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El Espíritu a través del Tiempo
Porque el Espíritu es el mismo; ayer, hoy y mañana. ― 1 Nefi 2:4
Así como hay solo un Salvador, sólo hay un evangelio, un plan de salvación, un plan por el cual los hombres pueden ser salvos. El plan del evangelio es el mismo eternamente. Si una persona que llega a la edad de responsabilidad debe ser bautizada para entrar en el reino de los cielos, toda persona responsable debe ser bautizada para poder entrar en ese reino. Si la fe en Cristo es requerida a un solo hombre, es requerida a todos. Si el arrepentimiento es requisito para la salvación en una época para un pueblo, lo es en todas las épocas y para todos los pueblos.
Todos los principios del evangelio son eternamente los mismos. Si el Espíritu Santo está al alcance de aquellos en una época, debe estar al alcance de todos en todas las épocas. Si la revelación es dada a un hombre, entonces debe, en iguales términos, ser dada a todos los hombres. “Y así se comenzó a predicar el evangelio desde el principio, siendo declarado por santos ángeles enviados de la presencia de Dios y por su propia voz y por el don del Espíritu Santo. Y así todas las cosas le fueron confirmadas a Adán mediante una santa ordenanza, y se predicó el evangelio, y se proclamó el decreto de que debería estar en el mundo hasta su fin; y así fue”
El Linaje Divino de Cristo y El Espíritu Santo
El Libro de Mormón nos provee de la perfecta ilustración de cómo las operaciones y las manifestaciones del Espíritu son eternamente las mismas. Lehi, un hombre de considerable experiencia en la esfera de las cosas espirituales, tuvo un sueño que compartió al tiempo con su familia. Sus hijos mayores, Laman y Lemuel, habían endurecido sus corazones y por lo tanto no creían en el testimonio de su padre. Sin embargo, otro hijo más joven, Nefi, creyó las palabras de su padre y procuró obtener el mismo conocimiento que había sido dado a su padre. Fiel al tema central del Libro de Mormón, Nefi explicó que Lehi obtuvo su entendimiento debido a su “fe en el Hijo de Dios”, el Mesías que habría de venir (1 Nefi 10:17). De ésta forma Nefi vincula inseparablemente el principio de revelación y la compañía del Espíritu Santo con la doctrina del linaje divino. Esta es la razón por la cual la primera revelación que debe recibir todo aquel que goza del espíritu de revelación y la compañía del Espíritu Santo es que Cristo, nuestro Salvador, es literalmente el Hijo de Dios. Tal es el testimonio con el cual se ha abierto cada dispensación que ha sido registrada.
En la dispensación de Adán, la primera referencia que tenemos de que los cielos ce abrieron y naciera el testimonio es aquella del ángel instruyendo a Adán y Eva. El ángel preguntó porque ofrecían sacrificios a lo cual respondió Adán, “No sé, excepto que el Señor me lo ha ordenado”. En respuesta, el ángel explico: “Esta es una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, el cual es lleno de gracia y de verdad. Por consiguiente, harás todo cuanto hicieres en el nombre del Hijo y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás. Y ese día bendijo Dios a Adán y empezó a profetizar concerniente a todas las familias de la tierra” y a testificar acerca de los principios del evangelio (Moisés 5:7-10).
Dios le enseñó a Adán la ley del sacrificio. Por obediencia a la ley del sacrificio Adán obtuvo un entendimiento de ella. Ese entendimiento vino, como todo entendimiento de los principios de salvación, por revelación. La revelación, que en esa oportunidad llegó por boca de un ángel, anunció la doctrina del linaje divino. Las ofrendas del sacrificio de Adán eran simplemente una representación del sacrificio del Hijo de Dios que haría por todos los que se arrepintieran de sus pecados y buscaran salvación en su nombre. Los que lo hicieren serían bendecidos con el testimonio y la compañía del Espíritu Santo. Por lo tanto, la primera gran revelación registrada en la dispensación de Adán fue que los hombres podrían ser redimidos de los efectos de la Caída mediante el sacrificio expiatorio del Hijo de Dios, revelación que llego por el poder del Espíritu Santo.
La dispensación meridiana, la dispensación de Cristo, se inició de la misma forma. Primeramente llegó la anunciación angélica diciendo a María que ella iba a ser la madre del “Hijo del Altísimo”. Respondiendo su pregunta (de ella) acerca de cómo podría ser tal cosa, le fue dicho: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual el santo ser que nacerá, será también llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:32-35). Tal como fue profetizado a las personas del Libro de Mormón, “El Hijo de Dios viene sobre la faz de la tierra. Y he aquí, que nacerá de María… siendo ella virgen, un vaso precioso y escogido, quien será cubierta con su sombra y concebida por el poder del Espíritu Santo, y dará a luz un niño, si, aún el Hijo de Dios” (Alma 7:9-10).
Marcamos el comienzo del ministerio de Cristo y la iniciación de su dispensación al momento de su bautismo por las manos de Juan en las aguas del Jordan. Fue en esa ocasión que los cielos fueron abiertos y se oyó la voz del Padre, diciendo: “Este es mi hijo amado, en el cual me complazco” (Mateo 3:17). Tal fue el modelo seguido en las Américas cuando aquellos reunidos en el templo de Bountiful oyeron la voz del Padre diciendo: “He aquí mi Hijo Bien amado, en quien me complazco, en el cual he glorificado mi nombre, oídle” (3 Nefi 11:7). Y nuevamente el Padre y el Hijo aparecieron al joven José Smith en el estado de New York en lo que llamaríamos posteriormente la Arboleda Sagrada, diciendo: “Este es mi Hijo Bien amado. Oídle!” (José Smith – Historia 1:17).
Pareciera que la doctrina del linaje divino es la doctrina fundamental de todas las dispensaciones del evangelio. Es la primera y gran doctrina de la cual da testimonio el Espíritu Santo. Esto explica porque el Revelador dijo que “el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía” (Apocalipsis 19:10). En ninguna parte esta doctrina es expuesta con mayor claridad que en el Libro de Mormón, el libro ordenado para ser el fundamento doctrinal de nuestra dispensación, el libro ordenado para congregar a Israel desde su estado perdido y caído. Parece natural entonces que el fundamento doctrinario de la dispensación sea el fundamento doctrinario de cada persona que viva en esa dispensación.
El testimonio de que el Mesías es el Hijo de Dios es la doctrina con la que se inicia el Libro de Mormón. Volvamos al testimonio de Nefi.
“Y aconteció que después que yo, Nefi, hube oído todas las palabras de mi padre concerniente a las cosas que había visto en su visión, y también las cosas que habló por el poder del Espíritu Santo, poder que recibió por la fe que tenía en el Hijo de Dios ―y el Hijo de Dios era el Mesías que habría de venir― yo, Nefi, sentí deseos de que yo también pudiera ver y oír y saber de estas cosas, por el poder del Espíritu Santo que es el don de Dios para todos aquellos que lo buscan diligentemente, tanto en tiempos pasados como en el tiempo en que él se manifieste a sí mismo a los hijos de los hombres. Porque Él es siempre el mismo, ayer, hoy y mañana; y la vía ha sido preparada para todos los hombres desde la fundación del mundo, si es que se arrepienten y vienen a Él. Porque el que con diligencia busca, hallará; y los misterios de Dios le serán descubiertos por el poder del Espíritu Santo, lo mismo en estos días como en tiempos pasados, y lo mismo en tiempos pasados como en los venideros; por tanto, la vía del Señor es un giro eterno” (1 Nefi 10: 17-19).
Nefi entonces relata que tan pronto como aceptó las palabras de su padre, fue arrebatado por el Espíritu del Señor “hasta una montaña excesivamente alta”, en dónde “vio” y “oyó” y “conoció” las cosas que habían sido reveladas a Lehi. Significativamente, la maravillosa manifestación comenzó con una visión del árbol del sueño de su padre, seguida de otra visión de la ciudad de Nazareth y de la virgen, María. Nefi fue testigo de que ella también fue arrebatada por el Espíritu y luego que ella fue arrebatada en el Espíritu por el espacio de un tiempo”, dijo, “el ángel me hablo diciendo: Mira! Y miré y vi nuevamente a la virgen, llevando un niño en los brazos. Y el ángel me dijo: He aquí el Cordero de Dios, sí, aún el Hijo del Padre Eterno! ¿Sabes tú el significado del árbol que tu padre vio?” (1 Nefi 11:1-21)
Prestamos profunda importancia a la doctrina del linaje divino. No hay salvación en la adoración de falsos dioses, no hay bendiciones en la adoración de falsos Cristos, ni efectos santificadores en la profesión de falsas doctrinas. El Espíritu Santo halla compañía solo en la verdad, y entonces, sólo cuando está acompañada de justicia. Existen grandes huestes en nuestro mundo moderno que profesan que Cristo es el Salvador en tanto lo rechazan como Señor. Ellos profesan salvación en su nombre rehusando todas las obligaciones de su herencia. Ellos desechan la membresía, sumisión, cumplimiento y obediencia. Profesan la fe sin la fidelidad. La suya es una falsa esperanza y un falso Cristo. Tales individuos desean justificación sin santificación; buscan sentarse con Abraham, Isaac, Jacob y han venido a los esponsales con vestidos sucios. La promesa para ellos es que serán echados a la oscuridad para el llorar y crujir de dientes (Mateo 22:11-13). Han ignorado el testimonio de los profetas en cuanto a que el Espíritu del Señor no puede morar en tabernáculos impuros. El Espíritu Santo es el santificador, y sin su compañía es imposible un conocimiento salvador de Cristo (ver Corintios 12:3). Suponer que puede haber fe en Cristo sin fidelidad a Cristo es una contradicción.
Otros, en sus credos profesados unifica las personas del Padre y del Hijo. De tales tradiciones, el Señor dijo que eran erróneas y “todos sus credos (son) una abominación a su vista” (José Smith-Historia 1:19). Ellos declaran que Dios no tiene cuerpo, ni partes ni pasiones y haciendo esto niegan su naturaleza personal y su rol como Padre de nuestros espíritus. A su vez, niegan nuestro reclamo a heredar con el Padre y de esta forma invalidan tanto el plan como el propósito de la salvación.
Pablo dijo “ningún hombre que hable por el Espíritu de Dios puede llamar a Jesús maldito” (1 Corintios 12:3). Ciertamente, ningún hombre que habla mentiras puede gozar de la compañía del Espíritu Santo. Debemos creer en el Dios de los Santos que nos han precedido si queremos ejercer la fe que ellos mostraron, y debemos compartir aquí el Espíritu conocido por aquellos Santos si algún día vamos a compartir la gloria y el honor que ahora ellos conocen.
Llaves para Entender las Cosas Espirituales
Entender las cosas del Espíritu en una época es comprender al Espíritu en todas las épocas. Lehi estableció el principio cuando dijo: “El Espíritu es el mismo ayer, hoy y mañana” (2 Nefi 2:4). Ciertamente, si no somos absolutos no puede haber salvación. El sistema ordenado en los concilios celestiales, por el cual los hombres serán salvos, está predicado en las siguientes verdades eternas:
Dios no cambia. Moroni testificó que Dios era el mismo ayer, hoy y mañana, sin sombra de variabilidad, y que si cambiase cesaría de ser Dios (Mormón 9:9-19). El razonamiento es perfecto. Por definición Dios posee los atributos de la deidad en su perfección. Si cambiase en el mínimo grado, dejaría de ser perfecto.
José Smith dijo que sin el conocimiento de la naturaleza invariable de Dios no podríamos ejercer la fe en El “para vida y salvación”. El Profeta razonó, “Sin esto (el hombre) no sabría en qué momento la misericordia de Dios puede trocarse en crueldad, su larga paciencia en arrebato, su amor en odio, en consecuencia de lo cual, el hombre dudoso sería incapaz de ejercer la fe en El; más teniendo la convicción de que es inmutable, el hombre puede ejercer su fe continuamente, creyendo que lo que fue ayer, es hoy, y será siempre” (Lectures of Faith, 3:21)
El evangelio es eternamente el mismo. Pablo lo describió bien: “Un Señor, una fe, un bautismo” (Efesios 4:5). El Señor no tiene un diferente evangelio para las diferentes naciones. El evangelio fue dado a los discípulos en Jerusalén y Galilea, siendo comisionados a predicarlo en toda nación, tribu, lengua y pueblo. Es el mismo evangelio que ha sido restaurado estos días para nosotros, y es el mismo evangelio por medio del cual Adán, Enoch, Noe, Abraham, Moisés y el pueblo del Libro de Mormón obraron su salvación.
Las señales que siguen a los creyentes son las mismas en todas las épocas del hombre. Hablando a José Smith, el Señor dijo: “Toda alma que crea en vuestras palabras y se bautice en el agua para la remisión de los pecados recibirá el Espíritu Santo. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre harán muchas obras maravillosas; en mi nombre echarán fuera demonios; en mi nombre sanarán a los enfermos; en mi nombre abrirán los ojos de los ciegos y destaparán los oídos de los sordos; y la lengua del mudo hablará; y si alguien les administrase veneno, no los dañará; y la ponzoña de la serpiente no tendrá poder para hacerle daño.” (D. y C. 84:64-72)
Dado que Dios, el evangelio, y los frutos del evangelio son los mismos entre los hombres en todas las dispensaciones, podemos razonar que las operaciones del Espíritu también son las mismas. Por lo tanto, entender las cosas del Espíritu en una época, significa entenderlas en todas.
La revelación institucional (la revelación que tiene un lugar en los libros sagrados) y la revelación personal son recibidas y comprendidas de acuerdo con los mismos principios. Tomemos, para nuestra ilustración, Doctrina y Convenios. Esta compilación de revelaciones muestra que dichas revelaciones han llegado por diferentes vías, incluyendo la ministración de ángeles, la aparición del Padre y del Hijo, visiones, la voz del Señor, escritos inspirados, e “inteligencia pura” surgiendo de la mente del Profeta. Así sucede son las revelaciones personales, pueden llegarnos en formas diferentes. Las revelaciones contenidas en Doctrinas y Convenios no fueron dadas todas al mismo tiempo; algunas fueron recibidas fragmentadamente. La mayor parte de las revelaciones de Doctrina y Convenios no vinieron en forma dramática (ángeles, la voz audible de Dios, etc.) sino preferentemente en forma callada y clara, mientras el Espíritu Santo ponía pensamientos en la mente del Profeta. Así es con las revelaciones personales: la mayoría serán dadas calladamente, hasta el punto de que podremos ignorarlas si no tenemos oídos para oír y ojos para ver.
Así como son dos cosas diferentes tener el libro de Isaías y entenderlo, así son cosas diferentes tener una bendición patriarcal y entenderla. Los requisitos para entender una bendición patriarcal, o una revelación personal, son los mismos que para entender una revelación oficial. Ciertamente, cuanto mejor entendamos una, mejor entenderemos la otra, simplemente porque los principios por los cuales las entenderemos son los mismos. En ambos casos, la pureza y la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio son necesarias. Sin esto no tenemos derecho al Espíritu Santo como tutor. Ambas requieren meditación y estudio. Todos estamos familiarizados con la exhortación divina a estudiar las escrituras pero quizás fallemos en aplicarla a nuestras revelaciones personales tanto como a las canónicas.
Las escrituras son nuestro texto para entender la revelación personal. Es mediante las escrituras que nos familiarizamos con el espíritu y las doctrinas del cielo. Es allí que aprendemos a escuchar la voz del Buen Pastor. Las más grandes revelaciones de nuestra dispensación tuvieron su comienzo en el estudio de las escrituras. Fue por estudiar el libro de Santiago que José Smith llegó a la Arboleda Sagrada; el trabajo de traducir el Libro de Mormón, el que lo llevó junto con Oliverio Cowdery a las márgenes del Susquehanna en donde fue restaurado el Sacerdocio Aarónico; y el estudio del libro de Juan que trajo como resultado la visión de los grados de gloria. José Smith recibió muchas revelaciones como resultado del estudio de las escrituras. Tal como fue con José, tal debe ser con nosotros, simplemente porque el principio es el mismo.
Todas las personas de todas las épocas tienen la misma necesidad y el mismo derecho a las bendiciones de salvación. Dado que no hay salvación sin revelación, deducimos que todas las personas que siguen los mismos principios, reciben el mismo testimonio revelado. “No sólo los que creyeron después que El vino en la carne, en el meridiano de los tiempos, sino que tuvieron la vida eterna todos los que fueron desde el principio, sí, todos cuantos existieron antes que El viniese, quienes creyeron en las palabras de los santos profetas, que hablaron conforme fueron inspirados por el Don del Espíritu Santo y testificaron verdaderamente de El en todas las cosas, así como los que vinieran después y creyeran en los dones y llamamientos de Dios por el Espíritu Santo, el cual da testimonio del Padre y del Hijo; los cuales Padre, Hijo y Espíritu Santo son un Dios infinito y eterno, sin fin. Amén.” (D. y C. 20:26-28) Significativamente, los principios de revelación y el rol del Espíritu Santo en esta vida no difieren de los del otro lado del velo. Aquellos que reciban el evangelio en el mundo de los espíritus deben, tal como declaró Pedro, “Obrar de acuerdo a los hombres en la carne” (1 Pedro 4:6) Deben buscar y obtener la misma confirmación espiritual que hubiese sido requerida de ellos si el evangelio lo hubiesen recibido en este estado. Acerca de la manera en la cual es enseñado el evangelio en el mundo de los espíritus, Nefi nos dice que “ángeles hablan por el poder del Espíritu Santo; en lo cual, hablan las palabras de Cristo” (2 Nefi 32:3)
El conocimiento de que Dios, el evangelio y las operaciones del Espíritu son eternamente las mismas abre nuestro entendimiento de las cosas que sucedieron antiguamente, aún en cuestiones en las cuales el texto escritural no es expreso. Por ejemplo, dado que Juan el Bautista, quien confirió sus llaves y autoridad a Aarón, restauró la autoridad para bautizar, sabemos que había bautismo en los tiempos del Viejo Testamento (D. y C. 84:27). Dado que Elías restauró el poder de sellar, por el cual permitió a aquellos de nuestra dispensación unir todas las ordenanzas del evangelio en la tierra y en el cielo, sabemos que antiguamente se ejercía la misma autoridad. Cuando el Señor nos dice que ordenó a los Santos de otras épocas construir templos para efectuar las ordenanzas sagradas, sabemos el significado de lo que estaban haciendo. (D. y C. 124:39). No tenemos llaves, poderes, autoridad, o doctrinas de los fieles Santos de dispensaciones pasadas, que no hayan sido restauradas para nosotros.
El Testimonio del Espíritu a través de las Épocas
El sistema por el cual el evangelio de Jesucristo ha sido enseñado a través del tiempo tuvo su comienzo con Adán y Eva. Por cuanto gozaban de una íntima asociación con Dios previamente a su Caída, comunicaron aquella experiencia a sus hijos. Así sus hijos fueron inicialmente dependientes del testimonio de sus padres para su conocimiento de Dios. Aquellos hijos de Adán que ejercieron la fe en el testimonio de sus padres y obedientemente observaron las ordenanzas del evangelio obtuvieron el Espíritu y vieron los cielos abiertos ante sí. Ellos llegaron a ser testigos competentes por su propio derecho, y eventualmente los mentores espirituales de las generaciones venideras.
Tal ha sido siempre el sistema por el cual el mensaje de salvación fue declarado. Cada dispensación tuvo a su cabecera un testigo escogido, uno a quien fueron reveladas las glorias del cielo. Aquellos susceptibles a los susurros del Espíritu, escuchan y confían en las palabras de los testigos iniciales. Por medio de la fe y la obediencia estos creyentes obtienen un testimonio independiente de las verdades enseñadas en su dispensación y se convierten en, los mentores espirituales de la próxima generación de creyentes. Tal como lo explicó el Profeta: “Fue la credibilidad que dieron al testimonio de sus padres, el cual los llevó a procurar el conocimiento de Dios; la búsqueda terminaba frecuentemente/en verdad, si era buscada correctamente, siempre terminaba) en el más glorioso descubrimiento y certeza eterna.” (Lectures of Faith, 2:56).
Cada generación tiene sus buscadores de señales, aquellos que aguijonean el orden espiritual, pidiendo evidencia sin fe y sin obediencia. La suya parece, al menos por el momento, una posición segura. Si Dios mostrara señales a los que dudan, estaría recompensando su duda y su indolencia, haciendo que la falta de fe y la desobediencia se conviertan en los medios legítimos por los cuales uno puede obtener la atención y los favores del cielo.
Conclusión
La naturaleza de Dios y la naturaleza del evangelio nos asegura que las operaciones del Espíritu son siempre las mismas. No existen días de regateo, ni absoluciones dispensativas de las leyes eternas, ni excepciones en cuanto a los pecados de unos pocos selectos o elegidos. Dado que Dios no puede ser Dios sin todos los atributos divinos en su perfección, de la misma manera el cielo no puede ser el cielo si sus moradores son admitidos con normas variables. Todos los que van a ser salvos deben llegar a serlo ejerciendo la fe en el mismo Dios y rindiendo obediencia a las mismas leyes y ordenanzas. En su momento, cosecharán los mismos frutos del Espíritu, incluyendo la compañía del Espíritu Santo, cuyas operaciones han sido las mismas en todos los tiempos.
Es y ha sido el rol del Espíritu Santo en todas las épocas dar testimonio del Padre y del Hijo. “Esta es mi doctrina”, el Cristo resucitado anunció a los Nefitas: “Y esta es mi doctrina, y es la doctrina que el Padre me ha dado; y yo doy testimonio del Padre, y el Padre da testimonio de mí, y el Espíritu Santo da testimonio del Padre y de mí; y yo testifico que el Padre manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan y crean en mí. Y cualquiera que crea en mí, y sea bautizado, será salvo y son ellos los que heredarán el reino de Dios. Y quien no crea en mí, ni sea bautizado, será condenado. De cierto, de cierto os digo que esta es mi doctrina y del Padre, yo doy testimonio de ella; y también quien en mí cree, también cree en el Padre; y el Padre le testificará a él de mí porque lo visitará con fuego y con el Espíritu Santo.” (3 Nefi 11:32-35)
El texto continúa apropiadamente con la afirmación de que el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son uno. Así como hay un solo bautismo o un camino que conduce al reino de los cielos, sólo puede haber un testimonio que viene de los cielos. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno, y nosotros, al aceptar su testimonio, nos hacemos uno con El. Ciertamente, la doctrina de la unidad puede expresarse correctamente para involucrar el sistema completo de salvación. Somos salvos en la medida en que somos uno con ellos. Así, encontramos a Cristo diciendo, “Si no sois uno, no sois míos” (D. y C. 38:27)
Debido a que las operaciones del Espíritu son eternamente las mismas, las escrituras se convierten en textos intemporales de las cosas espirituales. Todos y cada uno de los principios que extraemos de las escrituras acerca de las operaciones del Espíritu del Señor son tan verdaderos con respecto a las revelaciones personales como con respecto a las revelaciones oficiales o canónicas. Por medio de las escrituras nos familiarizamos con el Espíritu, lo que nos permite reconocerlo cuando se manifiesta en nuestros asuntos personales.
Dado que la doctrina que inició nuestra dispensación fue el testimonio de que Cristo era el Hijo Bienamado, y dado que cada dispensación que se ha registrado se inició con el mismo testimonio, concluimos que ésta debe ser la doctrina fundamental de nuestros propios testimonios. Este testimonio del linaje divino de Cristo es inseparable de la compañía del Espíritu Santo. El sistema por el cual el evangelio ha sido enseñado en todos los tiempos es “por boca de testigos”, vasos escogidos que mediante el poder del Espíritu Santo testifican con autoridad acerca de las verdades del cielo (ver Moroni 7:31). Aquellos que confían en su testimonio; que plantan su semilla de fe y obediencia en sus corazones, son recompensados con la misma cosecha de aquellos de los cuales recibieron la semilla. Llegan a ser testigos competentes por propio derecho y fuente de luz para otros. De esta manera el poder del don del Espíritu Santo pasa de una generación a otra.
























