El Espíritu Santo

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Instintos Espirituales

Y el Espíritu da luz a todo hombre que viene al mundo; y el Espíritu ilumina a todo hombre en el mundo que oye la voz del espíritu. ―D. y C. 84:46


“Nuestros espíritus eran puros y santos cuando entraron en nuestros tabernáculos”, enseñó Brigham Young (Journal of Discourses 8:128). De tal manera, el recién nacido percibe instantáneamente lo que es bueno o malo. Ciertamente, la palabra revelada atestigua que “Todos los espíritus de los hombres fueron inocentes en el principio; y habiéndolo redimido Dios de la caída, el hombre llegó a quedar de nuevo en su estado de infancia, inocente delante de Dios. Y aquel inicuo viene y lo despoja de la luz y la verdad por medio de la desobediencia y a causa de las tradiciones de sus padres” (D. y C. 93: 38-39). Dado que el demonio no puede tomar aquello que no tenemos, sacamos la conclusión de que un niño nace con la herencia divina de la luz y la verdad (heredades que pueden ser dadas o quitadas). Ya que la desobediencia y el apego a las falsas tradiciones traen como consecuencia la pérdida de esta investidura celestial, concluimos que la obediencia y la devoción a la verdad la otorga.

La Luz de Cristo

A pesar que un velo es puesto sobre nuestra mente en el momento en que venimos al mundo, retenemos un cierto sentido y sentimiento de lo que alguna vez tuvimos. Pablo dijo que aún aquellos nacidos bajo el linaje gentil llevaban “la ley escrita en sus corazones” y que ellos “hacían por naturaleza las cosas contenidas en la ley” (Romanos 2:14-15). El Espíritu, nos fue dicho, dio la luz a cada hombre que vino al mundo; y el Espíritu iluminó a cada hombre por todo el mundo que oyó la voz del Espíritu. Y todo aquel que oyó la voz del Espíritu viene a Dios, aún el Padre” (D. y C. 84:46-47). Una vez más, el Salvador testificó: “Yo soy la verdadera luz que ilumina a cada hombre que viene al mundo” (D. y C. 93:2). Mormón explicó que “el Espíritu de Cristo es dado a cada hombre, para que distinga el bien del mal” (Moroni 7:16)

Nacidos con un Testimonio

Dentro de la casa de fe, entre aquellos que poseen lo que nosotros llamamos “sangre creyente”, esperamos encontrar personas naturalmente inclinadas a creer en los principios de salvación. “Dado que gran parte del pueblo de Israel fue dispersado entre las naciones gentiles, deducimos que millones de personas tienen sangres mezcladas, sangre de Israel, y sangre gentil. Cuanta mayor sea la proporción de sangre de Israel que posea un individuo, mayor será la probabilidad de que crea en el mensaje de salvación tal como lo enseñan los agentes autorizados del Señor. Este principio es el que Dios tenía en mente cuando le dijo a ciertos judíos: “Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, ‘y ellas me conocen’… pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas, como he dicho. “Mis ovejas oyen mi voz’ y yo las conozco, ‘y ellas me siguen’ (Juan 10:14; 26-27) y (Bruce McConkie, Mormon Doctrine, p.81).

Por lo tanto, algunos nacen con una capacidad especial para saber y reconocer la verdad. Nos referimos a ellos como poseedores de sangre creyente, suponiendo que en la vida premortal desarrollaron una inclinación hacia la verdad, o el talento para reconocer las verdades del cielo y el deseo de vivir en justicia. Tales son los “elegidos” de los cuales el Salvador dijo que “escuchan mi voz y no endurecen su corazón” (D. y C. 29:7). Estos son los que oyen la voz del testimonio, la voz dé la buena doctrina, la voz de la justicia, la voz de la salvación.

Despertando a las Cosas del Espíritu

Tradicionalmente describimos a aquellos nacidos fuera de la Iglesia que subsecuentemente se unen a ella, como ‘conversos’, implicando que han abandonado otras creencias para abrazar el testimonio de la Restauración. De hecho, este no es el caso común. En la mayoría de los casos, aquellos que se han unido a la Iglesia, nos dicen: “No hubo conversión. Todo lo que los misioneros me enseñaron, ya lo creía”. Lo que nosotros llamamos conversión puede ser más acabadamente descripto como un despertar, un recuerdo lejano o un eco del pasado. “La gente me pregunta porqué dejé mi vieja Iglesia, dijo el llamado converso, “Yo les digo que no dejé mi vieja Iglesia, sino que volví a casa”.

Generalmente, los credos religiosos definen a Dios como una esencia espiritual; un ser sin cuerpo, partes ni pasiones. Cuando los misioneros dicen a sus investigadores que Dios es un ser personal, que tiene cuerpo, partes y pasiones, y que cuando oran deben dirigirse a un padre amoroso, frecuentemente no surge ninguna objeción. La respuesta más común es, “Bien, eso es lo que siempre he hecho”. De la misma forma, cuando anunciamos a nuestros amigos no-miembros que el matrimonio debe ser eterno y que el cielo difícilmente sería el cielo si no fuésemos a reunimos con nuestros familiares y esposos, la respuesta típica es: “Bien, eso es lo que siempre he pensado”.

Las personas que no están atadas por las tradiciones de sus padres tienen un innato sentido de la verdad. No es raro para los maestros del evangelio pasarse muchas horas en estudio y oración, buscando respuestas a preguntas difíciles, sólo para que sus alumnos acepten casualmente esas respuestas como si siempre las hubieran conocido. “Eso es lo que siempre entendí”, puede decir el alumno. Y el maestro estará en la absoluta certeza de que lo dicho nunca fue expuesto hasta ese momento. Esto es simplemente una manifestación de la veracidad acerca de que no estamos aprendiendo estas cosas por la primera vez; las verdades de salvación tienen un espíritu familiar, un espíritu fácilmente reconocible por aquellos que ya lo conocieron.

¿Y qué hay de aquellos nacidos en la fe? Ellos nacieron con un testimonio; es su justa herencia. Pedro prometió a todos aquellos que se arrepintiesen y fuesen bautizados que recibirían la remisión de sus pecados juntamente con el Espíritu Santo, cuya promesa, dijo, “es sobre tí y tus hijos, y todos (haciendo referencia a su posteridad) los que les sigan” (Hechos 2:38-39). Haciendo el comentario de este texto, José Smith dijo: “La promesa permanecerá por medio del linaje; porque Pedro dice, no solo sobre tí, sino sobre tus hijos y sobre todos los que sigan”. De aquí inferimos que la promesa se mantendrá para los hijos de los hijos y aún para tantos como el Señor Su Dios llamaría, como de generación en generación. (Enseñanzas del Profeta José Smith).

Nuestros hijos están investidos del Espíritu del evangelio desde el vientre de sus madres; lo tienen con ellos todo el tiempo; nacen con él, Brigham Young enseñó: “No saben que poseen la luz del Espíritu Santo hasta que dejan el hogar y salen al mundo y ven el contraste. Ellos oyen orar a sus padres y oyen a sus apóstoles y profetas predicar, pero ellos no sabrán que el Mormonismo es cierto hasta que no tengan la oportunidad de ser colocados en circunstancias de ejercitar la fe por sí mismos y de orar a Dios por un testimonio y conocimiento propios. Entonces obtienen el poder del Espíritu Santo, el cual despierta sus sentidos, y sabrán por sí mismos que Dios vive, porque escucha y contesta sus oraciones” (Journal of Discourses 11:215).

Reconociendo la Verdad

Moroni selló el Libro de Mormón con la promesa de que el buscador honesto de la verdad llegaría a conocerla por el poder del Espíritu Santo. “Y por el poder del Espíritu Santo conocerás la verdad de todas las cosas”, aseguró. (Moroni 10:5). Esto no significa que los que han recibido el Espíritu Santo conocen toda la verdad, ni tampoco que la pueden obtener por el espíritu de revelación. Tener un pleno conocimiento de todas las cosas obstaculizaría el propósito de la mortalidad. Es preciso que en esta esfera algunas preguntas queden sin respuesta y algunas cosas permanezcan sin explicación. En cambio, significa que todos aquellos que reciban el don del Espíritu Santo tendrán, por ese poder, la capacidad de merecer la dirección divina, en toda instancia, para discernir la verdad y el error. El principio se halla expuesto en una revelación dada a Hyrum Smith. El Señor le dijo: “Impartiré sobre tí mi Espíritu, el cual iluminará tu mente, el cual llenará tu alma de gozo; y entonces sabrás, o mediante esto sabrás, que todas las cosas que demandes de mí, que pertenezcan a la justicia, las recibirás” (D. y C. 11:13-14).

Es notable que en nuestros días, cuando la iniquidad es tan notoria, frecuentemente aquellos que sostienen la causa del error y el pecado son extremadamente complicados. Ellos abogan con gran sofisticación por la causa, que para los Santos de los Últimos Días es sin duda la causa del adversario, haciendo que el bien parezca el mal y viceversa (ver 2 Nefi 28:16-20). Ellos persistentemente fijan su mira en la pretensión simulada o equivocada de lealtad a una norma reconocida ―en los EEUU, la Primera Reforma, los derechos de la mujer o las libertades individuales― habiendo aprendido tiempo atrás el valor de marchar junto a una buena causa. Podemos ser incapaces de igualar la fascinación de sus palabras; podemos ser incapaces de refutar su retorcida lógica o ver cómo han sido distorsionadas las fuentes de información. No es necesario tampoco, para saber que lo que dicen o lo que hacen no es correcto. Tenemos un sentido y un sentimiento ante la verdad. Sabemos qué espíritu es apostólico y cual no lo es.

José Smith dijo que la verdad sabe bien. “Puedo saborear los principios de vida eterna”, dijo, “y también vosotros”. “Son dados a mí mediante revelaciones de Jesucristo; y sé que cuando les digo estas palabras de vida eterna tal como me fueron dadas, vosotros las saboreáis, sé que las creéis. Vosotros decís que la miel es dulce y yo también. Puedo saborear también el espíritu de vida eterna. Sé que es bueno; y cuando os digo estas cosas que me han sido dadas por inspiración del Espíritu Santo, estáis obligados a recibirlas como dulces y regocijaros más y más” (Enseñanzas del Profeta José Smith). No necesitamos conocer todas las cosas. Si podemos discernir lo dulce de lo amargo, podemos sortear todas las propagandas astutas y confiadamente hacer lo justo.

Existe una confianza callada que viene de aquellos en armonía con las cosas del Espíritu. Esto se nota especialmente en los concilios de la Iglesia. Los Hermanos no tienen ni el tiempo ni la energía ni tal vez la experiencia necesarias para resolver todos los problemas o contestar todas las preguntas. Ellos delegan libremente el hallar la solución a otros. Lo que retienen para sí es la confirmación de que esas decisiones son correctas. Lo que efectivamente dicen es: “Denle forma, no es necesario que conozcan todas las cosas, ni les es requerido que hagan todas las cosas, sino que disciernan correctamente todas las cosas de importancia para la Iglesia y el bienestar de los Santos.

El mismo poder de discernimiento debería ser compartido por cada miembro de la Iglesia. Cuando la mala doctrina es enseñada y tomada como verdad eterna, por ejemplo, los miembros de la Iglesia tienen la misma capacidad de discernimiento que sus líderes. El Presidente José Smith explicó que esto sucede porque los miembros de la Iglesia conocen la verdad por sí mismos. Son independientes. “Han aprendido en la escuela de la experiencia, así como por el don y el poder del Espíritu Santo”. El Presidente Smith concluye diciendo que no hay hombre, ni grupo de hombres, que pueda llevar a estas personas fuera de las sendas de justicia y fe en el evangelio restaurado. “No pueden hacerlo. ¿Por qué?. Porque los miembros de la Iglesia conocen los principios del evangelio tan bien como sus líderes” (Conference Report, octubre 1910, pp 127-128) Han entrado en los mismos convenios y han recibido las mismas promesas que sus líderes. Los Santos tienen las mismas prerrogativas que los líderes sobre cualquier manifestación del espíritu.

Impulsos Espirituales

Ser responsables del Espíritu de revelación es ser responsables de nuestros sentimientos. José Smith dijo: “Todas las cosas que Dios, en su infinita sabiduría ha preparado y ha encontrado adecuado revelarnos, mientras moramos en la mortalidad, en nuestros cuerpos mortales, también son reveladas a nosotros en el abstracto, “reveladas” como si no tuviésemos cuerpos mortales” (Enseñanzas del Profeta José Smith). Describiendo este proceso, Spencer W. Kimball dijo: “Aprender el lenguaje de la oración es una experiencia gozosa en nuestras vidas. Algunas veces las ideas fluyen en nuestra mente cuando escuchamos después de orar. Algunas veces nos oprimen emociones. Un espíritu de calma nos asegura que todo irá bien. Pero siempre, si hemos sido honestos y merecedores, experimentaremos un buen sentimiento (sentimiento cálido por nuestro Padre Celestial y un sentido de su amor por nosotros)”. (Pray Always p.5) George Q. Cannon dijo:” Les daré una regla por la cual podrán discernir el Espíritu de Dios del espíritu del mal. El Espíritu de Dios siempre produce gozo y satisfacción en nuestra mente. Cuando tenéis ese Espíritu sois felices; cuando es otro el espíritu no hay felicidad. El espíritu de duda es el espíritu maligno; produce inquietud y otros sentimientos que interfieren con la felicidad y la paz” (Journal of Discourses 15:375)

“El Espíritu no llama nuestra atención gritando o sacudiéndonos con mano pesada”, dijo Boyd K. Packer. Preferentemente nos susurra. Nos acaricia tan gentilmente que si estamos preocupados podemos no sentirlo” (That All May Be Edified, p.336). “La obra de la justicia debe ser la paz”, dijo Isaías, “y el efecto de la justicia, calma y seguridad para siempre” (Isaías 32:17). Santiago lo dice así: “La sabiduría que es de lo alto primeramente es pura, después pacífica, benigna, amable, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de la justicia es siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:17-18).

La Susceptibilidad de las Mujeres al Espíritu

Debido a que el espíritu de revelación está tan estrechamente asociado con los sentimientos del corazón, debido a que la voz del espíritu es la voz de la gentileza, y que se ve naturalmente atraído por la pureza, y porque Dios se deleita en honrar a quienes le sirven ―especialmente a quienes ha confiado el cuidado de los niños inocentes y los recién nacidos― podemos deducir que las mujeres son, por propia naturaleza, más susceptibles al espíritu de revelación que los hombres.

Es natural para el hombre adquirir ―doblegar, confrontar, combatir, obtener― dominio sobre las cosas. Es natural para la mujer dar, ser gentil y compasiva (a pesar de que las enseñanzas y los ejemplos dejados por el Maestro muestran que estas cualidades también son correctas en los hombres). Obviamente, estas últimas características son más atractivas a la voz celestial. Llaves, autoridad, sacerdocio, éstos han sido dados a los hombres. El milagro de coparticipar con Dios en revestir sus hijos espirituales con cuerpos físicos ha sido conferido a las mujeres. Es tarea de los hombres proteger la vida; es tarea de las mujeres darla. Así como el cuerpo de un niño en gestación se nutre y se fortalece por medio de cuerpo de su madre, así el espíritu de ese niño debe ser también alimentado por su madre terrenal, si es que desea que crezca sano y fuerte. Su fe (la fe de la madre) tenderá a ser la suya propia, y la fuerza de ella, su fuerza. El padre presidirá la oración familiar, pero será la madre quien enseñe a sus hijos a orar.

“Los niños pequeños” dicen las escrituras, “son santos” (D. y C. 74:7). Somos santificados por su presencia. Cuando los discípulos procuraron prevenir a las madres de llevar a sus niños pequeños ante el Salvador, él respondió: “Dejad a los niños y no les impidáis venir a mí; porque de tales es el reino de los cielos” (Mateo 19:14). ¿Podría haber sido que Cristo no hubiese querido significar, tal como usualmente se cita, que todos los que habitan el mundo celestial deben tener la inocencia, sumisión, y pureza de los niños, sino que el mundo celestial no lo sería si no fuese por los niños pequeños? ¿No sé centra acaso la deidad en la doctrina de la paternidad y la maternidad? ¿No es tal una doctrina de eterno aumento? (ver D. y C. 131:4). Y si tal es la naturaleza del cielo, quizás no haya más perfecto momento para la manifestación del Espíritu que aquel en el que una madre amante toma a su hijo en brazos para acunarlo y hablarle del futuro. Y nuevamente, cuando ese niño llegue a la madurez, ¿quién mejor que su madre para recibir los susurros del Espíritu ―sus llamados e impulsos― para bendecir y proteger al hijo? Seguramente la luz de los cielos brilla más sobre las madres.

El Espíritu Santo y el Sacerdocio

El Sacerdocio de Melquisedec es “el canal a través del cual todo conocimiento, doctrina, el plan de salvación y todo asunto importante es revelado desde los cielos”, enseñó José Smith. Es, dijo, “el canal por medio del cual el Todopoderoso comenzó a revelar su gloria al comienzo de la creación de esta tierra, y a través del cual El continúa revelándose a Sí Mismo a los hijos de los hombres en el presente, y por medio del cual El hará saber Sus propósitos hasta el fin” (Enseñanzas del Profeta José Smith). La revelación afirma que “este sacerdocio mayor administra el evangelio y posee las llaves de los misterios del reino, aún la llave del conocimiento de Dios” (D. y C. 84:19).

De esta forma, el Sacerdocio Aarónico puede bautizar con agua, pero sólo el Sacerdocio de Melquisedec puede conferir “el bautismo de fuego y el Espíritu Santo” (D. y C. 20:41,43,46). Necesariamente, la profesión del Sacerdocio trae consigo la profesión de la revelación. Oliverio Cowdery razonaba así: “La pregunta es: ¿Tiene el hombre que niega las revelaciones autoridad para administrar en el nombre de Cristo, cuyo testimonio no está a la altura del espíritu de profecía y su religión basada, construida y sostenida por revelación inmediata a través de las edades en que ha habido gente sobre la tierra? (Messenger and Advocte 1:14-16―oct. 1834―). Si entendemos el sacerdocio como el poder y autoridad por el cual el hombre actúa en el nombre de Dios, entonces ejercer el sacerdocio significa ejercer comunión con Dios; ¿de qué otra manera se podría actuar apropiadamente en su nombre? Un sacerdocio que niega la revelación ―un sacerdocio que declara que los cielos están sellados― es como un fuego sin llamas o un fuego sin calor.

Conclusión

La compañía del Espíritu Santo y el consecuente espíritu de revelación son la justa herencia de la familia de la fe. Aquel Espíritu es tan natural para aquellos que nacieron y crecieron en un ambiente de fe y justicia que pasa casi inadvertido.

Es más poderoso en expandir la mente, iluminar el entendimiento y alimentar el intelecto con conocimientos actuales sobre un hombre que es descendiente literal de Abraham, que sobre un Gentil, a pesar de que no puede tener efectos ni la mitad de visibles sobre el cuerpo; porque cuando el Espíritu Santo desciende sobre uno que es simiente literal de Abraham, es calmo y sereno; y toda su alma y su cuerpo son solamente utilizados mediante el puro espíritu de inteligencia, mientras que los efectos del Espíritu Santo sobre un Gentil son los de purgar la vieja sangre, y hacerlo realmente simiente de Abraham.

Ese hombre que no tiene naturalmente sangre de Abraham debe sufrir una nueva creación por medio del Espíritu Santo. En tal caso, podrá notarse un efecto más poderoso sobre el cuerpo, visible a los que sobre un israelita, mientras que el israelita puede aventajar en el principio a un gentil en inteligencia pura (Enseñanzas del Profeta José Smith).

→6. Los Dones del Espíritu

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