Primera parte
Sentando una basa para servir
de 1924 a 1955
“Esperaba que mi padre me castigara, pero nunca dijo una palabra”. —Russell M. Nelson
Los ocho bisabuelos de Russell Nelson se unieron a la Iglesia en Europa y emigraron a los Estados Unidos a principios del siglo XIX, cuando el objetivo de la mayoría de los conversos europeos era congregarse en Sion. Todos terminaron en la pequeña ciudad de Ephraim, en el centro de Utah. “Cada una de esas almas valientes sacrificó mucho para venir a Sion” dijo él más tarde. Sin embargo, durante las generaciones posteriores, no todos sus antepasados permanecieron fieles y, como resultado, Russell y sus hermanos, Marjory, Enid y Robert no se criaron en un hogar centrado en el Evangelio.
No obstante, Russell adoraba a sus padres, Marión Clavar Nelson y Floss Edna Anderson Nelson. “Mi madre y mi padre eran tan maravillosos”, dijo él. “Cada noche era una noche de hogar para la familia. Papá pudo haber estado fumando un cigarro, pero de todos modos era una noche de hogar familiar”.
Russell, el segundo de cuatro hijos y el hijo mayor, floreció en la feliz vida hogareña que sus padres le brindaron a él, a sus dos hermanas y a su hermano. Pasaban mucho tiempo juntos, disfrutaban de las vacaciones de verano en familia, salían con frecuencia y participaban plenamente en la vida de cada miembro de la familia. Cuando Russell se postuló para el puesto de encargado de la oficina estudiantil en la secundaria, le pidió a su padre que lo ayudara con su discurso de campaña. Marión estaba feliz de echar un vistazo al borrador que había escrito su hijo. “Papá no levantaría un lápiz sin que yo hiciera el primer esfuerzo”, dijo Russell.
La familia no asistía junta a la iglesia, pero su madre le enseñó a orar y, por alguna razón, se encargó de que él asistiera a las reuniones, aunque sus hermanos por lo general no lo hacían. Russell no se perdía de salir de vez en cuando para jugar al fútbol americano con sus amigos en un lote cercano, pero fue a la iglesia el suficiente tiempo como para comenzar a comprender que, por mucho que amara a su familia, se estaba perdiendo de algo.
Un día se subió al tranvía y fue al centro de la ciudad, a la librería Deseret Book. Cuando una amable empleada lo saludó, él le preguntó si podía ayudarlo a encontrar un libro que pudiera leer sobre La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. “Quería saber acerca de la Iglesia, porque mi familia no me dio eso”, explicó él. “Una de las vendedoras me tomó de la mano y comenzó a enseñarme. No recuerdo qué libro me dio, pero ella me ayudó. Me encantaba aprender sobre el Evangelio”.
Una de las cosas que él aprendió fue acerca de la Palabra de Sabiduría, y quiso que sus padres vivieran esa ley. Una noche, después de que sus padres se habían dado el gusto de beber socialmente, alzaron la voz unos contra otros, algo que el joven Russell no había visto mucho en su casa. Y eso no le gustó.
Esa noche fue al sótano, donde sabía que sus padres almacenaban parte del alcohol, rompió todas las botellas y vertió el contenido por un desagüe en el piso de concreto del mismo sótano. “Esperaba que mi padre me castigara, pero nunca dijo una palabra”, recordó después Russell. “Él sabía que yo tenía razón”.
Como resultado, Russell Nelson se destacó en todo lo que hizo, y parece que hizo muchas cosas desde joven. Se graduó antes de tiempo de la escuela preparatoria, fue antes de tiempo a la universidad, se graduó igualmente de la escuela de medicina y así sucesivamente. Lo único que hizo tarde fue bautizarse.
Tenía dieciséis años, y estaba en el último año de la escuela preparatoria cuando fue bautizado y confirmado como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y recibió el don del Espíritu Santo. Sin embargo, curiosamente, a lo largo de sus años de progreso, Russell siguió asistiendo a la Iglesia, generalmente solo. Sus amigos más cercanos no estaban en su Barrio de la Iglesia ni estaba impresionado por las lecciones que se daban ahí, además sentía que el director de música era intimidante. “Tenía una vara gruesa”, recordó Russell, “y le encantaba sacudirla frente a mi nariz y también frente a la de los otros niños. ‘Paz, cálmense’ era uno de mis himnos favoritos, pero él estuvo bastante enérgico con esa batuta durante ese himno”.
Sin embargo, algo en su interior le hizo seguir adelante. En el momento de su bautismo, Sterling W. Sill, quien luego serviría como Autoridad General, era su obispo; y él se interesó de manera especial en el entonces adolescente Russell. “En ese momento yo tenía un testimonio, sabía que el Evangelio era verdadero”, dijo Russell.
Pasarían décadas antes de que sus padres se hicieran activos en la Iglesia. “Al madurar y empezar a comprender la magnificencia del plan del Padre Celestial, solía decirme a mí mismo: “¡No quiero un regalo más de Navidad! Solo quiero sellarme a mis padres” (Nelson, “Revelación”)
Ese regalo finalmente se hizo realidad, pero hasta 1977. El 6 de febrero de ese año, Russell, entonces Presidente General de la Escuela Dominical, ordenó al oficio de Élder a su padre en el Sacerdocio de Melquisedec, y al mes siguiente, el 26 de marzo, Marión y Edna se sellaron en el Templo de Provo, Utah, y así sus cuatro hijos fueron sellados a ellos. Ese fue el día en que Russell M. Nelson finalmente recibió de sus padres el regalo con el que había soñado durante décadas.
“Padre, ¿nos puedes ver en todo momento y sabes lo que estamos haciendo? “No, hijo mío, no puedo […] Hay […] mucho más orden aquí en el mundo de los espíritus que en el otro mundo”. —Andrew Clarence (A. C.) Nelson, abuelo paterno de Russell M. Nelson
A pesar de la falta de instrucción en el Evangelio en el hogar de la infancia de Russell Nelson, muchos de sus antepasados estaban totalmente comprometidos con el evangelio de Jesucristo. Con el tiempo, a medida que el joven Russell crecía y maduraba, aprendía más acerca de su herencia espiritual, la cual atesoraba.
Una preciada experiencia incluyó a su abuelo paterno, Andrew Clarence Nelson, quien fue “A. C.” El abuelo de Russell, Nelson, murió de cáncer el 26 de diciembre de 1913, solo cuatro semanas antes de cumplir cincuenta años, y más de una década antes de que naciera su nieto Russell. A. C. disfrutó de cierta prominencia en Salt Lake City, y se desempeñó como Superintendente de las Escuelas Públicas del Estado de Utah desde 1900 hasta su muerte, en 1913.
En la noche del 6 de abril de 1891, cuando A. C. tenía solo veintisiete años, tuvo un sueño, tal vez una visión nocturna, en el que vio y habló con su padre, Mads Peter Nielsen, quien había muerto el 27 de enero de ese año. A. C. registró la experiencia en su diario, que luego se convirtió en un preciado recuerdo familiar para su nieto, Russell.
En la anotación en su diario, A. C. dijo que se dio cuenta de que habría quienes no creerían su relato e incluso “despreciarían y se reirían de tal visita” pero él sabía que había sido real.
Eso comenzó después de que A. C. se había ido a dormir. Su “padre llegó o entró en la habitación; vino y se sentó al borde de la cama”, y comenzó a hablar. “Bueno, hijo mío, como tenía unos minutos libres, recibí permiso para venir a verte unos minutos. Me siento bien, hijo mío, y he tenido mucho que hacer desde que morí”.
Cuando A. C. le preguntó a su padre, Mads, qué había estado haciendo en el mundo de los espíritus, respondió: “He estado viajando junto con el apóstol Erastus Snow desde que morí. Más bien, desde tres días después de mi muerte. Recibí mi comisión de predicar el Evangelio. No te imaginas, hijo mío, cuántos hay en el mundo de los espíritus que aún no han recibido el Evangelio. Pero muchos lo están recibiendo, y se está realizando una gran obra”.
Mads le dijo a su hijo que una de las razones por las que había venido a visitarlo era que él y sus hermanas aún no estaban sellados con Mads y su esposa, Margrethe Christensen. “Eso, hijo mío, es en parte por lo que vine a verte. Todavía tenemos que formar una familia y vivir juntos por toda la eternidad”.
A. C. preguntó: “Padre, ¿puedes vernos en todo momento y sabes lo que estamos haciendo?” “No, hijo mío, no puedo respondió su padre. “Hay […] mucho más orden aquí en el mundo de los espíritus que en el otro mundo. Me han asignado un trabajo y debe ser realizado”.
A. C. le dijo a su padre que estaba muy agradecido de que él hubiera muerto en plena comunión con la Iglesia. “Bueno, hijo mío, tu padre siempre supo, desde que se unió a la Iglesia, que el Evangelio era verdadero […] Me volví un poco terco, pero ¿quién hay de nosotros que no haya sido un poco atravesado y malportado a veces? El poco tiempo que fui así no llega ni a 15 minutos en comparación con la eternidad».
A. C. luego preguntó si se sentía natural morir y, al estar seguro de que eso se sentía muy natural, preguntó si la Resurrección era una realidad. “Sí, hijo mío, tan cierto como lo que es. No puedes evitar ser resucitado. Es tan natural para todos ser resucitados como nacer y morir. Nadie puede evitar ser resucitado. Hay muchos en el mundo de los espíritus que pedirían a Dios que no hubiera resurrección».
Finalmente, A. C. le preguntó a su padre si el Evangelio, tal como lo enseñaba La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, era verdadero. “Hijo mío, ¿ves esa imagen?», señalando una imagen de la Primera Presidencia en la pared. Cuando A. C. dijo que sí, su padre continuó: “Bueno, tan seguro como que ves esa imagen, es que el Evangelio es verdadero. El evangelio de Jesucristo tiene en sí mismo el poder de salvar a todo hombre y mujer que lo obedezca […] Hijo mío, afórrate siempre al Evangelio. Sé humilde, ora, sé sumiso al sacerdocio, sé veraz, sé fiel a los convenios que has hecho con Dios».
La visita del abuelo de Russell a su difunto padre ocurrió veintisiete años antes de la visión del presidente Joseph F. Smith de 1918 sobre la redención de los muertos, que se convirtió en la sección 138 de Doctrina y Convenios. “Por la experiencia que vivió el presidente Smith, él enseñó que los élderes fieles continúan haciendo la obra misional después de partir de esta vida terrenal», diría Russell Nelson años después. “Y estoy seguro de que no son solo los élderes hacen eso, sino también las hermanas. Ya que muchas de nuestras hermanas son misioneras excepcionales» (Nelson y Nelson, RootsTech).
Si bien el joven Russell Nelson no estuvo al tanto de la experiencia de su abuelo durante su juventud, con el tiempo su herencia del Evangelio se volvería cada vez más agradable para él, e intensificaría su interés natural en el recogimiento de Israel y en volver el corazón de los padres a sus hijos, y viceversa. “Es muy valioso para mí que mi abuelo nos dejara ese registro”, dijo más tarde. “Nos enteramos de que sus hijos fueron posteriormente sellados a él. Así que el motivo de esa visita se cumplió».
“Yo era curioso”. —Russell M. Nelson
Cómo pasó de que le dijeran en la Escuela de medicina que no debía ¿manipular el corazón humano, o sería desacreditado como médico, a ayudar a construir la primera máquina corazón-pulmón? A Russell Nelson se le preguntaría eso muchas veces en su vida. “Oh, yo era curioso», él respondería.
La insaciable curiosidad de Russell se manifestó pronto. Mucho antes de su adolescencia, obtuvo su propia tarjeta de biblioteca para la antigua Biblioteca Pública de Salt Lake, ubicada entonces en 15 South State Street. Los sábados y en los días de verano, se subía al tranvía, iba al centro de la ciudad, a la biblioteca, y pasaba horas sacando libro tras libro de los anaqueles; y leyendo, leyendo, leyendo. Leyó libros sobre el sistema nervioso, sobre béisbol, mamíferos, historia estadounidense, lo que fuera. Lo intrigaba incluso el sistema decimal Dewey que se utilizaba para catalogar libros. “Estaba fascinado tan solo por la metodología sobre cómo mantenían una biblioteca. Así que, básicamente, iba al centro de la ciudad los fines de semana, me autoeducaba, luego me subía al tranvía y me iba a casa».
La curiosidad y el apetito por aprender de Russell, también lo motivaron dentro del salón de clases, y su innato intelecto generalmente lo colocó a la cabeza de la clase. Se saltó el quinto grado y, a pesar de ser el miembro más joven de su clase en East High School, se graduó en 1941 como el mejor estudiante cuando tenía dieciséis años.
Cuando ingresó a la Universidad de Utah, la Segunda Guerra Mundial estaba en pleno apogeo y la fuerza aérea, la marina y el ejército necesitaban más médicos. Durante la escuela preparatoria, Russell había decidido que quería dedicarse a la medicina. Esa decisión había decepcionado temporalmente a su padre, un ejecutivo de publicidad, quien imaginaba a su hijo siguiendo sus pasos. Pero, al final, tanto su madre como su padre lo apoyaron, por lo que cuando se matriculó en la universidad, Russell tenía clara su intención de convertirse en médico. La presión de la guerra afectó el calendario de la universidad, pero él asistió todo el año, trabajando simultáneamente en su licenciatura y doctorado finalmente.
El joven Russell Ballard estaba varios años por detrás de Russell Nelson, tanto en el East High School como en la Universidad de Utah. “Era una leyenda en el East High School», recordó más tarde el presidente M. Russell Ballard. “Se destacó como líder en el East High School, así mismo en la Universidad de Utah. Se convirtió en un líder de casi todo en lo que intervino. Desde entonces, lo he visto como uno de mis modelos a seguir” (Church News/ KSL, entrevista del 9 de enero de 2018).
“Era un joven genio», confirmaría más tarde el Élder Gregory A. Schwitzer, también médico. “He hablado con personas que fueron sus compañeros en la Escuela de medicina, y siempre supieron que él sería el número uno de la clase. Cuando vas a la Escuela de medicina, hay ciertos médicos que no solo tienen confianza o destacan, sino que son geniales, brillan. Él encajaría en esa categoría». (Church News/KSL, entrevista del 8 de enero de 2018)
Antes de 1942, cuando la mesa directiva de la Universidad de Utah aprobó una escuela de medicina de cuatro años, aquellos que estudiaban medicina allí podían tomar solo dos años en el curso y luego tenían que ir a otro lugar para graduarse. Russell estaba en una de las primeras clases de la nueva escuela de cuatro años. “Teníamos un cuerpo docente brillante y agresivo, ansioso por hacer un buen nombre para la escuela”, recordó él. Solo veintiséis de los cincuenta y dos estudiantes que comenzaron en su clase se graduaron en 1947. (Algunos tuvieron que repetir uno o dos años).
La capacitación fue sobresaliente. Varios de sus profesores se convirtieron en figuras paternas para él. “Yo los quería mucho y los respetaba. Aprendí todo lo que pude de ellos” dijo él simplemente. (Greenberg, entrevista)
Ellos, a su vez, se interesaron especialmente en ese joven y brillante estudiante de medicina. El Dr. Leo T. Samuels invitó a Russell a unirse a su investigación sobre la enfermedad de Von Gierke. El Dr. Max Wintrobe le enseñó medicina interna y el Dr. Louis Goodman, farmacología. El Dr. Philip B. Price, hijo de un ministro presbiteriano nacido en China, lo consideraba su protegido en cirugía. A Russel le fascinaron los antecedentes de Price como profesor de cirugía en la Universidad de Qilu, provincia de Shandong, en Jinan, en China, y luego en la Universidad Johns Hopkins, todo antes de que viniera a Utah. Y cuando Russell estaba a punto de graduarse de la Universidad de Utah y el Dr. Emil Holmstrom se enteró de que estaba interesado en la cirugía, tomó el teléfono e hizo arreglos para que Russell hiciera su pasantía y servicio de posgrado en la Universidad de Minnesota, entonces considerada como una de las universidades más prestigiosas del mundo en formación quirúrgica. El Dr. Owen H. Wangensteen enseñó allí y, según la evaluación de Russell, fue “posiblemente uno de los formadores de cirujanos más destacados que hemos tenido en este país”. (Greenberg, entrevista) En cada clase y de cada profesor, Russell era una notoria esponja, absorbiendo y absorbiendo, tanto conocimiento e información como podía.
Estuvo a su favor que, desde sus primeros días, la Escuela de medicina de la Universidad de Utah se esforzó para brindar capacitación médica de vanguardia. A lo largo de los años, entre los exalumnos notables se incluyen a: William DeVries, un renombrado cirujano en cardiocirugía que realizó con éxito el primer implante permanente de corazón artificial; a Robert Jarvik, el inventor del corazón artificial; a J. Charles Rich Jr., neurocirujano nombrado Presidente de la Asociación Estadounidense de Cirujanos Neurológicos; a Dale G. Renlund, destacado cardiólogo y más tarde miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles; y a Robert Metcalf, pionero en cirugía artroscópica y medicina deportiva.
Russell tenía veintidós años cuando se graduó como el primer lugar de su clase, tanto en una licenciatura como en un doctorado en medicina de la Universidad de Utah, en agosto de 1947.
“Dantzel dejó en claro que nadie se iba a casar con ella a menos que pudieran hacerlo en el templo”. —Russell M. Nelson
Los intereses de Russell Nelson eran multifacéticos, pero su pesada carga de la universidad no le impidió explorar actividades extracurriculares. Él tenía talento musical, entre otras cosas. Aunque aprendió a leer música, tenía un tono perfecto y una habilidad casi asombrosa para tocar el piano (y más tarde el órgano) de oído, y lo hacía tan bien como podía con música de fondo. Además, tenía una hermosa voz de barítono. De hecho, si no hubiera sido por su buena voz para cantar, es posible que nunca hubiera conocido a Dantzel White.
Un día de 1942, Gail Plummer reclutó a Russell para que aceptara un papel en la obra Hayfoot, Strawfoot que estaba dirigiendo en Kingsbury Hall, en el campus de la Universidad de Utah. Russell al principio se negó. Su trabajo en el curso previo a la medicina le consumía todo el tiempo. Pero Plummer persistió y finalmente Russell aceptó. Cuando entró en el teatro para el primer ensayo el 16 de abril de 1942, Russell quedó instantáneamente fascinado con una hermosa chica de cabello oscuro en el escenario que tenía la voz de soprano más hipnótica que jamás hubiera escuchado antes. Ella captó su mirada y su oído.
“¿Quién es esa hermosa chica que canta ahí arriba?” le preguntó a Plummer. Su nombre era Dantzel White, y Russell no podía creer su buena suerte cuando supo que el papel que había aceptado interpretar era el opuesto al de ella. Al salir de esa primera reunión, se apoderó de él un sentimiento vivido, y tal vez esperanzador: “Era la chica más hermosa que había visto en mi vida”, dijo, y sintió y tuvo la esperanza de que ella fuera la chica con la que se casaría. Para él, fue amor a primera vista.
El joven estudiante de medicina comenzó a salir con esa adorable chica que estudiaba para maestra de primaria y, afortunadamente, Dantzel sintió la misma atracción por él. De hecho, poco después de su primer encuentro, hizo un viaje a Perry, Utah, para visitar a los padres de ella, Maude Clark White y LeRoy Davis White. Aunque ella conocía a Russell desde hacía poco tiempo, les dijo a sus padres que había conocido al hombre con el que quería casarse.
“Me enamoré locamente de Dantzel”, dijo Russell, “y ella dejó en claro que nadie se iba a casar con ella a menos que pudieran hacerlo en el templo. Ella daba eso por sentado”.
Para un joven como Russell, cuya educación en el Evangelio hasta ese momento había sido modesta, aunque había aumentado en sus últimos años de adolescencia, casarse con Dantzel en el templo se convirtió en una gran motivación para que él aprendiera más sobre el Evangelio y se preparara para ir al templo.
Tres años después de su primer encuentro, se casaron en el Templo de Salt Lake el 31 de agosto de 1945. Al hacerlo, Dantzel, cuya hermosa voz de soprano operística le había valido una beca completa para la famosa Juilliard School, en la ciudad de Nueva York, dejó de lado su propia carrera para casarse con el amor de su vida.
Eran jóvenes, Dantzel tenía diecinueve años y Russell solo veinte, aunque él ya estaba en el segundo año de la Escuela de medicina. Los padres y hermanos de Russell no pudieron asistir al sellamiento en el templo, y “no estaban contentos con eso”, admitió él. “Pero ellos amaban a Dantzel y aprobaban que nos casáramos, así que eso les ayudó a lidiar con el hecho de que su inactividad en la Iglesia les impedía estar en el templo”.
Dantzel y Russell habían salido en citas durante la Segunda Guerra Mundial, con toda la incertidumbre y los desafíos únicos que planteaba esa época. Y ya casados, ella lo apoyó financieramente y de varias maneras, mientras terminaba él su carrera en la escuela de medicina, en 1947. Luego se fueron a Minnesota para lo que sería el comienzo de un largo camino de estudios de posgrado y de formación médica avanzada.
Eran jóvenes e inocentes acerca de lo que les esperaba. Y también eran jóvenes en el Evangelio. Mientras que Dantzel procedía de un hogar devoto Santo de los Últimos Días, Russell no, y la comprensión de ambos sobre el Evangelio era modesta. “Cuando nos casamos en el templo, no conocíamos bien las Escrituras”, explicaría Russell más tarde. “Pero sí sabíamos Mateo 6:33: ‘Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas’ […] Eso se convirtió en la estrella polar de cada decisión que tomamos juntos”. (Nelson, “Faith and Families”)
“Dejar el nido paternal es el mejor vínculo matrimonial que puedo imaginar”. —Russell M. Nelson
Salir de Salt Lake City, donde Dantzel y Russell estaban rodeados de familiares y amigos de toda la vida, fue una gran aventura y un poco desconcertante al mismo tiempo. Muchos años después, sin embargo, Russell diría: “Dejar el nido paternal es el mejor vínculo matrimonial que puedo imaginar, porque un esposo y una esposa tienen que enfrentar juntos sus desafíos. No pueden ir corriendo a casa con mamá o papá. Te aguantas y lo resuelves”.
Los Nelson pusieron a prueba esa teoría. Ellos se amaban mucho, eso era un hecho. Pero en 1947, después de una guerra mundial, nada fue fácil. El simple hecho de encontrar transporte a Minneapolis fue una hazaña. Con el país en pleno proceso de reconstrucción y fabricación de suministros, nadie fabricaba aún autos nuevos, por lo que los vehículos escaseaban. El padre de Russell siempre apoyó a su hijo, y de alguna manera logró conseguirles un automóvil, y Russell y Dantzel entonces se dirigieron a Minneapolis. Allí, como siempre, se dispuso a hacer dos cosas a la vez: presentarse como interno en los hospitales de la Universidad de Minnesota y también obtener su doctorado con especialización en cirugía y en fisiología.
Los Nelson no conocían a nadie en Minnesota, así que estaban solos allí. No había suficientes apartamentos para acomodar a todos los estudiantes que acudían en grandes grupos a la universidad, por lo que Russell y Dantzel tuvieron que hacer una «audición” para tener un apartamento. Cuando un propietario finalmente decidió arriesgarse con ellos, su renta era de $72,50 USD al mes, la mitad de lo que ganaba Dantzel como maestra de una escuela. Básicamente, ella era su único medio de subsistencia, por lo que gastar en su pequeño apartamento la mitad de lo que ganaba, parecía demasiado. Pero eso fue solo el comienzo de un lidiar con ingresos escasos. Los mayores desafíos financieros para la joven pareja estaban por venir, porque el Dr. Nelson se estaba embarcando en años de formación posdoctoral, que se interrumpirían aún más cuando él se alistó en el ejército al estallar la Guerra de Corea.
“Pasaron doce años y medio desde el momento en que recibí mi doctorado hasta que cobré mi primera factura por servicios quirúrgicos”, recordó Russell. “Tuvimos que pedir dinero prestado. Dantzel ganó algo, y yo gané un poco aquí y un poco allá; de alguna manera sobrevivimos”.
El traslado a Minnesota fue un ajuste para ambos. La pasantía de Russell fue absorbente y agotadora, y a menudo se le pedía que permaneciera en el hospital durante días completos. Esto dejó a Dantzel a menudo caminando sola en las heladas calles de Minneapolis para volver a casa y encontrar un apartamento que parecía vacío. Una noche, cuando Russell llamó desde el hospital para ver cómo estaba, ella dijo con algo de emoción: “¡Necesito tener algo vivo en la casa!”. Russell “reconoció que se trataba de una solicitud razonable, ¡así que le compré un pez dorado!”. (Condie Russell M. Nelson, pág. 65) Poco tiempo después descubrió que estaba esperando a su primer hijo, así que sus días de estar sola en casa pronto terminarían.
Durante los años y décadas siguientes, cuando Russell escuchaba a las parejas jóvenes preguntarse si podían permitirse el lujo de tener hijos, decía: “Si hubiéramos esperado hasta que pudiéramos mantener a un hijo, nos habríamos perdido a Marsha, Wendy, Gloria, Brenda y Sylvia, la mitad de nuestros hijos. ¿A quién hubiéramos dejado fuera? Y con el tiempo habríamos extrañado a sus esposos, a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Todo en nuestra familia se habría reducido a la mitad”.
A pesar de su pobreza y la montaña educativa que tenían por delante, Russell y Dantzel tuvieron a su primera niña, Marsha, el 29 de julio de 1948, justo cuando el Dr. Nelson completaba su pasantía.
Durante esos primeros días, aprendieron a confiar el uno en el otro, a trabajar juntos en los problemas; compartir la carga de la familia, la escuela y el trabajo; y a hacerse un lugar en el mundo. Conocían el estrés y la presión, pero sus vidas eran plenas y, si les hubieran preguntado, habrían insistido en que se sentían ricos porque se tenían el uno al otro.
“¡No te olvides de pagar el diezmo del dinero de mi donación de sangre!” —Dantzel White Nelson
Russell y Dantzel tuvieron estrecheces de dinero desde el día en que se casaron. Dos días después de su boda, los japoneses firmaron su rendición a bordo del USS Missouri, marcando el final oficial de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el impacto de la guerra en los Estados Unidos se prolongaría mucho más tiempo. El racionamiento, la escasez de vivienda y alimentos, y una economía dañada trastornaron la vida de todos, y ciertamente la de una pareja joven que tenía por delante educación y capacitación especializada. Decir que sus primeros años de matrimonio fueron de crisis monetaria sería suavizar la realidad de sus escasos recursos de dinero.
Mientras aún asistían a la Universidad de Utah, Dantzel y Russell aceptaban con entusiasmo cualquier invitación a cenar de sus padres y amigos. En cierto momento, Dantzel tuvo dos trabajos, como maestra de día y dependienta en una tienda de música por la noche, para apoyar a su esposo en la Escuela de medicina. En una ocasión, mientras estaban en la Escuela de medicina de la Universidad de Utah, cuando al final del mes les faltaban treinta y siete dólares para sus gastos, Russell recogió a Dantzel después de la escuela y la llevó al Hospital Santo de los Últimos Días, donde cada uno vendió cerca de medio litro de sangre por veinticinco dólares. Cuando retiraron la aguja del brazo de Dantzel, ella le dijo a Russell: “¡No te olvides de pagar el diezmo del dinero de mi donación de sangre!”.
La suegra de Russell no estuvo muy contenta cuando se dio cuenta de que su hija tenía dos trabajos y además donaba sangre. “Yo tenía la sensación de que ella no creía que Dantzel se hubiera casado con un gran esposo” dijo Russell muchos años después. “Nos reímos de eso más tarde, pero en ese momento no era cosa de risa. Donar sangre tenía que ser nuestro nivel más bajo económicamente. Pero incluso entonces, la primera preocupación de Dantzel fue que pagáramos nuestro diezmo”.
Más tarde, en Boston, en una rara velada juntos, mientras Russell todavía estaba cursando su formación médica avanzada, pasearon por Boylston Street, mirando escaparates, que era todo lo que podían permitirse hacer. Cuando pasaron por una tienda de muebles, Dantzel puso su nariz contra el cristal del escaparate, miró por unos momentos y luego le preguntó a su esposo: “¿Crees que alguna vez podamos comprar una lámpara?”
Durante sus años en Minnesota, Dantzel fue el sostén de la familia, enseñando en la escuela por $135 USD al mes. Russell aportó otros $15 USD mensuales, que era su salario como pasante. Una noche, Dantzel le preguntó a su esposo si estaba pagando el diezmo de su salario mensual. “Francamente”, dijo él, “lo había considerado solo como un pago simbólico diseñado para mantener mis dientes limpios, mi cabello cortado y mis zapatos lustrados. Pero cuando me confrontó con esa pregunta, me di cuenta de que ella tenía razón, y que yo estaba equivocado, por lo que nuestro diezmo aumentó para incluir una décima parte de esos $15 USD cada mes. He pagado mi diezmo completo desde entonces”. (Nelson, From Heart to Heart, pág. 68)
Los años de escasez se extendieron a un par de décadas. Tomaron años tener dos títulos de doctor y una especialización quirúrgica en un nuevo campo. Así que, aunque los días pioneros en la cirugía a corazón abierto fueron emocionantes, dramáticos, aventureros, llenos de presión y satisfactorios, no fueron precisamente lucrativos. A medida que su joven familia siguió creciendo, los niños parecían no darse cuenta que no era normal dormir en sacos de dormir en catres militares. Pero de alguna manera se las arreglaron y, con el tiempo, cambió su situación financiera. Y, dijo Russell, “Me complace decir que llegó el día en que pude permitirme comprarle a Dantzel una mesa y una lámpara”.
“Hemos trabajado muy duro todos estos años para apoyarte, pero ahora me doy cuenta de que solo eres un médico de perros”. —Marión C. Nelson, padre de Russell
La fortuna de Russell de trabajar con excelentes profesores y médicos de la Universidad de Utah, y de ser tutelado por ellos, continuó en la Escuela de Medicina de la Universidad de Minnesota.
El Dr. Maurice Visscher, un fisiólogo renombrado, fue el mentor del joven Dr. Nelson en su doctorado; aunque Visscher dejó muy claro que no le caían bien los Santos de los Últimos Días. “Todavía tengo cicatrices de él en mis glándulas suprarrenales», admitió el Dr. Nelson años después, “pero aprendí mucho de él y tuvo una gran influencia en mi tesis doctoral».
Otras personas también fueron clave en la formación del Dr. Nelson. El Dr. Owen H. Wangensteen, jefe de cirugía de los hospitales de la Universidad de Minnesota, tuvo una carrera legendaria como innovador y capacitador de futuros líderes en el campo de la cirugía. Otros miembros importantes de la facultad incluyeron a los doctores: Clarence Dennis, Richard L. Vareo y K. Alvin Merendino. Russell también estudió con un grupo de residentes brillantes y talentosos, incluido el Dr. Christiaan Barnard, un cirujano sudafricano que más tarde realizaría el primer trasplante de corazón de persona a persona en 1967. La mente curiosa e innovadora de Russell estaba en excelente compañía, y tanto sus profesores como sus compañeros lo desafiaron y así mejoraron su aprendizaje.
Russell disfrutó su estancia en Minnesota, y contaba sus bendiciones con frecuencia por ese privilegio. Pero no todo fueron rosas sin espinas. Al Dr. Wangensteen no le gustaba mucho el estilo de vida de su brillante joven interno, que le parecía demasiado limpio moralmente para él. Y al jefe de residentes de Wangensteen, Ivan Baronofsky, le gustaba aún menos. Cuando Russell rechazó los cócteles en una fiesta de Navidad, Baronofsky lo amenazó: “Nelson, toma esta bebida o te haré la vida muy difícil”
“Bueno, doctor, haga lo que tenga que hacer y yo haré lo que tenga que hacer”, respondió Russell.
Baronofsky cumplió su promesa y le dio al joven Dr. Nelson todos los casos difíciles para molestarlo, y le negó noches o fines de semana libres. “Era muy malo conmigo”, recordó Russell, “pero mientras tanto yo estaba aprendiendo mejor a hacer cirugía, porque estaba en todos los casos largos y difíciles; así que lo que él pensó que era un castigo en realidad se convirtió en un beneficio para mí”.
Entonces sucedió algo que cambió la dirección de la carrera y la vida del joven Russell Nelson. El Dr. Clarence Dennis recibió lo que entonces se consideraba una enorme subvención de investigación ($25,000 dólares, pagaderos durante cinco años) para desarrollar una máquina de derivación cardiopulmonar. En el momento en que el Dr. Nelson se enteró del proyecto, quiso ser parte de él y se acercó al Dr. Dennis para unirse a su equipo. El Dr. Dennis estaba feliz de tener un par extra de manos libres, sin mencionar una mente joven y fértil, mientras se lanzaban a ese nuevo territorio. En ese momento ni siquiera estaban completamente seguros de para qué se usaría una máquina de derivación cardiopulmonar. Pero se propusieron construir una máquina que esencialmente se hiciera cargo de la circulación sanguínea de un paciente y eso permitiera hacerle la cirugía a su corazón cuando este no latiera.
Ese fue un salto a lo desconocido. Irónicamente, Russell nunca había contemplado la cirugía de corazón, porque no existía tal cosa. A él y a sus compañeros de medicina se les había enseñado que nunca debían manipular el corazón humano o este dejaría de latir. En uno de sus libros de texto, publicado en 1913, el de T. Billroth declaraba que “un cirujano que intentara tal operación [en el corazón] debería perder el respeto de sus colegas”.
En ese momento, dijo Russell, “el único punto de encuentro entre una enfermedad del corazón y la cirugía era: ‘¡No operar!’ Ni siquiera se contemplaba eso, porque todos sabían que no se podía manipular el corazón. Dios hizo el cuerpo de tal manera que el cerebro está protegido con un cráneo y el corazón con un esternón. Así que, ¡manos fuera!” Durante la Segunda Guerra Mundial, se informaron casos en los que las heridas en el corazón se trataron con puntos de sutura, pero rara vez, y casi nunca con éxito.
El equipo de la máquina de derivación cardiopulmonar del Dr. Dennis no tardó mucho en hacer una revisión de la literatura científica, porque básicamente no había ninguna. Un cirujano francés, el Dr. Alexis Carrel, había tratado de ayudar al famoso aviador Charles Lindbergh, cuyo familiar estaba muriendo de una enfermedad de la válvula mitral. Lindbergh le preguntó al médico francés por qué no se podía reparar esa válvula. “En ese momento”, explicó el Dr. Nelson, “no había forma de arreglar esa válvula más de lo que podría arreglarse una válvula en el motor de un avión mientras estuviera funcionando”. Pero el Dr. Carrel, junto con un puñado de otros cirujanos de todo el mundo que se estaban dando cuenta de la importancia de la cirugía de corazón, primero contempló la idea de que podría hacerse en el corazón si se cuidaba de alguna manera la circulación sanguínea de una persona durante un corto período de tiempo, de una manera alternativa, mientras se operaba.
Uno de los primeros experimentos del Dr. Nelson en el laboratorio del Dr. Dennis, fue ver si podía abrir el pecho de un perro, manipular su corazón y lograr que sobreviviera. El equipo construyó un respirador, inyectó novocaína en el saco que rodea el corazón y adormeció los nervios. ¡Y funcionó! Russell sostuvo el corazón palpitante en su mano. “Eso mostró cuán primitivo era nuestro conocimiento en ese momento”, recordó él. “Estábamos encontrando nuestro camino, dando pequeños pasos en la oscuridad y esperando que llegara una mayor luz y conocimiento mientras lo hacíamos. Pero lo primero que demostramos fue que podías manipular el corazón y que siguiera latiendo”.
A partir de ese momento, utilizaron perros como pacientes para probar la primitiva máquina de derivación cardiopulmonar que estaban construyendo y mejorando gradualmente. “No me di cuenta de que la tarea que teníamos por delante era imposible” admitió el Dr. Nelson, “así que comencé con la suposición muy ingenua de que no sería muy difícil construir una máquina de derivación cardiopulmonar”.
El Dr. Dennis y Russell, junto con los doctores Karl E. Karlson, W. Phil Eder, Frank Eddy y otros, fabricaron ellos mismos cada pieza de esa primera máquina de derivación cardiopulmonar. Russell y sus colegas básicamente aprendieron a dirigir un taller mecánico; pues él aprendió a soplar vidrio, a trabajar con un torno y a manejar una taladradora. Para fusionar tubería, debían tener conectores de vidrio; y para hacer un conector en “Y” para que dos líneas pudieran fusionarse en una, tenían que soplar vidrio.
Hubo desafíos médicos también, y muchos. “No teníamos idea sobre los niveles de consumo de oxígeno o de los de flujo mínimo, o la influencia de la temperatura en el nivel del metabolismo”, explicó Russell. Les tomó alrededor de un año aprender cómo hacer que la sangre fluyera fuera del cuerpo sin coagularse. “Así que se dedicó un año a aprender cómo hacer que la sangre no se congelara y así se volviera a coagular para que la incisión quirúrgica pudiera sanar”, agregó él. Aprendieron que con heparina la sangre fluía, y luego revertieron los efectos con sulfato de protamina. (Greenberg, entrevista)
Poco a poco, mejoraron sus procesos y su máquina, pero seguían encontrando un problema importante: los perros que operaron estuvieron bien mientras estaban en la máquina de derivación cardiopulmonar, pero luego morían de una misteriosa enfermedad caracterizada por una diarrea sanguinolenta.
Fue entonces cuando el Dr. Dennis se fue a Europa para cumplir con sus obligaciones profesionales allí, dejando al Dr. Nelson a cargo del laboratorio. Y mientras Dennis no estaba, Russell descubrió la causa del problema. Aunque habían esterilizado la máquina después de cada uso, no habían pensado en reemplazar el tubo que conectaba la máquina a los animales. Las toxinas que producían las bacterias durante las operaciones se adherían al tubo.
“Pude demostrar que uno puede morir de toxemia bacteriana, incluso sin bacterias alrededor”, explicó el Dr. Nelson. “Cuando Dennis regresó, dije: ‘He resuelto nuestro problema’”. Porque cuando ellos comenzaron a reemplazar el tubo en cada nueva operación, los perros dejaron de morir. El Dr. Nelson escribió su tesis doctoral sobre la investigación que surgió de ese descubrimiento; sobre los efectos metabólicos de la toxemia bacteriana en una porción del colon. “El perro es el gran héroe en el desarrollo de la cirugía de corazón”, declaró Russell, “porque todo lo que aprendimos, lo aprendimos en los perros”.(Greenberg, entrevista)
Más o menos por ese tiempo los padres de Russell fueron a visitarlo a él y a Dantzel, en Minnesota. Él estaba ansioso por mostrarles su laboratorio de investigación; y lo primero que hizo después de que llegaron fue llevar a su padre al laboratorio para un gran recorrido. Entre otras cosas, Russell le mostró a su padre al primer perro que sobrevivió treinta minutos con apoyo circulatorio total de una máquina de derivación cardiopulmonar. “Cuando le mostré a mi padre ese animalillo de aspecto sarnoso, que yo consideraba como un triunfo médico, me dio la espalda, sacó su pañuelo y comenzó a secarse los ojos. Pensé que estaba abrumado por la importancia de lo que habíamos logrado, pero en cambio dijo: ‘Tu madre y yo hemos trabajado muy duro todos estos años para apoyarte, pero ahora me doy cuenta de que solo eres un médico de perros”’.
Hubo fracasos al principio, y triunfos también. A pesar de esos triunfos, el equipo del Dr. Dennis había pasado por alto un problema aparentemente simple pero gravemente limitante: La máquina que construyeron funcionó perfectamente para un perro, que podía ser llevado al pequeño laboratorio, pero la máquina en sí era tan grande que no podían sacarla por la puerta de su laboratorio y llevarla a un quirófano donde pudiera usarse con un ser humano. “Nuestra máquina”, describió Russell, “era como un barco construido en una botella”. (Greenberg, entrevista)
Esa limitación fue evidente al instante cuando, en 1951, el Dr. Richard L. Vareo, miembro de la facultad de los hospitales de la Universidad de Minnesota, contactó al equipo que creo la máquina de derivación cardiopulmonar sobre el uso de la bomba-oxigenadora que le permitiera operar a un paciente. Cuando no encontraron cómo sacar esa monstruosidad del tamaño de 2 m por 1.5 m (seis por cuatro pies) del laboratorio, comenzaron de nuevo a construir un modelo más compacto.
Mientras se encontraba en medio de ese agotador pero fascinante proceso de descubrimiento, Russell tuvo una experiencia crucial que puso un rostro humano a la necesidad de la cirugía de corazón, y que lo ayudó a afirmar su interés en esa especialidad. En Minnesota, los Nelson se habían hecho amigos cercanos del Dr. Don Davis y de su esposa, Netta, otra pareja joven en el programa médico. Cuando Netta empezó a sufrir de estenosis mitral reumática, que luego progresó a una insuficiencia cardíaca completa, Russell y Dantzel observaron con impotencia cómo su amiga se consumía físicamente y sucumbía a los efectos de una válvula enferma que en ese momento no podía repararse. Russell decidió dedicar su carrera profesional a ayudar a los pacientes con enfermedades del corazón.
En marzo de 1951, el Dr. Dennis y otros realizaron la primera operación a corazón abierto en un ser humano utilizando la máquina que había construido su equipo, incluido al Dr. Nelson. La bomba funcionó bien y apoyó la circulación del paciente, pero este no sobrevivió. Lo que los médicos creían que era un simple agujero en el corazón, resultó ser una anomalía congénita más complicada.
A pesar de la muerte de ese paciente, los detalles de esa operación pionera se presentaron posteriormente en las reuniones de la Asociación Americana de Cirugía, en abril de 1951. “No se puede minimizar la importancia de esa primera operación”, resumió el Dr. Nelson. “Con esa operación, la historia cambió. La pregunta había sido: ‘¿Podemos obtener acceso quirúrgico al interior del corazón humano?’ Ahora la nueva pregunta era: ‘¿Se puede corregir quirúrgicamente una anormalidad anatómica en el corazón humano?’. Un mundo completamente nuevo de reparación quirúrgica del corazón había llegado a ser posible”.
Russell no estaba en el quirófano el día en que se utilizó la primera máquina de derivación cardiopulmonar, la que él había ayudado a construir. El inicio de la Guerra de Corea lo hizo sentir muy dispuesto al reclutamiento. Y en lugar de esperar lo inevitable, tomó el control de la situación y se alistó en el ejército. El Dr. Nelson tuvo que ir a la guerra.
“Sentí que mi rifle era más un peligro para mí que una protección”. —Teniente Russell M. Nelson
La euforia y el sentido de contribución que experimentaba el Dr. Nelson en Minnesota, debido a sus estudios y su trabajo con la máquina de derivación cardiopulmonar, fueron interrumpidos por la guerra, la Guerra de Corea, para la cual se necesitaban médicos desesperadamente. Debido a que Russell había servido en las reservas navales y la marina lo había ayudado a ingresar a la escuela de medicina, sabía que era un candidato ineludible para el reclutamiento. Entonces, un año antes de terminar su residencia y de obtener su doctorado, se alistó en el ejército.
Cuando la oficina del Cirujano General de los EE. UU. se enteró de su formación médica, el Dr. Nelson fue seleccionado para formar una unidad de investigación quirúrgica en el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed en Washington, D.C.; y entonces él y Dantzel se dirigieron a la capital de la nación.
Sin embargo, poco después el ejército cambió de opinión y emitió órdenes para su traslado inmediato al servicio activo en Corea. Esta noticia fue inquietante para Russell y para Dantzel, que acababa de dar a luz a su segunda hija, Wendy. Si él hubiera sabido que lo iban a enviar a Asia, nunca habría llevado a su esposa a una nueva ciudad y hacer que ella ahí se valiera por sí misma con dos niños pequeños.
Afortunadamente, la historia intervino. El presidente Harry S. Traman despidió inesperadamente al general Douglas MacArthur como comandante en jefe de las operaciones militares en el Lejano Oriente, y las órdenes de viaje del teniente Nelson se cancelaron durante algunas semanas. Esa intervención misericordiosa le dio tiempo para hacer arreglos para que su pequeña familia viajara a Utah, donde podrían vivir con la familia de Dantzel mientras él estaba en el extranjero. Después de haber tenido el tiempo suficiente para hacer todos esos arreglos, llegaron nuevas órdenes y se fue a Tokio, y luego a Corea como miembro de un equipo de investigación quirúrgica de cuatro hombres encabezado por el Dr. Fiorindo A. Simeone. Durante los siguientes meses, visitaron cada unidad móvil de cirugía del ejército (M.A.S.H. por sus siglas en inglés) en la península de Corea. “Entré al ejército en marzo”, dijo el teniente Nelson, “y en junio fui a Corea y comencé justo en el frente, en el frente de batalla donde disparaban los cañones”. (Greenberg, entrevista)
Resultó que al menos algo de lo que más tarde se representaría en la popular comedia televisiva M*A*S*H no estaba tan lejos de la verdad. Los médicos de esa serie de televisión, Hawkeye Pierce y B. J. Hunnicutt, no sabían distinguir entre los dos extremos de un rifle, y tampoco el Dr. Nelson. En el vuelo de Tokio a Daegu, Corea, un oficial superior le entregó un rifle y le dijo que lo portara. Cuando el teniente Nelson protestó, diciendo que nunca había usado un rifle y que no tenía idea de cómo disparar uno, se le indicó: “Llévalo de todos modos”. Un día, mientras caminaba por una aldea coreana, los guerrilleros de las colinas circundantes comenzaron a dispararle. No podía ver de dónde venían los disparos y, de todos modos, no sabía cómo usar su arma. “Sentí que mi rifle era más un peligro para mí que una protección”, dijo él. (Nelson, From Heart to Heart, pág. 77).
Su equipo de investigación se encargó de determinar por qué los soldados morían una vez que ingresaban al sistema de atención médica militar. Algunos soldados, por supuesto, murieron inmediatamente a causa de las heridas sufridas en la batalla. Pero la tarea del equipo era determinar las principales causas de muerte de quienes ingresaban a las unidades M. A.S.H. y luego eran tratados en hospitales militares.
El equipo de investigación aprendió varias cosas: que aquellos que sufrieron congelación durante los inviernos coreanos tuvieron más dificultades para que la sangre fluyera a sus extremidades si fumaban, o incluso si inhalaban humo de segunda mano; que a muchos pacientes con quemaduras les fue mejor con un tratamiento de sus heridas estando más al aire libre que con vendajes masivos; que la insuficiencia renal se agravaba durante los agobiantes meses de verano, cuando los hombres ya deshidratados sufrían hemorragias, transfusiones de sangre o deshidratación adicional; y que muchas de las principales lesiones de los vasos sanguíneos podrían solucionarse con las técnicas quirúrgicas vasculares que el equipo introdujo.
El teniente Nelson también aprendió algo más: que las trincheras invitan a una introspección seria. Una noche, la unidad M.A.S.H. donde trabajaba fue atacada. Él y el Dr. Simeone compartieron una trinchera durante la mayor parte de esa noche. “El Dr. Simeone, un católico devoto, y yo, un devoto Santo de los Últimos Días, oramos unidos en nuestra trinchera para que nuestras vidas fueran preservadas”, recordó él. El teniente Nelson reflexionó más tarde
cuánto significaba enfrentar un peligro mortal con un hombre de fe, cuyas creencias podrían ser diferentes de las suyas, pero que buscaba la misma fuente en busca de consuelo y fortaleza. La fe combinada de ambos fue una bendición para ellos esa difícil noche.
En otra unidad M.A.S.H., Russell conoció a un joven soldado Santo de los Últimos Días que había quedado paralizado por una herida de bala. Se preguntó cómo podría consolar al joven, y terminó siendo él el consolado cuando el soldado dijo: “No se preocupe por mí, hermano Nelson, porque sé por qué fui enviado a la tierra: para obtener experiencias y trabajar en mi salvación. Puedo trabajar en mi salvación con mi mente y sin mis piernas. ¡Estaré bien!” Russell escribió después que “la fe de ese joven me ha motivado desde entonces” (Nelson, From Heart to Heart, pág. 79).
“¡Eso fue como darle a un niño un carro rojo para jugar! […] Me encantó Boston. Me encantó Harvard. Me encantó el Hospital General de Mass”. —Dr. Russell M. Nelson
Después de veinte meses de servicio militar, Russell fue ascendido o, como él mismo lo explicó, “porque me las arreglé para respirar durante veinte meses, fui ascendido a capitán” El trabajo que hizo el capitán Nelson en el escenario coreano, así como la investigación que realizó sobre la toxemia bacteriana en pacientes con shock, llamó la atención del Dr. Edward D. Churchill, profesor de cirugía en la Escuela de Medicina de Harvard y jefe de servicios quirúrgicos en el Hospital General de Massachusetts, en Boston. Russell estaba ansioso por regresar a Minnesota para completar su residencia y su doctorado, pero el Dr. Churchill lo convenció de ir a Boston por un año y “contribuir a la ebullición educativa en Harvard”. Así que él y Dantzel se fueron a una experiencia de un año en la Ivy League (una alianza entre Harvard, Princeton, Yale y Penn) en el servicio de Harvard, en el Hospital General de Massachusetts.
“Bueno”, recordó Russell, “¡Eso fue como darle a un niño un carro rojo para jugar! ¡Guau! ¡Simplemente me encantó estar allí! Me encantó Boston, me encantó Harvard y me encantó el Hospital General de Massachusetts. Fue simplemente un privilegio maravilloso”.
Allí fue asistente-residente en cirugía, encargado de «ayudar a cirujanos maravillosos, famosos y de clase mundial en la sala de operaciones. Fue un sueño maravilloso. Yo había aprendido mucho en Minnesota, pero los cirujanos en Boston eran muy buenos, muy experimentados y muy sobresalientes. Ellos hacían cirugía como un artista que pinta. Fue algo maravilloso. Aprendí a operar sin incurrir en el tipo de complicaciones a las que los cirujanos se habían acostumbrado. Fue un paso hacia delante para mí, una oportunidad de aumentar mis conocimientos y mejorar exponencialmente mis habilidades”.
Con su experiencia en Corea y ahora en Boston, en un lapso de menos de dos años el Dr. Nelson practicó en el Hospital General de Massachusetts el tipo de cirugía más rudimentaria diseñada para mantener con vida a los soldados en el frente: cirugía de “albóndigas”, como los personajes de M*A*S*H la describían a veces, y algunas de las cirugías más hábiles y sobresalientes del mundo. En términos de capacitación para lo que se avecinaba, el contraste y el rango de experiencia eran ideales.
Ese año en Boston fue estimulante y estresante a la vez. El horario del Dr. Nelson lo hacía estar de guardia cada dos noches y cada dos fines de semana. Eso significaba que les daba un beso de despedida a Dantzel y a sus hijas una mañana a las 6:00 a. m. y no las volvía a ver hasta muy tarde al día siguiente. Pasaba en casa un promedio de siete horas de cada cuarenta y ocho, y la mayoría de ese tiempo, él o los niños estaban dormidos.
Tanto Dantzel como Russell sintieron que los sacrificios valieron la pena, y de alguna manera lograron mantener al mínimo el estrés entre ellos; sin duda atribuibles a la paciencia y al compromiso de Dantzel con la capacitación de su esposo. En Boston, Russell experimentó de primera mano que pocas cosas son más valiosas que el conocimiento, no hay manera de ponerle un precio a la habilidad y al talento, y tampoco hay sustituto para la verdad.
Después de un año en Harvard y en el Hospital General de Massachusetts, los Nelson regresaron a Minnesota, donde Russell terminó su residencia y obtuvo su doctorado. Ya era el año de 1954. Habían pasado siete años desde que terminó la facultad de medicina y comenzó su formación avanzada. Finalmente, el Dr. Nelson estaba listo para ejercer la medicina.
En años posteriores dando un discurso de doctorado en su toga.
“Siempre funciona, porque la ley divina es irrefutable”. —Dr. Russell M. Nelson
Durante la pasantía y residencia de Russell, aumentó exponencialmente su apreciación por la previsibilidad y el poder de la ley natural. Incluso con las mejores habilidades que una escuela de medicina podría enseñar, los cirujanos no tienen poder curativo por sí mismos. Ellos dependen de la ley divina para ayudar al cuerpo a sanar.
En las primeras etapas de la obra pionera de la cirugía a corazón abierto, Russell se sintió atraído por tres versículos de Doctrina y Convenios que parecían tener una aplicación particular para su labor: “A todos los reinos se ha dado una ley; y hay muchos reinos; pues no hay espacio en el cual no haya reino; ni hay reino en el cual no haya espacio, bien sea un reino mayor o menor. Y a cada reino se le ha dado una ley; y para cada ley también hay ciertos límites y condiciones”. (Doctrina y Convenios 88:36-38) Esos versículos, combinados con otra clara promesa de Doctrina y Convenios, lo inspiraron a que “cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa”. (Doctrina y Convenios 130:21) Seguramente, razonó él, hay leyes que gobiernan el corazón; leyes que, si se entendían y se obedecían, darían como resultado bendiciones y, en el caso de su responsabilidad por los pacientes, la bendición de poder curar y sanar sus corazones enfermos.
En sus primeros experimentos, descubrió que al corazón no le afectaba que lo sostuvieran con las manos, y que seguía latiendo porque al hacerlo no se violaba ninguna ley. Luego, él y otros descubrieron que si simplemente alteraban la relación sodio/potasio en la sangre que fluye hacia las arterias coronarias para nutrir el corazón, el corazón se detendría instantáneamente. En ese momento ese corazón parecía un trozo de salmón, flácido y blando.
De la misma manera, aprendieron que cuando lavaban con sangre normal el cloruro de potasio, el corazón volvía a la vida porque habían restaurado su proporción correcta. “Ese proceso es lo que usan los cirujanos hoy en día para detener los latidos del corazón y hacer sus restauraciones quirúrgicas”, explicó Russell. “Se debe tener el corazón quieto, porque no puedes empalmar espaguetis en movimiento”.
Russell Nelson aprendió en el quirófano sobre lo indisputable de la ley divina, y aprendió a respetar el poder y las bendiciones que resultan de obedecer la ley.
“En otras palabras”, explicó más tarde, “siempre que se recibe una bendición, es porque se ha obedecido una ley. Y eso significa que hay ciertos procedimientos que siempre funcionarán, no solo la mayor parte del tiempo, no solo algunas veces, sino todas las veces sin excepción. Eso quita la incertidumbre a una persona que está dispuesta a estudiar las leyes que gobiernan el cuerpo físico y a obedecerlas. De lo contrario, sería una locura llevar a esos pacientes a la muerte y luego revivirlos todos los días” (Johnson, “Russell M. Nelson”).
Décadas más tarde, la Dra. Vivian Lee, entonces decana de la Escuela de Medicina de la Universidad de Utah, invitó al Élder Nelson a disertar ante la clase de estudiantes de medicina de ese tiempo. Después de describir el proceso por el que habían pasado para aprender a reanudar y detener los latidos del corazón, según la ley con la que operaba, Dean Lee, como moderadora, preguntó: «¿Qué pasa si eso no funciona?»
«Siempre funciona”, respondió el élder Nelson, «porque la ley divina es irrefutable”. En otra ocasión, él dijo que es similar a los principios que permiten volar a un avión. “Nunca te subirías a un avión si no tuvieras la confianza de que hay leyes que, cuando se obedecen, elevan un avión y permiten que despegue. Un avión siempre funcionará si los pilotos obedecen correctamente la ley que rige la sustentación, porque el aire es una fuerza de sustentación y soportará el peso de ese avión. Asimismo, todo lo que hace un médico se basa en el hecho de que, si se obedecen las leyes, los resultados son seguros”. Como le dijo a un grupo de estudiantes universitarios: «Fue a través de la comprensión de las Escrituras y ‘aplicándolas’ a esa área de interés que se me facilitó el vasto campo de la cirugía de corazón, tal como la conocemos hoy”. (Nelson, «Begin with the End in Mind”, “Comenzar con el fin en mente”) En una ocasión, un colega médico reconvino al Dr. Nelson por no separar su conocimiento profesional de sus convicciones religiosas. “Eso me sobresaltó”, admitió, «porque no sentía que la verdad debería fraccionarse. La verdad es indivisible” (Hafen, Disciple’sLife, pág. 165)
Las bendiciones dependen de la verdad y la obediencia a la ley. El élder Nelson dijo años después: «Pueden orar todo lo que quieran, pueden esperar todo lo que quieran, pero hasta que no se cumpla la ley sobre la cual se basa esa bendición, eso no sucederá”.

























Gracias por compartir me hice miembro de la iglesia en 1979 y tuve la bendición de ver al Profeta Spenser WKimbal y desde ese momento El Espíritu me testifica que Era enviado del Señor y siempre e admirado a mis profetar y tengo muchas vivencias de CD uno de ellos mi testimonio a crecido mucho ales e amado a todos después sel profeta Kimbal CD uno me a dejado recuerdos pero mi profeta actual me a marcado muchas vivencias muy espirituales CD cambio como ven sígueme y todo lo que El hace me a hecho más obediente al evangelio y al escuchar su historia no tengo ninguna duda que nuestro Padre Celestial lo preparo para esta dispensación gracias mi corazón esta agradecido por el profeta Jose Smith gracias bendiciones oro por la vida de nuestro profeta Rosel M Nelson gracias bendiciones saludos digo esto en el nombre de mi Salvador Jesucristo Amen
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Estamos en la verdad…este es el evangelio restaurado…el ESPÍRITU SANTO me lo testifica..creo en nuestro PADRE CELESTIAL y en SU hijo JESUCRISTO….la iglesia está organizada como la iglesia que dirigió JC….me encanta saber que pertenezco a ella soy feliz gracias a unas valientes misioneras que me enseñaron hace 40 el años ..los misioneros son extremadamente importantes demosle la mano siempre …en el nombre de JESUCRISTO amén
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Me hice miembro de la iglesia ase 8 años en el transcurso de este tiempo tengo un testimonio del evangelio que es verdadero …Las enseñanzas del señor su doctrina…y de sus líderes son para mi la guía el camino hacia la ✨️
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