahorrado la necesidad de borrar su nombre de tales registros. Puede considerar que sus pecados no han sido remitidos” (Ronald K. Esplín, “Hitorical Vignettes”, Church News, 24 de enero de 1976)
Ninguno está Exento de Cumplir con las Leyes del Evangelio
Una de las grandes herejías impuestas sobre el mensaje del evangelio es la idea de que la salvación llega por gracia solamente. Tal doctrina proclama a Jesús como el Salvador mientras lo niega como Señor, Juez, y como Solo y único Santo. Promete la salvación del infierno sin liberación del pecado, fe sin fidelidad, y sugiere que el intelecto suplante la obediencia sincera. Es una doctrina por la-cual pedimos servicios sin pagar los impuestos. Otra herejía paralela se ha filtrado en la Iglesia y el reino de Dios, dando la idea de que una pareja que ha sido casada en el templo tiene licencia para cometer cierto tipo de faltas impunemente.
Una mala interpretación de D. y C. 132:26 ha alentado a cometer estas faltas a aquellos obviamente inestables espiritualmente. El pasaje dice:
De cierto, de cierto te digo, que si un hombre contrae matrimonio con una mujer conforme a mi palabra, y son sellados por el Santo Espíritu de la promesa, de acuerdo con mi precepto, y él o ella cometen algún pecado o transgresión del nuevo y sempiterno convenio, cualquiera que sea, y toda clase de blasfemias, y si no cometen homicidio en el que viertan sangre inocente, todavía saldrán en la primera resurrección y entrarán en su exaltación; pero serán destruidos en la carne y entregados a los bofetones de Satanás hasta el día de la Redención, dice Dios el Señor.
Contextualmente, este pasaje hace exclusiva referencia a aquellas parejas que han recibido la plenitud de las ordenanzas del templo y han conseguido “exaltación… sellada sobre sus cabezas”. Estos son aquellos a los cuales el Señor ha prometido, por medio de sus siervos autorizados: “Saldrán en la primera resurrección… y heredarán tronos, reinos, principados, potestades y dominios, toda altura y toda profundidad…” (D. y C. 132:19) La promesa aquí mencionada está dada a ellos, y solo a ellos. Pero ni siquiera esto sugiere que puedan pecar impunemente. Simplemente afirma que aquellos que han recibido la plenitud de las ordenanzas del evangelio y que con seguridad hicieron su elección, aún tienen la capacidad de pecar y el privilegio y el derecho de arrepentirse. En cambio, parecería que los sagrados convenios que han efectuado y la especial condición espiritual que les ha sido conferida, y a pesar de que el arrepentimiento es posible siempre y cuando las faltas no sean muy graves, los coloca al alcance de sufrimientos que van más allá de los conocidos por la generalidad de la humanidad, (ver Enseñanzas del Profeta José Smith; Bruce McConkie, Doctrinal New Testament Commentary, 3:342-47; A New Witness for the Articles of Faith, p.232) Ahora bien, este pasaje, del cual ha dicho el Presidente Joseph Fielding Smith es “el pasaje del cual más se ha abusado en las escrituras” (Doctrinas de Salvación, 2:95), muy difícilmente quiera significar que cualquiera puede “dejar de lado” cualquier cosa. La santidad es siempre la norma del cielo y la idea del pecado es aborrecible a sus ciudadanos. Tal como la mortalidad, este es un estado probatorio y todos debemos ejercer la máxima precaución, porque “hay una posibilidad de que el hombre pueda perder la gracia y sea apartado del Dios viviente; por lo tanto seguid los consejos de la iglesia y orad siempre para no caer en tentación; sí, y seguidlos también aquellos que están santificados” (D. y C. 20:32-34)
El Segundo Consolador
Escribiendo acerca de Helaman, nieto de Alma, Mormón observó que “él tuvo dos hijos. Le dio al mayor el nombre de Nefi y al menor, el nombre de Lehi”. Y Mormón agregó esta nota fascinante: “Y comenzaron a crecer en el Señor” (Helaman 3:21). En la oración dedicatoria del templo de Kirtland, José Smith, de manera similar, oró al Señor para que los Santos pudieran “crecer en Ti, y recibir la plenitud del Santo preparados para obtener cada cosa necesaria” (D. y C. 109:14-15). El rol del Espíritu Santo es guiar a los hombres y mujeres al punto de inspiración e iluminación en los cuales estén preparados para ser conducidos a la presencia del Padre y del Hijo. José Smith, parafraseando las palabras del Salvador concernientes al ministerio del Espíritu, dijo: El “brindará todas las cosas que deban ser recordadas, cosas que os ha dicho; Él os las enseñará hasta que vengáis a Mí y a mi Padre” (Palabras de José Smith, pp.14-15) El Profeta enseñó a los hermanos en la Escuela de los Profetas que “cualquier grupo de la clase humana está de acuerdo con que hay un Dios, que ha creado todas las cosas, y el conocimiento que puedan, llegar a adquirir acerca de Él, de su carácter y de su gloria, depende de la diligencia y fidelidad con que lo busquen, hasta que, como Enoc, el hermano de Jared, y Moisés, obtengan la fe y el poder de verlo cara a cara” (Lectures of Faith 2:55) Jesús habló de dos Consoladores. El primero, el Espíritu Santo, al cual llamó “el otro Consolador” siendo El mismo el primero. Hablando de sí mismo, el Señor dijo, “No os dejare sin consuelo: Yo vendré a vosotros” (Juan 14:15-18) “Aquel que tiene mis mandamientos”, explicó, “y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:21). Más aún, “si un hombre me ama, guardará mi palabra: y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y permaneceremos con él” (Juan 14:23). “La aparición del Padre y del Hijo en ese versículo (Juan 14:23)”, explicó el Profeta, “es personal; y la idea de que el Padre y el Hijo moren en el corazón del hombre y otras acepciones sectarias son falsas” (D. y C. 130:3). Ofreciendo comentarios adicionales sobre estos versículos, el Profeta José enseñó:
Cuando el Señor ha probado a un hombre, y halla que el hombre está decidido a servirle incondicionalmente, entonces el hombre hallará seguro su llamamiento y elección, y será su privilegio recibir el otro Consolador, que el Señor ha prometido a los Santos… Ahora bien, ¿Qué es el otro Consolador? No es ni más ni menos que el Señor Jesucristo en Sí Mismo; y esta es la suma y la substancia de todo el tema; que cuando un hombre obtiene este último Consolador, tendrá la persona de Jesucristo escuchándolo y apareciéndosele de tiempo en tiempo, y aún manifestándolo al Padre, y permaneciendo con él, y le serán abiertas las visiones de los cielos, y el Señor le enseñará cara a cara y podrá tener la perfecta visión de los misterios del Reino de Dios; y este es el estado al cual los antiguos Santos llegaban cuando tenían sus gloriosas visiones. (Enseñanzas del Profeta José Smith)
De manera similar, el Élder Bruce McConkie ha escrito sobre esta trascendente realidad:
Es privilegio de todos aquellos que han hecho seguros su llamamiento y elección ver a Dios; hablar con El cara a cara; tener comunión con El sobre bases personales de tiempo en tiempo. Estos son aquellos a los cuales el Señor enviará el segundo Consolador. Su herencia de exaltación y Vida Eterna está asegurada, y así llega a ser con ellos en esta vida y será con los seres exaltados en la vida venidera. Llegan a ser amigos de Dios y conversarán con El tal como un hombre conversa con otro. (El Mesías Prometido, p.584)
Recibir el Segundo Consolador es una bendición adicional, una investidura espiritual especial para aquellos que han hecho seguros su llamamiento y elección. Esto significa que uno puede hacer seguros su llamamiento y elección -puede recibir la confirmación de Dios de que su salvación está asegurada- pero no necesariamente recibir el Segundo Consolador. Están aquellos “cuyos llamamientos y elecciones han sido hechas seguras y que nunca han ejercido una fe adicional ni han exhibido la justicia que los habilita para hacer comunión con el Señor sobre las bases prometidas” (Bruce Me Conkie, El Mesías Prometido p.586). Por otra parte, si uno califica para estar en la presencia del Hijo, o como expresó el Presidente Joseph Fielding Smith, “si un hombre obtiene conocimiento suficiente para merecer la compañía del Hijo de Dios, con certeza que su llamamiento y elección han sido hechos seguros.” (Doctrines of Salvation, 1:55)
En el presente, estos dones y bendiciones extraordinarias están reservados para unos pocos habitantes de la tierra. Escribiendo sobre los días por venir, Jeremías declaró con profética precisión:
En los días por venir, dijo el Señor, haré nuevo convenio con la casa de Israel, y con la casa de Judá. No como el convenio que hice con sus padres en el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; el cual han quebrado, a pesar de que fui como un esposo para ellos, dijo el Señor:
Pero este es el convenio que haré con la casa de Israel: Luego de aquellos días, dijo el Señor, pondré mi ley en sus mentes y la escribiré en sus corazones, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
Y ya no enseñarán a cada hombre que sea su vecino, ni a cada hombre que sea su hermano, diciendo: Conoced al Señor; porque ellos todos me conocerán, porque desde el más grande al más pequeño, dijo el Señor, olvidaré su iniquidad y no tendré más en cuenta sus pecados. (Jeremías 31:31-34)
En este texto, José Smith dijo: “Vendrá el día en que ningún hombre deba decir a su vecino: Conoce al Señor; porque todos lo conocerán, (los que permanezcan) del más pequeño al mayor”. Entonces preguntó: ¿Cómo será hecho? Será hecho por este poder sellador, y el otro Consolador del cual he hablado, quien se manifestará por revelación”. (Enseñanzas del Profeta José Smith)
En nuestros días hemos recibido instrucciones de “buscar siempre el rostro del Señor” (D. y C. 101:38), con la promesa que “si os despojáis de todo celo y temor, os humilláis delante de mí, porque no sois suficientemente humildes, el velo se hendirá y me veréis y sabréis quien soy” (D. y C. 67:10) De cierto la promesa de la recompensa es para aquellos que esperan en paciente madurez y callada dignidad: “De cierto, así dijo el Señor; acontecerá que toda alma que deseche sus pecados y venga a mí, invoque mi nombre, obedezca mi voz y guarde mis mandamientos verá mi faz y sabrá que yo soy” (D. y C. 93:1 comparar con D. y C. 88:67-68)
Ejemplos Hallados en las Escrituras de Aquellos Aprobados por el Señor La palabra de Jehová llegó a Alma, pacífica pero firmemente: “Tu eres mi siervo; y yo he pactado contigo que tendrás vida eterna” (Mosiah 26:20), Alma por lo tanto hizo seguros su llamamiento y elección; recibió la más segura palabra de profecía; su vida fue aprobada por Dios y fue sellado por el Santo Espíritu de la Promesa en la exaltación. En el meridiano de los tiempos, Pedro, Santiago y Juan gozaron de privilegios similares. Hablando de su experiencia en el Monte de la Transfiguración y además de las bases de su permanencia en la fe, Pedro observó: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre, honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo, (Mateo 17:1-5).Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como una antorcha que alumbra un lugar oscuro, hasta que el día aclare y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pedro 1:16-19).
Ahora bien: ¿En qué podrían hallar más seguridad en la palabra de profecía que en la voz de Dios diciendo: Este es mi Hijo Amado?
Y ahora el secreto y la gran llave. A menos que escucharan la voz de Dios y supiesen que Jesús era el Hijo de Dios, no habría evidencia de que su elección y llamamiento fueron hechos seguros, que tenían parte con Cristo, y juntado sus heredades con El. Ellos entonces desearían la más segura palabra de profecía, para que fuesen sellados en los cielos y tuviesen la promesa de la vida eterna en el reino de Dios. Entonces, habiendo tenido esta promesa sellada a ellos, sería como un ancla para el alma, segura y permanente. Aunque los truenos rodaran y los rayos enceguecieran, los terremotos sacudieran y las aguas los rodearan, esta esperanza y este conocimiento sostendría el alma cada hora de prueba, problemas y tribulaciones. Por lo tanto, el conocimiento por medio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es la gran llave que devela las glorias y los misterios del reino de los cielos. (Enseñanzas del Profeta José Smith)
Moroni nos dejó una de las más conmovedoras plegarias a Cristo, en todas las escrituras. Al hacerlo, sostuvo el poderoso y persuasivo testimonio de su Señor y habló de la relación con su Señor.
Y ahora yo, Moroni, me despido de los gentiles, sí, y también de mis hermanos a quienes amo, hasta que nos encontremos ante el tribunal de Cristo, donde todos los hombres sabrán que mis vestidos no se han manchado con vuestra sangre. Y entonces sabréis que he visto a Jesús y que él ha hablado conmigo cara a cara, y que me dijo con sencilla humildad, en mi propio idioma, así como un hombre le dice a otro, concerniente a estas cosas… Y ahora quisiera exhortaros a buscar a este Jesús de quien han escrito los profetas y apóstoles, a fin de que la gracia de Dios, el Padre y también Jesucristo, y el Espíritu Santo, que da testimonio de ellos, pueda estar y permanecer en vosotros para siempre jamás, Amén.” (Éter 12:38-39, 41)
El Élder Heber C. Kimball uno de los más devotos discípulos de esta dispensación, escribió acerca de una experiencia en su vida tal como sigue:
Mi familia se había ido por dos meses, durante los cuales no supe nada de ellos; nuestros hermanos en prisión; muerte y destrucción por doquier me hacían sentir triste y solo. Vinieron a mi mente estas palabras, y el Espíritu me dijo: “escribe,” lo cual hice tomando un pedazo de papel y escribiendo sobre mi rodilla de esta manera:… De cierto digo a mi siervo Heber, tú eres mi hijo, en quien me complazco porque eres prudente al escuchar mis palabras, y no transgredir mi ley, ni rebelarte en contra de mi siervo José Smith, porque sientes respeto por las palabras que he dicho, desde la más pequeña a la más grande; por lo cual tu nombre está escrito en los cielos, para no ser borrado jamás. (Orson F. Whitney, Vida de Heber C. Kimball, p.241)
José el Profeta dijo a su secretario William Clayton: Tu vida está guardada con Cristo en Dios, y así con muchos otros. Nada sino el pecado imperdonable puede prohibirte heredar la vida eterna pues estás sellado por el poder del Sacerdocio en la vida eterna, habiendo dado los pasos necesarios para tal propósito” (Historia de la Iglesia, 5:391). Y es de José Smith mismo de quien podemos tomar el modelo de cómo un hombre es sellado a la vida eterna, y de quien aprendemos acerca de la naturaleza vital de la obediencia y el sacrificio. “Yo soy el Señor, tu Dios”, dijo el Maestro al vidente, “y estaré contigo hasta el fin del mundo, y por toda la eternidad; pues de cierto yo sello tu exaltación sobre tí, y preparo un trono para tí en el reino de mi Padre, con Abraham, tu padre. He visto tus sacrificios y perdonaré tus pecados; he visto tus sacrificios en obediencia a lo que he dicho” (D. y C. 132:49-50)
El pronunciamiento de las escrituras a los Santos es consistente: Aquellos que acepten los convenios del evangelio, reciban las ordenanzas de salvación y permanezcan en justicia hasta el fin de sus días, tendrán vida eterna. “Si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin”, el Señor le aseguró a David Whitmer, “tendrás vida eterna, que es el más grande de todos los dones de Dios” (D. y C. 14:7). “Benditos los que son fieles y permanecen, en vida o muerte, pues heredarán la vida eterna” (D. y C. 50:5). Nos esforzamos diariamente por guardar los mandamientos, por vivir dignos de la guía e influencia santificadora del Espíritu Santo. Esperamos y trabajamos por esa paz que nos certifica que el Señor está complacido con nosotros y que ha aceptado nuestras ofrendas. Tratamos de convertirnos en discípulos de una manera sana y equilibrada, nunca apurados por sobrepasar a nuestros líderes ni con excesivo celo en las cosas del Espíritu. Nuestra justa obsesión es calificarnos para la más alta de las posibilidades eternas. Ciertamente, suplicamos por la certeza de que la plenitud de la salvación sea nuestra. Pero si no recibimos formalmente la más segura palabra de profecía antes de que enfrentemos la muerte y entremos en la próxima esfera, nos queda la seguridad de la promesa de aquel que desea que seamos suyos para siempre. Por eso:
Si morimos en la fe, es lo mismo que decir que nuestro llamamiento y elección han sido hechos seguros y por lo tanto tendremos la recompensa eterna. En cuanto nos concierne como miembros de la Iglesia, se nos ha trazado un camino que nos lleva a la vida eterna. Esta vida es el tiempo designado como un estado probatorio para los hombres para que estén listos para encontrarse con Dios, y en cuanto concierne a las personas fieles, si están en el cumplimiento de sus obligaciones, si están haciendo lo que deben hacer aunque no sean perfectos en esta esfera, su probación ha terminado. Ahora vendrá la probación para otras personas. Pero para los fieles Santos de Dios, ahora es el tiempo y el día, y su probación termina con la muerte, y no se apartarán del camino. Es verdad lo que dijo el Profeta José Smith, que hay muchas cosas que deben ser hechas “aún después de la tumba” para obrar por nuestra salvación, pero permaneceremos en el camino y no nos alejaremos de él si es que hemos sido fieles y verídicos en esta vida. (Bruce McConkie, palabras en el funeral de S. Dilworth Young, 13 de julio de 1981)
Conclusión
La perfección de las verdades celestiales atestiguan de su origen divino. Tal es seguramente el caso con el decreto eterno que todo pacto, convenio y promesa debe ser sellado por el Santo Espíritu de la Promesa. Es así que los impuros, los no-santos, nunca hallarán lugar en los mundos celestiales. Está dicho que los hombres serán juzgados por sus obras y sus deseos (D. y C. 137:9) y tenemos la seguridad de que aquellos que obran lo justo por las razones justas serán ampliamente recompensados, en tanto que aquellos que no lo hacen debido a las circunstancias más allá de su control serán recompensados en medida similar. A aquellos que reverencian la forma de la deidad mientras niegan el propósito y el poder que entrañan, no podemos sino observar que la gloria del cielo es mayor por su ausencia. Los hombres pueden engañar a los hombres, pero nadie puede engañar a Dios.
En este capítulo el bautismo y el matrimonio han sido elegidos como los ejemplos primarios de los principios tratados. Esto sigue el modelo de las escrituras. En la descripción profética de José Smith de los grados de gloria, declara que el bautismo es la puerta a la gloria celestial. Lo compara con el entierro de Cristo y declara que “guardando los mandamientos” seremos limpios del pecado. Así vemos que es la obra de justicia la que le da aliento de vida a las ordenanzas salvadoras. A aquellos que guardan los mandamientos, viene la promesa de que ellos tendrán el don del Espíritu Santo “por la imposición de manos de quien fue ordenado y sellado bajo este poder”; aquellos exaltados son los que han “vencido” al mundo por fe, y “están sellados por el Santo Espíritu de la Promesa, que el Padre derrama sobre todos los que son justos y verdaderos” (D. y C. 76:51-53)
La gran revelación del matrimonio eterno sigue las mismas pautas. Primeramente enseña que la totalidad de todos los convenios del evangelio constituyen el nuevo y sempiterno convenio o el camino de salvación. Luego toma el matrimonio como ejemplo de “un” nuevo y “un” sempiterno convenio para enseñar el principio. Nuevamente hemos aprendido que deben efectuarse las ordenanzas correctas, que deben ser efectuadas por el que tiene la autoridad y bajo la dirección del que posee las llaves y que los candidatos al matrimonio celestial deben ser y deben continuar siendo dignos del Espíritu Santo. Cuando ese es el caso, su matrimonio, y los convenios eternos, serán sellados por el Santo Espíritu de la Promesa de acuerdo con el santo orden del cielo (D. y C. 132:5-8) Tal es el sistema de salvación.
→ 13. Ofendiendo al Espíritu
























