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El Ministerio del Espíritu Santo
Pero cuando venga el Espíritu de Verdad, él os guiará a toda la verdad. (Juan16:13)
La primavera de 1820 anunció el amanecer de un día más brillante que los demás. En tanto que el temor, la duda y la superstición habían oscurecido por generaciones la mente de los hombres; mientras el engaño, el error, el misterio y los malos entendidos caracterizaron las enseñanzas religiosas por siglos; ahora, el amor y la luz, la religión pura, saldría a la luz entre aquellos cuyo deseo era aceptar y recibir la moderna revelación, ésta nueva “religión”. En donde reinara la oscuridad, ahora se levantaba el sol del Evangelio, cuyos rayos harían posible que penetrara la luz. Dios había hablado nuevamente.
El y su Hijo amado habían aparecido personalmente a un joven en una arboleda, sagrada por ese acontecimiento, y habían sido abiertas de par en par las ventanas de los cielos. Con el tiempo, Dios dio a conocer a los hombres aquellas verdades fundamentales concernientes a Si mismo y a la Deidad, las cuales otorgaban propósito, perspectiva y pautas a toda doctrina.
La restauración de los poderes celestiales
En el siglo que siguió a la muerte de Cristo, la luz del Evangelio que Él había traído comenzó a desvanecerse. Con la muerte de aquellos poseedores del poder apostólico, con la incorporación de la filosofía griega a la teología cristiana y el florecimiento de herejías híbridas, llegó la apostasía. Es cierto que siglos más tarde hombres y mujeres buenos y nobles se levantaron como “estrellas de la mañana, más brillantes que las demás, los cuales surgieron en toda nación”, personas de visión y coraje, cansadas de los pecados y la iniquidad. Estas grandes almas rompieron las pesadas cadenas que los ataban. Procuraron hacer el bien, ayudar a sus semejantes en la medida de su luz y conocimiento. Estas personas prepararon el camino para la Restauración, posibilitando la Reforma, y, siglos más tarde, otros, de igual valor y espiritualidad siguieron la inspiración y guía de la Providencia en la búsqueda de sus libertades personales y religiosas, lo cual los condujo al establecimiento de la nación Americana, la nación pre-ordenada como aquella en la cual acontecería la obra maravillosa y un prodigio.
En medio de todo, el Don del Espíritu Santo ―la gracia sagrada que privilegia a todos los santos de todas las épocas con la compañía de un miembro de la Deidad, y, en consecuencia, en recibir la luz celestial― no se hallaba sobre la tierra. José Smith vino a un mundo en el cual los hombres de todas las latitudes estaban buscando afanosamente la luz y la verdad, clamando por la inspiración que había animado a los antiguos. Abundaba la sinceridad, pero la ignorancia y los malos entendidos estaban a la orden del día. Tal como observara posteriormente el Profeta de la Restauración, “variadas y conflictivas son las opiniones de los hombres respecto del Don del Espíritu Santo… No debemos asombrarnos de la ignorancia de esos hombres en cuanto a los principios de salvación, y, más específicamente, de la naturaleza, el oficio, el poder, la influencia, los dones y las bendiciones del Don del Espíritu Santo; consideramos que la familia humana ha vivido en las tinieblas por siglos, puesto que en ese tiempo no hubo revelación, ni el criterio justo para llegar al conocimiento de las cosas de Dios, las cuales solo pueden ser conocidas por medio del Espíritu de Dios. Antes que el Dios del Cielo pudiese llevar a cabo completamente la obra de la Restauración ―una obra destinada a continuar en los días del esplendor milenial― era necesario que restaurase aquellos poderes y potestades ejercidos por los antiguos, a fin de que pudiese haber una Iglesia. Antes que el Evangelio Sempiterno pudiese esparcir sus gloriosos rayos de luz sobre un pueblo que había estado caminando en tinieblas por siglos, debía ser establecido primeramente el sacerdocio para administrar tal Evangelio.
Y así fue al principio. Muy temprano en el periodo formativo de la historia de la Iglesia, Dios restauró tanto el sacerdocio, como las llaves por las cuales los hombres pudiesen servir como agentes -pudieran actuar y hablar en nombre del Señor Jesucristo, su eterno regente. El 15 de marzo de 1829, un ángel de Dios descendió de las cortes de gloria, puso sus manos sobre las cabezas de José Smith y Oliverio Cowdery, los ordenó sacerdotes, según el antiguo rito del orden de Aarón y les concedió el poder de oficiar en “administrar las ordenanzas exteriores, la letra del evangelio, el bautismo del entendidos estaban a la orden del día. Tal como observara posteriormente el Profeta de la Restauración, “variadas y conflictivas son las opiniones de los hombres respecto del Don del Espíritu Santo… No debemos asombrarnos de la ignorancia de esos hombres en cuanto a los principios de salvación, y, más específicamente, de la naturaleza, el oficio, el poder, la influencia, los dones y las bendiciones del Don del Espíritu Santo; consideramos que la familia humana ha vivido en las tinieblas por siglos, puesto que en ese tiempo no hubo revelación, ni el criterio justo para llegar al conocimiento de las cosas de Dios, las cuales solo pueden ser conocidas por medio del Espíritu de Dios. Antes que el Dios del Cielo pudiese llevar a cabo completamente la obra de la Restauración ―una obra destinada a continuar en los días del esplendor milenial― era necesario que restaurase aquellos poderes y potestades ejercidos por los antiguos, a fin de que pudiese haber una Iglesia. Antes que el Evangelio Sempiterno pudiese esparcir sus gloriosos rayos de luz sobre un pueblo que había estado caminando en tinieblas por siglos, debía ser establecido primeramente el sacerdocio para administrar tal Evangelio.
Y así fue al principio. Muy temprano en el periodo formativo de la historia de la Iglesia, Dios restauró tanto el sacerdocio, como las llaves por las cuales los hombres pudiesen servir como agentes -pudieran actuar y hablar en nombre del Señor Jesucristo, su eterno regente. El 15 de marzo de 1829, un ángel de Dios descendió de las cortes de gloria, puso sus manos sobre las cabezas de José Smith y Oliverio Cowdery, los ordenó sacerdotes, según el antiguo rito del orden de Aarón y les concedió el poder de oficiar en “administrar las ordenanzas exteriores, la letra del evangelio, el bautismo del arrepentimiento para la remisión de los pecados” (D. y C. 107:20 y Enseñanzas del Profeta José Smith). Juan el Bautista, un descendiente literal de Aarón ordenado al oficio del sacerdocio conocido en nuestros días como Obispo Presidente, confirió los derechos presidenciales pertenecientes al Sacerdocio Aarónico, mediante los cuales autorizó nuevamente a los hombres a ejercerlos… “la llave del ministerio de ángeles y el evangelio preparatorio” (D. y C. 84:26), incluyendo el poder de efectuar bautismos por agua.
En cuestión de semanas, Pedro, Santiago y Juan, ―la primera Presidencia de la dispensación del Meridiano de los Tiempos― restauraron aquellos poderes del sacerdocio cuyas llaves otorgan a los hombres fieles la facultad de mantener comunicación con los cielos; un sacerdocio, el cual “administra el Evangelio y posee la llave de los Misterios del Reino, sí, la llave del conocimiento de Dios” (D. y C. 84:19). El poder de este sacerdocio Mayor o Sacerdocio de Melquisedec “consiste en poseer las llaves de todas las bendiciones espirituales de la Iglesia, en tener el privilegio de recibir los misterios del Reino de los Cielos” (D. y C. 107:18-19). Con la restauración de este sacerdocio volvió el poder de conferir el Don del Espíritu Santo, el poder de confirmar a los individuos, miembros de la Iglesia del Señor; el poder de consumar el bautismo por agua y así poder pasar por aquel segundo bautismo, llamado en las escrituras bautismo de fuego; la inmersión en los elementos espirituales, que purifican y limpian el alma y prepara a los iniciados para recibir el conocimiento de realidades trascendentes.
El Don del Espíritu Santo
La vida eterna es el mayor de los dones de Dios (D. y C. 6:13-14; 1 Nefi 15:36). Pero éste es un don que solo se consuma plenamente en la eternidad. En esta vida hay un Don, más preciado que el honor, que las riquezas y los aplausos a que un hombre puede aspirar; un don, cuyos efectos son mayores y más profundos que todo el conocimiento al que puede acceder el más ilustrado. Es el Don del Espíritu Santo. Un Don que no puede ser comprado con dinero, ni comerciado como un bien terrenal. Está garantizado por un amoroso Padre en los Cielos, para quienes aceptan y ejercitan la Fe en Cristo el Señor, se arrepienten de sus pecados, y son bautizados por inmersión por un administrador autorizado. Un párrafo del Nuevo Testamento ilustra acerca de este tema:
“Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo. Cuando vio Simón que por la imposición de manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí ese poder, para que a cualquiera que impusiere las manos, reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo. Porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú ni parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios”. (Hechos 8:14-20)
Este relato de la Primitiva Iglesia Cristiana nos enseña claramente que recibir los dones de Dios especialmente el Don del Espíritu Santo es un acto que debe ser efectuado en la forma prescripta y ordenada, o carecerá de validez. J. M. Grant habló sobre la estricta necesidad para los Santos de Dios y para cualquier otra persona, de alcanzar un experiencia personal con el Espíritu, y no conformarse con los relatos de experiencias ajenas. “Cuando leemos acerca de los dones que fueron otorgados y se manifestaron entre el pueblo de Dios”, ―nos recuerda― “ciertamente no podemos suponer que la simple lectura sobre ellos nos pone en posesión de la misma bendición”. Y continúa así:
“Pero muchos en el mundo supondrán que cuando predican y citan la Biblia, están, de hecho, poniendo en posesión a las personas de ese poder, esa vida y esos dones… los mismos que los antiguos apóstoles y profetas, y los Santos de Dios gozaron y gozan actualmente. Hermanos y hermanas: todos entendemos la diferencia entre gozar y leer acerca del gozo; entre el relato de una fiesta y la fiesta propiamente dicha; inclusive entre la historia de la Ley de Dios y la Ley de Dios misma”.
Cuando el profeta José andaba entre la gente, no les ofrecía venderles la palabra de Dios, sino que, luego de haber sembrado la verdad en su mente y así llegasen a ser bautizados, él entonces pondría sus manos sobre ellos para que recibieran el Don del Espíritu Santo, porque así se los había prometido.
Recibirían entonces el Santo Consolador, la Viva Luz, el mismo Espíritu, el mismo poder de Dios y los mismos principios de vida eterna; aquel Don verdadero, el más grande Don de Dios, para darles el mismo voto y la misma gran bendición. Este Espíritu les mostraría la voluntad de Dios” (Journal of Discourses, 4:18)
Cada hombre o mujer de este mundo han nacido con lo que las escrituras llaman la Ley de Cristo o el Espíritu de Jesucristo. (D. y C. 84:46; Moroni 7:16; Juan 1:9). La Luz de Cristo es el medio por el cual se ha ordenado el cosmos; el poder y la fuerza por los cuales existen las leyes de la naturaleza y se rige el universo (ver D. y C. 88:6-13). Esta misma luz está inserta en el espíritu del hombre, dada por un Dios benévolo, y sirve como fuente de la razón, la conciencia y el discernimiento. Es un monitor de la moral; una influencia que dirige y guía a los hombres hacia el bien y hacia las justas elecciones, siempre y cuando sus deseos sean realmente conocer y responder a la queda voz interior.
De acuerdo con el élder Bruce McConkie, la Luz de Cristo “desafía cualquier descripción, y está más allá de la comprensión mortal… No posee figura, ni forma, ni personalidad. No es una entidad, ni una persona, ni un personaje. No posee agente, ni actúa independientemente y existe no para operar sino para ser operada… Se describe con frecuencia como luz, vida, ley, verdad, poder… Es el poder de Dios sentado en Su trono. Puede ser además, sacerdocio, fe y omnipotencia, porque estos también son el poder de Dios” (Un Nuevo Testigo de los Artículos de Fe, p.257)
Las revelaciones atestiguan que “el Espíritu da Luz a todo hombre que viene al mundo e ilumina a todo hombre en el mundo que escucha la voz del Espíritu. Y todo aquel que escucha la voz del Espíritu viene a Dios, sí, el Padre. Y el Padre le enseña concerniente al convenio que Él ha renovado y confirmado sobre vosotros…” (D. y C. 84:46-48) Esto significa que si los hombres y mujeres en el mundo, se sienten deseosos de responder al llamado interior del Espíritu de Jesucristo que mora en ellos, serán llevados en esta vida o en la próxima, a la luz más brillante del Espíritu Santo, por medio de la membresía en la Iglesia del Señor. El Presidente José Smith explicó que esta luz mora en los hijos de los hombres y seguirá morando en ellos hasta que alcancen el conocimiento de la verdad y lleguen a poseer la luz mayor y el testimonio del Espíritu Santo. (Doctrina del Evangelio, p.67-68). Más aún, el Élder McConkie ha descripto la relación de la Luz de Cristo con el Espíritu Santo de la siguiente manera:
“La luz de Cristo ―también llamada el Espíritu de Cristo y el Espíritu del Señor― es una luz, un poder y una influencia, los cuales están presentes en todo lugar y así dan testimonio de la omnipresencia de Dios. Es la mediación del poder de Dios y la Ley por la cual todas las cosas son gobernadas. Es asimismo el medio utilizado por el Espíritu Santo para manifestar la verdad y dispensar Dones Espirituales a muchas personas al mismo tiempo. Por ejemplo, es a través del Espíritu Santo, que es un personaje de espíritu, que fue transmitida toda verdad a través del Universo entero permanentemente, utilizando la Luz de Cristo como el medio por el cual el mensaje es transmitido. Pero solo aquellos que sintonizan sus almas con el Espíritu Santo reciben la revelación correcta. Es en este sentido, que la persona del Espíritu Santo hace sentir su influencia en el corazón de cada persona justa al mismo tiempo. (Un Nuevo Testigo de los Artículos de Fe, p.70).
Contrastando con la Luz de Cristo ―la cual es innata, congénita, intuitiva en su naturaleza y al alcance de todos―, el Don del Espíritu Santo sólo está al alcance de los miembros de la Iglesia del Señor, por medio de la ordenación por imposición de manos. No obstante el hecho de que la influencia del Espíritu Santo puede ser sentida por alguno que no ha sido bautizado, tal influencia es temporaria y pasajera. Por ejemplo, Pedro recibió un destello de visión interior bajo la forma de un testimonio cuando testificó de Su Mesías a Felipe de Cesárea (Mateo 16:16-19). Sin embargo, no fue sino hasta después del día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo y sus dones fueron derramados sobre el pueblo de una manera maravillosa y milagrosa, que Pedro y los otros discípulos se convirtieron en infatigables y valerosos testigos de su Maestro, lo cual caracterizó a las personas que nacieron verdaderamente del Espíritu. José Smith enseñó: “Existe una diferencia entre [la influencia de] el Espíritu Santo y el Don del Espíritu Santo. Cornelio (ver Hechos 10) recibió [la influencia de] el Espíritu Santo antes de ser bautizado, poder otorgado por Dios para que obtuviera un convencimiento de la verdad del Evangelio, pero no pudo recibir el Don del Espíritu Santo hasta después de haber sido bautizado. Cumplido el propósito, el Espíritu Santo que había descendido sobre él, lo abandonaría. A menos que obedeciera las ordenanzas y recibiera el Don del Espíritu Santo, por imposición de manos, de acuerdo a la orden de Dios, él no podría curar a los enfermos u ordenar a un espíritu maligno que saliese de adentro de un hombre, y ser obedecido” (Enseñanzas del Profeta José Smith)
Personalidad y Poderes del Espíritu Santo
El testigo y testador, conocido como el Espíritu Santo, es un personaje espiritual masculino. Es el tercer miembro de la Deidad, el Ministro del Padre y del Hijo, el medio por el cual los hijos de Dios son instruidos en Sus caminos; por el cual ganan “la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16). El posee la mente de Dios y los atributos del Todopoderoso. Como personaje diferenciado del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo puede estar sólo en un lugar a un tiempo, y siempre será en la forma de un hombre; no puede tomar ninguna otra forma (ver Enseñanzas del Profeta José Smith). Por medio de la Luz de Cristo su sagrada influencia es capaz de ser sentida en un infinito número de lugares al mismo tiempo.
En 1843, el Profeta José Smith explicó que “el Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre; así también el Hijo, pero el Espíritu Santo no tiene cuerpo de carne y huesos sino que es un personaje espiritual. De no ser así, el Espíritu Santo no podría morar en nosotros. Un hombre puede recibir el Espíritu Santo, y éste puede descender sobre él, pero no permanecer con él” (D. y C. 130:22-23). ¿Qué significa que el Espíritu Santo puede “morar en nosotros”? ¿Cómo puede una persona morar dentro de otra aun cuando una de ellas sea una Persona Espiritual? Élder Bruce McConkie ha dicho sobre este tema: “De acuerdo con las leyes eternas ordenadas por el Padre, existen ciertas tareas específicas sólo plausibles de ser realizadas por un miembro espiritual de la Deidad. Él va a morar, figuradamente, en los fieles, y hablará a sus espíritus de una forma especial y particular, debido a que El mismo es un Espíritu.
Por otra parte, sabemos que el Espíritu Santo es el Ministro del Padre y del Hijo, convocado por Ellos por su condición de espíritu, para llevar a cabo un servicio muy especial para con los hombres. El significado de estos pasajes es claro. Ningún miembro de la Deidad mora en nosotros en el sentido literal de la palabra, sino que todos ellos moran en nosotros figuradamente, hasta el límite en que seamos como ellos. Si tenemos la “mente de Cristo” (1 Corintios 2:16), la cual recibimos por el poder del Espíritu Santo, entonces, Cristo mora en nosotros. Si el amor de Dios habita en nuestras almas -amor que es un don de Dios, obtenido por poder del Espíritu Santo, entonces Dios mora en nosotros. De alguna manera que supera nuestro entendimiento, todo esto es posible por el poder del Espíritu Santo (Un Nuevo Testigo de los Artículos de Fe pp.70, 271,272).
En esta dispensación se ha revelado muy poco acerca de la identidad personal del Espíritu Santo. De acuerdo con un discurso dado por José Smith el 27 de Agosto 1843, “el Espíritu Santo está actualmente en estado de probación. Si persevera en rectitud y justicia, llegará a pasar por iguales o similares acontecimientos que el Hijo” (Palabras de José Smith p. 245) En un mensaje dado solamente dos días antes de morir, el Profeta enseñó que “el Espíritu Santo es aún un cuerpo espiritual esperando tomar un cuerpo material para sí, tal como lo hizo el Salvador, o Dios hizo, o los Dioses antes de ellos hicieron” (Palabras de José Smith p.382). Más allá de estas breves y fragmentarias declaraciones, las discusiones concernientes a este hombre de condición espiritual son especulativas e improductivas.
Nefi escribió que su padre vio cosas sagradas en una visión y habló muchas verdades eternas “por el poder del Espíritu Santo, poder recibido por Fe en el Hijo de Dios” (1 Nefi 10: 17-19). El poder de conferir el Espíritu Santo [y el Don del Espíritu Santo] ―recibido en el principio por el padre Adán; conferido sobre sus nobles descendientes; perdido durante los períodos de apostasía y recobrado nuevamente en las épocas de restauración― ha sido restaurado por manifestaciones angélicas en el meridiano de los tiempos.
La tarea del Espíritu Santo es vital. Su vinculación con el hombre es multifacética; sus tareas son incontables. En las palabras de un profeta moderno, el Presidente Spencer W. Kimball “el Espíritu Santo es un revelador… un rememorador que trae a nuestra memoria las cosas que hemos aprendido, y que necesitamos, en el momento preciso. Es un inspirador, y pondrá palabras en nuestras bocas, iluminando nuestro entendimiento y dirigiendo nuestros pensamientos. Es un testigo, un maestro, un compañero que anda junto a nosotros a lo largo del camino, guiando nuestros pasos y sosteniéndonos en nuestras debilidades; dando fuerza a nuestras resoluciones y revelándonos propósitos y metas justas” (Enseñanzas de Spencer W. Kimball p.23).
En este libro sólo hablaremos de algunos de los roles del Espíritu Santo. Nos referiremos a Él como revelador, consolador, maestro, discernidor de espíritus, santificador, agente del nuevo nacimiento y sellador.
Sabremos cómo es que los poderes del Espíritu Santo constituyen un principio organizado, un medio divino por el cual existen el orden y la organización entre los hombres. Luego de su muerte, José Smith se apareció a Brigham Young, su sucesor, para instruirlo acerca de estos y otros asuntos. De esta oportunidad extraemos estas bellísimas palabras:
“Exhorta a todos a ser fieles y humildes, y asegúrate de guardar el Espíritu del Señor, que te guiará en justicia y rectitud. Sé cuidadoso, y no desoigas la queda voz interior. Ella te indicará qué hacer y adonde ir. Ella hará rendir los frutos del Reino. Exhorta a tus hermanos a mantener sus convicciones, para que cuando venga el Espíritu Santo, sus corazones estén listos para recibirlo. Podrán distinguir el Espíritu del Señor de todos los otros espíritus; Él les infundirá paz y amor; quitará la malicia, el odio, la contención y el mal de sus corazones, y su único deseo (el de los hermanos y hermanas) será hacer el bien, cultivar la rectitud y edificar el Reino de Dios. Exhorta a los hermanos a seguir el Espíritu del Señor para andar por sendas correctas. Asegúrate de aconsejar al pueblo de guardar el Espíritu del Señor, y si ellos sienten el deseo en su corazón, llegarán a ser tal como fueron organizados por nuestro Padre Celestial antes de venir al mundo. Nuestro Padre Celestial organizó la familia humana, pero ahora se encuentra (la familia humana) en caos y gran confusión. (Journal of Discourses 23-2-1847)
Verdaderamente, por la mediación del Espíritu Santo, hombres y mujeres se cimentan en la verdad, se establecen en la fe de sus ancestros, y planifican y siguen la senda que conduce a la paz y a la felicidad en esta vida, y a la plenitud del gozo y la recompensa eterna después de ella.
Conclusión
Una de las maravillosas verdades restauradas por medio del Profeta José Smith, es el conocimiento que nos enseña que los dones de Dios, ―específicamente el Don del Espíritu Santo― no tuvieron su origen en el meridiano de los tiempos, sino que privilegiaron a los fieles de todas las épocas. Pero testificó que “la profecía no fue dada en los tiempos antiguos por voluntad de los hombres; los hombres santos de Dios hablaron movidos por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21). Ciertamente, el Espíritu “es el mismo ayer, hoy y siempre” (2 Nefi 2:4). Es correcto entonces, que el Dios de los Cielos revele nuevamente aquellos principios por los cuales los Santos pueden desarrollar sus dones espirituales, y, en adición, relacionen estos misterios con la persona, los poderes y las acciones del Espíritu Santo. Las llaves del Sacerdocio de Melquisedec ―enviadas a los profetas modernos por medio de ángeles ministrantes― abren las puertas al conocimiento de Dios, y, más específicamente, transforman a los débiles y a los simples en administradores legales, y los faculta para conferir el Don del Espíritu Santo sobre los fieles. El Don del Espíritu Santo es una posesión inapreciable que no puede ser comprada con dinero. Es una perla de gran precio, que solamente puede ser hallada por medio de las vías establecidas por el Señor.
























