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Ofendiendo al Espíritu
¿No sabéis que sois el templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si algún hombre profana el templo de Dios, será destruido por Dios; porque el templo de Dios es santo, el cual sois vosotros. 1 Corintios 3:16-17
Así como hay orden en la creación física de todas las cosas, hay orden en su nacimiento y desarrollo espiritual. Tal como el sol de la mañana se levanta gradualmente hasta su gloria refulgente, así la luz del evangelio debe primeramente quebrar la noche de la incredulidad, para poder elevarse sobre las almas de los hombres. Es la luz de Cristo la que llama la atención de aquéllos que caminan en las tinieblas. Es por la luz de Cristo que aquéllos que se ciegan en el pecado puedan estar bajo sus cálidos rayos. Que el Espíritu Santo se “oponga” a los que están cargados con el pecado sería comparado a que los curiosos y espiritualmente disipados fueran invitados a los lugares santos para conocer los “secretos escondidos” de la eternidad.
El bautismo de agua precede al bautismo de fuego. Tal como el ritual del lavamiento precede al de la unción, el proceso de la limpieza o purificación precede al derramamiento del Espíritu. Compite a la Luz de Cristo invitar a los hombres a hacer el bien, mientras que compite al Espíritu Santo investir con poder de lo alto a los que hacen el bien. Es la Luz de Cristo la que prepara a los hombres y mujeres para recibir el Espíritu Santo. La transgresión provoca que el Espíritu Santo se retire dejando a la Luz de Cristo como guía del alma transgresora. La continua y consistente reiteración de la iniquidad también puede provocar que la Luz de Cristo se retire. “El que no se arrepienta, de él será quitada aún la luz que ha recibido; porque mi espíritu no se opondrá para siempre al hombre, dijo el Señor de las Huestes” (D. y C. 1:33)
Santidad Delante del Señor
“Yo soy el Señor tu Dios; por lo tanto os santificaréis, y seréis santos porque Yo soy Santo” (Levítico 11:44) Esa fue la gran admonición en el Sinaí, una orden que ha estado y estará siempre en el corazón del convenio de salvación. Nuestro Dios es santo y nuestros convenios deben ser como El. Su sacerdocio era conocido por los antiguos como “el Santo Sacerdocio, según el Orden del Hijo de Dios” (D. y C. 107:3). En el Libro de Mormón se lo nombra simplemente el “orden santo” (2 Nefi 6:2, Alma 6:8; 13:1, 8, 10, 11), mientras que las revelaciones modernas se refieren a él como “el más santo orden de Dios” (D. y C. 84:18).
A muchos les es conferido esta sagrada autoridad, pero pocos son los escogidos. “¿Y por qué no son escogidos? Porque a tal grado han puesto su corazón en las cosas de este mundo, y aspiran tanto a los honores de los hombres, que no aprenden esta lección única, que los poderes del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo, y que éstos no pueden ser gobernados ni manejados sino conforme a los principios de justicia. Es cierto que se nos pueden conferir; pero cuando intentamos encubrir nuestros pecados, o satisfacer nuestro orgullo, nuestra vana ambición, o ejercer mando, dominio o compulsión sobre las almas de los hijos de los hombres en cualquier grado de injusticia, he aquí, los cielos se retiran, el Espíritu del Señor es ofendido y cuando se aparta, se acabó el sacerdocio o autoridad de tal hombre.” (D. y C. 121:34-37). Dicho de manera sencilla, donde no hay santidad no hay sacerdocio, ni Santo Espíritu de la Promesa ni seguridad de aprobación, ni llamados del Espíritu Santo, ni derecho a reclamar los poderes asociados con su santo nombre.
La palabra ‘santo’ está constantemente utilizada como adjetivo o como sustantivo para describir virtualmente todos los aspectos del reino de Dios. Nuestro Dios es Hombre de Santidad (Moisés 6:57), y los otros miembros de la Deidad son Cristo el Único Santo y el Espíritu Santo o Santo Espíritu. La presencia de Dios debe ser buscada en la santa casa, sus agentes son ángeles santos, santos Apóstoles, santos profetas, santos oráculos y hombres santos. Tales individuos funcionan por el poder y la autoridad de su santo sacerdocio. Nosotros adoramos en su día santo, abrazamos la más santa fe, nos congregamos en tierra santa y nos juntamos para permanecer en lugares santos. Por mandamiento, cada miembro de la Iglesia debe “estimar a su hermano como a sí mismo, practicando virtud y santidad” delante de Dios (D. y C. 38:24). Ciertamente, lo que no es santo no es de Dios, y hasta que no lo sea no podrá aspirar a la máxima recompensa del plan eterno.
Todo lo que no es santo (lo carnal, sensual y diabólico) es expulsado de la presencia de Dios. Es por eso que todos los que pertenecemos al reino terrenal cargamos con la responsabilidad de enseñar a nuestros hijos la doctrina del arrepentimiento, pues sin arrepentimiento “no puede de ninguna forma heredar el reino de Dios, porque ninguna cosa inmunda puede morar allí” (Moisés 6:49, 57) “Yo, el Señor, estoy enojado con los inicuos; les estoy negando mi Espíritu de los habitantes a los tierra” (D. y C. 63:32).
Ofendiendo al Espíritu
Todo lo que es inmundo o lo que no es santo es ofensivo para el Espíritu. La metáfora utilizada en las escrituras compara el cuerpo con un templo, el cual si está contaminado no solamente está sujeto a la pérdida del Espíritu sino a la destrucción. El Espíritu Santo se asocia libremente con aquéllos Santos merecedores o dignos de entrar en el templo, en tanto que la Luz de Cristo asume la responsabilidad de obrar en cuanto a llevar a las personas a tal estado de santidad. El Salmista expuso esta idea cuando pregunto: “¿Quién subirá al monte de Jehová?” Por respuesta agregó: “El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a las cosas vanas; ni jurado con engaño. El recibirá la bendición del Señor, y justicia del Dios de salvación” (Salmos 24:3-5).
El Espíritu Santo, cuya compañía gozan aquellos que han purificado sus tabernáculos para recibirla, es más fácilmente ofendido que la Luz de Cristo, Sin embargo, la Luz de Cristo (que ilumina a todo hombre que nace y designada para batallar con aquellos en la oscuridad para traerlos a la luz) puede resultar suficientemente ofendida como para retirarse. La pérdida de cualquiera de los dos Espíritus es una de las experiencias más dolorosas y difíciles para aquellos que están acostumbrados a su luz, calor e inteligencia. Tal, por ejemplo, fue la experiencia de José Smith, Martin Harris, y otros asociados con la pérdida de 116 páginas del manuscrito del Libro de Mormón. En una revelación subsecuente el Señor le ordena a Martin Harris que se arrepienta “no sea que te humille con mi omnipotencia; y que confieses tus pecados para que no sufras estos castigos de los que he hablado (en referencia a los sufrimientos de Jesucristo en Getsemaní y en el Calvario), los cuales en muy pequeño, si, en grado mínimo probaste en la ocasión en que te retiré mi Espíritu”(D. y C. 19:20) Al describir sus sentimientos cuando el Espíritu le fue retirado, la madre del profeta, Lucy Mack Smith dijo: “Recordaré aquél día de oscuridad, por dentro y por fuera. Al menos para nosotros, los cielos parecían vestidos de negro, y la tierra amortajada con tristeza. Me había dicho a mí misma frecuentemente, que si un castigo tan severo como el que experimentara en esa ocasión, se extendiera continuamente sobre los individuos más inicuos que jamás hubieran estado bajo los pies del Todopoderoso (aún si no fuera mayor que ese), me apiadaría de su condición” (Lucy Mack Smith, History of Joseph Smith, p. 132)
Verdaderamente los frutos de la desobediencia pueden ser los mas amargos. Quizás, sin embargo, el modo mas común en que el Espíritu es ofendido es cuando el sagrado tabernáculo del cuerpo de una persona es contaminado por transgredir la ley de castidad. El Señor ha advertido que el simple hecho de mirar a una mujer con lujuria hace que el Espíritu se retire, dejando en tal estado de oscuridad al ofensor que perderá inclusive aquella luz y aquel testimonio que tenía, y se encontrará negando la fe (ver D. y C. 42:23). Nuevamente, en una subsecuente revelación el Señor dijo, “Y de cierto os digo, como ya he dicho, el que mira una mujer para codiciarla, o si alguien comete adulterio en su corazón, no tendrá el Espíritu, sino que negará la fe y temerá.” (D. y C. 63:16).
No Extingáis el Espíritu
Dado que la intención es que el Espíritu de Dios arda dentro de cada persona que así lo desee como un fuego santo; debido a que es nuestra fuente de luz y calor; debido a que el Espíritu del Señor da vida a nuestros Espíritus, Pablo advirtió a los Santos, en el meridiano de los tiempos “no apaguéis el Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19). En cambio debían “avivar (avivar la llama, en la Nueva Biblia Inglesa) el don de Dios” que les había sido dado (2 Timoteo 1:6). “Que la paz de Dios gobierne en vuestros corazones”, dijo. “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros/enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos Espirituales” (Colosenses 3:15-16) Habiendo hablado por el Espíritu de profecía, Jacob dejó la misma advertencia al pueblo del Libro de Mormón. “¿He aquí, rechazáis estas palabras? ¿Rechazaréis las palabras de los profetas y rechazaréis todas las palabras que se han hablado en cuanto a Cristo, después que tantos han hablado acerca de él? ¿Negaréis la buena palabra de Cristo y el poder de Dios y el don del Espíritu Santo, y apagaréis el Santo Espíritu, y haréis irrisión del gran plan de redención que se ha puesto para vosotros? No sabéis que si hacéis estas cosas, el poder de la redención y de la resurrección que está en Cristo os llevará a presentaros con vergüenza y terrible culpa ante el tribunal de Dios?” (Jacob 6:8-9). En nuestra propia dispensación hemos sido instruidos mediante la voz del Señor para “construir sobre mi roca, que es mi evangelio; no neguéis el Espíritu de revelación, ni el Espíritu de profecía porque ¡ay de aquél que niega estas cosas!” (D. y C. 11:24-25).
Si nosotros, a quienes ha sido otorgado el don del Espíritu Santo, ignoramos los llamados de ese Espíritu y nos volvemos insensibles e impermeables a sus súplicas, seremos como aquellos de quienes dijo el Salvador “Ellos con sus labios me honran, pero su corazón lejos está de mí, enseñan cómo doctrina mandamientos de hombres, teniendo apariencia de piedad pero negando la eficacia de ella” (José Smith-Historia 1:19). Debemos ser verídicos y confiables en cuanto a lo que el Señor nos ha dado. Como lo declarara en su mensaje, observamos que “existe un Espíritu asociado con el mensaje que no puede ser experimentado cuando nos hemos apartado del mensaje. La palabra del Señor, se nos ha dicho, es ‘verdadera y fiel’ (D. y C.66:11); (Apocalipsis 21:5), significando que es digna de confianza y confiable. El mensajero verídico debe también ser igualmente leal y digno de confianza. Cualquier licencia con respecto al mensaje es ofender a aquel Espíritu por medio del cual el mensaje es revelado, y perder el poder por el cual debe ser proclamado. El corazón de la verdadera religión siempre debe ser la sumisión del mensajero al mensaje. Debe hablar como movido por el Espíritu Santo. No es un asunto sobre lo que la gente desea oír, pues el mensaje no es de hombres sino de Dios” (Joseph Fielding McConkie, Profetas y Profecía, pp.162-63).
“Cuando un hombre se rebela contra la obra de Dios y contra el consejo de sus siervos, y no está sujeto al Espíritu Santo que mora en él, comete traición a Dios, y a su autoridad en la tierra”, declaró Élder Heber C. Kimball, “y ni el Padre, ni el Hijo, ni el Espíritu Santo permanecerán con tal hombre, y él puede despedirse de la guía de los ángeles buenos” (Journal of Discourses, 11:145)
El Pecado Contra el Espíritu Santo
El Señor explicó que muchas pruebas en la vida se superan con paciencia, y los siervos de Dios “recibirán más excelente y eterno peso de gloria, o de lo contrario, mayor condenación” (D. y C. 63:66). Ciertamente, los Santos del Altísimo han recibido el poder de elevarse a las alturas celestiales, a donde Dios y los ángeles están. También tienen la capacidad (debido a quienes son, lo que saben y lo que han sentido) de caer mas lejos, de descender a mayores profundidades Espirituales que aquellos que no conocieron nunca las cosas del Espíritu, “porque a quien mucho es dado, mucho es requerido; y el que peque contra mayor luz, mayor condenación recibirá” (D. y C. 82:3). Mormón nos extrajo una lección de las experiencias de los descendientes de Lehi que es intemporal y eterna. “Y así podemos discernir claramente que después que un pueblo ha sido iluminado por el Espíritu de Dios, y ha poseído un gran conocimiento de las cosas pertenecientes a la rectitud, y entonces cae en el pecado y la transgresión, llega a ser mas obstinado y así su condición es peor que si nunca hubiera conocido estas cosas” (Alma 24:30; comparar 2 Pedro 2:20-21).
Enseñando a los fariseos, el Maestro advirtió que “toda forma de pecado y blasfemia será perdonada a los hombres que me reciban y se arrepientan; pero la blasfemia en contra del Espíritu Santo, no será perdonada a los hombres. Y cualquiera que hablara una palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero cualquiera que hablare en contra del Espíritu Santo, no le será perdonado; ni en este mundo; ni en el mundo venidero” (Mateo 12:26-27). Uno naturalmente piensa que la presencia personal de Dios o la ministración de seres angélicos produciría un efecto mas profundo en el alma que el testimonio del Espíritu. Y fue Jesús mismo quien instruyó a los suyos: “Os digo la verdad; es necesario para vosotros que me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros” (Juan 16:7). Un profeta moderno explicó:
El Espíritu de Dios hablando al Espíritu del hombre tiene poder para impartir la verdad con mayor efecto y entendimiento que la verdad impartida aún por contacto personal con seres celestiales. Por medio del Espíritu Santo la verdad es sentida en cada fibra y cada nervio de nuestro cuerpo de forma que no puede ser olvidada. Tan positivas y poderosas son las enseñanzas del Espíritu que cuando un hombre recibe este conocimiento y participa de este poder de Dios, el cual sólo puede ser recibido después de efectuar los convenios y ordenanzas pertenecientes al nuevo y sempiterno convenio, y entonces se aparta de su conocimiento y de aquellos convenios, él peca a conciencia. (Joseph Fielding Smith, Doctrinas de Salvación 1:47-48)
Satanás es llamado Perdición, significando que es el autor de la destrucción y el padre de las mentiras. Todos aquellos que se hallan bajo la luz del cielo y conocen a Dios, y que luego pecan en contra de esa luz y batallan contra la fe de sus padres con ensañamiento y venganza, estos llegan a ser los “hijos de perdición” Su pecado es la blasfemia, contención y desafío contra el Espíritu Santo y su testimonio, (ver Robert L. Millet and Joseph Fielding McConkie, In His Holy Name, pp.70, 84)
Una de las descripciones mas vividas de los hijos de perdición en toda la escritura sagrada (la naturaleza de su pecado y su destino) está contenida en la visión de las glorias. José Smith y Sidney Rigdon registraron su visión de los hijos de perdición de la siguiente manera:
“Y vimos una visión de los sufrimientos de aquellos a quienes hizo la guerra y venció, porque la voz del Señor vino a nosotros con estas palabras: Así dice el Señor concerniente a todos los que conocen mi poder, y del cual han participado, y a causa del poder del diablo se dejaron vencer y niegan la verdad y desafían mi poder.
Estos son los hijos de perdición, de quienes digo que mejor hubiera sido para ellos no haber nacido; porque son vasos de ira, condenados a padecer la ira de Dios con el diablo y sus ángeles en la eternidad; concerniente a los cuales he dicho que no hay perdón en este mundo ni en el venidero, habiendo negado al Espíritu Santo después de haberlo recibido, y habiendo negado al unigénito del Padre, crucificándolo para sí mismos y exponiéndolo a vituperio.
Estos son los que irán al lago de fuego y azufre, con el diablo y sus ángeles, y los únicos sobre los que tendrá poder alguno la segunda muerte; sí, en verdad, los únicos que no serán redimidos en el debido tiempo del Señor, después de padecer su ira. (D. y C. 76:30-38)
“¿Qué lleva a un hombre a cometer el pecado imperdonable? preguntó el profeta José Smith. “Él debe recibir el Espíritu Santo, debe tener los cielos abiertos ante él, y conocer a Dios y luego pecar contra El. Después que un hombre ha pecado contra el Espíritu Santo, no hay arrepentimiento para él. Él ha dicho que el sol no brilla mientras lo está viendo; ha negado a Jesucristo cuando los cielos se han abierto para él. Ha negado el plan de salvación con los ojos abiertos a la verdad.” Pero el pecado es más que negar; es más que inactividad en la Iglesia; es más que perder el propio testimonio. Tal como atestiguan las revelaciones, esa persona “desafía” la verdad, en una guerra contra el Señor. El Profeta enseñó que el tal llega a convertirse en enemigo de la Iglesia del Cordero, “uno que me persigue, (quien) me busca para matarme, y nunca cesa en su sed por mi sangre. El tal tiene el Espíritu del demonio” (Enseñanzas del Profeta José Smith). Es acerca de este Espíritu (una vil y viciosa disposición por la cual uno crucificaría nuevamente al Hijo del Hombre si pudiese) que el Señor habla en una moderna revelación: “La blasfemia contra el Espíritu Santo, que no será perdonada en el mundo ni fuera de él, consiste en cometer homicidio en el que vertéis sangre inocente y asentís a mi muerte después de haber recibido el nuevo y sempiterno convenio, dice el Señor Dios; y el que no obedezca esta ley, de ninguna manera podrá entrar en mi gloria, antes será condenado, dice el Señor” (D. y C. 132:27). El apóstol Pablo de la misma forma escribe a los Santos de sus días, acerca de este terrible crimen: “Es imposible”, declara, “para aquéllos que una vez fueron iluminados, y probaron el don celestial, y fueron partícipes del Espíritu Santo; y probaron la buena palabra de Dios, y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento; crucificando nuevamente para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndolo a vituperio” (Hebreos 6:4-6). Posteriormente, en la misma epístola Pablo escribió acerca de los hijos de perdición como individuos que han “pisoteado al Hijo de Dios y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia” (Hebreos 10:29). Su plan y su empeño son irónicos: ellos condenan y destruyen aquello que puede salvarlos y asegurarlos. “Una vez que la luz que estuvo en ellos es quitada de ellos, se encuentran en una oscuridad mucho mayor que la luz que los iluminaba previamente, y entonces, no nos maravillemos, si todo su poder fue usado en contra de la verdad, que ellos, tal como Judas, busquen la destrucción de quienes fueron sus más grandes benefactores” (Enseñanzas del Profeta José Smith).
Aconsejando a su hijo errante, Corianton, Alma enfatizó la seriedad del pecado sexual y habló del pecado de homicidio y del pecado contra el Espíritu Santo. “Porque he aquí, si niegas al Espíritu Santo, una vez que haya morado en ti y sabes que lo niegas, he aquí, es un pecado que es imperdonable; sí, y al que asesina contra la luz y el conocimiento de Dios, no le es fácil obtener perdón; sí, hijo mío, te digo que no es fácil que obtenga perdón.” (Alma 39:5-6). El asesinato es un crimen que es llamado ‘imperdonable’; es un atroz crimen contra la humanidad, una ofensa no cubierta por la sangre expiatoria de Cristo y por el cual sólo después de mucho sufrimiento personal, será posible evitar el infierno en el mundo de los Espíritus (ver D. y C. 42:18, 79; Enseñanzas del Profeta José Smith). “Hay pecados de muerte”, escribió Élder Bruce McConkie, “que significan muerte Espiritual”. Hay pecados para los cuales no hay perdón, ni en este mundo ni en el mundo venidero. Pecados que definitivamente imposibilitan al pecador de ganar la vida eterna. Existen pecados para los cuales no es efectivo el arrepentimiento, pecados que la sangre expiatoria de Cristo no quitará, pecados por los cuales el pecador debe sufrir y pagar la pena personalmente” (A New Witness of the Articles of Faith, p.231). El pecado contra el Espíritu Santo se califica como “imperdonable” ya que no es cubierto por la sangre expiatoria de Cristo y ninguna medida de sufrimiento personal puede expiar o perdonar la perniciosa acción y relevar al individuo de la miseria y sufrimiento que inevitablemente sigue a este hecho.
El último estado de los hijos de perdición no ha sido revelado. Ciertamente, acerca de la naturaleza y alcance de sus sufrimientos, las revelaciones afirman que “el fin, la anchura, la altura, la profundidad o miseria del mismo, (nosotros) no comprendemos, ni ningún hombre, excepto aquéllos que son ordenados bajo esta condenación” (D. y C. 76:44-48) Lo que José Smith enseñó fue que “el Señor nunca autorizó (a alguno) a decir que el demonio, sus ángeles o los hijos de perdición, serían restaurados; porque su estado final no fue revelado… ni será revelado; salvo a aquéllos que sean partícipes; consecuentemente aquéllos que enseñan esta doctrina (que los hijos de perdición serán eventualmente relevados de su castigo) no han recibido el Espíritu del Señor. En verdad, el Hermano Oliver declara que esto es doctrina de demonios. Nosotros, por lo tanto, ordenamos que esta doctrina no se enseñe más en Sion” (Enseñanzas del Profeta José Smith).
Los profetas han enseñado repetidamente que el precio de evitar al demonio, la muerte y el infierno es la vigilancia. Dado que nuestro estado mental y el nivel de gozo están directamente relacionados con sus directivas y deseos, se deduce que “ningún hombre puede cometer el pecado imperdonable después de la disolución del cuerpo” (Enseñanzas del Profeta José Smith). Y de esta forma, el mandamiento siempre está ante nosotros: “¡Vigilad y estad prestos! ¡Escuchaos! ¡Perdurad en la fe hasta el fin!” En nuestros días la directiva del Señor de recibir las palabras de sus elegidos como si fueran de Su propia boca es particularmente relevante al asegurarnos que las puertas del infierno no prevalecerán contra nosotros (D. y C. 1:38; 21:4-6). El Profeta José advirtió y rogó:
¡Oh, vosotros Doce! y ¡todos los Santos! benefíciense con esta importante clave (que en todas sus pruebas, problemas, tentaciones, aflicciones, vínculos, prisión y muerte, ved que no traicionen al cielo; que no traicionen a Cristo; que no traicionen a los hermanos; que no traicionen las revelaciones de Dios… Si, en todas vuestras quejas y tropiezos, ved de no hacer esto, para que en vuestros vestidos no sea encontrada sangre inocente, y vayáis al infierno. Ningún otro pecado puede ser comparado al pecado contra el Espíritu Santo, y traicionar a los hermanos. (Enseñanzas del Profeta José Smith).
Conclusión
Es un privilegio consumado recibir el don del Espíritu Santo. Es asimismo una sagrada obligación, que no debe tomarse ligeramente. Todos los que han recibido este trascendente don deben trabajar diligentemente para conservarlo, refrenarse de aquéllos pensamientos o prácticas que no son apropiadas ni propias de los Santos, aquéllas cosas que son repulsivas para Dios y ofensivas para el Espíritu Santo. La santidad es un estado frágil y delicado; alcanzado, conseguido y mantenido por la obediencia y cumplimiento a los principios y ordenanzas del evangelio, de aquel que presume y requiere la influencia santificadora y edificadora del Espíritu Santo. Requiere decisión y determinación, permaneciendo del lado del Señor y gozando de los beneficios espirituales que devienen a los que lo siguen. El Presidente George Albert Smith explicó:
Existen dos influencias en el mundo hoy día, y así ha sido desde el principio. Una, es la influencia constructiva, que irradia felicidad y construye el carácter. La otra influencia es la que destruye, vuelve demonio a los hombres, deprime y acobarda. Todos somos susceptibles a ambas. Una viene de nuestro Padre Celestial, y la otra de la fuente del mal que ha estado en el mundo desde el comienzo, buscando traer la destrucción a la familia humana…Mi abuelo solía decir a su familia. “Hay una línea marcada, bien definida, entre el territorio del Señor y el del demonio. Si vais estar del lado de la línea del Señor estaréis bajo su influencia y no tendréis deseo del mal; pero si cruzáis esa línea al lado del demonio aunque sea una pulgada, estaréis en poder del tentador, y, si tiene éxito, no tendréis oportunidad de razonar o pensar correctamente porque habréis perdido el Espíritu del Señor”. Cuando he sido tentado a ciertas cosas, me pregunto a mí mismo, “¿En qué lado de la línea estoy? “ Si determino estar en el lado seguro, el del Señor, haré lo correcto todas las oportunidades. Así que, cuando llegue la tentación, orad acerca del problema, y la influencia del Espíritu del Señor os capacitara para decidir sabiamente. Solo hay salvación para nosotros del lado del Señor. Si deseáis ser felices, recordad, que toda felicidad digna está del lado del Señor y la pena y la insatisfacción del lado del demonio. (George Albert Smith, Sharing the Gospel with Others, pp.42-43)
La advertencia y el consejo de Benjamín es adecuada: “Si no os cuidáis a vosotros mismos, y vuestros pensamientos, y vuestras palabras y vuestras obras, y no observáis los mandamientos de Dios ni perseveráis en la fe de lo que habéis oído concerniente a la venida de nuestro Señor, aun hasta el fin de vuestras vidas, debéis perecer. Y ahora, oh, hombre! recuerda, y no perezcas. (Mosiah 4:30)
























